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sábado, mayo 05, 2018

Plan para una novela


Luego de una noche incómoda, N. despierta. Uno de sus testículos se ha abierto como una granada. No sangra pero algo de lo que debería estar adentro está ahora en sus manos: una mezcla de grasa un poco sanguinolenta con algo que tiene la consistencia de hilos gruesos agrupados. Intenta cerrar la abertura poniendo una capa sobre la otra, pero no sabe si ese tipo de hendidura se cerrará sola.

N. sube las escaleras del dormitorio de oficiales (la época de la novela: los años ochenta, hay guerra civil; hay culto a la guerra) intenta llegar a la computadora para buscar en Google casos parecidos. Pero en ese entonces no existe la internet.

Al finalizar el Servicio Militar, N. regresa al barrio de calles polvorientas, a su casa de piso de tierra, y sin agua corriente. En las calles se ve a los vecinos acarreando (en diversos recipientes, y algunos en carretones) el agua que van a sacar de un pozo.

La simultaneidad aparente de los hechos (el caso de su cuerpo, el servicio militar, el fin del servicio militar, quizá el fin de la guerra: incluso el salto deseable a un era cibernética) gira en torno a los testículos "rajados", ahí donde, como quería el clásico, rajarse significa feminizarse, quizá volver al monstruo primordial: animalizarse.

El testículo como eje significante de la guerra. Aquí el novelista introduce una larga reflexión sobre la interrelación entre discurso y guerra, partiendo de unos versos conocidos de Gioconda Belli (y musicalizados por Carlos Mejía Godoy). Vendrá la guerra, pero estos poetas prometen seguir cantando:

"y en el combate no habrá tregua 
ni freno para el canto 
sino poesía naciendo del hueco oscuro 
del cañón de los fusiles."

Pero N. sabe que la poesía como discurso determinante de lo nacional, ha terminado. Quedan casquillos desperdigados de lo que fueran versos.

N. visita a un gurú new age (mucho budismo zen, mucho Jodoroswky, mucha secta de troskos arrepentidos) quien le recomienda envolver sus testículos en paños azul y blanco (colores de la bandera nacional).

N. se cura lentamente.

sábado, agosto 26, 2017

Frente a la tumba de Stravinsky

Ambulante la hoja que ingresa al escenario, y el moho de la hoja y la hormiga.

La danza de la mano, el subterráneo como el Hades y el infierno.

Estamos frente a la tumba de Stravinsky.

Cosa de los 17 años, tal vez, vi que los viejos músicos--Handel, Vivaldi, Scarlatti--miraban y cuchicheaban frente a esta tumba.

Era la novela de Carpentier y era la otra era. Novela que comprabas en carreras azuladas, en el pueblito y leías con velas ajenas.

Lo que decían imantaba; quijoteaba el niño desde el pesebre; albúmina perdida de un Nonato José Cemí.


"San Ramón Nonato" decía mi madre. En ese día.

sábado, diciembre 10, 2016

Fábula asiática


Cuando uno compra un Rey Rosa editado por Alfaguara, es publicitariamente recibido por Roberto Bolaño en solapas y contraportadas. Dice Bolaño, el publicista, que Rey Rosa es el mejor de su generación. Junto a Bolaño, hay toda una serie de recomendaciones más, sobre todo de medios españoles (Babelia, El País, etc.) y autores internacionales. La solapa sirve también para detallar la carrera, y obra publicada (sobre todo por Alfaguara) del guatemalteco. En resumen: Bolaño nos corteja para comprar el producto mientras los peritextos nos convencen de la internacionalidad y prestigio del autor. (Hago notar esto porque también hay circulación de Rey Rosa en editoriales de origen centroamericano, y de consumo “interno”; siempre es bueno mantener esa tensión entre circulación y recepción “provinciana” y consagración internacional.)

Se diría que Rey Rosa es el mejor novelista centroamericano de la actualidad. Por los temas amplios que ha abordado y por su capacidad de “deslocalizarse” frente a los expedientes identitarios e insertarse en la globalización, resulta mucho más dúctil y moderno que Sergio Ramírez. Por la calidad de su prosa (que no elude la simbolización poética) y virtuosismo narrativo (con gran apoyo en el uso de elipsis y silencios) resulta mucho más significativo que Horacio Castellanos Moya.


En Fábula asiática (2016) tanto su internacionalización como sus mejores cualidades de narrador parecen contemplarse desde una mirada auto-irónica, y quizá secretamente desesperada. (La autoironía es una característica de Rey Rosa y sus obras, por ejemplo cuando enfrentó la realidad biopolítica guatemalteca en El material humano.) Esa especie de doble del autor, Rubirosa en Fábula asiática (se entiende el juego con el nombre), escritor de origen mexicano, ingresará a una especie de jet set internacional de radicales que buscan una suerte de eutanasia del mundo, o una desactivación parcial de las comunicaciones que retarde la decadencia mundial.


Se trata, por supuesto, de una novela distópica que coquetea con la ciencia ficción. Reinstala, además, en intención o alegóricamente, las preocupaciones en torno a las relaciones entre ciencia y novela. ¿Puede una novela tener estatus científico? Esta pregunta ha sido respondida diversamente por autores tan disímiles como Houellebecq, Sebald o Pamuk, y más cercana y contemporáneamente por Pedro Cabiya.


Rey Rosa afila el enfoque sobre las interrelaciones entre ciencia, poder, terrorismo y mercado del arte, en un estado postcontemporáneo del mundo en que ciertas élites liberales o radicales, podrían unirse en una utopía salvadora (frente al problema de las migraciones desde el sur, esa orilla africana o asiática). Este horizonte post-nacional no deja de ser aterrador, y ahí es donde colindan utopía y destrucción. (Uno de tantos códigos narrativos que Rey Rosa integra en la novela es Gravity, la conocida película de Alfonso Cuarón. Me pregunto si el origen mexicano de Cuarón y su estrellato internacional no son parcialmente ironizados en la figura del mexicano Rubirosa.)


No obstante su borde distópico, el planteamiento inicial de Fábula asiática no aparenta la frivolización narrativa que alguien podría suponer de mi descripción. En 2015, Alfaguara publicó Tres novelas exóticas, que incluye la novela que es quizá el mejor logro literario de Rey Rosa: La orilla africana (1999). Su calificación de novela exótica es sugerente del pródigo filón orientalista de la literatura del guatemalteco, tocado sobre todo por la vida en Tánger y su conocida vinculación con (la literatura de) Paul Bowles. Si bien “orientalista” podría tener un deje peyorativo, en este caso reviste una compleja relación cosmopolita, e incluso de relación sur-sur o entre expedientes coloniales, que relativiza la dominante estudiada por Edward Saíd. (Sobre este aspecto, remito a las lecturas de la obra de Rey Rosa que ha hecho Alexandra Ortiz, por ejemplo, “Literaturas sin residencia fija: poéticas del movimiento en la novelística centroamericana contemporánea”, Revista Iberoamericana No. 242).


En Fábula asiática la distopía se ve incrustada en el archivo exótico. Cuando se piensa la ciencia en esta novela, con algunos de sus tópicos popularizados por los medios (por ejemplo, la del genio científico), el foco se desplaza hacia el sur (Marruecos, Grecia, Guatemala, México) sin perder la relación con los centros tecno-científicos (la NASA, el Silicon Valley, ¿Hollywood?). Estos vínculos apuntan a una relación potencialmente destructiva o potencialmente salvadora; esa indecisión es lo que ofrece al lector un rescoldo de desesperación, que suponemos ha sufrido el autor también.


La incrustación de la distopía en la narración más o menos orientalista (que en cierto sentido ya se presentía en La orilla africana), deja la sensación que uno ha comenzado a leer una versión actualizada de aquella otra novela (La orilla africana) y que algunos de sus presupuestos han entrado en crisis. Me parece que principalmente está en cuestión o en discusión en la novela, la función estética de la obra de arte en general. Queda indicado el poder biopolítico de lo que potencialmente es hoy obra artística, sobre todo, para el caso de un novelista, la cuestión de la narración de/sobre los otros. Con qué ética acercarse a esos otros, y cómo imaginar futuro junto a ellos. Esta crisis de representación está circundada por un mundo borgeano, específicamente el de “El Aleph”, que extiende sus tentáculos en el presente a través de la tecnología y la ciencia, las redes, los satélites y los drones.


P.S. Aquí una versión más larga de esta reseña.

miércoles, enero 20, 2016

Lugares de enunciación

Malas hierbas, Pedro Cabiya (novela, 2010).

Novela de zombies que acata y a la vez desacraliza retóricas del género (si es que se puede hablar de género en este caso: un desborde hacia las película B del estilo George Romero y una larga genealogía narrativa y cinematográfica anterior y posterior).

¿Qué es un zombie? ¿Dónde están los bordes, pliegues y repliegues del ser zombie? ¿Puede volver a la vida un zombie? ¿Cuál sería la arqueología--en términos cuasi foucaltianos--de un zombie? ¿Es histórica la vida de un zombie?

En torno a esta retórica entre pop y posmoderna, Cabiya introduce una sabiduría novelística notable. Me refiero a un actitud enciclopédica. No es, en el estilo sumergido y obsecuente de un Tarantino ante las retóricas pop (y de la era VHS) que Cabiya parece plantearse el asunto. Más bien me parece advertir la superposición y conversación de enciclopedias contrastantes: la ciencia, la historia caribeña (en especial haitiana); el catálogo herbolario del envenenamiento, las alergias y la inducción de estados zombies; y, por supuesto, la larga tradición de sujetos literarios animados pero en estado seudohumano: Pinocho.

(No será hora que Agamben y demás investigadores de la distancias entre animal y humano ingresen al reino del zombie y se hagan algunas preguntas?).

La novela de Cabiya, pues, aguarda y espera ahí donde desemboca el río de lo real maravilloso. No el fácil y excesivamente retórico realismo mágico, sino esa otra desemejanza entre enciclopedias (americanas, poscoloniales, europeas) que Carpentier llamó real maravilloso. Otra palabra me ha tentado leyendo esta novela: transculturación. ¿Son demasiado viejos estos conceptos: real maravilloso, transculturación? Pudiera ser, a despecho de los órdenes separados del mundo (y hablamos aquí también desde otro concepto muerto, o zombie: tercer mundo).

La novela en Cabiya no es el narcisismo de lo cotidiano, la investigación comedida del sujeto que se quema en el pábilo de su clase media. La novela de Cabiya es simulación de epistemología; análisis, como en Pamuk en cierto sentido, de la suerte particular de la ciencia en el tercer mundo o mundo postcolonial; y juego con las disonancia narrativas (narrativas dichas a dos o a varias voces) que toda historia adquiere cuando se toman en serio los lugares de enunciación.

lunes, enero 28, 2013

Poetas y cortesanos



Leo Ilusiones perdidas. (La edición Porrúa esquiva el artículo en el título.  En un tiempo lejano, Porrúa fue parte de la invasión editorial que provocó la revolución, y alcancé a coleccionar un Papá Goriot, una Cartuja de Parma, unas obras de Shakespeare, una Poesía de  Góngora. Tiempos de lectura que ahora están quietos.)

Es obvio que el libro se lee como texto marxista. El acento sobre el ser/tener y no sobre la conciencia. Uno de los asuntos que encuentro más intrigantes hasta ahora es la calidad de la crítica a la nobleza.
Una nobleza de primera clase que vive en París (y no figura en una novela que pertenece más bien a las Escenas de la Vida de Provincia), otra nobleza provinciana que es vapuleada en el texto, y otra nobleza natural que es la del poeta. Podría decirse, incluso, que en la novela el poeta (figura de la incierta modernidad) es puesto entre paréntesis en su causa noble.

Me intriga, pues, la calidad de esa crítica visto que la burguesía como tal no parece ofrecer modelos ideales. Si uno lo mide por Sechard, el obrero devenido burgués (un pretérito padre Karamazov) es evidente que es un mero padecimiento moral antes que la posibilidad de una construcción creativa y efectiva. Para comenzar no advierte la importancia de los cambios en la técnica y los medios de producción. No se le ocurre que hay que pasar de las planchas de madera a las de metal. Y no es casual que la novela comience discutiendo precisamente el negocio de la impresión, ese conglomerado de la letra, la técnica y la industria.

 La ilusión opera en el vínculo del hijo de Sechard con Lucien,  y la justificación política-estética sobre éste está basada en el argumento de la nobleza de sangre. El proyecto político del poeta es el de la aristocracia. Al llegar a la página 45 uno se entera: “Luisa hizo abjurar a Luciano sus ideas populares acerca de la quimérica igualdad de 1793, despertó en él la sed de distinciones (…) y le mostró la alta sociedad como el único teatro que debía frecuentar.”



domingo, septiembre 16, 2012

Por Asturias

Enseño Asturias en una sala casi vacía. Los estudiantes se fueron al paro, es septiembre. (En la noche el insomnio arrastra basuras vivas que rompen el dique (modesto, provinciano) a las 3 a.m., hora que escribo y rememoro e invento esto.)

Explico que si queremos seguir una etiqueta, realismo social, por ejemplo, debemos preguntarnos precisamente por el realismo como tal. Así voy dibujando un esquema en la pizarra: realismo decimonónico como presentimiento europeo de la totalidad: Balzac; realismo de tradición hispánica: novela picaresca (decía Carpentier que cuando el pícaro cruza el Atlántico se vuelve dictador latinoamericano); realismo de las periferias europeas: Rusia, algo de paroxismo. Pero agreguemos en Asturias un componente vanguardista fundamental. De hecho mi hipótesis es que los elementos estéticos vanguardistas amalgaman la hibridez del realismo del texto. El texto en este caso es El señor presidente.

Las aspiraciones de totalidad social representadas en una novela política que implica una crítica de la así llamada modernidad periférica están aquí cumplidas. La representación problemática del margen (los marginales, el intelectual marginal) también. Es un artefacto que corre por su época y arrastra basuras vivas mucho más allá: es promesa y deuda. Y es algo que los del boom probablemente no querían ver. Un proyecto de totalidad (al menos en el caso de los realistas: Fuentes, Vargas Llosa) que se cumple,  y no necesariamente sobre principios positivistas del estilo "de la tierra". Recomiento ir siempre a la generación anterior: Asturias, Borges, Carpentier, Arguedas, Rulfo. Luego de eso, Lezama.

No diré todavía Lukács. Aunque quizá algún Auerbach habrá sido mencionado antes del final. Porque en el fondo el acorde que toco es el de la mímesis y, paralelamente, el de la índole social de la literatura. Por hoy quizá está bien. Aunque nunca está "quizá bien".

Ninguna clase, ningún salón vacío a alta hora.

miércoles, septiembre 12, 2012

Calavera y trance



Te reto a este trabajo de memoria: el esqueleto de los años marcado aquí y allá por un libro. ¿Cómo se verá tu calavera en ese trance?

Al tiempo volvió con el siguiente diagrama:

1977.  Papillon de Henri Charriere
1978. Sociología del materialismo de Leoncio Basbaum
1981. Crimen y Castigo de Dostoyevski
1982. La montaña es algo más que una inmensa estepa verde de Omar Cabezas
1985. La Cartuja de Parma de Stendhal.
1986. El lugar sin límites de José Donoso
1987. Doktor Faustus de Thomas Mann
1988. Madame Bovary de Flaubert
1991. Tropic of Cancer de Henry Miller
1992. Iluminaciones de Rimbaud
1993. Teorema de Pasolini ¿o Notas sobre el cinematógrafo de Robert Bresson?

Después o antes de eso, me dijo, todo me parece más abstruso y aglomerado.

viernes, septiembre 07, 2012

Conducta sustitutiva

Otras cien páginas.

Bruno conoce en El Espacio de lo Posible (un retiro campestre de verano que combina radicalismos filosófico y New Age: todo muy postmoderno) a Christiane. Es una especie de simbólico reencuentro con la madre hippie.

El tema escritural es la propia sexualidad, el deseo como proyecto políticamente incorrecto. De hecho lo notable como narración en esta parte son las grandes restrospectivas sobre su vida que Bruno va contando alternativamente a Michel y a Christiane.

La escritura es compensación por la imposibilidad sexual:
Las palomas (Columbia livia) picotean el suelo sin parar cuando no pueden conseguir el codiciado alimento, aunque en el suelo no haya nada comestible. Y no sólo picotean de ese modo indiscriminado, sino que a menudo se alisan las plumas; esa conducta tan fuera de lugar, frecuente en las situaciones que implican frustración o conflicto, se llama conducta sustitutiva. A principios de 1986, poco después de cumplir treinta años, Bruno empezó a escribir. (pp. 178-179)

La mano que leyó esta misma novela hace algunos pocos años, ha puesto al pie de este capítulo con lápiz: Laborit, pensando sin duda en la película de Resnais Mi tío de América. La mano que leyó esta novela pensó un poco ingenuamente que sus marcaduras serían duraderas o útiles. Casi nunca es así. Pero quizá esta sea una excepción. La novela de Houellebecq parece opuesta a la identificación meramente cultural (estructural, postestructural) de la vida humana, y busca la conexión científica. Se nota en el lenguaje escueto, en la largas referencias a las conquistas de la física y la biología (Michel es científico de punta), en la incorfomidad con la explicación liberadora de la cultura, en su naturalismo literario. Véase, por ejemplo, el alegato de Bruno en contra de la filiación (pp. 167-169), en donde se revela la indoblegable competitividad de los machos, padres e hijos, por el sexo de las hembras jóvenes: una especie de feminismo al revés, señor Houellebecq.

El proyecto literario de Bruno, que Phillipe Sollers ("parecía ser un escritor conocido" p. 186) parece aprobar, se vuelve una especie de rabieta contra el multiculturalismo con bordes de proyecto de extrema derecha. La ansiedad por las chicas jóvenes, sus alumnas, que fornican con africanos, termina por llevar a Bruno al racismo y el intento de seducción bastante ridículo de una menor magrebí. El proyecto literario de Bruno termina en el manicomio. Locura fingida, oportunista y temporal, parece una acusación en contra de la escritura y los escritores en cuanto tales, con sentido universal y particular: la transmodernidad mediocre que a Bruno le ha tocado.

Con su divorcio, a los treinta y cinco años, Bruno siente que ha terminado la primera parte de su vida (p. 200).






domingo, agosto 12, 2012

Partículas

Releo cien páginas de Las partículas elementales. Voy reconociendo las historias, los personajes como si fueran viejos conocidos hoy casi olvidados.

Siento de manera más directa que la vez primera el sentido moralista (en sentido bueno o clásico) del texto: los huérfanos, hijos del 68 y de la liberación sexual en un mundo terrible y desértico. Identifico también que el Michel tan abstraído en la ciencia es el alter ego del autor (nacieron el mismo año, se llaman igual).

Hay páginas de las que quiero apartar la vista. Por ejemplo, los abusos sexuales, físicos y psicológicos que Bruno sufre en el internado. Las muertes de los abuelos, asimismo, son narradas casi de forma naturalista. No digamos las cosas del cuerpo y la sexualidad. Aunque entiendo la ironía. Véase en la página 22: "En el caso de Djerzinski, estas consideraciones estaban fuera de lugar: la polla le servía para mear, y eso era todo."

Justamente, es una novela generacional pero sin la autocomplacencia que surge, por lo general, cuando alguien invoca la palabra generación.

(Entreparéntesis: No es "generación" un concepto meramente sintagmático?

No lo parten de arriba a abajo la división en clases sociales y la competitividad propia de los estamentos literarios e intelectuales?

No es mero correlato de un discurso nacional rancio y menos que una comunidad transparente la opaca asociación en base a intereses, simbólicos pero, en fin, intereses?)

 El descreimiento flaubertiano, la distancia disciplinada y crítica nos recuerda a cada paso que esto es novela en borde árido.

Con esa desesperanza acompasada sigo leyendo.


viernes, agosto 03, 2012

Otros parias/ el mar de todos

Voy leyendo El mensajero: una biografía de Porfirio Barba Jacob, y encuentro en la página 144:
Nicaragua es el culo del mundo. Vaya y vea. Dejada de la mano de Dios la mantiene ardiendo el Diablo en su forja. A veces la tierra se sacude tratando de quitarse a los nicaragüenses de encima, pero no, se aferran como hormiguitas sobre un mapamundi.
La imprecación continúa, contra Somoza y los sandinistas, y demás. "Salido de Guatemala, y cayendo en Guatepeor, Barba Jacob..."

Voy volando sobre Perú rumbo a Panamá, y Barba Jacob va de vuelta a Colombia desde Perú por el Pacífico, pasando por Cali, trenes, caballos, ríos. Voy a Cali al Congreso de Jalla. El derrumbe, el olvido. Rechinar de recuerdos. Me entreduermo pero recuerdo aquella ética de escritura. La copio aquí, o la estoy leyendo en las arenas:

¿A dónde está la vida? ¿Qué cosa es y hacia dónde se dirige? No la vaya usted a buscar en los libros ni en las declamaciones falsas de los poetas. La vida son dos partes que hay que saber dividir con astucia: una, para engañar a los hombres—la Humanidad es otra cosa—, y otra para servir a la Tierra Futura que existe en el insignificante número de seres humanos y animales que nos comprenden en el misterio de las cosas que nos queremos decir con palabras. Buscar lo complejo y lo difícil de la vida real es caminar hacia la neurosis y el suicidio. Sea usted el hombre vulgar de todos los días y con arreglo a un programa, diciendo a cada circunstancia los lugares comunes más brillantes. Cuando termine su día vulgar, se esconde en su cuarto y se hace su café. Y se sumerge en la verdadera belleza de la vida leyendo y escribiendo en los libros que nadie lee y las cosas que son para una multitud de lectores que están en la sombra, invisible en un horizonte lejano: el Porvenir”. (pp.33-34)

Patria que para qué pare parias, sopla el poeta sólido. Generaciones, connacionales, fundaciones. Digo a la salida de la patria:
Salió a pie de su pueblo rumbo a la Costa Atlántica, y al llegar a un río se embarcó en una lancha de caña. Es lo que le contó en México a Manuel Gutiérrez Balcázar, y también le contó, y éste a mí, que llegando a Barranquilla conoció a Leopoldo de la Rosa en un parque. Leopoldo tenía dieciocho años, cinco menos que Miguel Ángel. El río, cuyo nombre no tenía por qué saber ni menos recordar Gutiérrez Balcázar, es el Nechí, que va al Cauca que va al Magdalena que va al mar, al mar de todos libre de las mezquinas patrias. Antes de irse por las rutas de ese mar generoso, en Barranquilla se cambió el nombre de Miguel Ángel Osorio con que lo habían bautizado por el de Ricardo Arenales, tomando el “Ricardo”, según ha escrito Juan Bautista Jaramillo Meza, de su amigo Ricardo Hernández, y el “Arenales”, según ha contado Arévalo, razonando que Arenales era una extensión de arena y la arena era el desierto y el desierto era su alma.” (pp. 121-122).

Hay la facultad de soñar con estas citaciones, de casi tatuarlas a la piel del sueño.

Sólo hay dos generaciones: la de los que sienten la patria en la piel (el pendejo país bajo mi piel), y el resto.


lunes, febrero 13, 2012

Verano



Verano se sobreentiende es la estación violenta que diría el mexicano. El mediodía de la vida. Coetzee es por entonces un hombre patético, poco hábil en el amor, y al cuidado de su padre con quien, por otra parte, no se lleva bien. La autobiografía es confesional y autoirónica. Dibuja, además, una especie de línea de destino étnico: un afrikaaner que por familia y compromiso con una idea de identidad no puede “madurar” hacia el nacionalismo y la lógica del apartheid. La fuerza centrípeta de la identidad (la melancolía del paisaje) no se equilibra nunca con la fuerza centrífuga del nómada potencial.

La confesión, efecto general de esta autobiografía disfrazada de biografía a varias voces, es, ante todo, sobre la incapacidad de amor y el deseo de trascendencia literaria. Dos motivos, además, localizados meticulosamente en etnia y paisaje.

jueves, febrero 09, 2012

Cosas al caer

Juan Gabriel Vásquez. El ruido de las cosas al caer (2011).

He leído muy pocas novelas Premio Alfaguara como para tener una opinión de conjunto sobre lo que representan o podrían representar (sobre todo como fenómeno editorial que podría ser el aspecto más interesante).

Por la lista de premiados, sin embargo, deduzco que se otorga o bien a novelistas consagrados (Poniatowska, Tomás Eloy Martínez), o a novelistas jóvenes con potencial de mercado (Roncagliolo, Neuman, el año pasado Juan Gabriel Vásquez).

Según los editores el “Premio Alfaguara tiene la vocación de contribuir a que desaparezcan las fronteras nacionales y geográficas del idioma, para que toda la familia de los escritores y lectores de habla española sea una sola, a uno y otro lado del Atlántico.”

Ante esta afirmación uno no puede dejar de interrogarse por cuáles serán los requerimientos, ritos de pasaje, autoridades y reglas de esa “familia” transnacionalizada. (Ya no digamos sospechar las Neurosis de esa Familia).

Una forma hipotética de demarcar esos espacios sería leerse todos los Premios y sacar de allí una especie de ideología literaria o cartilla de comportamiento para el Autor y Lector ideal Alfaguara.

Por lo poco que he leído (Sergio Ramírez, Eliseo Alberto, ahora Juan Gabriel Vásquez) los Alfaguara tienden a traducir al espacio editorial transnacional hispánico una problemática histórica nacional a la que no le faltan resonancias regionales. El autor traduce y en cierto sentido espectaculariza esa problemática para hacerla comprensible al lector no familiarizado con los factores geográficos e históricos.

Según recuerdo era el caso de Eliseo Alberto. El problema histórico (y ante todo generacional) era en Caracol Beach la diáspora o exilio cubano. La novela estaba concebida con el impulso y la habilidad argumentativa de un guion cinematográfico, algo cercano al cine narrativo hollywoodense.

En el caso más reciente de Juan Gabriel Vásquez el problema histórico y generacional es el narcotráfico y la violencia en Colombia. Asimismo hay algo de acento cinematográfico en los amores entre el piloto narcotraficante Ricardo Laverde y la chica gringa Elaine Fritts.

Probablemente la pericia para diseñar argumentos que “corran” con desenvoltura junto a las habilidades del buen reportero son elementos clave para sostener este tipo de novela. Esto por supuesto lo colma perfectamente Vásquez en El ruido de las cosas al caer.

En una lectura apresurada y, sin duda, superficial de la novela advierto, además, cierto intento algo titubeante de penetrar en la ambigüedad moral y psicológica de los personajes, un poco al estilo “español” de Javier Marías (en el margen de un capítulo anoto por ironía: “la enfermedad española”). Se podría invocar incluso a Onetti y su trabajo con personajes moralmente derruidos.

Tal intención se contrapone con el requerimiento de la narrativa espectacular y, hasta cierto punto, con el narrador-personaje (en primera persona) de gran parte de la novela que parece colocado “por debajo” del horizonte crítico de la obra como tal. Es decir, que tenemos un personaje-narrador poco dado al rigor analítico consigo mismo.

Es más, parece un personaje-narrador no plenamente consciente de su doble vida, y de sus contradicciones. La vida del profesor pequeñoburgués presto al estereotipo sentimental que, por ejemplo, llama al nacimiento de su hija, en tono de celebridad entrevistada “la experiencia más intensa, más misteriosa, más impredecible que me tocaría vivir” (p. 41), no concuerda plenamente con la del novelista cuyo afán narrativo desplaza cualquier otro compromiso.

El narrador-personaje es una víctima de la violencia del narcotráfico, como tal representativo de una generación. Su vía curativa escritural no es la del diario íntimo, que desprecia cuando un psicólogo se la propone (pp. 66-68), sino la del fisgoneo típicamente novelístico. La reflexión de Laverde en la novela puede resultar significativa al respecto: “«Traté con las hazañas de guerra de mi abuelo», dijo Laverde. «Luego me di cuenta de que nadie quiere escuchar historias heroicas, y en cambio a todo el mundo le gusta que le cuenten la desgracia ajena.»” (p. 155).

Un motivo paralelo es transformado en desasosiego ético del narrador-protagonista: “No hay nada tan obsceno como espiar los últimos segundos de un hombre: deberían ser secretos, inviolables, deberían morir con quien muere…” (p. 84). Este motivo abre por una parte la cuestión heterológica: la ética de narrar al otro o desde el otro. Pero también con más certeza, y con más lógica dentro de la narrativa del libro, lo operación novelística.

Si dentro de la novela el narrador protagonista escoge esa vía ante cualquier otra, diario íntimo o vida familiar, es porque, al parecer, esa lógica discursiva está íntimamente ligada a su constitución subjetiva: su calidad de víctima en busca de sanación escritural, su impotencia sexual, su al parecer inconsciente abandono del entorno, familiar e histórico, prefiriendo la narración de otra vida (en función, en cierto sentido, del complejo suplantador vargalloseano).

(Una pregunta al margen es si la novelística actual, sobre todo la que vende, ya salió o saldrá de ese complejo.)

El regodeo narrativo espectacular acaba desplazando, pues, la preocupación por los seres derruidos. En comparación, uno encuentra en Onetti empleados de astilleros o administradores de prostíbulos que son como artistas (marcados coyunturalmente por la modernidad estética).

En una novela como la de Vásquez, uno halla, en cambio, traficantes de drogas que poseen el brillo y el manierismo de una estrella de cine. A partir de esa identificación se tendría que comenzar a pensar en los efectos estéticos, o quizá en los significados alegóricos de tal preferencia.

P.S. Pasé a leer La ciudad ausente (1992) de Piglia y me dio la impresión que otra forma de poner el argumento anterior es decir que la narrativa espectacular se traga el cuidado por la pequeña historia. Pero que, además, evidencia una falta de vínculo con lo que podría llamarse, con disculpas a Rama, “sistema literario”. Piglia elabora variaciones de un archivo (Martín Fierro, Macedonio, et. al.).

En Vásquez, que cita vaga e irónicamente a Cien años de soledad y se refiere más directamente a poetas (José Asunción Silva, Aurelio Arturo) como modelos de su texto, la cuestión del archivo pareciera más vacilante.

jueves, diciembre 08, 2011

Lecturas escogidas del 2011

1. Truman Capote. El arpa de hierba.

2. Rodrigo Rey Rosa. La orilla africana.

3. José Donoso. El jardín de al lado.

4. Roberto Bolaño. Nocturno de Chile.

5. Pedro Antonio Valdez. La bachata del ángel caído.


Inspirado por.

P.S.

Listas como estas hacen pensar en el mercado en que se compran los libros.

A Valdez lo compré por Internet, y me llegó el libro descartado o robado de una librería pública neoyorkina. Fue parte de una necesidad caribeña en tierra austral.

A Donoso lo encontré en saldos.

A Rey Rosa lo compré en Los Ángeles vía Guatemala.

Bolaño y Capote pertenecen a mercados más estructurados en la ciudad de Santiago. Pero si el chileno convoca a la posposición (ya déjense de joder con Bolaño), Capote sugiere la expansión (me quiero leer todo Capote).

En todas estas novelas hay un escritor en ciernes operando y madurando.


sábado, julio 02, 2011

Lecturas absorbentes

Amigos, existe un path(os) (sendero-sufrimiento) post-boom?

Como tal, habría algunos síntomas:

a) la novela del dictador latinoamericano

b) la novela melodrama-radio-novela

c) la novela post-nacional

d) la novela que lleve en el título a Batman, a Chespirito o a Madonna Lady Gaga.

e) la novela feminista-pero-de masas

d) no pretendo agotar la taxonomía pero revísense algunos catálogos editoriales

Quizá no es extraño que Vargas Llosa las haya practicado casi todas. Tampoco que ellas pretendan una lectura absorbente.

Me pregunto cómo andará en ese pathos el post-boom centroamericano.

miércoles, junio 29, 2011

Cintura de los sollozos

A principios de junio hice un viaje por puertos del Pacífico.

Aeropuertos.

Ya sé que dicho así suena menos romántico.

Viaje instantáneo (o vertical, como diría José Cemí).

Viaje entre madrugadas.

En los Aeropuertos todo es más caro. El agua, el aire. No hay combos en los restaurantes de comida rápida. No hay piedad en los supermercados de libros. Tampoco es que sepan de literatura esos supermercados. Uno no se libra del nicho Vargas Llosa: y que nadie pregunte cuándo se jodíó Perú.


"Lo que no sabíamos es que al mismo tiempo que nosotros comenzábamos a escribir la posmodernidad, en los ochenta, y la globalización, en los noventa, cambiarían las reglas del juego y convertirían a Latinoamérica no en una república independiente de la letras sino en un gran supermercado de novedades literarias."


Mirando los nichos más perversos del supermercado (tres de los aeropuertos que piso son latinoamericanos) cito casi de memoria esas palabras de Carlos Cortés que tengo en un libro allá.

De todas las novedades compro la última novela de Sergio Ramírez, La fugitiva.

La compro no pensando en "la república independiente de las letras" sino en la Eunice, criatura de aquel tiempo heroico. La compro casi como literatura para turbulencias de eventual auxilio académico, sin que eso desdiga mi comunicación con la muerta, la restitución deseante, incluso el sol incaico, ya que estoy en El Callao.

(Hay que escribir un poema en las entrelíneas de las novelas no lo sabías? Es la única manera de defenderse.)

La pragmática de la novela es acaso evidente en una primera mirada (unas cien páginas adentro): los ticos y los nicas son constituidos como espejos, estos frentes a aquellos y viceversa. Esta novela de nica ve con delectación e ironía la historia tica (iba a poner idiosincrasia pero esa es palabra sin gracia).

A la altura de la página 159 llego borgeanamente al que es quizá el centro del laberinto argumento: "Todas nuestras figuras de bronce tienen en sus cabezas coronas de excrementos, igual que en los parques."


Y así voy leyendo casi burocráticamente, imaginando parques del futuro.

jueves, abril 07, 2011

Escrito para infieles

Franz Kafka (1883-1924) es un escritor judío-checo, pero que escribía en alemán. Son famosas sus novelas, entre ellas El proceso, El castillo y América (mi favorita). Son textos laberínticos en los que la realidad adquiere un tinte onírico y pesadillezco.

Informo esto casi de manera urgente porque he visto que es importante aclarar términos como kafkiano u orwelliano.

Es importante, sobre todo, cuando uno escribe entre infieles, y la sanidad terminológica puede ayudarnos a disciplinar al poder (o la terminología para poder disciplinar?). Al mismo tiempo que incrustramos la pedagogía (algo tenemos que enseñar, come on) en el lado correcto de la valla. (Porque se han fijado? siempre hay una valla cuando no un muro cuando no un abismo.)

El riesgo del lugar común es quizá menos grave que el de tanto infieles que no saben qué apellido ponerle al poder. Por eso sueñan cada noche (aunque no lo saben, es más, te susurro, no las descifran) con taxonomías vertiginosas: derridiano, foucaltiano, althusseriano, sadista, nietzcheano. En fin, freudiano.

Todos y cada uno de estos términos, y otros que le son afines (lacaniano, por ejemplo, tan tongolelesco que suena), iré explicando poco a poco. Esta es la nueva Cruzada en busca del sepulcro blanqueado del significado y en contra del poder, y que a don Pablo Antonio, tan sereno, habría placido.

Les decía, pues, que kafkiano se dice de lo laberíntico incrustrado en lo privado como bomba de tiempo que nunca estalla pero que amenaza. También aquello que hace de la realidad un legajo de derecho interminable, indescifrabe, infatigable dentro de su misma fatiga. También aquello que se refiere a puertas cerradas para siempre y únicamente destinadas a uno. Sí, kafkiano es el destino gris y privatizado y firmado por la Ley.

Cualquiera de estas complicaciones, en las que nos auxiliarán siempre la borgeana Británica, o la Británica de hoy día, Wikipedia, me exigen siempre un despeje nunca logrado. ¿Cómo separar, digamos, lo freudiano de "mi pequeño país"? (Y tomo el Antifonario: "Mi pequeño país cristiano se compone de unas pocas/ primaveras y campanarios").

Si yo quiero a "mi país" (¿es que no sienten Uds., élite política e intelectual de Nicaragua un estremecimiento hipócrita al decir mi país a cada rato?) modelado por el Paraíso que se empezó a soñar en los Treinta Años Conservadores, con sus formas de sujeción y su disciplina social y subjetiva, que nadaba libremente sobre el Lago de la autorización del yo por rango racial y de casta.

Mi pequeño país pre-terminológico./

Y cuánto te extrañamos.

sábado, marzo 26, 2011

Inventario virtual de novelas

Ay! ese subgénero dentro de los blogs con que se despiden los autores "por un tiempo", "una temporadita", "una apasionada (y totalmente usurpadora del tiempo que debo a mis queridos lectores de blog) re-escritura de En busca del tiempo perdido".

que llega tras un prolongado silencio, marcado por la primera hoja de otoño austral (que lleva una diminuta firma de Cortázar, made in china).

(además: el in-mundo se ha jodido otra vez, otra guerra colonial en África del Norte, y ese espantoso maremoto en Japón que despertó al monstruo nuclear)

Mientras tanto digo que admiro las buenas ideas para novela, que también es un subgénero del que habría que hacer una antología. Muy recientemente dos ejemplos notables ofrecidos por Javier Padilla y Juan Sobalvarro en sus respectivos blogs (y que por suerte no están cerrando por inventario):

Dice Padilla, en parte de su entrada "La casa de Chema Castillo":

Y me pregunto, ¿qué cosas pensaría Bloom si viviera en la Nicaragua orteguista, en el año 2011? No viviría en los suburbios, eso esta claro, sino en un vecindario más o menos central y de clase media, una casa en Altamira o Los Robles, una casa con espacio suficiente para que la Molly Bloom haga sus fechorías con Blazes Boylan, cuyo nombre podría ser algo así como Arduino Fogoso, miembro de Macolla o La nueva compañía. Asi es, Leopoldo Flores viviría en Los Robles y no leería los periódicos ni tampoco tendría automóvil. Se despertaría muy de mañana a comprar el desayuno en la pulpería de la esquina y caminaría hasta su trabajo en el edificio Pellas. No tendría opiniones políticas pero si muchas sobre el desorden vial, la basura, los perros abandonados y los trabajadores por cuenta propia.



Por su parte, pregunta Juan Sobalvarro:

1.- Para ser criminal basta con haber nacido ¿No resulta innecesario recurrir a las notas rojas de un periódico para escribir una novela de la misma especie?

3.- Y si todo se resuelve con un argumento... ¿por qué no es mejor escribir un reportaje, una crónica, una biografía, un ensayo, un artículo de opinión... y no una novela?

4.- ¿Toda novela histórica tiene su musa (era Somoza) en el poder? ¿o si no se inventa Magdalenas heroicas?

5.- ¿Toda novela histórica debe ser un paseo divertido por el museo de antropología?

2.- Por cierto: pereza irrevocable para escribir la biografía de un político, sobre todo si es nicaragüense, pero... ¿Sería mejor que un político escriba su autobiografía?


Me entusiasma el vértigo de las buenas ideas para novela, sus muertos posibles, sus emblemas manchados.

No sé ustedes.

sábado, octubre 09, 2010

El Nobel contrainsurgente

Algunos links críticos (y no celebratorios) sobre Vargas Llosa en ocasión del Premio Nobel de Literatura:

Idelber Avelar hace una apretada y muy buena síntesis de la deriva literaria-ideológica del peruano.

Tercera
describe cómo fue narrado intencionadamente el Nobel por los medios españoles, coincidiendo con los intereses económicos del mercado editorial.

Kurupí dice que en las novelas del nuevo Nobel subyace la idea "que Perú es el culo del mundo y solo queda europeizarse, blankiñosarse o morir..."

Juan Sobalvarro narra
cómo se vive el anuncio y parafernalia del Nobel desde la cotidianidad de Managua.

Por mi parte: el Vargas Llosa que me parece más infame es el de La utopía arcaica, su libro anti-Arguedas. Pura prosa de contrainsurgencia.

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P.S. 15/10/2010

En Nicaragua se han publicado algunos penosos comentarios encomiásticos de la posición política de MVLl antes que de su literatura.

Oguer Reyes Guido prodiga metáforas caninas para enjuiciar a los detractores de Vargas Llosa, quizá lo sorprendería saber que en La ciudad y los perros, éstos no son caninos.

Para Sofía Montenegro Vargas Llosa sería un paradigma del intelectual crítico, aquel que "nunca ha creído que las ideologías sean más importantes que las personas". Esto equivale a tomarle la palabra al peruano-español sin la mínima distancia crítica, más cuando hay pruebas textuales y políticas de que MVLl pone la ideologia neoliberal por sobre cualquier concepto de diversidad cultural.

A propósito, el texto de Luis Martín-Cabrera, Contra la escritura letrada de Vargas-Llosa, que enfatiza la postura "letrada" de MVLl ante Arguedas.

Por su parte Manuel Talens y Juan Miguel Company-Ramón en Mario Vargas Llosa como síntoma caracterizan la entrega del Nobel dentro de las encrucijadas del poder geopolítico.

En El Boomerang, especie de grupo corporativo de blogs de la editorial Santillana, ha habido algunas reacciones esperables y frívolas, tal la de Vicente Molina Foix que aprovecha la ocasión para descalificar al Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias.

En el mismo Boomerang, Julio Ortega esgrime una esperanza diplomática: "El Premio Nobel hará que la obra de Mario Vargas Llosa sea, por fin, leida más allá de la política." Tal lectura implicaría un retroceso teórico-crítico de por lo menos 45 años. (Un originario mundo pre-foucaultiano que no creo sea esperanza de Ortega.)

A propósito del francés, la entrada en O Biscoito Fino e a Massa O anti-Foucault, por Pedro Meira Monteiro. En efecto, quien parece desear un mundo pre-postestructuralismo es el propio Nobel de literatura. (En Letras Libres el discurso de Vargas Llosa Breve discurso sobre la cultura)

Y para recordar un poco algo de la concreta práctica política del Nobel reciente, un artículo de 2003 por Santiago Alba Rico, Trofeos de Guerra que enmarca bien el liberalismo de MVLl en la guerra neocolonial de Irak, y sus consecuencias.

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P.S. 2 17/10/2010


Francamente ingenua me parece la propuesta de Javier Cercas en El País de rescatar a Vargas Llosa para la izquierda. Aunque "izquierda" puede ser un concepto laxo, en el terreno exclusivamente literario y latinoamericano refiere a la heterogeneidad cultural (un libro básico: Rama, Transculturación narrativa). Es en ese terreno en donde el Nobel es más contrainsurgente.

domingo, diciembre 13, 2009

De la críptica inconstante

Leo la, a mi parecer, fallida (fallecida, diría él) novela de Guillermo Cabrera Infante La ninfa inconstante.

Mi escepticismo es casi vargallosiano: no hay una estructura realmente trabajada del texto, hay poca profundidad en los personajes, gana la vagancia por la ya consabida estructura de la ciudad (de La Habana) y por el entretenimiento verbal hasta llegar, lo dice el honesto narrador, a la chacota.

Lo curioso y a la vez dudoso es pues que mi reclamo se haga con respecto a lo convincente de la representación: desde cuándo un yo realista?. Además, que se joda Vargas Llosa, ese pesado reaccionario, y que se joda su estética muerta.

La novela del Infame es de/forme o in/forme pero tiene cualidades:

1. Contra cualquier expectativa, no es nostálgica.

2. De forma desesperada lucha por mantener la estructura pre 59 de La Habana: al punto de poder verse como un honesto artificio modernista: éticamente sólida, en otras palabras.

3. La ninfa es a la vez un escarceo erótico y una interrogación de la memoria: su función alegórica necesariamente destartala al autor-como-dios: la ninfa baila entre la memoria y la reproducción chocarrera de significantes y significados.

4. La deformidad de la novela es virtualmente necesaria: si no, no sería.

5. Es un artefacto que inopinadamente se puede volver en contra de la posición ideológica del autor: sí, señores imperialistas, construir el socialismo (o esta novela) es una tarea difícil.

miércoles, julio 29, 2009

El material humano de Rey Rosa



En el tramo San José-Jinotepe, de vuelta del II Congreso Centroamericano de Estudios Culturales, voy leyendo El material humano, último libro (no digo novela, aunque es) de Rodrigo Rey Rosa.

Pero antes: el Congreso, que había sido organizado por la Universidad Nacional de Honduras, tuvo que irse a San José porque entre otras cosas los golpistas hondureños las tienen todas contra la cultura y la libre expresión. Pero, de todas formas, gracias a la diligencia de Héctor Leyva, de la UNAH, y la oportuna intervención de los compañeros de la Universidad de Costa Rica el Congreso ha sido un éxito organizativo y académico.

Y para volver al libro: quizá no se ponderará suficiente el gesto de Foucault de irse a los archivos médicos, siquiátricos o policíacos para estudiar el poder. Esa acción (ir al archivo) que ha sido sustituida en muchos epígonos por la chocarrería verbal, sigue siendo necesaria y vital.

Rey Rosa va al Archivo policial guatemalteco, que fue redescubierto en 2005, y en especial al Gabinete de Identificación, para tratar de armar una eventual historia, que incluso narrada como fracaso narrativo, resulta muy diversa y sugerente.

Hilos no le falta a esta historia que no se concreta: sobre todo la continuidad del pensamiento biopolítico del Estado guatemalteco, incluso durante el tiempo de la revolución del 44, encarnada en la personalidad del criminólogo Benedicto Tun que dirige el Gabinete durante casi toda su vida.

Pero la narrativa es también la de un escritor diletante y célebre que intenta explicarse la violencia de Guatemala a través del Archivo y su orden.

El texto, además de algunas muestras directas de las identificaciones criminológicas, está presentado en forma de un diario en que el narrador se confunde con el autor en una narrativa que se podría llamar moral.

En contraste con lo tendencialmente rimbombante de la temática de algunos novelistas centroamericanos (la Historia y la Personalidad que Han Asaltado a la Nación), Rey Rosa practica lo que con Deleuze tendría que llamarse una literatura menor. En realidad una literatura de frontera: reflexión sobre los límites de la literatura en un contexto en donde el extrañamiento identitario (qué significa, por ejemplo, ser indígena en Guatemala) convive con el disfrute hedonista del paisaje (la función tradicional que se ha asignado a la literatura centroamericana criolla o ladina).

Esa fractura que es, por supuesto, una continuidad latinoamericana convive y se entrelaza con otras fracturas: en especial las que han quedado abiertas como conflictos morales y políticos tras la finalización del conflicto armado en Guatemala. (Leer este libro en clave salvadoreña o nicaragüense se vuelve casi una necesidad.)

El libro de Rey Rosa hace pensar, además, en la importancia de seguir el hilo a la ocupación biopolítica del Estado y sus representaciones literarias, lo que daría para relecturas interesantes de El señor presidente y Ecce Pericles, entre otras.