Pero ¿qué es la aldea motorizada?
Provisionalmente, la definiría como el grupo de pueblos y ciudades, con infraestructura de transportes insuficiente, que viven un “boom” en el número de vehículos que los cruzan y comunican.
Asimismo, aldea motorizada podría ser entendida, en sentido connotativo y metonímico, como los procesos sociales y culturales aparejados por ese “boom” de transportes sin infraestructura adecuada.
Estos pueblos y regiones no tienen ni las carreteras ni las vías adecuadas para soportar la carga de tránsito con que ahora viven. Tampoco pueden renunciar a ella. Es con eso que la aldea y sus habitantes se mueven y, en sentido económico, se reproducen.
Este “boom” de vehículos cambia rápidamente los hábitos y costumbres de la aldea. Surgen nuevos oficios, frescos atolladeros, polvazales extensos, nuevas formas de vivir y de morir.
La aldea motorizada es esencialmente distópica, es decir, anula el pensamiento posible de alternativas equilibradas que combinen la salud ecológica y la salud pública.
Figura 1: el furgón incrustado.
Íbamos para La Boquita, balneario del Pacífico caraceño. Es una ruta lenta y doméstica: los habitantes de los pueblitos aledaños van a Diriamba a comprar alimentos, y viajan en el bus Bluebird (uno de esos viejos amarillos buses escolares que han desocupado en algún County de los Estados Unidos y ha sido adoptado en la aldea motorizada). El suceso visual de este viaje no fue el paisaje, sino ver cómo un furgón de bebidas gaseosas había penetrado por la puerta de la sala de una casa orillada a la carretera. Los del bus comentaban que la señora de la casa había tenido un ataque de nervios— ¿quién no?—pero que, por suerte, no había víctimas humanas. En la sala se podía ver a la señora, sus hijos, algún vecino comentando el evento, mientras el furgón incrustado seguía en su lugar.
Todos sabemos cómo crece esa extensa zona suburbana que abarca, por lo menos, el sur y el este de Managua, con tendencia a convertir en una sola área metropolitana lo que comprende las ciudades de Masaya y Granada, así como amenaza con trepar sobre los bosques del Crucero hacia el sur.
Sin mucha exageración podría decirse que estas zonas suburbanas crecen en los márgenes de las carreteras (que, en realidad, son sólo dos angostas vías). Carreteras, además, que tienen que soportar el tránsito de carga, porque no hay tren en Centroamérica ni vías alternas de transporte pesado. Así que el transporte de pasajeros y los conductores con vehículo propio deben pelear el espacio del viaje con los camiones. Sin duda, esto eleva varias veces los riesgos de accidentes. A veces, se cuentan filas de hasta 20 furgones con su marca correspondiente, digamos TRANSAMERICA, bajando en el atardecer por el bosque del Crucero.
Figura 2: el caballo muerto.
Un enero de hace algunos años. Las bolsas de viento que golpean el páramo con fuerza, empujaron al furgón hacia el costado. Los caballos venían en ese mismo viento galopando, habían saltado el cerco (por los ácidos que vienen del volcán, quizá, todo se seca rápidamente en esta área) e iban a cruzar la carretera: buscaban quizá hierba fresca. Uno de ellos recibió el impacto del furgón y cayó en el centro de la carretera dando un golpe de vientre. Cuando pasamos y lo vimos desde el bus, se arrastraba y sangraba pero no podía incorporarse.
Uno de los cimientos obvios de la aldea motorizada es una elevada tasa de nacimientos que permite la duplicación en pocos años relativos de la extensión de los pueblos. Este cambio de volumen poblacional no implica una modernización del espacio. La modernización es desigual: se siembran por todas partes antenas para la comunicación por teléfonos móviles pero las ciudades y pueblos crecen de manera desordenada, sin racionalidad urbana o servicios básicos adecuados.
El estado de las carreteras, la polución (incluida la polución sonora) y el estado mental de choferes y pasajeros están íntimamente ligados. Como ya sugerí en mi post anterior, 5 consejos para afrontar el estrés del commuter, se requieren profilaxis y curas. El uso de la música, atestada de comerciales exaltando un consumo ridículamente agringado (emparedados submarinos del mes, cafés copiados de Starbuck, autos en rebaja, loterías, la felicidad de hablar por teléfono móvil), enfatiza la tortura y la esencia autoritaria de la aldea motorizada: el que tiene un motor conduce y hace oír lo que él (es decir, la aldea en sí) desea.
Figura 3: Allison, historia de taxi
Allison (el nombre anglo en una centroamericana ladina no es ninguna novedad) es una mujer pobre de unos 45 años, con dos hijas adolescentes que a su vez tienen entre ambas tres críos. Ninguna de estas mujeres trabaja de manera convencional. No les entusiasma las zonas francas en donde los taiwaneses disciplinan y explotan mucho. No serán domésticas ni saldrán a vender nada de nada. Viven de un carro convertido en taxi, el cual conducen sus eventuales novios y maridos. Por la noche, el taxi sirve también para raterías de poca monta, algún tráfico de drogas livianas, sus salidas a los bares pobres. No es fácil tener este taxi. Allison está endeudada, los siempre cambiantes choferes-novios la maltratan a ella y a sus hijas. La gasolina sube de precio. Se invierte mucho en reparaciones. Pero su sueño de futuro está claro: cada hija tendrá un taxi propio, con chofer propio quizá, y mejores posibilidades económicas. Ni la escuela ni el empleo formal dan esperanza de futuro a esta mujer, incluso teniendo tres nietos que se acercan a la edad escolar.
Cuando de pronto la ciudad se llena de taxis uno lo percibe inmediatamente: polvo, lodo, consumo. Centenares y miles quieren vivir de esa opción económica. Los jóvenes del politécnico, los maestros desempleados, los agricultores fracasados se convierten en choferes. Las pulperas, los profesionales, los rentistas adquieren taxis para explotarlos. Desde los aparatos ideológicos se exalta la libre competencia y el espíritu empresarial. Las ONGs y Universidades comienzan a hablar del emprendedurismo.
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