jueves, noviembre 27, 2025

Interestelares

 

Si hubiera tenido buen oído musical

habría escuchado a Dylan, y quizá habría terminado de atar cabos

sobre la relación entre democracia y poesía en América—lo que llaman América en

Estados Unidos

Pero el músico del monasterio se

había decepcionado tanto con él—dio la vuelta diciendo NO con la cabeza

Era el peor caso de sordera musical que había conocido en su vida

Carlos Martínez cantaba un bolero en los patios del Colegio

Agustín Lara, Mi novia arrabalera/ Te quiero con el alma

Te imaginás el vasto y sublime universo sin música?

Un Cántico Cósmico sin declives claves decibeles

Una vida sin Schubert

Quizá eso es santidad

Pero para quien inquiera en una interpretación generacional

Puede buscar esas palabras de Domínguez Michael en que

Confiesa que Octavio Paz era también un tapiado para la música

¡Tan igual en eso a André Bretón! ¡o sólo en eso!

Y la música de la Estación Violenta, preguntareis?

Todo endecasílabo blanco esconde un silencio, una oreja roma

No sorprende entre tanto que en los espacios interestelares Ernesto

Tampoco se encontrara con la música

Long Play no es poesía—si bien Mejía escribió unos afamados Long Play/ Boleros

Un filólogo apegado a la música no es necesariamente un poeta destituido

Como hombre, ha vivido en lo cotidiano; como poeta, no ha claudicado nunca

Aunque quizá bien sus pentagramas sean más concretos, más código que presencia

Algo que impresionará sin duda

A los romos discípulos de Coronel en Nicaragua

viernes, noviembre 21, 2025

Embarcadero 4

 

“Y en el espejo veo al viejo loco” S.R.

El avión destartalado del sueño se abre en horizontes urbanos y pintorescos y entonces

Despierto. Hay que orinar con parsimonia y descubrir el frío, abrigar a la perrita

Volver a la cama con la piel erizada a buscar el calor de María cerrar el telón de los ojos

Sobre el viento armado se mueven todavía personajes de películas en los párpados

Frases que dije ayer en clase: carga uno la memoria de sus muertos, están allí

Pero ahora son los huesos los que cargo, como en Drummond, hueso y flor y memoria

Hay que levantarse: este aliento malsano de la mañana me levantó tantas veces cuando

Quería escaparme en las sábanas como en un vientre, los días de partir siempre

Irme para allá o para acá, para el Servicio Militar o Cuba o los Estados Unidos

Con mujer e hijo, o padre enfermo o gente que me esperaba: la estructura del sueño

Es esa digo de pronto y me levanto: comento para mí mismo que tuve otro sueño con

La Escuela a donde nunca volví, nostalgia perdonada, recodo pastoril (pero la Giovanna y

Fran sí volvieron: de cierta forma volví)

Como es sábado hay que sacar la basura, la perrita teme al frío y me lo dice:

Temo al frío, le digo que yo la voy a cuidar del invierno aunque no de la edad

Qué edad tenés, perrita. Doce, dice. Hoy te voy a pasear más tarde, a mediodía, no me

preguntés cómo pasa el tiempo

Para hoy pronosticaron nubes y algo de lluvia, unas gotas que van a caer y no serán muchas

viernes, octubre 17, 2025

Hispanismo y deseo de mundo en la poesía inicial de Ernesto Cardenal

Se publicó en la revista Confluencia (Colorado State University) mi artículo "Hispanismo y deseo de mundo en la poesía inicial de Ernesto Cardenal". 

El primer párrafo del artículo dice lo siguiente:

Este artículo analiza los inicios del llamado por Ernesto Cardenal “poema documental”
que constituye parte decisiva de su obra. Propongo que en los poemas “Proclama del
Conquistador” y “Raleigh” escritos a finales de los años cuarenta del siglo pasado, se
evidencia un cambio estructural indicado por el paso de un tipo de poema lírico con rasgos
épicos a otro caracterizado por una estrategia de palimpsesto. Por un lado, la “Proclama
del Conquistador” exalta la conquista española, al conquistador y el mestizaje como base
de lo nacional nicaragüense, ofreciendo rasgos de un indianismo romántico (la leyenda
del cacique dócil aquiescente con la conquista). Por otro lado, “Raleigh” muestra una
motivación por el americanismo maravilloso y la exaltación de una teología geopolítica
hispanista. A partir de Schmitt (Teología) se asocian los conceptos políticos seculares con
la teología. De esa forma, la “toma de tierra” y el designio providencial de la conquista
justificado como “guerra justa” (Schmitt Nomos 84–85) permite advertir el componente
teológico de la situación imperial. Como se verá después, este motivo se ajusta a las
intenciones de la “Proclama del Conquistador”. Planteo, además, que el hispanismo
de Cardenal sintoniza con la dominante conservadora franquista de ese momento
y que se combina con el deseo de relevancia internacional del poeta. En este sentido,
el hispanismo le sirve a Cardenal también como escenario de inserción en el mundo,
o, como lo que Siskind llama “deseo de mundo” (15), invocado como “universalismo
abstracto” transformador, pero también “como una serie de itinerarios globales trazados
por desplazamientos y dislocaciones de libros, escritores e ideas” (15). En los vanguardistas
nicaragüenses, y en el Cardenal de la primera etapa, este cosmopolitismo confluye con el
hispanismo y la idealización de la conquista española. En el artículo presento en primer
término una descripción del poema documental y su contexto para luego detenerme en la
ideología hispanista y, posteriormente, pasar al análisis de los poemas

lunes, octubre 06, 2025

Manual para ilustrados

 

Freddy Quezada es uno de los estudiosos locales que más conoce sobre la serie de cambios culturales y epistemológicos que  han sido llamados “postmodernidad”. Sin embargo, su reciente libro El pensamiento contemporáneo (2006) resulta en cierto sentido equívoco. Se propone como un manual que sirviera a “los profesores de materias sociales y filosofía para orientarse en los meandros del pensamiento contemporáneo en el mundo y en Nicaragua”. Ese requisito se vuelve volátil a las pocas páginas de lectura, y decididamente un olvido evidente en las partes más substanciales de la obra. Otra cosa es si la obra se lee como una especie de memoria personal de esquemas de lectura, y se acepta la guía un poco macarrónica del histrionismo, cuando no del egotismo.

Tengo que decir, antes de evaluar ese esquema, que, en general, no comparto la visión “postmoderna” de Quezada, y que mi divergencia abarca varios puntos. 1. La reducción que hace de los cambios de pensamiento al problema de “hablar por”; 2. Su sugerencia de que “no hay izquierdas ni derechas sólo empoderados y desempoderados”; 3. Su creencia de que “no hay hechos sólo interpretaciones”. Este tipo de apotegmas que Quezada receta de manera contundente por medio de un periodismo frecuente,  parecen una mecanización o dogmatización de ciertos postulados postestructuralistas, y, en cierta medida, orientan sus esquemas de lectura en El pensamiento contemporáneo.

Según creo son dos cosas diferentes: 1. orientar un estudio de cierto objeto específico (por ejemplo, el nacionalismo en Nicaragua) aprovechando las cambios epistémicos recientes; o: 2. realizar una genealogía del pensamiento a escala global, eludiendo mayormente los contextos. El libro de Quezada quiere realizar la segunda operación, sin plantearse, más que en implícito, la primera. Paradójicamente, nunca dice que su narrativa de “la postmodernidad” es una narrativa convencional (lo cual habría sido entendido como muy “postmoderno”). Al contrario esa narrativa quiere ser entendida como la verdadera o única. Al menos, eso sugiere el objetivo de “actualizar a lectores, con un nivel académico superior y medio” ya que son pocos—entre ellos, sin duda, Quezada—los que utilizan y conocen “con gran dominio”, esas “cuatro grandes corrientes teóricas” de la contemporaneidad.

Pero no dice por ningún lado que tanto esa partición, como la narrativa propuesta son arbitrarias. Es más, es fácil advertir otros caprichos de periodización y atribuciones teóricas ambiguas en las narrativas del postmodernismo y el poscolonialismo (capítulos I y II). Nietzsche, Schopenhauer y Heidegger aparecen unidos en un delirante “nihilismo clásico alemán”. Los subalternistas sugieren callarse a los subalternos  (lo que, comento yo, haría de “La muerte de Chandra”—el conocido artículo de Guha—una paradoja). Althusser aparece expurgado del postestructuralismo francés. El “vanguardismo estético” luce castrado en “cinco grandes escuelas”, y ni siquiera se considera que de su disolución surgió el postmodernismo como estilo artístico. En fin, la prisa y la mundialización parecen dominar a veces estos resúmenes.

De las otras dos “grandes corrientes”, según el esquema de Quezada—las teorías del caos y holísticas—me excusaré de opinar, por mero desconocimiento. Hay que decir, sin embargo, que conforman, al parecer, la parte esencial del libro y en las que Quezada se desenvuelve con más tacto. Según creo, estas partes tienen dos héroes: Ken Wilber, que, dice el autor, “nadie conoce en el país”, por lo que encuentra deber revelarlo, y Krishnamurti, que es héroe también de algunas corrientes del New Age. (Aparte se me permitirá insistir en  que es al menos cuestionable que esas dos  sean en realidad las otras dos “grandes corrientes” contemporáneas: eso es taxonomía pura.)

Como sugerí antes, si el libro de Quezada no funciona del todo como manual, sí constituye un recorrido particular por sus lecturas, y, sobre todo, por sus formas de leer. Es, en ese sentido, parcialmente autobiográfico. Testimonia la impresión que produjo en él lo que llama “la caída del paradigma marxista”; asimismo, su entrega a tareas revolucionarias y una suerte de dejar hacer postmoderno en que no quería graduarse ni trabajar ni estudiar, protagonizando un esencial anarquista en el ámbito de la academia. De ahí, muchas de las preguntas radicales que se ha planteado ante el pensamiento contemporáneo, y sus resultados, en parte mostrados en este libro.

De tales batallas personales, ha sobrevivido un fundamental descontento con los “ilustrados”. Un descontento que, combinado con un profundo escepticismo y cierta típica mirada cínica sobre la lógica pecuniaria de las humanidades (ese maniqueísmo es evidente), puntea constantemente las intervenciones críticas de este libro. Y esto sí es paradójico: ya que no hay casi humanidades en Nicaragua, ofrezcamos un manual para echarles la culpa a ellas de todos los males habidos y por haber. De ahí surge el modelo operativo sobre América Latina que Quezada ofrece, en 10 tesis, al final de su libro. Vienen a decir esas tesis que los “ilustrados” han creado lo que se llama América Latina, con todo y su pobreza, por lo que se presenta un objeto que ni se puede conocer ni se puede salvar, aunque sí se puede estetizar (o convertir en objeto placer).

Estas tesis no son muy novedosas, y pueden ser rastreadas en el tramo que va de Octavio Paz a Macondo, o de El reino de este mundo a Amores perros. Una de sus más recientes encarnaciones fue el conocido Manual del perfecto idiota latinoamericano. Las tesis de Quezada son, en efecto, una especie de manual para desconstruir al perfecto ilustrado latinoamericano. Esta desconstrucción tiene su Index: autores marxistas convencionales horrorizan a Quezada mucho más que los tecnócratas o los New Age. La “realidad”—llámese pobreza o América Latina—lo espanta porque es maquinación y negocio de intelectuales. Estamos, al parecer, ante una nueva versión de aquel horror rubendarista por el tiempo en que le tocó nacer, pero aplicado menos a los neoliberales que a los “ilustrados”, esos pervertidos seres que han inventado las identidades (y ni siquiera han recibido la revelación de Krishnamurti). Con esto podría sugerirse que el modernismo decimonónico ha comenzado apenas ayer.

2006