Mostrando entradas con la etiqueta diario íntimo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta diario íntimo. Mostrar todas las entradas

jueves, enero 18, 2024

Nocturno

 

Silencio de la noche, doloroso silencio

Pues me duele el hombro (la articulación algún hueso sin nombre)

Y el insomnio incluye hormigueos calambres y entumecimientos

Y nombres de actores y actrices que no puedo recordar

(tres nombres por película que cuento hasta dormir: o hasta no dormir y sin embargo

soñar). 

El reloj del teléfono ha dado ya las 3 y media y repaso

trechos desordenados de vida—viejos perros del vecindario que recuerdo por nombres:

Tarzán, León, Kaiser

Después duermo intermitentemente entre sueños y encomiendas de muertos—regreso a

Nicaragua, releo Crimen y Castigo, estoy en Sunrise (la película de Murnau)

y oh la aurora temprana junto a mi perrita Lili

la basura, el café, los huevos, los pomelos

y me meto en el día como si me metiera en el sueño

sábado, enero 29, 2022

La vida breve

Los escritores, las escritoras, suelen tener breve la vida. A los sesenta años, si han acumulado algún reconocimiento (y si han hecho la tarea) entran a la infancia. Cuando llegan a los veinte (es decir, los ochenta en los términos humanos) suelen haber muerto, y, si tienen suerte, ser objetos de culto.

Recuerdo que en los años 1980s, por ejemplo, Rulfo y Borges y Onetti eran celebridades en su luminosa y en apariencia interminable adolescencia. Entrevistados aquí o allá, sobre todo Borges. Pero diez años después eran vertiginosos sujetos de culto, de la memoria y tal vez del canon. Es cierto que Borges era mayorcito que los otros. Pero convivía, es un decir, entre otros octogenarios más o menos legendarios: José Coronel Urtecho, Luis Cardoza y Aragón, Dulce María Loynaz.

Si tomamos como referencia el año infausto de 1986 (año que muere Rulfo, en enero; que muere Borges, en junio), los del boom (los Vargas Llosa y Cía.) serían por entonces lo que los norteamericanos llaman toddlers, término que alude, según la sabia Wikipedia, a un “caminar inestable” propio de los niños de uno o dos años. Por entonces, en infancia sabia, a José Donoso le dio tiempo de separarse del boom, regresar a Santiago de Chile y fundar un taller literario (actividad que todo escritor debe emprender como muestra de plenitud). Alguien un poco más travieso, como García Márquez, decidió fundar una Escuela de Cine…

Algunos, los enfermos, los suicidas, deciden adelantar sus edades. Suerte de lanzamiento de dados a la eternidad. Pizarnik es coetánea de Vargas Llosa y muestra hoy mucha más vitalidad literaria y corporal que el peruano.

Cuando uno aprende a mirar por décadas (y comprende con eso que está viejo) se da cuenta que el mundo literario es como una vitrina. Los que están ahí, los octogenarios de esta época, son ya un rastro luminoso. Se ve también en la vitrina la algarabía de los que llegan, el ruido y el alboroto de las nuevas infancias. El tiempo pasado y el tiempo presente tal vez están en el tiempo futuro, decía aquel otro gran poeta que murió septuagenario aún, es decir, adolescente, en el año de 1965 (cuando el hoy septuagenario Mick Jagger cantaba su insatisfacción…). El tiempo pasado, sí quizá está en el tiempo futuro, aunque todo lo demás sea olvido.

miércoles, enero 05, 2022

Adán y Eva

Las hemorroides internas. Esa molestia en la boca

del ano. Sequedad de la hora y de la vida (lo que era

la vida).

 

Seguí escribiendo todo diciembre sobre Coronel

están ahí los libros ya raídos de cuando tenía veinte años

y marcaba con lápiz las entonaciones (esto por influencia de

Pedro Henríquez Ureña en su Gramática—la gramática a la

que me enviaba siempre mi padre).

 

Leía Los Parques y las focas, menos los parques más las focas

Los sexos de las focas más que los declives de superficie de

los parques. La androginia de la mujer que tenía un vocerrón

y entraba a la tienda, y fascinaba a través de los años.

Como a Eliot, nos ahogaban las sirenas.

 

Entre por el lado del sexo, llevaba mi costal de citas.

Acabé conversando de nuevo a la medianoche—en ese tipo de insomnio

que consiste en despertar en un lugar indeterminado de la madrugada, y teniendo como

regla de oro nunca consultar la hora ni prender el celular—sobre

la edad. La edad de oro, la diadema, el goce, y el tiempo, esa

edad de horo, en donde se superponen la hora y el oro, acercándose al horror.

 

Adán y Eva llegaban al parquecito, el edén. En una de las bancas

del parque disponían su instrumental de cartulina: la copa roja de

las papitas o french fries, el género de papel que envolvía la hamburguesa

marcado con el signo de McDonalds. El calor derretía el amarillo

del queso que se combinaba con el húmedo casi maternal y cálido de la grasa. 

Y, me olvidaba, de la bebida negra con popote, pajilla o carrillo. 

Estarás conmigo ahí en el Paraíso, dijo el hombre a la mujer distraída.

 

Luego en el insomnio, otra vez—ese tipo de insomnio que consiste en

despertar en cualquier edad perdida, se me hacía maquinal el resabido

No me tienes que dar por que te quiera. Espaciaba dos o tres no, antes

de continuar con el escandido verso. Y Borges: reconozco en mí la voz

de mi padre cuando escandía un verso. Un falso Borges.

 

Adán y Eva y los planetas hoy duermen lejos de la basura que los perros

vagabundos van sacando lentamente del depósito frágil verde y redondeado en los bordes.


domingo, diciembre 05, 2021

He dejado del lado varios sueños

He dejado de lado varios sueños para que se deslían.

Se agoten en sí mismos (sus rutas contrahechas) y sus personajes

Se topen con una imagen repetida, ya encallada

Traslúcida pero sometida

Al tiempo en las aguas del sueño

Oh proverbiales.

He dejado de viajar largamente por la costa central

De noche de día con puertos con lluvia

Sobre todo con neblina

Me cansé de los supuestos del sueño

De la filiación de la imagen

Del Pablo codificado que cae del caballo

Ay de tantos Caravaggios me he cansado

Y los he dejado mudos en mi cuaderno

Los perogrullos que agitan las colas como gusarapos.

sábado, noviembre 20, 2021

Viejos Mails

 

El mal poeta. Y escribe contra el poder. Rasguña.

El muerto. Vivo un instante en un viejo email que iba a considerar para la antología.

La muerta. El fin de semana repararía su prosa (qué fin de semana fue ese).

La enloquecida por dios encontrándose en el reggae de una noche granadina y argentina.

Cecilia en un mall distante de San Juan Puerto Rico diciendo adiós. El que odió y luego

adoró este árido campo cultural. Y decía, en otro email, este árido árido árido/ campo sin fin de las

 interminables filas de poetas. Y las voces de los jóvenes, los que por entonces

eran los jóvenes. El astuto que le respondía al necio. Hay que quemar al maestro, decía

Norberto en el desierto que era por entonces el centro

comercial Nejapa. El poeta que había

mencionado la palabra turca por vez primera en un poema.

 

Hay que hacerse unos epitafios, decía Prufrock.

 

Las noches estacionadas en el olor salado del sudor (el olor de Managua).

El futuro poeta suicida y en la otra página (la blanca página) el dedicado que se había

reconocido en el diario íntimo de Beltrán.

Y las clases de literatura en la UCA (si bien a los jesuitas nunca le interesó ni les interesa la literatura o 

que las clases

bajas lean nada de nada).

sábado, octubre 23, 2021

Recuerdos de mi abuelo o qué año largo el de los nueve años

 El terremoto de Managua (23 de diciembre de 1972), el terremoto de Carazo (6 de marzo de 1974), aunque de este último casi no hay recuerdos escritos. Yo tenía entre siete y nueve años entre ambos sismos. Contaré después lo qué paso en esos años de temblores.

Por el momento ya ha pasado ese tiempo de sismos, y estoy (estamos, mis hermanos, mis primas) en un patio grande, con cerco de plantas de color y cuajayotes, pero abierto a la calle. Mi abuelo está afilando un machete porque va a recortar el cerco, en el que, por cierto, había una especie de tobogán con un aire de pasaje secreto que bajaba a la calle empinada de la Pila Grande. Mi abuelo afila el machete y estoy observándolo profundamente. El sombrero viejo (no un sombrero de vestir, sino, más bien, de obrero agrícola), la escasa barba de varios días, algo áspera, su concentración al levantar la cabeza. En eso un pájaro caga el machete del abuelo. Dijo: carajo o carajito, o algo así? Media mañana, había dalias en el patio. Un excusado con gradas. Sombra tenue en partes del patio. Yo seguía observando. Tal vez a mi abuelo le gustaba que lo observara aunque no le dijera nada.

Hace un año quizá—vivíamos en otra casa—mi abuelo me explicó los rudimentos para resolver crucigramas. Era que yo lo observaba, cuando estaba sobrio y bañado y afeitado, tomar un lápiz diminuto, cruzar las piernas y ponerse a resolver el crucigrama. Él me explicó: horizontales, verticales, conceptos. Yo comprendí. Debe ser 1972 porque ya sé leer. También me explicó en qué consistía el malespín. Un juego lingüístico que había estado de moda en el país hacía varios años. Se permutaban varias letras (a por e, i por o, b por t) y se codificaban las palabras. De ahí viene el tuani que se usa todavía en Nicaragua (por bueno). Mi abuelo está ahí para señalarme los pasajes secretos del idioma.

Pero ese año de 1974 mi abuelo se enfermó. La última vez que lo vi, en un rincón de la casita de madera de mi bisabuela (su suegra), estaba envuelto con una frazada y temblaba por la fiebre. No me acerqué porque no quería observar a mi abuelo así (era el abuelo afeitado de los crucigramas). Y recordaba su expresión bajo el sol, bajo el sombrero, cuando pasaba el pájaro. El machete afilado. Mi hermano César era más valiente y sí fue a ver y saludar a mi abuelo. Yo solo escuchaba lo que contaban mis tías y mi madre. Delirium tremens o fiebres. Para peor ese año yo había prometido de manera solemne no faltar ni un solo día a clases.

Con el sismo de 1974 la Escuela General de San Martín sufrió daños severos, se cayó el techo, colapsaron quizá algunas paredes. El edificio no se podía seguir usando. Yo tenía tres amigos. Dos católicos y uno evangélico. A veces se peleaban porque Santiago (el santo del pueblo) no era en realidad otra cosa que un ídolo y cosas así. Yo por mi parte no pertenecía todavía a la teología de la liberación, pero era como que ya perteneciera (esto por la influencia de mi padre). Mi amigo evangélico me había amparado en segundo grado cuando me sentaba en las bancas de atrás (“los niños del último banco” decía Lorca) y había un compañero que me atormentaba. Pero la maestra me cambió de lugar, e hizo que mi compañero fuera, y en primera fila, mi amigo evangélico. Nos llevábamos bien. Y en tercer grado éramos cuatro amigos. Pero cuando entramos a cuarto grado, en 1974, vino el sismo que arrasó con la Escuela. Y tuvimos que asistir en turno vespertino a la Escuela Anexa, que tenía un mejor edificio y tiraba el aire de clase media. Así que yo salía de la casa a la una y media (en cuanto terminaba el cuento de Pancho Madrigal en Radio Corporación) y caminaba por la carretera hasta la Escuela Anexa. Y me gustaba tanto estar en la Escuela (ya fuera la vieja escuela que se dañó con el sismo o esta otra de aire más acomodado y en la que éramos alumnos allegados) que ese año de 1974, en cuarto grado, prometí no faltar ni un solo día. Esto hasta la tarde en que mi abuelo (era octubre) sufría su agonía y me devolví de la entrada de la Escuela. Único día de ausencia.

viernes, septiembre 24, 2021

Teología de la liberación

 Continuación de las Reflexiones

Mi padre creía que solo había dos alternativas. O una revolución que le diera poder a la burguesía y consagrara una suerte de nacionalismo burgués, como había pasado en México, u otra que siguiera la pauta radical de la revolución cubana y anulara a la burguesía por medio de una rápida apropiación de recursos por parte del Estado.

De lo que no había dudas era que la revolución vendría. Si esto va a ser como México, hay que apoyarlo de todas maneras. Pero el modelo ideal es Cuba.

Quizá los años 70s fueron una larga espera y estuve sentado en diversas poses, en entradas de diferentes casas (unas más pobres que otras), viviendo la infancia y esperando la revolución. Me distraía del tema principal (la llegada de la revolución) y esa distracción era vivir: Papillon, la Sociología del materialismo, la radio, la TV.

Sentado sin hablar, como correspondía. No eran temas que se hablaran de manera ordenada o sistemática. Nos gustaba el cine, nos comunicábamos por imágenes y gestos significativos. La revolución era asunto del sentido común o si se quiere algo íntimo, nunca algo exógeno o venido de otra parte, mucho menos un dicharacho. México o Cuba.

Por una parte, compartimentación, por otra parte, silencio natural.

Un hombre saludo a mi padre cerca de la gasolinera Shell. Usaba una boina, tenía los labios gruesos, los dientes grandes. Mi padre reticente le aclaró a mi madre, cuando el hombre ya se alejaba, que era un “oreja”. No había que hablar mucho. Las cosas suceden y se ofrecen a la interpretación por sí mismas.

Vivíamos en 1978 junto a una Iglesia pentecostal (es decir una casa común que había sido reconvertida en lugar de culto). Nos acostumbramos a las prácticas teológicas de aquella gente: el entusiasmo pop de las canciones (los “coritos”), las secuencias del hablar en lenguas, los procesos expulsión de demonios. Los fieles eran gente del barrio y caminaban en santidad todo lo que podían (cuando no pasaban semanas o años de vuelta “en el mundo”). La pastora era una mujer puertorriqueña que quería convencer a mi padre de asistir alguna vez al culto. Estaba una vez ella renovándole la invitación cuando él le aclaró determinante: “creo en la teología de la liberación. Desde ese día también yo creí en la teología de la liberación. Esas cosas determinantes se aprenden así.


sábado, septiembre 04, 2021

Biblos

 



Ordeno la biblioteca, siento la desfamiliarización, lo Unheimlich

los autores muertos que se escuchan con los ojos, 

la pesantez e inutilidad de lo material, la metáfora 

que alude a página y excremento, la bazofia publicada, 

la meditación sobre para qué tanto libro, 

un deseo casi casto por lo virtual

(el espacio que ahorraría con una biblioteca de puros PDFs), 

la culpa por el tiempo que se acumula en una biblioteca, 

y el autor menor

 (¡yo mismo!)

 que queda atrapado entre dos autores canónicos, 

el Pajarito entre las dos Bestias


feb/2021

 

domingo, agosto 29, 2021

Reflexiones imaginativas sobre mi padre

 

“como mi padre ya he muerto, y como mi madre vivo todavía y voy haciéndome viejo” (Ecce Homo 29)

 

En 1969 mi padre tenía treinta años. Era maestro de primaria en la escuela rural de Güisquiliapa y estudiante de periodismo en la Universidad Nacional (la UNAN). Un hombre, en este caso mi padre, modela el alma del hijo, con gracia, con humor, y quizá de eso trata este escrito. Pero el hijo es quien observa. No se observa si no desde la simbiosis con los otros. Por entonces yo soy uno solo con mi madre, con mis hermanos, mis tías y tíos (podría extender ese Universo a la casa, la familia, el barrio).

Vivíamos en una casa grande, alquilada, con corredor, con jardín. Creo que el efecto del boom económico del somocismo de los años cincuenta había modelado el destino de mis padres. Habían estudiado en la Escuela Normal y se habían hecho maestros. Podían pagar con sus salarios el alquiler de aquella casa (mucho más grande en mis recuerdos, seguramente, de lo que fue en la realidad).

Mi padre fue el primero de sus hermanos y hermanas que fue a la Universidad. Años atrás, caminando junto a su madre por veredas entre los pueblos de Masatepe y Nandasmo, le prometió que iba a ser bachiller (es decir, terminar la secundaria). No sé si mi abuela Ana tomó en serio aquella promesa pedagógica. En el tiempo que recuerdo mi abuela había muerto hacía ya diez años.

Ahora lo estoy viendo acomodar los libros, o quizá es que ha descubierto que los ratones anidaron entre sus libros, y está sacando la suciedad y reacomodando su biblioteca construida con cuatro ladrillos y dos tablas. Él no lo sabe, pero al ordenar esos libros también está acomodando mi destino: libros universitarios, Universidad Nacional. (No sabe que es un joven de treinta años visto desde los ojos de un hijo suyo mucho más viejo.)

Aparte de una Biblia Reina Valera, y de un Quijote ilustrado, los libros que colecciona responden a cursos que seguramente fue tomando en la Universidad y que están marcados a veces con el sello de la Librería Universitaria (un buhito sabio). Sobresalen los libros de periodismo, pero tiempo después voy comprendiendo que recibió cursos de psicología (hay libros de psicoanálisis, Adler o cosas así), de preceptiva literaria (el Breviario La poesía de Johannes Pfeiffer y la primera edición de Historia de un deicidio) y de marxismo (La Sociología del materialismo de Leoncio Basbaum). La primera novela de García Márquez que leí (leímos, con mis hermanos): La mala hora.

Pero en ese tiempo no me fascinan estos libros ni sé sus títulos ni entiendo sus órdenes secretos. Me impresionan más los aparatos que él lleva a la casa. Por sus prácticas de fotografía o de periodismo radial, carga con cámaras (una cámara antigua, cuadrada, con el visor en la parte superior que usó en una visita a las ruinas de León) y grabadoras. Pero lo más trascendental es una pequeña máquina de escribir de la que alcanzo a ver claramente los tipos Courier, la cinta bicolor, la mancha ocasional sobre la hoja. Esa ya era suya, y la compró quizá ese mismo año. Cuando por fin afiance un poco mi valentía—luego de un paseo escolar al Gran Lago, al que él me acompañó—voy a intentar una primera línea literaria en aquella máquina de escribir (esto ya debe ser 1972). Por supuesto, es algo sobre el Lago. Todavía veo el gozo y la ternura en los ojos de aquel joven por aquella decisión del hijo. Por eso decía que un padre modela el alma del hijo con gracia y con humor.

lunes, agosto 23, 2021

Una sola ave marina

 Fuimos en la tarde a ver de nuevo el mar. Se había retirado la marea y hacía un espectáculo de destrucción, almejas y calamares abandonados, mientras los patos y gaviotas cazaban.          

                     El agua que quedaba entre las piedras reflejaba el cielo, y se podía caminar sobre el agua viendo ese reflejo. 

                    Tarde nublada y algo fresca, pero con el caminar vamos entrando en calor. Mañana volver. 

No deja de estar melancólico el corazón y expectante el cuerpo.

La marea bien retirada, el mar terapéutico y los signos de la destrucción

Una sola ave marina atada a su destino picotea el corazón del calamar

Dice algo ideal y memorable de todos los O J O S puestos en el libro.


Algarrobo, feb 2018

viernes, abril 30, 2021

Vertiente

 

Todo se desmorona. Entro a una lectura

Del sí mismo pero obviada por

La repetición. Aparece

Un nombre que embeleso con los ojos

Anudo con la lengua

Es masticar de quijotes y un cartel de carretera

En que se han exagerado los pasteles.

Es exceso de sombra

Catálogo en que busco apuradamente

Mi nombre y otros nombres y todos.

Todo se desmorona, la armazón

De los días, su recurrencia

Y su naturaleza de vertiente.

viernes, enero 08, 2021

Más sueños

 

Diciembre

Sueño que estoy haciendo una clase sobre Residencia en la tierra. Mi ancla es uno de los poemas, más probablemente “Galope muerto” pero en mi retórica el poema suena expresivo, “como nuevo”, se podría decir en tono de comercial. La clase me llena de algo parecido al gozo.

12 de diciembre

Soñé hoy de madrugada con Love Streams, yo era, a la vez, protagonista y espectador. Era una especie de aspiración (ser ese hombre sofisticado) y una suerte de análisis (hombre sofisticado de sexualidad hedonista). Me desperté e hice mentalmente la lista de mis películas favoritas etc. Andrei Rubliov, Greed, Lost Highway? o, más bien, Cabeza de borrador?


Alguien lee en un sueño el siguiente texto:

Hagan algo con los chascarrillos macondianos

Que prodiga Sergio

Es el horizonte a destruir por cualquier prosista que se crea tal

Discútanlo en la próxima tertulia

TERTULIA=TORTURA

El macondismo envejeció en 1973 al pie

de La Moneda

Desarmen el mito de la barbarie y de la civilización

El hecho de que escribir sea un oficio burgués en Nicaragua

No faculta a tal extremismo clasista /y sin Facultad

 

Toda una revolución para desembocar en este oficio burgués y de salón

Detengan los chascarrillos


14 de diciembre

Soñé que en la calle Francisco de Villagra con Irarrázaval (donde hay una gasolinera) había en realidad una capilla desde la que despachaban apuradamente varios entierros. Uno de ellos era el de mi padre, yo me apuraba, algo conmovido, para alcanzar el cortejo.

18 de diciembre

Soñé que quedaba de encontrarnos en el Instituto (el García Vado) con O. y otro compañero de secundaria que no logro identificar, Alguien Elusivo (¿un muerto?). Uno de ellos llega acompañado por un perro. El encuentro no es muy entusiasta, más bien quieto o desganado. Entramos al Instituto, pero inmediatamente mis compañeros se pierden. Recorro el lugar, veo a niños pequeños sometidos a la disciplina escolar, y algún que otro conocido, pero mis compañeros se han ido.

Alguien lee en un sueño el siguiente texto:

NUNCA SALIMOS DE PARÍS

Los poetas latinoamericanos o son mallarmeanos o son whitmanianos

Están reescribiendo permanentemente o bien Prosas profanas o Cantos de Vida y Esperanza

Parisinos o americanistas y con frecuencia más bien mestizos, cruzas de París y tierras lejanas.  Uno puede decir cómodamente:

Juan Luis Martínez ese Mallarmé porteño, Raúl Zurita ese Neruda del desierto.

Son exageraciones con aire de verdad.


miércoles, octubre 21, 2020

Otro sueño con Managua

 Soñé que estaba con María en la oficina de Somoza Debayle porque necesitábamos alguna “firma todopoderosa” [en la “Canción de cuna sin música” Carlos Martínez Rivas se refiere a la Loma—Casa Presidencial—como fuente de esa firma todopoderosa]. Esperamos un rato y yo observaba la tranquilidad, convencionalidad y sosiego de los empleados (sosiego que, sentía yo, se acabará pronto cuando todo esto se derrumbe). Ese último pensamiento me hace suponer que el tiempo histórico es 1978. Sin embargo, cuando salimos a la calle, a buscar transporte para Jinotepe, es más bien un poco antes del terremoto de 1972. Lo advierto en la tienda de música por la que cruzamos: álbumes de Los Beatles y otros músicos rock (¿Van Morrison?). Alguien compra, por otra parte, discos compactos (“solo duran seis años” advierte el vendedor), lo cual introduce un nuevo dato anacrónico. (Una vez, regresando de Matagalpa, compré en el Roberto Huembes, en efecto, un disco de los Beatles. No tenía portada, pero equivalía al disco 2 del “álbum rojo”. Quizá por eso mi recuerdo está tan fisurado, como diría un crítico cultural. Porque está intervenido por recuerdos de varias épocas.) El sueño termina en la expectativa de cómo volveremos. Yo me imagino que volveremos en uno de esos taxis interlocales grandes que había antes, un Chevrolet antiguo que aquí funcionaban para llevar siete pasajeros por viaje. En el sueño me esfuerzo en poner mi poco saber sobre una Managua de antaño.  En el sueño soy, en cierto sentido, mi padre en los años 70s tratando de entender el mundo.

miércoles, octubre 07, 2020

Once

 Hace 11 años llegué a Chile. Antes del día de la partida, por varios meses, vértigo de semanas y días contados y pesados, viví el duelo de dejar el país. Ni siquiera el país: de dejar a la familia. Una realidad compuesta por mis propios recuerdos y los recuerdos heredados. (Recuerdos de mi abuelo o mi bisabuela, por ejemplo.)

Como era un viaje dentro de la adultez y la burocracia, era también un viaje con cierto horizonte desesperanzado. ¿Recuerda, Ud., El astillero? El Larsen burócrata que llega para sepultar un pasado. Pero, en fin, quería recordar lo que dolió, y tanto, separarse, no obstante que las formas eran otras: tenía que irme, allá iba tener trabajo, quizá reconocimiento, un mejor futuro para mis hijos. El mundo ahora era una aldea que podía cruzarse así o asá. La Sudamérica cosmopolita. El Chile creciente.

 Había aceptado mi destino permanente de irme. Los recuerdos heredados: mi padre entró a estudiar periodismo a finales de los 60s, en la Universidad Nacional. Eso lo hizo terminar adquiriendo libros, grabadoras, cámaras, y, sobre todo, una máquina de escribir. Ahí estaba condensada mi salida del país (y de la comunidad de recuerdos heredados, de los que tampoco puedo librarme). El cadáver de aquella máquina de escribir y la tumba de mi padre en Nicaragua son los puntos lógicos de mi estructura narrativa.

(También se puede ir para atrás en este mismo blog. Por ejemplo, la anotación en que anunciaba: Me voy de vez en cuando a algún lugar  o aquella en que conmemoraba un cuarto aniversario.)

lunes, agosto 31, 2020

De perfil

 

He pasado ya 56 veces por este mismo día.

Ni el cuerpo ni la ideología encuentran nunca un fin,

El arte está en la cola del barrilete muchas veces.

Lo que apacigua el sueño lo prende el mar,

lo que el bulbo nocturno y subrepticio, el recuerdo lo enciende.

Ya la mitad de mí se perdió en tu memoria. Es buena edad.

Cuando caigo dormido en la silla es a mi padre a quien estoy hablando.

La gama masculina pasa por un arroyo, por un pecho.

Ya deletreo, madre y maestra. La sal penetra el reino de la dalia.

La masa hiere la lengua. Ahora cada año

Viene con un expediente. 

Así el arbusto sofisticado con su fruto indistinguible.

domingo, diciembre 30, 2018

Shut up already damn

Mi hijo adora los payasos.

En realidad les teme.

En realidad tengo dos hijos.

El menor adora los payasos como yo podría decir que adoro los fantasmas.

Adora los cometas.

Los cometas y disfraces, las máscaras.

La experiencia más repetida de mi vida es que me reclaman que hablo muy poco.

A veces revoloteo alrededor de mi hijo sin decir nada. Nada de nada acariciando la nada, en la mañana transparente del sábado. Pongo mi brazo en su cabeza, su hombro, trato de ver el mismo cometa. Entonces recuerdo que tengo dos hijos.

Decidí poner en sus ojos la tierra baldía, una foto fragmentaria.

Uno fotografía su calcetín, el otro su propia figura corriendo en el tiempo.

Por suerte para mis hijos hablo demasiado.

martes, agosto 21, 2018

Ha vuelto


Ha vuelto la poesía comprometida

Se pusieron de moda las máscaras y las pelucas

Sergio prologará la antología

El porte Bianca Yaguer en los oscuros

Anteojos para tomar el sol por asalto

Ha vuelto la poesía comprometida

Cualquier páramo es un espacio de combate

Se ha llenado de nombres propios la prosa baldía

La litera turba a los paseantes, turistas

Del cero tal al cual en Granada

Se casa la poesía comprometida

Runaway lover la llaman los crepúsculos

Al tiempo que Madonna cumple 60

Ha vuelto la poesía comprometida

La diva con el cardenal en la pierna subastada

El cardenal irradia como en aquello de Alfonso

Reyes, su querida sombra, su embeleso

Ha vuelto de su féretro la poesía comprometida

Al igual que en el 73 Hernaldo canta la cancioncita

Ha vuelto el sociólogo marxista a jugar

Desmoche con el pornobudista

Todo porque ha vuelto

La poesía comprometida


martes, diciembre 12, 2017

Sin número

Te pregunto si creés que merecemos esta primavera

Aun cuando súbita debe ser merecida la primavera,

Brote que demarca un paisaje con su flor?

Veremos de nuevo la blancura sorprendente sobre el pasto

El Vlaminck del jacarandá y los cerezos--más soñados que vistos

El suspiro y la llegada de aquél pájaro nocturno con habilidades

Para huir y desaparecer.

Y estaremos en el silencio.


lunes, noviembre 27, 2017

Por horas la foto

Hasta que no me llamen a comer estaré ausente

Me perderé la hora de la muerte y el desenlace de la película

El hijo será un relámpago hecho de días de plumas de palabras lanzadas

Mi madre dirá que lee todos los días aquellas cartas viejas que envié desde la guerra

Qué tatuajes son esos, madre

El hijo del zapping existencial vaga esta noche manejando por una ciudad de Santiago oscura y olvidada

Alguna gramática dictan las calles sin embargo: esquina de las jarras de cerveza y de la enemistad disciplinada

Parece--o es--un principiante entre los libros de poemas

Entra a las librerías y a los cines en automático, poesías en forma de rosa o resúmenes candorosos y laicos de sus congéneres

De nuevo te crees de veinte, cincuentón hosco y ocre

Y se queda mirando por horas la foto de Blanca Varela

domingo, octubre 08, 2017

Crónicas aprendidas

Las arrugas
Las puertas de los vagones del metro que se abren y cierran van poniéndome frente a mi propia figura estación a estación, station to station. Estoy ahí de nuevo y no me queda más alternativa que verme en la sombra que entra con la puerta derecha que se junta a la otra. Corre la puerta y aparezco. Lo que veo sobre todo son las arrugas bajo los ojos. Marcas que se confunden con ojeras largas y se yuxtaponen a las más finas o más evidentes arrugas, las del esfuerzo de leer (nunca pude), las que quisieron ver conmigo lo inefable y no pudieron, las de los soles varios y hoy olvidados.
Sobre todo las marcas de las ojeras se están comiendo mi cara lentamente (pero no tan lento como yo quisiera). Y la puerta se cierra de nuevo y voy apareciendo entre esa gente desconocida que ahora no pueden menos que advertir mis arrugas.
Las atribuiría a la sabiduría si tan solo fuera sabio. “Estas arrugas mías, honor del trabajo y el esfuerzo”. Pero no siento ese entusiasmo. Pasa por mi mente menos que el supuesto honor reconciliatorio de la edad, el terror discreto de la decadencia. Comprendo a los hombres que van al matadero de la cirugía estética y se recomponen los pómulos y se dan a estirar las bolsas de los ojos. O se inyectan venenos reconstitutivos.
Comprendo, en fin, la urgencia de la máscara.

Los hijos contenidos
Tengo nostalgia de mis dos hijos en edades entre los 9 meses y los 4 años más o menos. Cuando podía sin mucho esfuerzo controlarlos físicamente, detenerlos, cargarlos, llevarlos o traerlos; mentirles con total impunidad. Ángel era más rebelde y tenso, un desafío, casi un acertijo. Samuel, dócil y confiado: yo podía leer, casi un virtuoso, la expresión mínima de sus manos.
Por eso no puedo dejar de ver con ternura a cualquier niño en esas edades. Un automatismo me hace comprenderlos, y entender la posible relación con el padre.
La temporalidad del sentimiento es complicada: ellos, mis hijos, están aquí cerca, más o menos crecidos. El truco es que  el aura de aquellas edades fabulosas los persigue, o yo soy el secuaz que me ocupo de reinstalarlas una y otra vez.
Único juego favorito.

La biblioteca
Si cuando me casé me hubiera llevado todos los libros. Había ahí libros de adolescencia, marcados por la revolución, mascados por la historia, entre ellos los libros que traje de Cuba.
Si cuando volví de Estados Unidos hubiera instalado todos los libros en una habitación solitaria y la hubiese llamado biblioteca. Si hubiera imaginado el Paraíso bajo la forma de una sola biblioteca.
(Cuando me fui a Pittsburgh llevaba, como siempre, algunos amuletos: los Seis ensayos de don Pedro, el libro de Lukács sobre realismo crítico, un libro de Retamar y una Mímesis edición cubana. Mi biblioteca fueron esos amuletos llevados provisionalmente a algún lugar: como testimonio o defensa.)
Si yendo a Chile hubiera cargado todos los libros. Para, también provisionalmente, defenderme de las turbulencias del vuelo. Qué bella biblioteca hubiera sido.

Libros perdidos o apolillados en habitaciones disímiles y geográficamente distantes. Esa fue mi biblioteca.