El perro Whitman pretendía olerlo todo, orinarlo todo
Darío el perro de la rosa sexual al entreabrirse
Y un perro andaluz dibujado en el pecho
El perro Whitman pretendía olerlo todo, orinarlo todo
Darío el perro de la rosa sexual al entreabrirse
Y un perro andaluz dibujado en el pecho
Quizá el eje primordial de Anora (Sean Baker, 2024) no sea la prostitución sino la geopolítica. Ya hace mucho tiempo que los rusos sirven de contraimagen del mal en el así llamado Occidente. Por supuesto, está el enjambre interminable de cine sobre prostitución. Recordar Mona Lisa (Neil Jordan 1986), si es que se trata de prostitución de alta clase. Pero en un curso de cine latinoamericano que impartí recién, casi que de manera abrupta surgieron: Santa, El lugar sin límites, Eréndira. El Cine Alameda de hecho preparó, con motivo de Anora, una muestra de cine sobre prostitución (se citaron Fellini, Buñuel y Mizoguchi entre otros). El tema no ha hecho más que universalizarse periódica e insistentemente.
En The Florida Project (2017) Baker había ya mostrado la prostitución poniendo acentos sociológicos: Halley, la chica rubia (Bria Vinaite), se prostituye para alimentar a su hija. En Anora el envoltorio de alta clase (discotecas y centros nocturnos), casas de la mafia rusa, chicos hedonistas hijos de la mafia rusa, prostitutas para la alta clase, departamentos disipados y lujosos, montaje y música frenéticos, parecieran ocultar la razón sociológica. Está ahí de todas maneras, en casas atormentadas por los metros que les pasan a pocos metros (un típico locus cinematográfico de la pobreza).
El envoltorio suntuoso es un mero sueño americano o, más bien, ruso. Anora la prostituta entra en amores con un blandengue heredero ruso en trance de vivir su experiencia estadounidense (“americana” le llaman en el filme). Su experiencia extrema acudida de drogas y sexo. Creo que este gancho narrativo hace de la película algo atractivo, se requiere del espectador cierto ánimo de embarcarse en el sueño de lujo de la prostituta, en el culmen hedonista del muchacho. Y ahí es que hay que recordar que se trata de rusos. El exotismo narrativo incide en que se nos muestre a unos rusos (con sus guardias armenios) ricos, torpes, violentos, cómicos, apasionados, fríos, crueles, patriarcales enemigos: los otros del Occidente democrático. Trafican con drogas o armas, da igual, el muchacho no lo sabe, no lo quiere saber. Viajan en aviones privados. Se deshacen de abrigos de visón como quien se deshace de un papel.
Al final hay un incipiente amor entre el torturador bueno y la prostituta; el que se descompone en una especie de pago sexual de la muchacha (interpretada hábilmente por Mikey Madison), en auto y bajo una nevazón amenazante. Tal vez apunta aquí una alianza de las clases de abajo (prostituta, verdugo) o el sometimiento a un destino abyecto. Quizá el cuerpo de la prostituta entregado a los rusos nos hable menos de prostitución que de geopolítica, si bien lo dicho y presentado no deja de ser enigmático.
El 16 de octubre recién pasado murió mi amigo Cristóbal
Me ha dado por imaginar que me acompaña por algún trayecto del día y que conversamos
Siempre en esas cortas imaginaciones—como en una película de super 8 en blanco y negro
Encontramos de qué conversar: antes sin querer conversábamos mucho de economía
Y del futuro: éramos adolescentes presionados por salir al mundo del trabajo
Me contaba de su hermana que trabajaba en Managua
Y de la necesidad del trabajo, más allá de la revolución sandinista (otro de nuestros temas)
Que había reinscrito la ley del valor en los cuerpos
Y en esa entrada al mundo del trabajo—luego de que cumplimos el Servicio Militar—
(me acuerdo cuando llegó a visitarme en Matagalpa en algún momento de 1985 y fuimos a
visitar a una señora de Guanuca que lo había hospedado en un Festival de Teatro: él quería
endosarme el cariño de la señora colaboradora en actividades culturales de la revolución, un
gesto sin duda de su gran corazón)
Siempre estaba ayudándome a encontrar empleo—en empresas de la fenecida AgroInra,
como Tecnoplan. Incluso un tiempo hice una prueba de trabajo por un mes en una empresa
que se llamaba H&M (por Héroes y Mártires, un supermercado para la nomenklatura
sandinista)
Cuando me iba para Cuba llegué a buscarlo a Inpesca (la siglas eran interminables) donde
trabajaba por entonces y fuimos a su casa y estuvimos un rato con la Ena, su esposa que
estaba embarazada, y me despedí de ellos (en mi película super 8 todavía los veo decir
adiós mientras me monto en el bus, allá en el barrio San Judas, 1990)
La entrada al mercado del trabajo tuvo al inicio un tropezón: el Servicio Militar
A Cristóbal lo reclutaron en noviembre de 1983, pocas semanas antes de nuestra
graduación al final de la secundaria. Recuerdo también que le escribí una o varias cartas
Que querían ser literarias, una especie de taller vivo
Me pregunto dónde quedaron esas cartas—las que después le envié a mi madre, del
Servicio o de Cuba, la lee todavía (no tengo, no tendré mejor lectora)
Solo recuerdo el Saludo que ponía en las cartas: Compañero, Soldado
Cristóbal también aparece, niño aún, en una de las fotos famosas de Susan Meiselas sobre
la insurrección sandinista. Pero esas fotos suelen tener dueños y derechos, se las pelean los
FSLN o los MRS o los dueños de la memoria. Mejor que se queden ahí en su historia.
La foto vale por otras razones, por otros sentidos.
(La historia no había tocado el fervor por su madre que había muerto en 1978, y que
homenajeaba siempre en mayo, y estaba (estuvo) siempre como una constante de su ser y
personalidad—estaba ahí ya desde la primera vez que le hablé en algún momento de 1979:
todavía veo su talante adversario y dulce en un salón de clase del Alejandro García Vado)
Yo, querido Cristóbal, sigo por el momento escribiendo la carta, aguardando que llegue a
destino. De hecho había deslizado ya algo previsible en un poema en que dije: “Ya la mitad
de mí se perdió en tu memoria. Es buena edad.”
Y es así, compañero.
Andaban por ahí los Mallarmés, en el parque, los jardines
Los poetas provincianos de mi pueblo, que escribían de embarques con fuertes
Apóstrofos. Lengua de dioses, estatuillas escatimadas, islas del Mediterráneo.
Y yo los divisaba de largo. No podía en ningún momento empezar a usar la dicción
de Kavafis. Clandestino que entraba a los libros forrados con prepucios de esclavos.
Después murieron uno a uno los poetas de mi pueblo. Ahora, entonces
Es cuando les hablo.
“Nadie se va a vivir a Chile por su propio gusto” dijo el conductor de Uber.
“Nadie va a Chile tras su propia sombra” le respondí.
Sobrevino el silencio y los espacios oscuros de 10 de julio.
Si alguien habla de vacíos cómo se habla de esa conversación de vacíos?
Cómo olía la habitación en que trabajaba Schubert sus sonatas
rosas, sudor, el agrio vital de la ropa, orines
Decían la palabra vigor y me daba nausea, me desmayaba—es una cuestión de masculinidad decía
el profesor de educación física
Yo miraba largamente, crecían mis ojos mientras miraba
La lujuria del Invierno contra su cuerpo oscuro
Y dónde fue que lo vi y no lo compré (el libro de Kamenszaín)?
Ella recostada en el jardín o en el garaje convertido en serena terraza
El frío o la lejanía de los Salmos,
Silvia la de Shakespeare--“en el jugo del mar” -- cargaba con poemas de Juana de Ibarbourou
Un verso: “y toda abierta de par en par”
Esto se mezclaba en adolescencia con revistas pornográficas de mujeres con sexos pelirrojos
Donde no pude comprarlo / cuándo
“Nadie se va a Chile en este tipo de noche ocre”.
El del Uber quería saber por qué
Yo nací un día en que Dios lanzó a la venta Highway 61 Revisited
Todos saben que sueño y vivo en el filo y el ablandamiento
De la edad. Pues yo nací un día
En el que el primer mundo perdía progresivamente a sus T. S.
Eliots.
Hay un vacío en ese año metafísico
De mi nacimiento. Se juntan el mes el día el giro coloquial
El esplendor la samba mi padre en Insurgentes mi madre a
caballo
El poder algodonero (la tolvanera del nacimiento), el
somocismo
El programa pedagógico de la Escuela Normal
Todos saben que mastico este sueño que chirría
Entre diciembre y enero engendrado
Para nacer entre la Duda pop y la Sombra revolucionaria
Porque yo nací un día
En que Dios lanzó a la venta Highway 61 Revisited
Si algo hacen las excavaciones profundas es disecar las aguas subterráneas
Baudelaire a dieciocho varas de profundidad ya no diría tierras anegadas
No zarparía aquel otro viejo poeta de quien tenía nostalgia de viejo
Napas profundas no son buen embarcadero
Cierras los ojos y el agua transcurre, apegada, fría
Aprieta el lodo con tu mano izquierda
Esas aguas tienen corteza y de
nuevo la dalia con su raíz abultada que vi en 1974
Es el agua de la fotografía que al
estar cargada de sedimentos deja todas las manchas
Posibles en aires que no secarán
nunca ni revelarán nada
Los murmullos del balcón, del
pasadizo, de un viejo y amarillo ascensor
Corren hechos sonido en las aguas subterráneas
Pero toda excavación las seca, las
oculta, las ciega
Y eso es el eco de las excavaciones profundas
Silencio de
la noche, doloroso silencio
Pues me
duele el hombro (la articulación algún hueso sin nombre)
Y el insomnio
incluye hormigueos calambres y entumecimientos
Y nombres
de actores y actrices que no puedo recordar
(tres
nombres por película que cuento hasta dormir: o hasta no dormir y sin embargo
soñar).
El
reloj del teléfono ha dado ya las 3 y media y repaso
trechos
desordenados de vida—viejos perros del vecindario que recuerdo por nombres:
Tarzán,
León, Kaiser
Después
duermo intermitentemente entre sueños y encomiendas de muertos—regreso a
Nicaragua,
releo Crimen y Castigo, estoy en Sunrise (la película de Murnau)
y oh la aurora
temprana junto a mi perrita Lili
la basura,
el café, los huevos, los pomelos
y me meto
en el día como si me metiera en el sueño
Ya hago amagos a los muertos
No el escuchar con mis ojos, sino hablarles
Desde el Prefacio. Ordenemos esto, o esto tenía un
orden
que no
mirábamos.
La fiesta del cielo es muda, un espejo de grafito.
Ante el espejo que hablamos mientras hay lengua y no
gusanos
O ceniza. Ya no es la primavera en que escribía Márgenes
(me veo revisando en un bus de la 61C el ejemplar
nuevecito
dedicado
a mi padre que tiene meses de muerto)
es el tiempo en que se dice contradictoriamente que
esto
tenía un orden y se le dice a los muertos.
feb. 2023
Estoy convirtiéndome en un viejo llorón
Al parecer
mi salida del teatro del mundo será entre lágrimas, como en una ópera—pongamos
que
barroca por
meras preferencias estéticas
Leyendo
lloro por los huérfanos
En los
audífonos lloro con los Ángeles Negros, no se puede continuar
En el cine
porno entro a llorar por las formas humanas: el ano, el clítoris, los
testículos
La poesía,
como es obvio, me hace llorar a carcajadas
Fusilaría a los hermanos Coen (los cineastas)
Su idiota ironía y sus inútiles (perdón, Jeff Bridges)
El padre enfermo de Alzheimer caga delante del hijo—secuencia
que resume todo su cine
desgraciado
Cualquier posmo de mierda provinciano troskobudista
Encontraría peliaguda esa secuencia
La secular ausencia de un cine democrático
Conforme el tiempo pasa me voy convirtiendo en un viejo
llorón
De la coyuntura nicaragüense puedo decir que hoy veo con
mucha más sorna a la clase media
ah peregrina ah perseguida ah lameculista
y que se me hacen más nítidos los violentos linderos de
clase que caracterizan a esa sociedad.
A la vez percibo que me he quedado por fuera de cualquier
lógica nacional la que, en el caso de
Nicaragua, pasa por estar afiliado a alguna Personalidad
La vida cultural de Nicaragua en los 90s era aburrida. Tres
celebridades—Sergio Ramírez, Gioconda
Belli y Ernesto Cardenal—se comportaban como las Tres
Divinas Personas. Cardenal, el mejor de
los tres, al menos tuvo la decencia de declararse chavista.
Era lo correcto dada la coyuntura
En cierto sentido preferiría ser una viejo pedorro como
Vargas Llosa o Sergio Ramírez
Viejos pedorros pero burgueses
Y no un viejo
llorón que vive de su salario
“¿Dónde está Inestablestán?”
Dorfman y Mattelart, Para leer al Pato Donald 57
Ha causado revuelo la aceptación de la nacionalidad chilena por parte de Gioconda Belli. Expulsada de su país por una medida del gobierno de Daniel Ortega, Belli fue despojada, junto a otros centenares de nicaragüenses, de su ciudadanía de origen. La medida autoritaria es consecuencia de la rebelión opositora de 2018 que sigue ordenando todavía el devenir político de Nicaragua.
En cualquier caso, la persistencia de un nacionalismo fracturado, polarizado y en preparación constante de guerra civil no resulta nada novedoso en el país centroamericano. De hecho, recién a finales del siglo XX Nicaragua vivió dos guerras civiles sucesivas. Una, la revolución sandinista, victoriosa contra la dictadura somocista, pero derrotada frente a otra guerra civil: la guerra contrarrevolucionaria, en esencia una guerra campesina financiada por Estados Unidos y capitaneada por parte de la sociedad política.
Los actores de esas guerras son todavía los actores políticos del conflicto político actual: los sandinistas, los somocistas, los chamorristas, los contras, aunque algunos han cambiado de trinchera. Porque si algo no ha cambiado en Nicaragua es la clase política. Esto quizá porque se trata de un país esencialmente cortesano en que “grandes familias” ordenan la vida política del resto. Es la persistencia de un modelo de guerra civil entre liberales y conservadores que movilizaban a sus huestes para disputar el poder, y siempre tuvieron poca capacidad de negociación y casi ausentes prácticas democráticas. Como se verá más adelante, esta cortesanía ordena incluso la vida cultural y literaria.
La clase política sabe la importancia de agenciarse el apoyo de los Estados Unidos. Al menos desde mediados del siglo XIX siempre ha habido una parte de la élite que funciona como aliado de la potencia del norte con el objetivo declarado de tomar, o ejercer, el poder. “Por el lado del Norte está el peligro. Por el lado del Norte es por donde anida el águila hostil” escribía Rubén Darío en 1892, el poeta que dio apoyo a un gobierno liberal derrocado por decisiones de Estados Unidos. Junto con el nacionalismo fracturado, la cortesanía y el reciclaje constante de la clase política, la presencia de Estados Unidos dentro de la política del país es un asunto decisivo para entender las crisis.
Aun así, opera, creo yo, cierto exotismo revolucionario que convierte a figuras como Gioconda Belli, sobre todo cuando se ven desde el exterior, en sujetos de una solidez rotunda, alejados de las vicisitudes históricas que implica ese nacionalismo en crisis permanente. Es como si fueran personalidades colocadas más allá de cualquier historia biográfica y política. Como que conservaran en alguna parte (en sus palabras, en sus cuerpos) una pureza ideológica absoluta.
Esto y cierta sobrevaloración de lo literario llevó por ejemplo, creo yo, a que el presidente de Chile, Gabriel Boric, invitara a su toma de posesión tanto a Belli como a Sergio Ramírez. ¿Por qué no fue invitado algún dirigente campesino o alguna feminista representativa de la nación, o al menos de esa parte de la nación que se opone al gobierno de Ortega? Es como si las personalidades de Belli o Ramírez encarnaran (y muy siglo dieciocho y muy antiguo, decía Darío) lo nacional, coherente, próximo y sin ambigüedades.
Por supuesto, yo pongo en duda tal coherencia. Lamento tener que decir algo sobre mí para justificar mi crítica. Pertenezco a la generación de la revolución y fui formado por ese proceso. Mi formación como crítico literario o cultural estuvo marcada decisivamente por las guerras civiles de los ochenta. El fracaso de la revolución fue también un escenario formativo. Me enseñó a poner en duda el nacionalismo, a verlo cruzado por muchas otras fronteras y grietas (de clase, de raza, de región, de género). Entendí ese juego algo perverso en que las élites se pelean discursivamente mientras los subalternos ponen los cuerpos (y los muertos).
Si es que tiene sentido alguno un escenario crítico en Nicaragua, me parece fundamental la puesta en cuestión de las identificaciones dogmáticas del nacionalismo. Sin embargo, la libertad intelectual siempre ha sido muy escasa en Nicaragua. No me refiero a algo novedoso que trajo el gobierno de Ortega en el presente ni hablo de la censura de información o de comunicación. Quiero decir que desde ayer, anteayer, e históricamente la libertad intelectual es precaria en Nicaragua. Siempre ha estado, para comenzar, en manos de unos pocos, y ha estado sometida, además, a las prácticas cortesanas que ya mencioné. Escenarios en que la Gran Personalidad, que acumula poder simbólico y cultural, se traga al resto.
Por eso, uno de los ejes fundamentales de la crítica debería ser la de la relación histórica de los intelectuales y el poder. Como dije en un texto antiguo, refiriendo el asunto a nombres propios, pensar las relaciones de Darío y Zelaya, de Coronel Urtecho y Somoza, de Sergio Ramírez y Daniel Ortega. Se trataría de un proceso de comprensión cultural necesario.
En los años setenta del siglo XX, abrumado por un sentimiento de culpa debido a su apoyo a la dictadura del primer Somoza, el poeta vanguardista José Coronel Urtecho llegó a la conclusión de que entre la inteligencia nicaragüense predominaba una “resistencia de la memoria”. Eso se notaba en la insuficiencia de escritura historiográfica, pero también autobiográfica. Según Coronel, la división partidista, que llevaba a la guerra civil, obnubilaba las conciencias letradas e impedía la expresión de una identidad nacional no marcada por el partidismo. Coronel se proponía experimentar en su escritura una especie de confesión autobiográfica, intelectual y política, que conllevara una suerte de sanación o purificación. Su texto autobiográfico, no finalizado, iba a llamarse Mea máxima culpa.
Si algo produjo la revolución sandinista fue un pequeño “boom” de libros de memorias, testimoniales y autobiográficos. Quizá estos libros contradecían a Coronel, pues mostraban una desenfadada ocupación por expresar la memoria y expresarse desde el yo. Sergio Ramírez, Gioconda Belli, Omar Cabezas, Tomás Borge, Violeta Chamorro, Ernesto y Fernando Cardenal, entre otros, escribieron textos de memorias. Pero ¿pudieron superar el partidismo característico que había señalado Coronel? ¿llegaron a situarse en una posición de sanación o de purificación?
Se requeriría, por supuesto, un análisis detallado. Pero hay un indicio político decisivo en la lectura que se hace del derrocamiento de Somoza en 1979. Tal acontecimiento ha sido leído como un ordenamiento radical de la historia nacional. Una escenificación histórica de lo popular tanto como de revivificación de lo nacional. El reinicio lustral de la historia, etcétera, es decir, todos los lugares comunes que la revolución moderna acumula históricamente. Creo que muchos de los textos memorísticos de los letrados (hay muy pocas voces subalternas, si es que hay alguna, en ese corpus) operan no orientados a un examen crítico de sí mismos y de las circunstancias, sino más bien, para apoderarse de ese momento mágico de confluencia de fuerzas sociales y culturales que fue 1979. Es decir, para encarnar autobiográfica y alegóricamente ese momento trascendental.
Apoderarse de esa representatividad, expresarla de manera coherente y sin ambigüedades, encarnarla en el cuerpo, transformarla en poder cultural. Esa me parece una operación no solo de apropiación, sino también de “resistencia de la memoria” tal como la describió Coronel. Me atrevería a decir que es, además, una operación ideológica, en el sentido en que postular una verdad absoluta puede significar operar discursivamente desde el poder. Por eso en otro texto antiguo dije que las memorias de la revolución eran memorias administrativas, memorias del y desde el poder.
Este aspecto es sin duda fascinante en el caso de las memorias de Gioconda Belli, El país bajo mi piel. Como he mencionado en alguna clase universitaria sobre este texto, la portada de una de tantas ediciones del libro (creo que de Plaza & Janes) resulta sintomática. Se mira ahí a una combatiente sandinista a la que el diseñador ha cortado la cabeza. No sabemos quién es esa combatiente anónima en un libro en el que, por el contrario, sabemos todo de la autora. El desplazamiento resulta perturbador. Dice algo quizá de una de las estructuras en que se funda la revolución sandinista. El cuerpo de la combatiente (digamos, las bases sandinistas) y la cabeza (la nueva clase cortesano-revolucionaria) que puede hablar por esa mujer anónima.
Ese tipo de desplazamiento es estructural del nacionalismo que suele invocarse desde las clases dominantes, incluidos sus escritores de izquierda. En algunos textos, memorias y poemas, se puede advertir incluso un discurso nacionalista señorial. Se extrañan los paisajes atados a un sentido de propiedad: mis volcanes, mis palmeras, mis lagos, etcétera. Sin duda este sentimiento nacionalista es muy diferente del que puede elaborarse desde otras perspectivas.
Como en otros países centroamericanos, muchos nicaragüenses salen del país buscando la sobrevivencia. Son, entre otros, mujeres anónimas, que pierden la identidad en esa maraña de la migración y la diáspora. No sabemos qué será para ellas un sentimiento nacional. El gran poeta nicaragüense, Carlos Martínez Rivas (el rival oscuro de Cardenal, y según este mismo, mejor poeta de su generación), escribió un verso que resuena bien para la tradición nacional de Nicaragua: “Patria que para qué pare parias”.
En la aceptación de la nacionalidad chilena por parte de Belli advertí, mea culpa, una operación más publicitaria y política que de necesidad imperiosa. Cierta publicidad que quizá también quiere utilizar el gobierno chileno y que involucra a su Cancillera, Antonio Urrejola y el necesario despliegue del discurso de los Derechos Humanos. Me pareció publicitaria la representatividad que se atribuye a Belli que no deja, como ya dije, de reflejar cierta fascinación exotista por una izquierda en que se archivarían de manera idealistas todos los sueños de la revolución sandinista (la “buena” y no la “mala”).
En realidad las maniobras humanitarias (y publicitarias) del gobierno de Boric se alzan frente a un contexto complejo como el nicaragüense en que los desenlaces de la crisis no se pueden prever, pero ojalá que apunten a una salida negociada y no a una guerra civil. Más que creer dogmáticamente en el discurso enunciado por algún nicaragüense específico (y esto incluye al autor de este texto) hay que leer críticamente a los nicaragüenses, separarlos de los deseos exotistas y tratar de comprender su historia y sus complejos.