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martes, enero 05, 2016

Del nombre

Al parecer Luis Cardoza y Aragón se puso el y que separó para siempre sus apellidos, mientras viajaba por Europa. Antes de ese resabio "de abolengo" (Ver Rodríguez Cascante, nota 4) fue más comunmente Luis Felipe Cardoza.

El nombre de pluma señala en su caso, además, la llegada plena de la juventud, de la literatura, del cosmopolitismo y de la estética vanguardista. La y era quizá no solamente resabio de clase, sino también partícula lustral.

Como se sabe la genealogía de nombres cambiados, máscaras onomásticas, partículas sintácticas de ocultamientos, alteraciones más o menos drásticas de nombres originales (si es que existe tal cosa), tiene cierta frecuencia entre hispanoamericanos. Es el caso del famoso seudónimo de Félix García, uno entre otros: Rubén Darío. (Para no decir nada de Neruda, Mistral, de Rokha).

Todos nombres con aspiraciones tribunales. (Es el poeta Carlos Martínez Rivas quien convierte tribunal en un adjetivo cuando nota cómo la cultura erige un pasado momíficado, en culto. Por cierto, en su caso el segundo apellido, Rivas--como en otros casos famosos: el Lorca o el Márquez--invitan a la distinción.)

¿Por que Bolaño no devino Belano a tiempo? ¡Se habría librado del fantasma del otro Roberto G. Bolaños, cuyo nombre tribunal todos hemos repetido!

En El mensajero (pág. 79), Fernando Vallejo hace como que pregunta por un nombre:
"Se llama Paz, dizque Octavio Paz... ¿En qué cabecita hueca cabe ponerse semejante seudónimo..."
 Para Vallejo, que no por nada escribe la biografía de Barba Jacob, conocido también como Ricardo Arenales y como Miguel Osorio, entre otros, ya el nombre (es decir, el seudónimo) implica una estética.

En el "Arte de injuriar" Borges advertía cómo "las lesiones hechas al nombre caen sobre el poseedor" o por el contrario cómo un partícula introducida en el nombre puede alterar destinos enteros.

lunes, mayo 11, 2015

Centroamérica Cuesta

La próxima semana se celebra en Managua un encuentro de narradores llamado Centroamérica Cuenta.

A mí me dio por parodiar el título: se debería llamar Centroamérica Cuesta. No por mala sangre, sino por buscar el lado irónico del asunto, si es que lo tiene.

Nadie que decida dedicarse a las letras en aquellas tierras (y cuando digo letras no me refiero únicamente al intento de profesionalizarse como escritor, sino también en otros bordes de la escritura: crítica, teoría, historia) dejará de sentir que, en efecto, Centroamérica Cuesta.

Nadie que decida proponer una perspectiva regional, es decir, centroamericana, dejará de enfrentarse con los chacales (son un símbolo palpable y fiero): los localismos, los desconocimientos, la falta de archivos y bibliotecas, el caudillismo cultural, las distancias.

Por lo general, Centroamérica es un anaquel en una perdida biblioteca (digamos, por poner un ejemplo, la de don Rafael Heliodoro Valle o la de Ernesto Mejía Sánchez) y con una casi imaginaria bibliografía elaborada a tientos, y, por la falta de interés, entregada al olvido. (Eso fue el siglo XX, y estamos en el XXI, podría responder alguien optimista. Lo que no le quita nada al deber de pensar qué tan significativos han sido los cambios en ambos siglos.)

(Alguien podría lamentar también la falta de glamour de esa Biblioteca Centroamericana que no revivirá por virtud del mercado editorial, como podría pensarse.)

¿Cuánta consciencia tenemos de la lógica de olvido que se cierne sobre lo centroamericano, en este caso tomado únicamente como archivo regional,y sin querer significar las diversas dificultades políticas, sociales y culturales de la región?


jueves, marzo 05, 2015

Pavel, pelumbre, gimnasia

Es fácil. Escoja aquellos intelectuales que Ud. no quisiera ser.

Claro hablamos de intelectuales nacionales. Mientras más ecuestres y equinos peor.

El artero calculador. El güegüense que le baila. Todo dariano que haya estado

En el centenario (1967). Aquel que dice que el campesino habla como los pájaros.

Todos los lamentables hijos de

Su casa.

Ud. se preguntará: y la técnica? cómo hago yo?

Pero eso son fuerzas productivas.

Lo fundamental (la Gran Sombra que Ud. juzgará) es el Fantasma de la Boina.

Déjese de la Gran Pendejada de las Generaciones. Cuando los jóvenes recapitulan

Sobre las mismas figuras (en aquella hora de los serviles)

Sea fiel a su deseo.

miércoles, noviembre 26, 2014

Autoritarismo, totalitarismo, notabilismo

En varias entradas de este blog me he referido a la cuestión de la universidad y los notables, dentro del contexto específico de Nicaragua.

Recientemente, Andrés Pérez Baltodano afirma, en el semanario Confidencial,que la falta de autonomía de la Universidad nacional (la UNAN) se debe a que, a diferencia del somocismo que era únicamente autoritario, el gobierno sandinista actual es totalitario, y un régimen totalitario no puede convivir con notables del estilo de Carlos Tunnerman et. al.

O sea que, punto a favor para el horroroso somocismo, es el florecimiento de lo que en otra entrada llamé la versión floral del caudillo, que es ese notable heredero por clase como tribuno, daríísta amateur y escribidor autoritario (y totalitario) de lo nacional. (Véase, en 1967, las espléndidas fiestas darianas que organizó el somocismo con abundante venia de notables.)

Gracias a la revolución se vio bien, sin embargo, la poca fe universitaria que tuvieron esos notables cuando llegó el turno de gobernar. Se acordaron poco de la autonomía, fueron al estado y al gobierno, de hecho abandonaron la universidad, para reafirmar su notabilismo, el que reclaman y reclamarán para siempre.

Al parecer les importó poco el espíritu de la autonomía que había impulsado Fiallos. El candidateo político, su función como "analístas" (en realidad ideólogos de la derecha divina) y su todología letrada son marcas evidentes de la "totalidad" nacional a la que pretenden servir.

El notabilismo es un tipo de autoritarismo que corresponde a una sociedad poco democrática en que de hecho la Universidad no resulta necesaria como espacio de debate ideológico y político, de expasión y democratización de los saberes y de movilidad social.

Los notables solo requieren la Universidad y su autonomía en cuanto los reafirma, como eco narcisista, en sus labores heredadas.

No son víctimas sino entes activos de la ausencia de autonomía universitaria.


jueves, agosto 18, 2011

Paz de estos desiertos

Hay ese otro migrante entalcado y romo.

Romomejicano, rosaperuano, perrunoparisino, húmedoquebec-qué-meves.

El que también allí amó a una mujer terrible.

El letrado lateral.

El que visitó a Reyes y Reyes le dijo que pactara.

El que fue a Colombia a pactar con la ciudad letrada
(la de verdá).

El que se encontró con la llama ahora hedionda a cold-cream en un declive de L.A.

Esos no eran como vos lumpen de la academia.

Esos no eran como vos Mr. Exilio Interior.

El que orinó en una esquina de Granada el día del Festival
(ya sabemos cuál).

El anclado en Tapachula.

Ahora todos fotogénicos en una instantánea de Portbou.

lunes, marzo 30, 2009

Ante la fractura

La articulación nacionalista letrada como una red de a/filiación (Said) y de creatividad.

Padres e hijos / hijas en una constante labor de creación (y coerción).

Paso subjetivo de la familia y la región a la nacionalidad (literaria).

Ritos de pasaje y redes sociales e intelectuales activas que reproducen estructuras de poder (patriarcal).

Naufragios.

Pero la reproducción es inconsciente.

Y vos (sí, vos) estás en la madeja.

lunes, octubre 22, 2007

Epistemología colonial según Pámuk

Los científicos coloniales tienen un ciclo de fe positivista.
"Ah, uno debería escribir solo lo que ha visto, lo que ha visto y experimentado, entonces yo también podría quizá ser un auténtico hombre de ciencia, como esos europeos, por ejemplo Darwin, qué gran tipo, pero por desgracia uno no puede llegar a nada en este apático Oriente"


Y otro ciclo en que creen en la pura sublimación de la ciencia.
"tenían razón al decirme que eran todo chiquilladas, te pido perdón, creer que contribuiría a la ciencia con un laboratorio de aficionados montado en casa no solo era un capricho infantil sino también una niñería provocada por no haber entendido lo sublime que es la ciencia"



En vez de una causalidad científica una melancolía colonial.

"Yo soy modesto, admito que los europeos lo han descubierto todo antes que nosotros y que lo han estudiado hasta el menor detalle. ¿No es una tontería volver a investigar y descubrir lo mismo?"


Se entroniza la ataraxia del científico colonizado.
"¡no hay nada nuevo bajo el sol!"

"el hombre es idéntico en cualquier sitio"


Pero esto no detiene la escritura y re-escritura de la Enciclopedia.
"vendrán corriendo a mí, sí, a mí, para librarse lo antes posible de ese pánico, vendrán a mis libros, a mi enciclopedia en cuarenta y ocho volúmenes y comprenderán que lo auténticamente divino son esos tomos, soy yo"


Y la enciclopedia es una escritura para calibanes.
"a este pueblo imbécil tienes que contárselo todo de la forma más simple para que lo entienda, por eso me desespero intentando explicar esos descubrimientos científicos y coloco mis escritos, aquí y allá, refranes y dichos para que sos animales lo entiendan"


Los debates del científico colonial son batallas "radicales" por la autoridad sobre las autoridades europeas.
"Miras esos panfletos de Abdullah Cevdet, ¡qué tipo tan superficial, tan simple! Y, además, ha malinterpretado a De Passet y no ha leído a Bonnesance y, sobre todo, usa de manera equivocada la palabra fraternité"


El científico colonial sólo puede descubrir la ironía: Borges circundado por las ruinas del positivismo.

Citas de la novela La casa del silencio (1983) de Orhan Pámuk.

jueves, julio 26, 2007

Pulmones

De la corrección III
Los liberales de Nicaragua, Honduras, Costa Rica y El
Salvador
unieron Centroamérica en la lucha contra el gringo
Walker
y echaron sobre sí
todo el peso de la guerra.
Lo que a los conservadores les pareció pero muy bien.

(Roque Dalton, Las historias prohibidas...49)


No es cierto, querido Dalton. Fueron los liberales nicaragüenses los que trajeron a Walker. Fueron los conservadores los que quedaron gobernando después que Walker se fue, fundando lo que muchos de nuestros pensantes (incluido el embajador sandinista en Washington) llamarían quizá la primera "sociedad democrática" en la historia criolla, incluso primer gobierno de "sociedad civil" (continuado en 1990 por Chamorro), y conocido en la historiografía como los Treinta Años Conservadores.

Pero en un ambiente asfixiante de folklor y nacionalismo, en el país de novelistas como Belli et. al., es aire fresco respirar con el pulmón derecho de Asturias. Y en tierras del Coronel fundador, el Cuadra hispanocristianizador, el Cardenal izquierdodivinizador y el Chichí perpetuador, es oxígeno puro el pulmón izquierdo de Roque Dalton.

Así repaso "Viejuemierda", esa lección de historia intelectual, donde se ve al pobrecito de Masferrer cándido y en contexto que no termina:
Cogido por las corrientes culturales
de la desconcertada América Latina finisecular,
don Alberto anduvo para siempre en la onda de Domingo
Faustino Sarmiento
en eso de confundir a cada rato los pobres con los
bárbaros
asimiló la aflicción mundial de la burguesía que
produjo el reformismo
y se enmariguanó hasta la cacha con las misteriosas
filosofías orientales.
(ibid 103)

lunes, julio 16, 2007

Pavel medita mirando gotear en el patio de Benjamin Hall

Los chicos benjaminianos en un oscuro patio
En el aire mate
Ven caer una gota permanente
Que cala la textura de una copa de vino.

Ah esos chicos benjaminianos que soportaron
La madrugada mientras el monstruo supuraba
Y que tragaron el cereal a menos de diez Farenheit
Y pusieron de nuevo una a una las letras inútiles
En su sitio.

De Pavel Carías Todo lo que dijo

viernes, mayo 18, 2007

Notas en los márgenes de un volumen de Volpi

Jorge Volpi. El fin de la locura. (novela, Seix Barral, 2003)

La parte "biográfica" del postestructuralismo
Althusser hizo la parte trágica, estrangulando a su mujer en un ataque lunático. A Foucault le tocó el martirio, siendo uno de los ilustres muertos de SIDA. Barthes se conformó con la parte irónica, muriendo atropellado a su salida de la Sorbona. ¿La vida o Volpi dotan de argumento a la teoría a posteriori?

El quijote que leía
en vez de novelas de caballería, postestructuralismo.

Los latinoamericanos siempre estuvieron atrapados
en París. Siempre narraron a contrapelo, siempre necesitaron poner la conciencia en manos de la provincia francesa. La novela de Volpi (me gusta hacer un juego vallejiano con su nombre Vusco volver el golpe a Volpi) comienza con Lacan: es la explicación bajo los presupuestos pop de la terminología, objeto a, falo, etcétera. ¿Lecciones paralelas, allá lejos, de Puig y/o Cabrera el Infame? Moraleja: nunca escribas un manual de provincias sobre la provincia francesa, mejor expláyate en una novela.

Aníbal Quevedo no puede sino
escribir en palimpsesto. Lacan le ofrece el substrato, Barthes la forma literaria, Foucault la acción política (que es de lo que se trata en última instancia). Althusser (y me entusiasma ese rescate para la memoria postestructural) ofrece la parte trágica: es el Edipo sonámbulo que se saca los ojos.

Todo novelista debería ser
un poeta atemperado y distante.

No puede haber cultura
sin histrionismo. No se puede desenmascarar al subcomandante Marcos, o hacer de verdad el psicoanálisis de Fidel. Esas son labores blancas. El postestructuralismo (en el caso de Barthes de manera directa) es también un análisis de la moda (no sólo de moda), de la política y la moda.

jueves, mayo 17, 2007

Los poetas se han dedicado

"También en Nicaragua, convertida por un tal Somoza desde hace 25 años en pocilga infernal, los poetas se han dedicado a oscurecer su literatura para proteger al mandón."

Prólogo inédito de Pablo Neruda a "Retorno al Futuro" (1946) de Cardoza y Aragón.

También nota en Clarín.

martes, marzo 20, 2007

Para un genealogía del letrado subalterno

Darío, hablando de la educación en la España del 98, explica: "En los países menos civilizados, como en los más florecientes, ya se conoce lo que es el proletariado intelectual". (Obras completas, III, 281, negritas añadidas).

Idelver Avelar, hablando del resultado cultural de las dictaduras sudamericanas, en conexión con el predominio del neoliberalismo, dice a su vez: "Si la universidad liberal-populista pudo representar para las clases medias alguna esperanza realista de ascenso social e incorporación al sector letrado de las elites, la universidad de hoy día forma principalmente una especie impensable hace treinta años: el experto proletario". (Alegorías de la derrota, 113, negritas añadidas).

La especie era muy pensable y de mucho tiempo atrás: en las condiciones culturalmente miserables que permite la primera Restauración española (a partir de 1875), y que Darío critica refiriéndose a la carencia y el daño estructural del sistema educativo.

Como se sabe Franz Galich propuso, para los tiempos del reciente auge neoliberal, el término "subalterno letrado". Es obvia la secuencia genealógica de este letrado subalterno con el proletariado intelectual de Darío, y con el experto proletario de Avelar. En Galich se trata de una identificación gramsciana en tiempos de globalización. Su definición dice así:
"Consciente de lo subversivo del término (y lo aparentemente contradictorio), pienso que ante todo, es una actitud, consciente, de algunos intelectuales y escritores. Otros, por el contrario, no se dan cuenta de la realidad. O la ven muy clara pero prefieren hacer la del avestruz. Entonces, un subalterno letrado es aquel que se da cuenta que poseyendo un horizonte amplio de preparación académica o no, se ve impedido de lograr su realización plena creadora en su máxima capacidad. Este impedimento es producto, fundamentalmente, del atraso material (económico y científico-técnico) y la indolencia de los responsables de la dirección de las instituciones estatales y universitarias de los países víctimas del subdesarrollo.

El impedimento tiene formas concretas: la marginación y el silenciamiento, son algunas de estas prácticas que inducen a la formación del subalterno letrado. Hay otra, que es ominosa: el servilismo. Ambas conducen a lo mismo. Pero no son iguales".


De la misma manera, el contexto es significativo. Sus rasgos sobresalientes provienen del predominio de los programas neoliberales en el ámbito educativo reciente. Tal lo explica Galich en su artículo Desde el centro de la Periferia de la Periferia.

Concretamente,
"el país que llevó la peor parte del vendaval neoliberal, fue Nicaragua. Una de las áreas más afectadas por la tormenta fondomonetarista ha sido la educación (la universitaria en particular) y de ésta, las Humanidades. Se han desplazado de los pensums de estudios superiores casi todas las materias humanísticas, con excepción de contadas instituciones. Pero de todas ellas, la que ha sacado la peor parte ha sido la literatura.

Actualmente, de las 43 universidades y centros de estudios superiores ¡sólo una posee estudios de literatura! ¡En la tierra del jefe máximo del modernismo! Las políticas neoliberales hicieron que en poco menos de cinco años se desmontaran todas las estructuras de los estudios humanistas en general y de los literarios en particular".


¿Cuál es el espacio de lucha del experto proletario o subalterno letrado, si el desmontaje de sus espacios posibles es lo que caracteriza su propio contexto? Sabemos ahora que no basta con el hedonismo postmoderno, la condena abstracta de toda autoridad, o el cinismo tecnocrático que habla de "humanidades" sólo del diente al labio.

Otro problema contextual es el de la disimilitud entre este subalterno letrado y el subalterno sin más. Pero en cualquier caso la "ontologización" o esencialización de este subalterno "de verdad" no parece ser un camino: hay que verlo en conexión, intersección o, si se quiere, comunión. Porque los tres teóricos citados(Darío, Avelar y Galich) lo observarían a través del aparato educativo, como en una especie de convivencia contradictoria.

El contexto del subalterno letrado es bien concreto: la disolución del proyecto universal de universidad, el dominio de la universidad tecnocrática (Avelar 114). En este proyecto de universidad el sentido de las carreras humanísticas ha sido engullido por la rentabilidad.

miércoles, enero 24, 2007

Desesperación

En un recital de poesía más o menos reciente, una escritora nacional leyó un texto poemático en que citaba de manera histriónica a Foucault y Derrida, agitando la cabeza (pues el poema era sobre la desesperación que le provocaba tratar de entender a ambos divos del postestructuralismo). Este inesperado performance me pareció sintomático, y me hizo querer determinar los medios por los que alguien llega a desesperar.

Piénsese, por ejemplo, en las cosas que desesperan nuestro pensamiento, desde el punto de vista de la época. "Ya no hay fundamentos", "los metarrelatos no sirven", "no podemos hablar por los otros", etcétera. Desesperar es, según mi criterio, dar fundamento a la desesperación con base en una mala interpretación. (El caso de la poetisa es útil aquí: ella no había leído a los teóricos, simplemente les temía).

Por ejemplo, la famosa inoperancia de los metarrelatos, que parece derivarse de Lyotard, no es tan desesperada si se lee a Lyotard de manera un poco más cuidadosa. Es asunto de mala lectura, por ejemplo, trasladar el agotamiento de las fundamentaciones del saber a los fundamentos generales del creer. Si no, ni Lyotard mismo creería, como en realidad cree, que “una obra puede volverse moderna solamente si es en primer lugar postmoderna. El postmodernismo así entendido no es modernismo (vanguardismo) en su final sino en estado naciente, y este estado es constante”. (The Postmodern Condition 79).

He aquí una tunda de fundamentos llegados de París. En otras palabras el postmodernismo encarnaría, en las artes, aquella parte del vanguardismo que es disruptivo, dejando del lado esa parte del vanguardismo que encarna la desesperación (es decir, el escepticismo, cuando no el cinismo, y el acomodamiento a la lógica capitalista). Véase también cómo Lyotard pretende luchar contra el pesimismo provocado por la pérdida de legitimidad científica, y se propone un tipo de legitimidad no basada en la performatividad del sistema.

Otro ejemplo es eso de que ya no podemos hablar por los otros, y casi ni siquiera por nosotros mismos porque de alguna manera también (para usar un conclusión dariana) "somos otros" (intelectuales periféricos, o no-notables de la cultura nacional-estatal, o no firmados con Alfaguara u otra editorial de esas hermosas). Pero qué decir, por ejemplo, de estas frases de Deleuze interpretando a Foucault, (que ha venido a convertirse inopinadamente en el Santo Patrono de los que no quieren hablar por nada ni por nadie)? Dice Deleuze:

“Sí, es lógico que la filosofía moderna, que tan lejos ha llevado la crítica de la representación, rechace toda tentativa de hablar en lugar de otros. Cada vez que escuchamos eso de: “nadie puede negar que...”, sabemos que lo que viene después es una patraña o un eslogan. Incluso después de Mayo del 68, era normal que, por ejemplo, en un programa televisivo acerca de las cárceles, se hiciese hablar a todo el mundo –el juez, el vigilante, una visitante, un hombre de la calle–, a todo el mundo excepto a un preso o a un ex–presidiario. Hoy día eso se ha vuelto más difícil, y es una conquista del 68: que todo el mundo hable por cuenta propia. Ello vale también para el intelectual: Foucault decía que el intelectual ha dejado de ser universal para tornarse específico, es decir, que no habla ya en nombre de unos valores universales sino en función de su propia competencia y de su situación (Foucault consideraba que el cambio se había producido cuando los físicos protestaron contra la bomba atómica). Que los médicos no tengan derecho a hablar en nombre de los enfermos, pero que tengan el deber de hablar en cuanto médicos acerca de problemas políticos, jurídicos, industriales, ecológicos, tal es la necesidad de aquellos grupos que se anhelaban en el 68, grupos en los que, por ejemplo, se reunían médicos, enfermos y enfermeros. Grupos polifónicos. (…) Ahora bien, ¿qué quiere decir esto de hablar en nombre propio y no en nombre de otros? No se trata, evidentemente, de que cada cual se enfrente a su hora de la verdad, a sus Memorias o a su psicoanálisis, no se trata de la primera persona. Se trata de invocar las potencias impersonales, físicas y mentales con las que uno se confronta y contra las que se combate desde el momento en que se pretende alcanzar un objetivo del que no se toma conciencia más que en la lucha. En este sentido, el Ser mismo es una cuestión política.” (Conversaciones 143-144)

(Entre paréntesis: ¿nos conformaremos con firmar nuestros manifiestos en París, y con un dato entre elegíaco y epónimo referido al glorioso 68? ¿No es esta fijación “postestructural”, que preconiza la moda de París, un derivado modernista de esos por los que han (hemos) suspirado siempre los intelectuales periféricos? Por supuesto, no hay nada nacional ni propio, excepto el derecho al escepticismo.)

Y qué pensar de ese extremismo que desconoce las raíces "griegas" de la filosofía porque quiere colocarse más allá de Occidente? Lo dice Foucault hablando de Deleuze:

“[La actividad de Deleuze] es rigurosamente freudiana. No se dirige, con redoble de tambores, hacia el gran Rechazo de la filosofía occidental; subraya, como de pasada, las negligencias. Señala las interrupciones, las lagunas, los detalles no demasiado importantes que son los dejados a cuenta del discurso filosófico. Manifiesta con cuidado las omisiones apenas perceptibles, sabiendo que allí se desenvuelve el olvido desmesurado.” (Theatrum Philosophicum 17).

De manera parecida Derrida lee en Bataille un “hegelianismo sin reserva”. “Así pues—explica Derrida—, Bataille se ha tomado en serio a Hegel, y el saber absoluto. Y tomarse en serio un sistema así, Bataille lo sabía, implicaba la prohibición de extraer de él conceptos, o de manipular proposiciones aisladas suyas, conseguir efectos trasladando esos conceptos o proposiciones al elemento de un discurso que es extraño a estos.” (“De la economía restringida a la economía general”) Por cierto, desesperar no es tomarse en serio nada. Es puro fatalismo teórico y retórico (y poético, añadiría la poetisa mencionada al comienzo), puro efecto colateral de la globalización.

Se trata precisamente de encontrar esos puntos negligentes, esas interrupciones y lagunas, esos detalles poco importantes en los ídolos del postmodernismo y la teoría crítica: toda la serie parisina atrapada en su provincia. Me preguntas ahora que si no sería mejor dinamitarlos, o hacer lo que hace la mayor parte de nuestros delicados intelectuales que es ningunearlos?

Pero lo mejor es tomarles la palabra. Se trata de no desesperar y leerlos de manera escéptica.

Postdata: El defecto principal de esta anotación quizá sea su provincialismo, su referencia exclusiva a París. Mientras no haya habilidad de hacer una nota parecida, por ejemplo, sobre los estudios culturales en la genealogía que corona (quizá) Raymond Williams, no creo que al acto de "tomar la palabra" tenga sentido verdadero. Y digo "por ejemplo", porque quizá la lección básica de la provincia parisina sea esa de los "grupos polifónicos": una apertura que abarate el yo y resquebraje la monocultivo teórico.

jueves, enero 18, 2007

Más o menos a la izquierda

(Notas para una lectura de las vacaciones. Parcial.)

El programa de crítica postmoderna habla según los siguientes términos: “estos ensayos merecen el calificativo de bestiales porque arremeten a lo bestia contra premisas sagradas del humanismo contemporáneo, tales como el sujeto de conocimiento, el conocimiento mismo, la identidad, la moral, la misión del intelectual, la liberación, el progreso, la ciudadanía, el consenso, la realidad, la verdad, etc. (…) El término “bestial” denota, en suma, un proceder basado en un conjunto de saberes designables como las inhumanidades, a las que han contribuido las filosofías y teologías de la negatividad, el nihilismo, el postestructuralismo, el psicoanálisis, las ciencias del caos, las artes de vanguardia, los nuevos medios de la imagen, el sonido y la información, y otros acontecimientos de la cultura intelectual contemporánea” (Juan Duchesne Winter, Ciudadano insano: ensayos bestiales sobre cultura y literatura. San Juan: Ediciones Callejón, 2001, pp. 13-14).

Esta operación implica dos opciones políticas fundamentales: (1) reconocer el carácter (irreversiblemente) comercial(izable) de todo discurso crítico; (2) aceptar de manera (supuestamente) hedonista la anulación del papel del intelectual crítico. “El discurso crítico—dice Duchesne Winter—queda completamente operacionalizable hoy por el modo de producción hasta el punto en que el llamado intelectual crítico es viable sólo bajo la advocación de su fantasma”. (p. 18). Este fantasma no está hecho de nostalgia, sino que opera según el designio “de asumir la acción de la negatividad como modalidad de vida” (p. 19). Se trata, sin embargo, de un negativismo algo blando, o, por lo menos, encantado. El crítico perforará por medio de su recurrencia a la pose vanguardista un orificio de ingreso inopinado al antiguo campo de la literatura: “La literatura se asume en estos textos, no como “objeto de estudio”, sino como criadero de extrañas entidades del pensamiento y la imaginación. Es decir, la ficción literaria se asume como paisaje de experimentaciones”. (p. 14).

Pero, ¿es irreversible la circulación comercial de la crítica (su indistinción de las operaciones culturales bursátiles), y es orgiástica de verdad la desaparición del intelectual crítico? Las propuestas postmodernas de este estilo dicen muy poco del problema de la necesidad. Ven que la realidad es opaca, aseguran que las interpretaciones son heterogéneas, pero no miden la distancia entre realidad e interpretación. Prefieren “perderse” en las correspondencias (es Baudelaire uno de sus código fuente) que establecen los textos culturales y políticos. Renuncian, en realidad, a una labor que para Marx o Nietzsche era fundamental: establecer qué fuerzas mueven las interpretaciones, entender que necesidad opera tras de determinada hermenéutica.

Todo movimiento vanguardista nace por deseos de transformación social concreta. Aquel impulso es pronto reificado socialmente. Un ejemplo muy a propósito es el de la propia teoría literaria. Explica Said: “a finales de la década de 1960 la teoría literaria se presentaba a sí misma con nuevas reivindicaciones. Creo que no es inexacto decir que los orígenes intelectuales de la teoría literaria en Europa (tuvieron) carácter de insurrección. La universidad tradicional, la hegemonía del determinismo y el positivismo, la reificación del “humanismo” burgués ideológico, las rígidas fronteras entre especialidades académicas: todo ello constituía un conjunto de poderosas respuestas a todo aquello que vinculaba entre sí a los influyentes progenitores de los teóricos de la literatura de hoy día como Saussure, Lukács, Bataille, Lévi-Strauss, Freud, Nietzsche y Marx. La teoría se proponía a sí misma como una síntesis que invalidaba los mezquinos feudos en que se compartimentaba la producción intelectual, y como consecuencia de ello había de esperarse de forma manifiesta que todos los dominios de la actividad humana pudieran contemplarse, y vivirse, como una unidad.” (Edward W. Said. El mundo, el texto y el crítico. (1983). Barcelona: Debate, 2004. pp. 13-14)

Lo que provocó esta llegada de la teoría, es, paradójicamente, una ola anti-intervencionista, que se refugia en el texto: “La teoría literaria estadounidense de finales de la década de 1970 dejó de ser un atrevido movimiento intervencionista que atravesaba las fronteras de la especialización para replegarse en el laberinto de la “textualidad”, arrastrando consigo a los más recientes apóstoles de la revolucionaria textualidad europea—Derrida y Foucault—, cuya canonización y domesticación transatlántica parecían lamentablemente estar animando ellos mismos.” (p. 14).

Said trata de retomar la tesitura radical que debía, según él, mantener la crítica. Esto implica evitar la trampa de la formalización (y formulización) que funciona únicamente hacia dentro del propio sistema que defiende. Said quiere retomar la diferencia más allá de la lógica de reificación: “Si la crítica no es reductible ni a una doctrina ni a una posición política sobre una determinada cuestión, y si ha de estar en el mundo y al mismo tiempo ser consciente de sí, entonces su identidad es su diferencia de otras actividades culturales y de otros sistemas de pensamiento o de método. Con su sospecha hacia los conceptos totalizadores, su descontento ante los objetos reificados, su intolerancia hacia los gremios, los intereses particulares, los feudos imperializados y los hábitos mentales ortodoxos, la crítica es más ella misma y, si se puede permitir la paradoja, más distinta de sí misma en el momento en que empieza a convertirse en dogma organizado” (pp. 46-47).

Por supuesto, es fácil decir que ese lugar total en que la crítica se emancipa, no existe. Es menos fácil afirmar desde dentro de un discurso crítico que se está en el mundo, que se responde a cierta necesidad hermenéutica, y ser, a la vez autocrítico, reconocer unos límites políticos e ideológicos para el discurso propio. Es esta quizá la principal falla pedagógica del posmodernismo como programa crítico. En cambio, se elabora una teoría totalizante de lo fragmentario, acabando así idealmente (de manera idealista) con cualquier teoría del poder (uno de los epicentros del tan invocado trío Marx, Nietzsche, Freud); o elaborando una situacionalidad irónica y cínica de su propia participación en las redes de dominio. No menos dañina resulta la monopolaridad con que a veces actúa, lejos de reconocer que su propia teología no es el único camino de acceso a la verdad.

Particularmente en América Latina, no hay que despreciar, además, el componente geográfico que determina en mucho la posicionalidad más o menos izquierdista (visto que es el componente en última instancia socialista el que me interesa particularmente a mí) de los teóricos. Para una definición de primera mano, y esquemática en suma, hablaría de los países intervenidos y ubicados en el “traspatio” de los Estados Unidos, y cómo esta intervención constante ha modulado el interés de los discursos modernos o modernizantes. Más que los tratados de libre comercio es eso lo que une a países disímiles como Panamá, Cuba, República Dominicana, Guatemala o Nicaragua.

Duchesne es de nuevo útil aquí, por la agudeza con que plantea, limitándose a países clave del Caribe que la literatura “cubana vive el drama de tomarse demasiado en serio su historia nacional… A su vez…, la literatura dominicana se entretiene con la paradoja de una eminente insignificación histórica… Sin embargo, la literatura puertorriqueña asume la increíble frivolidad de la historia nacional como método creativo…” (20-21). Probablemente, en Nicaragua vivamos a la vez estas tres tesituras de manera esquizofrénica, todo gracias a la revolución sandinista, que activó a la vez el nacionalismo y el imperialismo. No hay postmodernismo sin revolución.

Una tesis probable sería, pues, que la posicionalidad geográfica (en donde opera la historia con hechos concretos: ingreso de los subalternos al escenario de lo nacional, intervencionismo imperial, incongruencias ideológicas de los intelectuales y el Estado, etc.) determina no la radicalidad de un programa crítico, sino su modulación política. En dependencia de que tan insignificante, frívola o dramática se considere la historia nacional, así se será más o menos “posmoderno”.

En dependencia de a dónde apunte tal selección, hacia donde se oriente el interés político (por ejemplo, evitando a toda costa un juicio crítico sobre el neoliberalismo; anulando la presencia imperial; reservando las críticas para el Estado, dejando intacta a la “ciudad letrada”; descubriendo el silencio pero no la actividad política de los grupos subalternos), se ubicará uno más o menos a la izquierda.

lunes, enero 15, 2007

Casos de Oligarquía (Plan para un libro)


“Estudia a los intelectuales periféricos
Ellos te enseñarán verás
cómo confunden filosofía y sociedad, análisis y creencia verás que
para ellos Freud es neurótico y Marx capitalista y Nietzsche nihilista.
Están preparándose para engendrar un Lenin.”
Pável Carías


Por los años sesenta del siglo XX, digamos, entra la clase media al escenario de la cultura nacional, y qué dice?: “el Museo de Cera de la Literatura Nacional” (Beltrán Morales); Ernesto Cardenal “es un disidente de su clase” (Iván Uriarte); “la cultura que alentó la clase dominante en Nicaragua hasta el 19 de julio de 1979 es un proyecto histórico fracasado” (Sergio Ramírez).

Las tres frases se entrelazan lógicamente: la cultura nacional es una ficción establecida por la oligarquía, de la que “el pueblo” ha recuperado voces magistrales (de ahí la necesidad de que Cardenal pase a la siguiente etapa, luego de su “disidencia de clase”). Este recupere se hace sobre la ruina del “proyecto histórico fracasado”.

Ahora vemos el cariz profundamente ideológico de aquella marcha triunfal de la clase media: exceptuando la turbulenta entrada al Museo de Cera, lo demás no se sostiene desde ninguna fe. Al contrario, remozar el museo, saldar cuentas con aquella “traición”, alentar el proyecto de la clase dominante, son tareas comunes y corrientes de los intelectuales en nuestros días. Fue toda una “generación traicionada” la que patrocinaba aquella entrada al Museo.

Sin embargo, no es observando “el cariz profundamente ideológico” de aquella tentativa clasemediera que se puede profundizar en los terrenos de los casos de oligarquía. Por desgracia, el esquematismo sigue dominando estos terrenos. Una reciente definición de oligarquía lo demuestra: “instrumento o voluntad de poder de la élite gobernante, dominante y dirigente” (Orlando Núñez, La oligarquía en Nicaragua, p. 33). Pero, esta “voluntad de poder” es interpretada de manera monista, y si es internalizada es solamente “desde abajo” (en los terrenos de las clases subordinadas) y como versión negativa, falsa conciencia, servidumbre.

Pero la oligarquía no funda un Museo de Cera porque sí, ni “traiciona a su clase” porque le da la gana, ni justifica “proyectos históricos fracasados” sólo por alarde. La “oligarquía” sólo puede lograr esas maniobras desde el ojo que la ve, que la ayuda a fundarse contemplándola: la clase media intelectual. (Por cierto, los “notables” no se han percatado de esta maniobra victoriosa.) Es la historia y el mundo (ese cuya analogía micro es la nación) el que se ha vuelto un Museo de Cera, y ese el gran descubrimiento de las generaciones de los 60s. Descubrimiento cuya sentimentalidad equivale a decir que es la clase media la única que puede sentir a la “oligarquía”, y sentirla sobre todo como un hecho cultural.

Lo que llamamos “oligarquía”, en su versión letrada, tiene varios impedimentos que distorsionan al mundo. Uno es su absoluta sordera para la música. Un día, en el patio del Colegio Centroamérica, están Coronel y Cardenal, ambos sordos para la música, escuchando a Carlos Martínez Rivas tocar y cantar un bolero de Agustín Lara. El secreto es que no pueden escuchar nada, ni el bolero ni la guitarra, que tienen que decir algo pero no pueden. Porque para lograr ese gusto “pop” avant la lettre se necesitan otros jugos sentimentales.

En resumen, la “oligarquía” puede hacer pintar primitivismos a la clase subordinada pero no puede adquirir un gusto “pop” por los Museos de Cera. A eso se reduce, según mi criterio, el pleito “revolucionario” por los talleres de poesía.

viernes, agosto 25, 2006

Todo sobre el "nihilismo clásico alemán"

Dice Quezada, en su reacción a mi crítica de su libro, que ese término es de escuela elemental. Pero, a saber, sólo aparece en tres autores: Freddy Quezada, José M. Ortíz Dominguez y Alberto Pinzon León.
Ortíz Dominguez pone en su bibliografía a Quezada (de manera que tal nihilismo pareciera prohijado, hasta aquí, por el nicaragüense), pero Pinzon León no menciona a Quezada.
Lo más curioso es que el esquema de las "tres fuentes" de la postmodernidad usados por Quezada (postestructuralismo, nihilismo clásico alemán y vanguardismo estético), son repetidas en el artículo de Pinzon León. Uno leyó al otro, y lo leyó de manera muy cercana.

Por ejemplo, dice Pinzon:

"2.1.2. Nihilismo Clásico Alemán

Son los discursos que hoy se están resignificando básicamente de tres autores: Nietzsche, Heidegger y Schopenhauer. A este último se le está rescatando su pesimismo y las constantes llamadas de alertas sobre el aspecto destructivo de la razón. Principio que retoma Teodoro Adorno, en su segundo momento como miembro de la Escuela de Frankfurt, para denunciar el carácter opresor de la razón instrumental que consideraba un sujeto con derecho a oprimir a su objeto (la naturaleza, la mujer, etc.) derivando este modelo como el principio opresor en la sociedad".
(On line: http://www.antroposmoderno.com/textos/Cioran.shtml)

Y responde Quezada:

"1.2 Nihilismo Clásico Alemán
Otra fuente del postmodernismo fueron las lecciones retomadas básicamente de tres autores: Nietzsche (2001), Heidegger (2003) y Schopenhauer. A este último se le rescató su pesimismo y las constantes llamadas de alertas sobre el aspecto destructivo de la razón. Principio que después rescató Teodoro W. Adorno, en su segundo momento como miembro de la Escuela de Frankfurt, para denunciar el carácter opresor de la razón instrumental que consideraba un sujeto con derecho a oprimir a su objeto (la naturaleza, la mujer, entre otros) derivando este modelo como el principio opresor en la sociedad". (El pensamiento contemporáneo pp. 27-28)

Cabe también la posibilidad que uno sea el seudónimo del otro (es decir, Pinzon no existe en sí, y es un seudónimo de Quezada), lo que confirmaría que el "nihilismo clásico alemán" es clasificación de data reciente, y que no tiene por qué ser condenada por falta de originalidad.

miércoles, agosto 23, 2006

Del diletantismo

En mi reciente crítica al libro de Freddy Quezada terminé diciendo que el rechazo del presente hacía pensar en el modernismo decimonónico. Poca sorpresa relativa me ha deparado por eso leer en la Introducción al libro de Marta Elena Casaús Arzú y Teresa García Giráldez, Las redes intelectuales centroamericanas, algunas características que podrían pasar hoy día por “postmodernas”.
“Un rasgo común de los intelectuales de esta generación finisecular era, como opinaba Félix Ortega, su diletantismo intelectual, entendiéndolo como determinados individuos que opinaban de muchos temas sin reglas, método o teoría apropiada. Generalmente eran escritores polifacéticos, que escribían y opinaban sobre cualquier cosa, en muchas ocasiones sin conocimiento de causa y mezclando a menudo literatura y ensayo; ensayo, poesía y filosofía; y todas estas disciplinas con el periodismo daban como resultado unas opiniones en muchos casos bastante superficiales, cuando no banales.” (Casaús y García 3).
Pero al voltear la página, una coincidencia más: el orientalismo, incluido Krishnamurti. Las autoras testimonian “el enorme impacto que produjo en todos ellos [los intelectuales centroamericanos] el conocimiento de Oriente y de las grandes doctrinas y filosofías hinduistas y teosóficas.” (4). Como sugieren las autoras esto produjo un principio de hibridez en las políticas intelectuales de los centroamericanos.
Quizá no deba sorprender, entonces, que los aparatos de la “postmodernidad” estén desembocando para algunos en el New Age. Ahí también desemboca la cultura de algunos antiguos intelectuales orgánicos (por ejemplo, la novelística de Gioconda Belli, tan proclive a las universalidades), y la política oficial del sandinismo.

viernes, agosto 04, 2006

El nacionalismo ¿es un proyecto fallido?

Aludo a las recientes declaraciones de Sergio Ramírez de que la revolución cubana ha sido "fallida".
A las trenzas epistemológicas, económicas y políticas del neoliberalismo, la globalización y la postmodernidad podría hacérsele tal cuestionamiento: porque en el fondo no es la revolución cubana, simplemente,la que puede verse desde un ángulo "fallido"; es toda la doctrina de autonomía, límites, soberanía y ciudadanía la que está en crisis. Y no necesariamente porque Fidel haya sido "infidel" a esa doctrina.
No más anunciada la enfermedad del comandante, y los cubanoamericanos de Miami celebraban en las calles. Esta es como oponer la blandenguería de las fronteras, a la doctrina férrea del nacionalismo. Pero hay que pensar el nacionalismo--y particularmente el de Fidel-- en un sentido postcolonial, en sentido estricto. Se creía que se descolonizaba por medio del nacionalismo. La otra versión es la subordinación estatal a un poder parecido al de la Unión Soviética. La pregunta es ahora cómo se descoloniza?
Cómo pensar que las peticiones de democracia de Bush encarnan una "dicción" democrática que proviene de un presidente democrático?
De manera que no es la revolución cubana la que es fallida sino el nacionalismo. Y, dadas las contradiciones de la globalización, podría decirse que fallido provisionalmente.

miércoles, julio 12, 2006

La muerte del hombre símbolo

Esta fábula ya la había encontrado en alguna parte, y es algo corrupta, o, al menos, impura. Trata a la política como tema narrativo, y a los valores de la cultura como esencia política. Dónde termina una y comienza la otra, constituye un enigma. Este enigma es de lo que hay que apropiarse.
Hablo, por supuesto, de la “noveleta” de Coronel Urtecho. Del contexto habrá que decir, por lo menos, que Somoza pretendía no ser político, estar por encima de la política. Los vanguardistas, por su parte, tenían una manera coercitiva de ver a la historia: querían ver, deseaban apropiarse de, conceptualizaban la historia como “guerra civil”. Había que salir de la “guerra civil”, de la “anarquía”, y por eso confluían en un solo proyecto Somoza y los vanguardistas. Tanto para Somoza como para los vanguardistas la democracia (el aparato retórico para dar voz a los otros) es imposible.
Es en ese el contexto y con esos presupuestos que Coronel escribe La muerte del hombre símbolo. De más decir que la “noveleta” de Coronel no está hecha de conceptos filosóficos, sino de escritura. No hay tal “universalidad” del argumento, sino una operación de “lenguaje y coerción” según la nota de Barthes a todas las escrituras.
Toda muerte es simbólica, es decir, establece un código y puede ser leída desde varios ángulos. El hombre símbolo es el representante de unos valores en crisis, los que se ve obligado a encarnar, y de otros valores mucho más placenteros y blandos que debe ocultar. Aquí opera la división moderna entre vida pública y vida privada. La parábola literaria nace de la yuxtaposición de ambas, que lleva al objetivo fabuloso—vanguardista y somocista—de terminar con la política. Es la coerción que ejerce la escritura.
En la modernidad los muertos se parecen a los libros canónicos. Son sólo su titular. El contenido puede variar, pero eso nadie lo va a notar, mientras se mantenga la lógica moral con que se pasa revista a los viejos retratos. Así, en la narración de Coronel, el hombre símbolo ha encuadernado novelas policíacas bajo las pastas de los clásicos. Toda escritura, así como toda política, separa irremediablemente el orbe moral—visto como apetecible y como factor de orden—del placer. Esta división es también cultural: clásicos versus policiales, cultura alta versus cultura baja. O, ya en términos más bajtinianos, cultura oficial versus cultura del carnaval.
El poder trata, por eso, de manera mistificada al muerto. Y, particularmente, al muerto político. Dice casi textualmente: este muerto por ser político, y por ser mío, es mucho mejor que el tuyo, o que cualquier otro muerto privado. Canoniza de manera apresurada. Apela a la historia. Dice: esto es histórico, y lo es sin más trámite crítico. Cualquier trance dubitativo será combatido de manera explícita, y con una retórica implacable. No hay manera de que se restituya el misterio esencial de cualquier muerte.
La muerte, pues, como código doble: como acto del poder, y como suceso de la modernidad. Por el acto del poder sabemos que este muerto encarna ciertos valores deseables. Por el relato de la modernidad sabemos que tal encarnación es siempre relativa e insuficiente. Por eso, toda corporalidad constituye un enigma. Los muertos privados siguen sin más trámites sus procesos corporales, van al cementerio y desaparecen. Los muertos en un trance de poder se constituyen en “hombres símbolos” y sus corporalidades son muy aptas para la narrativa. Toda narrativa que quiera, como la de Coronel, mezclar política y literatura, no es más que una narrativa necrológica.