El perro Whitman pretendía olerlo todo, orinarlo todo
Darío el perro de la rosa sexual al entreabrirse
Y un perro andaluz dibujado en el pecho
El perro Whitman pretendía olerlo todo, orinarlo todo
Darío el perro de la rosa sexual al entreabrirse
Y un perro andaluz dibujado en el pecho
El 16 de octubre recién pasado murió mi amigo Cristóbal
Me ha dado por imaginar que me acompaña por algún trayecto del día y que conversamos
Siempre en esas cortas imaginaciones—como en una película de super 8 en blanco y negro
Encontramos de qué conversar: antes sin querer conversábamos mucho de economía
Y del futuro: éramos adolescentes presionados por salir al mundo del trabajo
Me contaba de su hermana que trabajaba en Managua
Y de la necesidad del trabajo, más allá de la revolución sandinista (otro de nuestros temas)
Que había reinscrito la ley del valor en los cuerpos
Y en esa entrada al mundo del trabajo—luego de que cumplimos el Servicio Militar—
(me acuerdo cuando llegó a visitarme en Matagalpa en algún momento de 1985 y fuimos a
visitar a una señora de Guanuca que lo había hospedado en un Festival de Teatro: él quería
endosarme el cariño de la señora colaboradora en actividades culturales de la revolución, un
gesto sin duda de su gran corazón)
Siempre estaba ayudándome a encontrar empleo—en empresas de la fenecida AgroInra,
como Tecnoplan. Incluso un tiempo hice una prueba de trabajo por un mes en una empresa
que se llamaba H&M (por Héroes y Mártires, un supermercado para la nomenklatura
sandinista)
Cuando me iba para Cuba llegué a buscarlo a Inpesca (la siglas eran interminables) donde
trabajaba por entonces y fuimos a su casa y estuvimos un rato con la Ena, su esposa que
estaba embarazada, y me despedí de ellos (en mi película super 8 todavía los veo decir
adiós mientras me monto en el bus, allá en el barrio San Judas, 1990)
La entrada al mercado del trabajo tuvo al inicio un tropezón: el Servicio Militar
A Cristóbal lo reclutaron en noviembre de 1983, pocas semanas antes de nuestra
graduación al final de la secundaria. Recuerdo también que le escribí una o varias cartas
Que querían ser literarias, una especie de taller vivo
Me pregunto dónde quedaron esas cartas—las que después le envié a mi madre, del
Servicio o de Cuba, la lee todavía (no tengo, no tendré mejor lectora)
Solo recuerdo el Saludo que ponía en las cartas: Compañero, Soldado
Cristóbal también aparece, niño aún, en una de las fotos famosas de Susan Meiselas sobre
la insurrección sandinista. Pero esas fotos suelen tener dueños y derechos, se las pelean los
FSLN o los MRS o los dueños de la memoria. Mejor que se queden ahí en su historia.
La foto vale por otras razones, por otros sentidos.
(La historia no había tocado el fervor por su madre que había muerto en 1978, y que
homenajeaba siempre en mayo, y estaba (estuvo) siempre como una constante de su ser y
personalidad—estaba ahí ya desde la primera vez que le hablé en algún momento de 1979:
todavía veo su talante adversario y dulce en un salón de clase del Alejandro García Vado)
Yo, querido Cristóbal, sigo por el momento escribiendo la carta, aguardando que llegue a
destino. De hecho había deslizado ya algo previsible en un poema en que dije: “Ya la mitad
de mí se perdió en tu memoria. Es buena edad.”
Y es así, compañero.
Andaban por ahí los Mallarmés, en el parque, los jardines
Los poetas provincianos de mi pueblo, que escribían de embarques con fuertes
Apóstrofos. Lengua de dioses, estatuillas escatimadas, islas del Mediterráneo.
Y yo los divisaba de largo. No podía en ningún momento empezar a usar la dicción
de Kavafis. Clandestino que entraba a los libros forrados con prepucios de esclavos.
Después murieron uno a uno los poetas de mi pueblo. Ahora, entonces
Es cuando les hablo.
“Nadie se va a vivir a Chile por su propio gusto” dijo el conductor de Uber.
“Nadie va a Chile tras su propia sombra” le respondí.
Sobrevino el silencio y los espacios oscuros de 10 de julio.
Si alguien habla de vacíos cómo se habla de esa conversación de vacíos?
Cómo olía la habitación en que trabajaba Schubert sus sonatas
rosas, sudor, el agrio vital de la ropa, orines
Decían la palabra vigor y me daba nausea, me desmayaba—es una cuestión de masculinidad decía
el profesor de educación física
Yo miraba largamente, crecían mis ojos mientras miraba
La lujuria del Invierno contra su cuerpo oscuro
Y dónde fue que lo vi y no lo compré (el libro de Kamenszaín)?
Ella recostada en el jardín o en el garaje convertido en serena terraza
El frío o la lejanía de los Salmos,
Silvia la de Shakespeare--“en el jugo del mar” -- cargaba con poemas de Juana de Ibarbourou
Un verso: “y toda abierta de par en par”
Esto se mezclaba en adolescencia con revistas pornográficas de mujeres con sexos pelirrojos
Donde no pude comprarlo / cuándo
“Nadie se va a Chile en este tipo de noche ocre”.
El del Uber quería saber por qué
Yo nací un día en que Dios lanzó a la venta Highway 61 Revisited
Todos saben que sueño y vivo en el filo y el ablandamiento
De la edad. Pues yo nací un día
En el que el primer mundo perdía progresivamente a sus T. S.
Eliots.
Hay un vacío en ese año metafísico
De mi nacimiento. Se juntan el mes el día el giro coloquial
El esplendor la samba mi padre en Insurgentes mi madre a
caballo
El poder algodonero (la tolvanera del nacimiento), el
somocismo
El programa pedagógico de la Escuela Normal
Todos saben que mastico este sueño que chirría
Entre diciembre y enero engendrado
Para nacer entre la Duda pop y la Sombra revolucionaria
Porque yo nací un día
En que Dios lanzó a la venta Highway 61 Revisited
Si algo hacen las excavaciones profundas es disecar las aguas subterráneas
Baudelaire a dieciocho varas de profundidad ya no diría tierras anegadas
No zarparía aquel otro viejo poeta de quien tenía nostalgia de viejo
Napas profundas no son buen embarcadero
Cierras los ojos y el agua transcurre, apegada, fría
Aprieta el lodo con tu mano izquierda
Esas aguas tienen corteza y de
nuevo la dalia con su raíz abultada que vi en 1974
Es el agua de la fotografía que al
estar cargada de sedimentos deja todas las manchas
Posibles en aires que no secarán
nunca ni revelarán nada
Los murmullos del balcón, del
pasadizo, de un viejo y amarillo ascensor
Corren hechos sonido en las aguas subterráneas
Pero toda excavación las seca, las
oculta, las ciega
Y eso es el eco de las excavaciones profundas
Silencio de
la noche, doloroso silencio
Pues me
duele el hombro (la articulación algún hueso sin nombre)
Y el insomnio
incluye hormigueos calambres y entumecimientos
Y nombres
de actores y actrices que no puedo recordar
(tres
nombres por película que cuento hasta dormir: o hasta no dormir y sin embargo
soñar).
El
reloj del teléfono ha dado ya las 3 y media y repaso
trechos
desordenados de vida—viejos perros del vecindario que recuerdo por nombres:
Tarzán,
León, Kaiser
Después
duermo intermitentemente entre sueños y encomiendas de muertos—regreso a
Nicaragua,
releo Crimen y Castigo, estoy en Sunrise (la película de Murnau)
y oh la aurora
temprana junto a mi perrita Lili
la basura,
el café, los huevos, los pomelos
y me meto
en el día como si me metiera en el sueño
Ya hago amagos a los muertos
No el escuchar con mis ojos, sino hablarles
Desde el Prefacio. Ordenemos esto, o esto tenía un
orden
que no
mirábamos.
La fiesta del cielo es muda, un espejo de grafito.
Ante el espejo que hablamos mientras hay lengua y no
gusanos
O ceniza. Ya no es la primavera en que escribía Márgenes
(me veo revisando en un bus de la 61C el ejemplar
nuevecito
dedicado
a mi padre que tiene meses de muerto)
es el tiempo en que se dice contradictoriamente que
esto
tenía un orden y se le dice a los muertos.
feb. 2023
Estoy convirtiéndome en un viejo llorón
Al parecer
mi salida del teatro del mundo será entre lágrimas, como en una ópera—pongamos
que
barroca por
meras preferencias estéticas
Leyendo
lloro por los huérfanos
En los
audífonos lloro con los Ángeles Negros, no se puede continuar
En el cine
porno entro a llorar por las formas humanas: el ano, el clítoris, los
testículos
La poesía,
como es obvio, me hace llorar a carcajadas
Fusilaría a los hermanos Coen (los cineastas)
Su idiota ironía y sus inútiles (perdón, Jeff Bridges)
El padre enfermo de Alzheimer caga delante del hijo—secuencia
que resume todo su cine
desgraciado
Cualquier posmo de mierda provinciano troskobudista
Encontraría peliaguda esa secuencia
La secular ausencia de un cine democrático
Conforme el tiempo pasa me voy convirtiendo en un viejo
llorón
De la coyuntura nicaragüense puedo decir que hoy veo con
mucha más sorna a la clase media
ah peregrina ah perseguida ah lameculista
y que se me hacen más nítidos los violentos linderos de
clase que caracterizan a esa sociedad.
A la vez percibo que me he quedado por fuera de cualquier
lógica nacional la que, en el caso de
Nicaragua, pasa por estar afiliado a alguna Personalidad
La vida cultural de Nicaragua en los 90s era aburrida. Tres
celebridades—Sergio Ramírez, Gioconda
Belli y Ernesto Cardenal—se comportaban como las Tres
Divinas Personas. Cardenal, el mejor de
los tres, al menos tuvo la decencia de declararse chavista.
Era lo correcto dada la coyuntura
En cierto sentido preferiría ser una viejo pedorro como
Vargas Llosa o Sergio Ramírez
Viejos pedorros pero burgueses
Y no un viejo
llorón que vive de su salario
La foto aérea, desde el puente, de la laguna congelada
Y el horizonte que resplandece.
A través de la imagen
En la computadora, reconozco ese horizonte.
El parque Schenley y South Oakland.
Estamos archivados en el parpadeo de la pantalla
Los patos del verano que se fueron
Horizontes ajenos, alquiler de las palabras
(cerca estaba la Biblioteca Carnegie donde prestábamos también películas en VHS
Y discos de Beck, Miles Davis, Prince)
Textos tuyos entrelazados con los míos en el cementerio
De la web. Un murciélago azul en el pecho dice que el tiempo de los besos
No ha llegado. Cultiva cuando puedas tu Cernuda
Vigila tu Lezama.
Las cerniduras que el tiempo lima.
Las hemorroides internas. Esa molestia en la boca
del ano. Sequedad de la hora y de la vida (lo que era
la vida).
Seguí escribiendo todo diciembre sobre Coronel
están ahí los libros ya raídos de cuando tenía veinte
años
y marcaba con lápiz las entonaciones (esto por
influencia de
Pedro Henríquez Ureña en su Gramática—la gramática a
la
que me enviaba siempre mi padre).
Leía Los Parques y las focas, menos los parques más
las focas
Los sexos de las focas más que los declives de
superficie de
los parques. La androginia de la mujer que tenía un
vocerrón
y entraba a la tienda, y fascinaba a través de los
años.
Como a Eliot, nos ahogaban las sirenas.
Entre por el lado del sexo, llevaba mi costal de
citas.
Acabé conversando de nuevo a la medianoche—en ese tipo
de insomnio
que consiste en despertar en un lugar indeterminado de
la madrugada, y teniendo como
regla de oro nunca consultar la hora ni prender el
celular—sobre
la edad. La edad de oro, la diadema, el goce, y el
tiempo, esa
edad de horo, en donde se superponen la hora y
el oro, acercándose al horror.
Adán y Eva llegaban al parquecito, el edén. En una de
las bancas
del parque disponían su instrumental de cartulina: la
copa roja de
las papitas o french fries, el género de papel
que envolvía la hamburguesa
marcado con el signo de McDonalds. El calor derretía
el amarillo
del queso que se combinaba con el húmedo casi maternal y cálido de la grasa.
Y, me olvidaba, de la bebida negra con popote, pajilla o carrillo.
Estarás conmigo ahí en el Paraíso, dijo el hombre a la mujer distraída.
Luego en el insomnio, otra vez—ese tipo de insomnio
que consiste en
despertar en cualquier edad perdida, se me hacía maquinal
el resabido
No me tienes que dar por que te quiera.
Espaciaba dos o tres no, antes
de continuar con el escandido verso. Y Borges: reconozco
en mí la voz
de mi padre cuando escandía un verso. Un falso Borges.
Adán y Eva y los planetas hoy duermen lejos de la
basura que los perros
vagabundos van sacando lentamente del depósito frágil
verde y redondeado en los bordes.