viernes, julio 21, 2006

Estamos hechos para olvidar los libros

En nuestra cultura hay pocas formas de memoria: las bibliotecas y demás archivos, las neurosis, poco más.
Hay quien cree que leyó, sin embargo. Y lo que hizo fue visitar una biblioteca.
Creo que leí las memorias de Gore Vidal hace dos años más o menos. Leí también Breakfast at Tiffany´s, de la cual no recuerdo casi nada. Del libro de Vidal, sé, ni siquiera recuerdo, que narra su encuentro sexual con Kerouac.
Hoy voy a la librería. Compro en oferta Anatomía del mexicano de Roger Bartra. Hace menos de 3 meses que leí de corrido su famosa La jaula de la melancolía. Y, por supuesto, la he olvidado. Hoy recordé que leí las memorias de Vidal porque también compré las memorias de Paul Bowles que mencionan a Vidal. De manera que la única manera de reavivar un olvido es comprando uno nuevo en una librería.
De los libros quedan impresiones, huellas, fantasmas. Lo extraño es que sobre esa nata de la experiencia se alcen los Cánones. O todo es una paradoja moderna y existió antes la posibilidad de juntar culto y subjetividad?
Tampoco recuerdo cómo va la versión de "All The King´s Horses". La de Aretha o la de Dusty. Ambas olvidadas pero convertidas en fantasmas. No se equivocó el poeta: "Son fantasmas, son fantasmas..."

miércoles, julio 12, 2006

La muerte del hombre símbolo

Esta fábula ya la había encontrado en alguna parte, y es algo corrupta, o, al menos, impura. Trata a la política como tema narrativo, y a los valores de la cultura como esencia política. Dónde termina una y comienza la otra, constituye un enigma. Este enigma es de lo que hay que apropiarse.
Hablo, por supuesto, de la “noveleta” de Coronel Urtecho. Del contexto habrá que decir, por lo menos, que Somoza pretendía no ser político, estar por encima de la política. Los vanguardistas, por su parte, tenían una manera coercitiva de ver a la historia: querían ver, deseaban apropiarse de, conceptualizaban la historia como “guerra civil”. Había que salir de la “guerra civil”, de la “anarquía”, y por eso confluían en un solo proyecto Somoza y los vanguardistas. Tanto para Somoza como para los vanguardistas la democracia (el aparato retórico para dar voz a los otros) es imposible.
Es en ese el contexto y con esos presupuestos que Coronel escribe La muerte del hombre símbolo. De más decir que la “noveleta” de Coronel no está hecha de conceptos filosóficos, sino de escritura. No hay tal “universalidad” del argumento, sino una operación de “lenguaje y coerción” según la nota de Barthes a todas las escrituras.
Toda muerte es simbólica, es decir, establece un código y puede ser leída desde varios ángulos. El hombre símbolo es el representante de unos valores en crisis, los que se ve obligado a encarnar, y de otros valores mucho más placenteros y blandos que debe ocultar. Aquí opera la división moderna entre vida pública y vida privada. La parábola literaria nace de la yuxtaposición de ambas, que lleva al objetivo fabuloso—vanguardista y somocista—de terminar con la política. Es la coerción que ejerce la escritura.
En la modernidad los muertos se parecen a los libros canónicos. Son sólo su titular. El contenido puede variar, pero eso nadie lo va a notar, mientras se mantenga la lógica moral con que se pasa revista a los viejos retratos. Así, en la narración de Coronel, el hombre símbolo ha encuadernado novelas policíacas bajo las pastas de los clásicos. Toda escritura, así como toda política, separa irremediablemente el orbe moral—visto como apetecible y como factor de orden—del placer. Esta división es también cultural: clásicos versus policiales, cultura alta versus cultura baja. O, ya en términos más bajtinianos, cultura oficial versus cultura del carnaval.
El poder trata, por eso, de manera mistificada al muerto. Y, particularmente, al muerto político. Dice casi textualmente: este muerto por ser político, y por ser mío, es mucho mejor que el tuyo, o que cualquier otro muerto privado. Canoniza de manera apresurada. Apela a la historia. Dice: esto es histórico, y lo es sin más trámite crítico. Cualquier trance dubitativo será combatido de manera explícita, y con una retórica implacable. No hay manera de que se restituya el misterio esencial de cualquier muerte.
La muerte, pues, como código doble: como acto del poder, y como suceso de la modernidad. Por el acto del poder sabemos que este muerto encarna ciertos valores deseables. Por el relato de la modernidad sabemos que tal encarnación es siempre relativa e insuficiente. Por eso, toda corporalidad constituye un enigma. Los muertos privados siguen sin más trámites sus procesos corporales, van al cementerio y desaparecen. Los muertos en un trance de poder se constituyen en “hombres símbolos” y sus corporalidades son muy aptas para la narrativa. Toda narrativa que quiera, como la de Coronel, mezclar política y literatura, no es más que una narrativa necrológica.

viernes, julio 07, 2006

Antigua, El río de Cardoza y las vanguardias centroamericanas


La próxima semana debía asistir al VIII Congreso Centroamericano de Historia, en Antigua, Guatemala. Por problemas de presupuesto, no podré viajar.
En cualquier caso iba a hablar de Coronel y Cardoza y Aragón, y específicamente de cómo sus textos autobiográficos de los 1980s, constituían una especie de estado terminal de los proyectos vanguardistas a escala centroamericana. En especial me interesa la manera en que esos textos--fundamentalmente dos: El río: novelas de caballería, autobiografía de Cardoza, y "Siendo pintado por Dieter Masuhr", de Coronel--establecían tanto una "teoría autobiográfica" como una crítica de los principios más convencionales de la autobiografía: su aspecto confesional y "novelístico", en esencia.
Mi crítica de este aspecto confesional es de vieja data, y se puede ver en un artículo publicado en La prensa literaria en diciembre de 2002.
Ya que no voy a Antigua, rememoro una vieja crónica de 2000, cuando hice ese viaje por tierra y en dos días.

Hay una página en ensayistas.org con bibliografías sobre Cardoza.

lunes, julio 03, 2006

José Coronel Urtecho (1906-1994)


El centenario del nacimiento de Coronel Urtecho ha provocado pocas celebraciones, menos aún conmemoraciones académicas, y menos aún todavía replanteos críticos sobre su obra. Esto no deja de ser injusto para un decisivo e influyente representante de la llamada literatura nacional de Nicaragua.
El principal aporte literario de Coronel ha sido el traslado de las formas realistas inspiradas por la “New Poetry” norteamericana (tradición que va de Whitman a Pound, más o menos) a la literatura nacional. Este aporte, con excepciones, no ha sido evaluado todavía de manera crítica, por estar la crítica literaria o cultural muy escasamente desarrollada en Nicaragua y Centroamérica.
En este centenario, de manera un poco azarosa, he estado dedicado a estudiar a Coronel. El año pasado, en mi tesis sobre autobiografía centroamericana abordé una parte de su escritura autobiográfica. En marzo presenté en la Conferencia de LASA un acercamiento a su texto “Siendo pintado por Dieter Mashur”. Y en abril expuse “Hacia una agenda crítica” en el Simposio sobre la lengua nicaragüense, en la UNAN, Managua.
Seguí con artículos a ser publicados, con un poco de suerte, pronto. Uno—sobre Rápido tránsito—en un libro sobre ensayo centroamericano, iniciativa de Werner Mackenbach y la Revista Virtual Istmo. Otro—sobre las llamadas “noveletas”—para la revista 400 elefantes. Todo esto apunta a una colección que, provisionalmente, podría llamarse Asedios a Coronel: por una visión crítica de la poética conversacional.
En internet hay pocas referencias a Coronel Urtecho. Se puede ver la entrada del Diccionario de Escritores Nicaragüenses, y hay un número especial del Boletín de CIRCA No 20, con textos, bibliografía activa y pasiva, y una presentación a cargo de Luis Rocha. Estas bibliografías no son completas, pero son una buena tentativa de hacer circular la información por la web.
Es divertido que la presentación de Rocha me alude (es decir, alude algunos de los textos que he escrito sobre Coronel) casi directamente. Dice Rocha:
Para algunos neoenterradores no se debe de decir que José Coronel Urtecho fue
un gran conversador y mucho menos que como tal no sólo ejerció la crítica sino
que también el magisterio. Gracias a esas opiniones -indigestadas de
mezquindad- existe un mundo de sabihondería que hace irreconciliables a la
crítica y la conversación, y por añadidura sus discípulos somos responsables
tanto de que José Coronel Urtecho no supiera bailar, como de no hacerle la
disección.
En efecto, Rocha tiene razón. El oficio de la crítica se parece un poco a las exhumaciones (se debe correjir, pues, el término neoenterradores, y proponer neoexhumadores). Un eje de mi crítica de Coronel es, asimismo (Rocha tiene toda la razón), que la conversación según Coronel es un artefacto retórico, literario e ideológico, antes que una característica personal o natural. (Si no no estuvierasmos hablando de un gran escritor.) Por eso, la crítica no puede articularse por medio de la conversación, sería como quedar atrapado en el gesto ideológico del propio escritor, sin lograr un distanciamiento necesario. Con respecto a la falta de oído musical de Coronel (según Rocha, no sabía bailar), es una información que proviene de las Memorias de Ernesto Cardenal, quien al confesar de manera divertida su propia falta de oído, se refiere también a que Coronel presentaba la misma característica. Eso me llevó a sospechar que había una general ausencia musical en el llamado exteriorismo, y era una sospecha benigna, irónica y divertida, como bien lo ha entendido Rocha.

El Festival Internacional de Poesía de este año estuvo dedicado a Coronel.

Es curioso que haya un obituario de Coronel en The New York Times.

El artista alemán Dieter Masuhr realizó un peculiar retrato de Coronel, que he usado para ilustrar esta entrada.