sábado, agosto 23, 2014

Lejos

También llovía fuerte en todo el valle.

Horizontes verdes. Leí en el camino unas pocas páginas de El mundo es ancho y ajeno.

Pero la mayor parte del tiempo lo dediqué a escuchar música. Comencé con un disco, único, de Los Beatles que está en mi teléfono (Beatles for sale). A pesar de mi escepticismo me entretuvo mucho la creatividad de Lennon, como cantante y arreglista.

Trataba de escuchar las líneas melódicas de las voces, y es difícil con ese aparatito chocho. Puse canciones de Dylan y eso sí que fue cosa personal. "Lay Lady Lay", por ejemplo. Dylan me parece muy superior a Los Beatles.

También se trataba de que estaba en un estado emocional particular y había líneas que me conmovían, incluso hasta las lágrimas como siempre me sucede en los viajes en bus que me elevan a un estado seudomístico, siempre y cuando el bus esté suficientemente aseado y el olor a orines característico de Ticabus no me golpee en la frente.

Siempre y cuando el volumen de la programación en video de películas sonsas no sea escandaloso. 

Aparte de lágrimas verdaderas en mi selección musical había también algo de oropel sentimental. Por ejemplo, The Winner Takes It All de Abba que a su manera es espléndida. Pero Dylan era la cumbre. 

Al final del largo viaje también Prince era la cumbre: oropel y lágrima, por ejemplo su celebrada (por mí) versión de Betcha By Golly Wow. REM, Murmur, era también la cumbre. Incluso escuché mis propias versiones de canciones cantadas con la guitarra y había versos que me conmovían.

Por ejemplo: "les dirás que me fui lejos". En efecto, me fui lejos.

Otras partes del cerebro maquinaban tonterías: horas de masturbación o de enfermedad o de sexo o de escritura o de enseñanza o de viajes en avión o de fantasmas.

"Lay Lady Lay" era la canción más personal. Biográfica.

Lo mismo la chica de la costa del río rojo.