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lunes, febrero 20, 2023

Series blancas

 Veo una serie anodina. No hay grandes encuentros sexuales ni asesinatos atroces ni extraterrestres o zombies. Con esas ausencias ver esta serie es como ponerse al lado del camino que cantaba otrora el poeta. Pero no veo, no digo esto, para santificarme o santificar el serial. Sé que la maquinaria del capital también trabaja esta narrativa. Hay paisajes de pueblos costeros quizá del Mar del Norte, tal vez demasiado estetizados. El antiguo estado de bienestar británico trabaja en esta serie en la figura de un médico general que atiende a los pobladores del pueblo marino. Es generoso, dedicado y padece de algunos TOCs. Quizá también no tan secretamente está en el espectro autista. Tal vez necesita estar en ese espectro para ser bueno sin dobleces. Como tal es el envés de personajes del tipo de Breaking Bad o House. En vez de la serie médica que enerva, la serie blanca que apacigua. Para un domingo por la noche cumple casi funciones lustrales.

Veo otra serie blanca. Es sobre los destinos de una pareja que se divorcia. Aunque hay vagabundeos eróticos de los personajes, no se muestran los encuentros sexuales. Ningún asesino serial persigue a los divorciados. No hay extraterrestres o zombies. He caído, me doy cuenta, en las garras del costumbrismo capitalista más intrascendente. La épica de la sobrevivencia individual y violenta tipo The last of us le es ajena. Todo se reduce a las contrariedades de la clase media blanca neoyorkina. Vagamente persiguen el arte, el buen negocio y un hedonismo de restaurante (o de matrimonio). Pienso en los afanados guionistas que se debaten entre el apaciguamiento y la marca de distancia en sordina. Por ejemplo, la divorciada establece una relación con un hombre afroamericano. El exmarido pregunta en una cena: “¿y tu anterior esposa también era blanca?”. Los guionistas se han puesto en el borde de la transgresión neoconservadora. La serie es del tiempo de Trump (que todavía no termina). Pienso en los afanados guionistas que al menos no enfrentaron la infausta tarea de escribir para una serie modelada por los reality shows. Nada más triste que series tipo The Office que idealizan la vida de trabajo en un culebrón interminable. Tampoco vi nunca Get Back, la serie de ocho horas con The Beatles, dirigida por Peter Jackson. Ocho horas, dios.

sábado, enero 29, 2022

La vida breve

Los escritores, las escritoras, suelen tener breve la vida. A los sesenta años, si han acumulado algún reconocimiento (y si han hecho la tarea) entran a la infancia. Cuando llegan a los veinte (es decir, los ochenta en los términos humanos) suelen haber muerto, y, si tienen suerte, ser objetos de culto.

Recuerdo que en los años 1980s, por ejemplo, Rulfo y Borges y Onetti eran celebridades en su luminosa y en apariencia interminable adolescencia. Entrevistados aquí o allá, sobre todo Borges. Pero diez años después eran vertiginosos sujetos de culto, de la memoria y tal vez del canon. Es cierto que Borges era mayorcito que los otros. Pero convivía, es un decir, entre otros octogenarios más o menos legendarios: José Coronel Urtecho, Luis Cardoza y Aragón, Dulce María Loynaz.

Si tomamos como referencia el año infausto de 1986 (año que muere Rulfo, en enero; que muere Borges, en junio), los del boom (los Vargas Llosa y Cía.) serían por entonces lo que los norteamericanos llaman toddlers, término que alude, según la sabia Wikipedia, a un “caminar inestable” propio de los niños de uno o dos años. Por entonces, en infancia sabia, a José Donoso le dio tiempo de separarse del boom, regresar a Santiago de Chile y fundar un taller literario (actividad que todo escritor debe emprender como muestra de plenitud). Alguien un poco más travieso, como García Márquez, decidió fundar una Escuela de Cine…

Algunos, los enfermos, los suicidas, deciden adelantar sus edades. Suerte de lanzamiento de dados a la eternidad. Pizarnik es coetánea de Vargas Llosa y muestra hoy mucha más vitalidad literaria y corporal que el peruano.

Cuando uno aprende a mirar por décadas (y comprende con eso que está viejo) se da cuenta que el mundo literario es como una vitrina. Los que están ahí, los octogenarios de esta época, son ya un rastro luminoso. Se ve también en la vitrina la algarabía de los que llegan, el ruido y el alboroto de las nuevas infancias. El tiempo pasado y el tiempo presente tal vez están en el tiempo futuro, decía aquel otro gran poeta que murió septuagenario aún, es decir, adolescente, en el año de 1965 (cuando el hoy septuagenario Mick Jagger cantaba su insatisfacción…). El tiempo pasado, sí quizá está en el tiempo futuro, aunque todo lo demás sea olvido.

domingo, octubre 08, 2017

Crónicas aprendidas

Las arrugas
Las puertas de los vagones del metro que se abren y cierran van poniéndome frente a mi propia figura estación a estación, station to station. Estoy ahí de nuevo y no me queda más alternativa que verme en la sombra que entra con la puerta derecha que se junta a la otra. Corre la puerta y aparezco. Lo que veo sobre todo son las arrugas bajo los ojos. Marcas que se confunden con ojeras largas y se yuxtaponen a las más finas o más evidentes arrugas, las del esfuerzo de leer (nunca pude), las que quisieron ver conmigo lo inefable y no pudieron, las de los soles varios y hoy olvidados.
Sobre todo las marcas de las ojeras se están comiendo mi cara lentamente (pero no tan lento como yo quisiera). Y la puerta se cierra de nuevo y voy apareciendo entre esa gente desconocida que ahora no pueden menos que advertir mis arrugas.
Las atribuiría a la sabiduría si tan solo fuera sabio. “Estas arrugas mías, honor del trabajo y el esfuerzo”. Pero no siento ese entusiasmo. Pasa por mi mente menos que el supuesto honor reconciliatorio de la edad, el terror discreto de la decadencia. Comprendo a los hombres que van al matadero de la cirugía estética y se recomponen los pómulos y se dan a estirar las bolsas de los ojos. O se inyectan venenos reconstitutivos.
Comprendo, en fin, la urgencia de la máscara.

Los hijos contenidos
Tengo nostalgia de mis dos hijos en edades entre los 9 meses y los 4 años más o menos. Cuando podía sin mucho esfuerzo controlarlos físicamente, detenerlos, cargarlos, llevarlos o traerlos; mentirles con total impunidad. Ángel era más rebelde y tenso, un desafío, casi un acertijo. Samuel, dócil y confiado: yo podía leer, casi un virtuoso, la expresión mínima de sus manos.
Por eso no puedo dejar de ver con ternura a cualquier niño en esas edades. Un automatismo me hace comprenderlos, y entender la posible relación con el padre.
La temporalidad del sentimiento es complicada: ellos, mis hijos, están aquí cerca, más o menos crecidos. El truco es que  el aura de aquellas edades fabulosas los persigue, o yo soy el secuaz que me ocupo de reinstalarlas una y otra vez.
Único juego favorito.

La biblioteca
Si cuando me casé me hubiera llevado todos los libros. Había ahí libros de adolescencia, marcados por la revolución, mascados por la historia, entre ellos los libros que traje de Cuba.
Si cuando volví de Estados Unidos hubiera instalado todos los libros en una habitación solitaria y la hubiese llamado biblioteca. Si hubiera imaginado el Paraíso bajo la forma de una sola biblioteca.
(Cuando me fui a Pittsburgh llevaba, como siempre, algunos amuletos: los Seis ensayos de don Pedro, el libro de Lukács sobre realismo crítico, un libro de Retamar y una Mímesis edición cubana. Mi biblioteca fueron esos amuletos llevados provisionalmente a algún lugar: como testimonio o defensa.)
Si yendo a Chile hubiera cargado todos los libros. Para, también provisionalmente, defenderme de las turbulencias del vuelo. Qué bella biblioteca hubiera sido.

Libros perdidos o apolillados en habitaciones disímiles y geográficamente distantes. Esa fue mi biblioteca.

miércoles, junio 06, 2007

Plaza



Una crónica que nunca publiqué,y que según las estadísticas del doc., escribí el 25 de febrero de 2000 (la fecha no se pretende simbólica). La foto es de Ernesto Salmerón.

Con Alicia y los demás cerca de la fuente

Leonel Delgado Aburto

Claro, soy un probo extemporáneo. Hasta ayer me di cuenta que la otrora Plaza de la Revolución fue clausurada por el actual gobierno con una fuente de abundante mal gusto, hasta hacer del sitio un lugar malsano, si de turismos o recreación se trata, y como si no bastara con el mal olor del lago.

La Catedral y el Palacio Nacional (o de la Cultura) ya eran de por sí bastante feos. Con la añadidura de esa fuente y del Palacio Presidencial, todo adquiere un humor negro surreal y no es exagerado afirmar que se trata del lugar más claustrofóbico de Managua.

Crucé este lugar tan peculiar por la imperiosa necesidad de consultar aquella paradigmática antología de poesía nicaragüense que Orlando Cuadra Downing y Ernesto Cardenal presentaron en 1949 (Nueva poesía nicaragüense). En la Bilbioteca Nacional no existe un ejemplar. Y saliendo de la Biblioteca sólo estaba la reiteración visual del paisaje adyacente, y, por supuesto, la fuente.

Me retiré de manera apresurada para deshacerme del vértigo. Imaginé, sin embargo, a Alicia correteando tras el conejo en este lugar tan soleado. Fue tal vez una cerebración inconsciente: el lugar me parecía más pequeño, incluso diminuto, precario en espacio. Imposible que aquí se hayan reunido multitudes esperanzadas de toda clase y calibre durante este siglo que termina. (No hablo sólo de los vítores revolucionarios de 1979, pienso en las manifestaciones de Somoza o de doña Violeta).

A principios de los 90, cuando yo vivía en Cuba, tenía un amigo que me contaba que siempre que cruzaba la Plaza de la Revolución de La Habana, solitaria en los días comunes, él sentía rastros, halos o auras de las multitudes que ahí se habían reunido.

Eran días duros en el que muchos esperaban o temían (hasta mi amigo) otra revolución de terciopelo, en el que aquella plaza y sus multitudes cambiarían de signo ideológico. Pero mi amigo, un poco ortodoxo, remataba siempre su exposición con una frase casi enigmática de Pier Paolo Pasolini (no en balde éramos estudiantes de cine): “El futuro es previsible, la historia no”.

Juro que en mi reciente experiencia en la Plaza de la Revolución de Managua no logré sentir ni los rastros, ni los murmullos ni las auras de las multitudes. Aunque sé que Alicia remolona y confundida circulaba por ahí.

Fuera del vértigo, Managua seguía quieta. Más apartamentos. Más prostitutas diurnas esperando cerca de donde fue la calle 8. El nombre del estadio era otro chiste: Dennis Martínez. Me consolaron los chilamates frondosos que hay cerca de la embajada americana, y como otras veces murmuré la sabiduría de J.L.G. (no Jean Luc Godard): “buscando visa para un sueño”.

Me pareció que al menos el viento en los chilamates era bastante audible (aunque en el radio del taxi Leo Dan hablaba de una tal Celia). Pero una imagen peculiar terminó por distraerme. Era un Bruce Lee pintado en un anuncio bastante grande mostrando sus músculos y su airada mirada. Abajo unas letras decían: “Rótulos the best of the best”.

Con esto mi inquietud se renovó. Comencé a pervertir los significados y las imágenes. Oía que Leo Dan le cantaba a Alicia (y no a Celia). Imaginaba que Godard, entrando a un estudio con un peine en la mano, señalaba el rótulo, en el que Bruce Lee tenía la cara de Dennis Martínez. Y en ese relajo de la imaginación todos estábamos seguros que la fuente nueva era un test, una encuesta de agua y una encuesta absurda. Pero ninguno estaba seguro del sentido de ese test.

Encontré la Nueva poesía nicaragüense, por fin, en la Biblioteca del Banco Central. El libro está a estas alturas bastante maltratado. Y será difícil de reponer.

lunes, mayo 21, 2007

Guater de la frontera

Aquí a este guater llegan los nicas sumisos y tumefactos a cagar en sobresaltos. Pero en este servicio somos todo ojos, somos el subterráneo de la baticueva de batman. Y los tubos del urinario son nuestro periscopio, y de las bombilllas apagadas se precipitan nuestra fija y única mirada. Aquí batimos tripas a los inocentes, amenazamos con cuchillos a los que cargan billeteras. Aquí hacemos pintas con mierda color oro y mierda color sangre, es nuestra paleta favorita. Ud. que se sienta ahora en el excusado y queda bajo nuestra mirada, descrea de la caligrafía del que trabajosamente alfabetizado mienta la madre. Tampoco interprete mal esta cita teológica en lapicero: Jn. 4-5., seguida del desfile de micos que comienzan con el más estilizado ángulo y terminan en la más frutal curva pareada. No se atreva a palpar las paredes en busca de la textura, del pelo, de la hendidura para ver. Estamos en todas partes. Abajo, Ud. se ha fijado, hay un desfile de falos garabateados, que amenazan con cierto ritmo olímpico besar la línea de micos. Lo llamamos Sucedáneo del Escándalo. No es a masturbarse mirando garabatos que Ud. ha venido acá. A su derecha está la libreta de citas. Una muchacha se llama Maybelín y se comenta la abundancia de sus pelos en el sobaco (aunque algún purista a corregido con una d la l). Siga hacia arriba: hay algunas ahogadas acusaciones. Sienta la implosión al leer: ticos nacos. Recuerde cómo han muerto los cervantillos en el zoológico de San José, pero sea coherente. Ud. piensa de paso: …dejarse ganar por… Y Ud. en su pensamiento se llama Molécula, diríamos casi Molécula sin Cartera, porque lo hemos observado bien mientras miraba los pobrecitos árboles inmundos de Peñas Blancas. Y nosotros ya lo teníamos agarrado de las tripas secas donde Ud. carga todas las piedritas pómez del camino rural de su sueño de anoche. No. No es una alusión a los que han pasado por aquí con los intestinos cargados con bolsitas de coca y han venido secretamente a meterse el dedo de la manera menos viciosa. Nada más lejos de la verdad. Ud. no es de esos. Ud. a veces quisiera superar esta pesantez suya, por ejemplo encerrado en este guater de puercos, donde es un mero asco poner las nalgas. Aquí donde Ud. quizá garabatearía todos los vacíos de su existencia y sus desinencias, sueltos, sordos y en brama, asidos con virtud de raíces a cosas tan de este mundo. Aquí donde no hay duda que los apresurados han soltado orines, mierda, saliva y esperma, en ese orden (y ha faltado el agua). Tal vez alguien ha entrado aquí para aullar. Qué se aúlla, dice Ud., sino la lástima… Para ver si se hallaban un billete o un mirón confiado a quien expoliar, o para hacer una corta oración tan enredada que ni dios pudo acatar su sintaxis. Con mochilitas gastadas, blue jean luyidos, calzoncillos de elásticos estirados. Alguien, algún nica, respondió en inglés a quién sabe qué ruego: your mother. Ud. sabe que eso es intraducible, lo sabe advirtiendo a la musa porno del fondo. Se ha despojado de pelos en la cabeza y pelos en el pubis, pero todavía viaja por los urinarios con mirada distraída, mientras cuelga con exagerada liviandad su sexo de dos mitades. Los superdotados vienen aquí a conquistarla, pero ella no suelta su pañuelo. Ud. está tentado a escribir en la pared algo así como SU PAÑUELO MITOLÓGICO, hasta se busca el lápiz en la bolsa. No sabe dónde está el lápiz. Y encerrado en estas cuatro paredes del inodoro del fondo, comprende Ud. que ha salido de aquí sólo en sueños, como en una película que Ud. ahora recorre. La musa está ahí pegada a la pared, sin calzones. Ud. sostiene la cámara. Algo lo empuja hacia fuera, será el olor de la mierda que hace ahora su vecino de inodoro. Pasa Ud. los restaurantitos envueltos en manteca, cruza también varios años de su vida. Alguien susurra: yo creo y con eso basta. Ve Ud. a Marg posando con su vestido amarillo, refractaria al erotismo.

jueves, mayo 10, 2007

Y yo siempre llegaba

Está bien, sí tenía una crónica de Antigua.

1. La reunión casi con velas en aquella salita museográfica del hotel. Fui el único que tomó té y no café, y quedó en evidencia al no usar la escudilla.

2. La presentación, otra noche, de la octava o novena novela del joven académico. Tributario de la roman universitaria, se analizaba, en Austin (o era Standford) y su poca sangre indígena. Yo me preguntaba, no es haber terminado ya la Obra tener 7 u 8 (u 11) libros publicados?

3. Mi merodeo por las librerías del centro, en donde hace años conseguí la Obra de Cabrera el Infame (sólo 300,000 menciones en Google, y en virtual disminución!, eso se llama ser olvidado) y de Capote. Digo que adoro esta ciudad con sus brechas y heridas.

4. El extraño con que tarde... Nostalgias imperiales de los Estados Unidos... (sobre todo cuando Micheal Stipe dice que vendrá pronto septiembre, extraño la certeza de los libros ordenados y los trabajos del sol luchando con la sombra en mi rincón planetario)... Frutas en carritos que mitigan el calor.

5. El almuerzo solitario y depresivo (aquel aceite funéreo que dijera César), mientras en la TV de pantalla plana pasan un DVD con la videografía completa de ABBA. Hasta mañana te sabré esperar--rugía Agnetta--dime tú el lugar...

Y yo siempre llegaba a Antigua.