jueves, septiembre 20, 2012

Cielo de fondo

Terminé de leer una novela. Perdí el nombre. La primavera me distrajo. Hice un limpio en el suelo para deletrear la tarea. Al jardín especulativo. Al espantapájaros.

Inicié por las notas a pie de página. Tengo que aclarar Quien me llevaba los libros: el trasiego pudoroso. Llegaba en motocicleta con testimonios. O grabadas en cinta magnetofónicas ideas, diagramas del Ché. Enterrábamos libros juntos en tiempos de la guerra. Hombre de ladrillo mientras el hijo se distraía con las últimas canciones de Elton John. Eran los 70s.

Me llevó un día el 18 Brumario. Yo hacía caso. A manera del saltimbanqui que se mete en una imagen. Hablábamos del DF ("un tugurio") y de boxeadores. Tenía una preciosidad: Historia de un deicidio. No sospechaba que Vargas Llosa terminaría siendo el novelista más sobrevalorado del idioma. Compraba libros de la Biblioteca Era. Pudo haber comprado incluso la segunda edición de Paradiso "corrregida" por Monseñor Monsivais Cortázar.

Tenía prisa por definir el estilo, en pocos trazos. Había olvidado el nombre. Pero en el claro de luz, de las hormigas incendiadas, de los huesos esos, del desentierro, lo que vale es el diagrama en resolución. En ciclo. Te confío el nombre. Tendrás un sueño literario. Etcétera. Esas y cada una de ellas nunca fueron sus palabras.

Por aquellos años la solidez, el rayo y el vendabal.

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