Esto no es un texto. Son pisadas sospechosas de un hombre que lleva pegada un abeja en la camisa. Son flores caídas del jacarandá, el lila apasionado. Intrincados el perro y el amo en bicicleta. El sendero que no vi sino aquella mañana. Un manto de niebla iba bajando, cerca de las ocho (como suele ocurrir cualquier mañana). Las pisadas acaecen al atardecer, a contraluz. El hombre se orienta en el aire yuxtaponiendo cosas que ha visto, que ve ahora. Su vida momentánea es un manotazo tirado al aire. Piensa esto no es un texto, el leitmotiv es una piedra. Caminará hasta el final de la marca de la hierba, quizá influenciado por la antología beat dirá que esto, la inclinación del sol, la luz, la hierba no son un texto. Volverá a recordar aquella mañana de domingo que salió a correr. Tres perros negros venían a su encuentro. Perros desorientados que habían amanecido como unos Borges avant la lettre en la esquina de un mundo humano, un mundo perro digamos. Y los susodichos perros confundidos se alegraron de verlo, marcharon unos metros tras él. Él que iba cruzando calles por entero literarias (esto no es un texto) Blest Gana, Martín Rivas, Rubén Darío. Y los perros desorientados bailaron un momento uno en torno del otro, las tres divinas personas. Y se fueron. (Había tenido la suerte que una perrita negra musculosa y amable lo siguiera una mañana durante tres kilometros tratándolo casi como camarada. Pero a la altura de Tobalaba atendió algún ruido y siguió en sentido contrario, ella cruzando el aire con su bellísimo hocico negro, brillante y húmedo.) Había un sendero en frente. ¿Cómo correr un día por aquel sendero? Entonces un perro negro (hay varios perros negros en este texto) atacó a un frágil lassie muy parecido a su amo, este escandalizado por el ataque, aquel entrenando de rutina. Se oyeron unos aullidos, unos gritos. El entrenamiento siguió. La niebla iba bajando, incluso el cuerpo caliente reaccionaba al aire frío. Más adelante: los perros obsesionados de las esquinas, en Egaña, la Banda de los Cinco atacando taxis y transeúntes. En esas paradas hay más gente obrera esperando. Gente en el frío sin frente popular. Todos miran a la Banda de los Cinco, secretamente les temen, es un espectáculo del inconsciente. Busco el sol, mujeres escriturales hieren el sendero, sombras dramáticas vocean cosas. Como es domingo por la tarde hombres nunca vistos se juntan en las esquinas a murmurar.
lunes, noviembre 25, 2013
miércoles, noviembre 20, 2013
El desierto sin cine (plan para un cuento largo)
Había una TV blanco y negro que funcionaba a veces haciendo ruido como un motor.
Superficie arenosa sucia marcada con constancia por las interrupciones, el ruido por ejemplo de las motos que circulaban por el barrio.
Los domingos ponían videos de Pearl Jam, "Daughter" o "Jeremy". A principios de los noventa. Aquellos videos les causaban asombro.
La transmisión magnetizada cruzada por olas y barras abstractas, y desfigurando las caras y las poses.
Llovía polvo todo el día durante el verano. Mucho polvo, todo estaba terroso.
No tenía empleo. A veces tomaba una máquina de escribir portátil y escribía un cuento de seis páginas.
Era un espacio más desestructurado y abigarrado que el de Stranger than Paradise. Una modernidad menor.
Quería ser un personaje de Jarmusch. Pero no entendía que traducir esta densidad era terrible.
A veces las hojas del cuento se soltaban de sus manos (se estaba durmiendo) y caían sobre el piso de tierra (no había ladrillos).
La revolución había pasado y cada vez que Violeta Chamorro salía en la TV decía una mala palabra.
Eran veranos disciplinares, de mucho sol. De tardes somníferas.
Manejaba cuadernos con apuntes apurados. Quería copiar aventuradamente la estructura intelectual de los versos de PPP.
Todavía era usual escribir cartas. Mencionaba a Rimbaud, a Thomas Mann. Al archivo fílmico metido en su memoria.
Los noventa eran el desierto sin cine.
Aparte de algunos atisbos de crítica cultural, leía cuentos. "Las nieves del Kilimanjaro". "La muralla china".
Enviaba sus cartas a Bolivia. Único lugar vivo del planeta.
Dejó de escuchar a Pink Floyd. Basta de grandilocuencia, dijo.
Conversaba con sus hermanos sobre fundar un grupo de rock alternativo.
Dónde conseguir los instrumentos? Pero qué puede hacer un chico pobre?
Él no actuaría sino en la sombra. En la parte más abstracta.
Una vez ganó un concurso de cuento y le pagaron seiscientos dólares (era una suma considerable).
Compró una diminuta TV a color. Ponían "What´s the Frequency Kenneth?" que estaba de moda por entonces.
Superficie arenosa sucia marcada con constancia por las interrupciones, el ruido por ejemplo de las motos que circulaban por el barrio.
Los domingos ponían videos de Pearl Jam, "Daughter" o "Jeremy". A principios de los noventa. Aquellos videos les causaban asombro.
La transmisión magnetizada cruzada por olas y barras abstractas, y desfigurando las caras y las poses.
Llovía polvo todo el día durante el verano. Mucho polvo, todo estaba terroso.
No tenía empleo. A veces tomaba una máquina de escribir portátil y escribía un cuento de seis páginas.
Era un espacio más desestructurado y abigarrado que el de Stranger than Paradise. Una modernidad menor.
Quería ser un personaje de Jarmusch. Pero no entendía que traducir esta densidad era terrible.
A veces las hojas del cuento se soltaban de sus manos (se estaba durmiendo) y caían sobre el piso de tierra (no había ladrillos).
La revolución había pasado y cada vez que Violeta Chamorro salía en la TV decía una mala palabra.
Eran veranos disciplinares, de mucho sol. De tardes somníferas.
Manejaba cuadernos con apuntes apurados. Quería copiar aventuradamente la estructura intelectual de los versos de PPP.
Todavía era usual escribir cartas. Mencionaba a Rimbaud, a Thomas Mann. Al archivo fílmico metido en su memoria.
Los noventa eran el desierto sin cine.
Aparte de algunos atisbos de crítica cultural, leía cuentos. "Las nieves del Kilimanjaro". "La muralla china".
Enviaba sus cartas a Bolivia. Único lugar vivo del planeta.
Dejó de escuchar a Pink Floyd. Basta de grandilocuencia, dijo.
Conversaba con sus hermanos sobre fundar un grupo de rock alternativo.
Dónde conseguir los instrumentos? Pero qué puede hacer un chico pobre?
Él no actuaría sino en la sombra. En la parte más abstracta.
Una vez ganó un concurso de cuento y le pagaron seiscientos dólares (era una suma considerable).
Compró una diminuta TV a color. Ponían "What´s the Frequency Kenneth?" que estaba de moda por entonces.
viernes, noviembre 15, 2013
Dicho al oído
estoy circunscribiendo las cosas
teléfonos (a veces teléfonos de la muerte) espacios como rosales
y aguadoras con cántaros y pilas y pozos en los patios
(jugué todavía en aquel patio casi abandonado con árboles de jocotes
y tamarindos y la vieja carrocería abandonada de un Chevrolet
y caramelos de papel)
y casas hechas de largas tablas pintadas con cal
y la vida alcalina que transcurría
asomada al jardín, esperando una brisa de pólvora en
las fiestas
gencianas y disciplinas y rosas y violetas
y el pozo devenido en sitio para la ducha
(y un gato caminando en la circunferencia del brocal)
de vez en cuando me topo con esa ruina de recuerdo
nada de lo que era es de la misma forma
hay otros olores en el antiguo lugar de la letrina
el tamarindo ya no está (aun transfigurado bajo un sol de julio)
los diálogos de la TV blanco y negro están esparcidos en el polvo
le digo: yo no sabía que este era el lugar fantasma
la cama en donde durante la siesta lo despertó la madre
(que había muerto hacía dos años) con un abrazo
demasiado estrecho y de fuerza desesperada como para no ser cierto
la cocina donde le sirvió la cena y la jarra de agua fresca (la tinaja acomodada en el
rincón junto a la gallina)
el rastro de la memoria de cuando con el hermano mayor iban al muelle
de Granada a estibar
estoy viendo estas y otras cosas lentamente
en noviembre sobre todo
(un noviembre sudamericano que Ud. no hubiera imaginado)
bostezo me asomo a la ventana sigo disciplinadamente
barajando dejando pasar estas imágenes que llevan un ritmo de agua
(la aguadora clausurada es mi cinematografía)
le digo estas cosas al oído
trato de paladear el aire y el olor de la piel de la oreja
lunes, noviembre 11, 2013
Luz en los ojos
Después del terremoto leí los poemas póstumos de Huidobro
Bajo un bombillo hiriente en silencio alguna brisa que llegaba
Atravesando mares
Eran días de calor y de desvelo. No había otra
Bujía. Había un supermercado cerca. Podía salir a comprar
Una luz más suave, blanca
Que cayera con resignación sobre las hojas del libro
(Eran poemas póstumos o tardíos o últimos: el tipo
Había vuelto al suelo a la página a cierta realidad iluminada.)
Pero quién tomaba y retenía el tiempo
Quién era el puño y la estratagema
Los niños dormían y había temblores a veces
Leves o fuertes
Que me hacían apartar la vista del libro--miraba la luz de la bujía
Empecinada flotando en el tiempo
Había algo de arrebato en las líneas, una mariposa nocturna y lírica
Que se balanceaban en el espesor de aquella luz
Lejana.
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