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jueves, septiembre 16, 2010

Hacia una antología apocalíptica

Me gustaría presentar a partir de aquí un segmento descriptivo. Es preciso, por cuestiones de metodología, y también por cuestiones de proximidad e incluso de desconocimiento, hacer un corte geográfico que intentará situar mis hipótesis principales en un territorio apocalíptico. Me limito a Managua, dejando como tarea pendiente probar convergencias y divergencias con otras áreas urbanas de Centroamérica. Mi inquisición es, además, interesada por ser partícipe de la sintomatología aquí (re)presentada.

Mis fuentes son una pequeña selección de textos de tema distópico seleccionados para la revista L´Ordinaire Latino-American de la Universidad de Toulouse-Mirail, y los libros Holanda, que es una colección de cuentos del joven escritor Rodrigo Peñalba, y el poemario La casa de fuego de Marta Leonor González. En este corpus trataré de observar un sentido destructivo, relacionándolo con la modernidad y las tradiciones políticas y estéticas que señalé al principio.

La escritura nace de la destrucción. La circulación mediática de los desastres naturales y no naturales (New Orleáns, Cuba, el Golfo de México, Pakistán: y con referentes nacionales Managua, pero también Bilwi o Casitas), intensifica una expresividad que explora este condicionamiento discursivo. El personaje del cuento de Rodrigo Peñalba “Inundación” espera en los techos de una Managua inundada a que llegue por aire la salvación. Leo fragmentos del último párrafo de la narración, que mezcla la imaginería de la ciencia ficción y el apocalipsis, con las de las labores de rescate:

Una visión bajo del cielo, con cuatro brazos que agitados a gran velocidad se mantenía suspendida como si colgara de un gran lazo. Cuerpo voluminoso y hueco, y en su interior seres con cráneos de acero y cruces rojas en el pecho que colgaban como crías de marsupial con los cordones umbilicales todavía fijos a su madre. (…) Abandonado me dejé llevar dentro del ser voluminoso, elevándome por los aires, con el océano que enterró a Managua abajo, océano uniforme, perfecto, lodoso, cubierto de nubes, fondo tapizado de cadáveres atrapados en sus casas. El infierno, la perfección. Infierno. Pasteles. Y cielos de cielos, infiernos de infiernos, pasteles de toda suerte. Sube helicóptero, sube. (Holanda 22-23)


Quiero hacer ver que la cerebración del personaje al momento del rescate incluye la evocación de versos de Carlos Martínez Rivas (“Y cielos de cielos, infiernos de infiernos”). Ese paroxismo de la destrucción que anula fronteras entre realidades discursivas, no deja de mostrar una antigua huella literaria entre la suciedad de la inundación (que es también asunto mediático), la poesía es el indicio infernal más cercano al bocado. Como nota marginal habría que decir que la postmodernidad en ámbitos de modernidad abigarrada del estilo de Managua, no se expresa tanto o no sólo por una conversión arquitectónica y urbanística ecléctica, sino también por el rol, con frecuencia amenazador, de la naturaleza y los discursos que quieren apropiársela.

El poema de Ezequiel D´León Masis “Convulsión de suelo” conjetura precisamente el resultado mediático, discursivo y estético de “un terremoto de escala provinciana”, pensando que tal cataclismo ocurriera en Managua (por supuesto, este cálculo está dentro de toda probabilidad para una capital destruida dos veces por terremotos durante el siglo XX). El poema está articulado como apuesta metatextual en la que una lógica de mercado acaba imponiéndose. La primera parte plantea la maquinación estética. Dice así:
El malestar de la vigilia me ha llevado a calcular francas estupideces, como ésta que me aturde ahora acerca de las probabilidades performativas—o suceptibilidades de ser performance—que pueda brindar un terremoto de escala provinciana. La argumentación teórica podría plantearse sobre el concepto de la deconstrucción visual de los elementos arquitectónicos de una ciudad, un pueblo. La obra podrá ser titulada Convulsión de suelo, título que—sé que insisto en algo evidente—será posterior al desastre telúrico…


Aquí resulta evidente que el estado de la función del arte en donde se entrelazan una índole conceptual (hablar de la destrucción) con otra tecnocrática (calcular, planificar, racionalizar la destrucción: una especie de razón postmoderna bifronte. El discurrir del poema deja ver más claramente esta interrelación, pero situando el locus de tal alianza: los medios y el mercado del arte. Dice así el final del poema:
No dejemos de lado la cuestión de la escala provinciana: piénsese que un cataclismo capitalino será cubierto, a sus anchas y chanchas, por los mass media y, nones, lo que se quiere es llevar a categoría de alta costura visual un estruendo que poco se celebre en la boca del alboroto noticiante; así, la sopa que iba a estropearse en la intimidad de la casa deviene proyecto promisorio, capaz de sacarle cierta sumita de billetes a alguna de estas bienales burguesas de la periferia. El arte puede ser más intrincado de lo que apenas solemos imaginar, y hasta más rentable.


En realidad enclavado en el centro del poema de D´Leon Masís aparece un designio “otro” el del trazo modernista (referido a un cuento de Alejo Carpentier) que sublima la lógica devoradora de la destrucción, pero que figura también un camino cerrado.

Otra versión del nacimiento de la escritura a partir de la destrucción aparece en el poema “Que tome vitamina D (de destrucción)” de María del Carmen Pérez. Este caso es más directamente apocalíptico y se ocupa de un futuro distópico en que la poesía vegetal terminará dominando a la poesía animal. Aquí la destrucción reconoce un ámbito mucho más doméstico, dejando claro que la destrucción comienza por casa, y por la propia subjetividad. El poema dice así:

El arcángel bajó
puso un lápiz en la siniestra de la poeta-niña
y ella, viéndose magníficamente poderosa
escribió:

Fuego

Azufre


Miedo

y ceniza sobre Managua.


Luego prendió fuego a su propia casa.

Y así, la poesía animal
quedó transfigurada en perras negras
y la poesía vegetal
comenzó a dominar la ciudad
con enredaderas eróticas, espinudas,
árboles y frutas salvajes
que nacían comúnmente
en el centro
de sus salas.


En este poema la pareja contradictoria de la destrucción, que acaba anulando o marginando cualquier expresividad “animal”, podría ser la “comodificación” (es decir, la transformación del espacio urbano en bienes de capital). Si se considera la paz social de tal espacio después de la destrucción se verá quizá la labor ideal de la globalización: jardines tropicales y periféricos en que se concilian la subjetividad y el paisaje. También aquí aparece, sin embargo, la huella discordante del pasado en las figuras marginales de “las perras negras” cuyo hábitat natural es mucho más destructor y destructivo.

Quisiera, para finalizar con mi recorrido descriptivo, pensar qué pasa con esas huellas y márgenes afectados por la destrucción (en sentido literal: la destrucción opera sobre los afectos) pero no anulados por la lógica apaciguadora. La pregunta, obviamente, por una radicalidad estética posible. Podrían considerarse desde ese ángulo los poemas de Marta Leonor González en que se desplaza la subjetividad autorizada (y autoritaria) típica del relato revolucionario. La experiencia de González parece ser doble. Por un lado, la vida familiar, el arraigo de lo común, y la destrucción de ese mundo. Por otro lado, una especie de subjetividad coral que trata de dar nuevo sentido a ese mundo fragmentado, permanentemente asediado por la violencia. La operación también podría describirse como una interrelación entre melancolía y lucidez: añoranza de lo común, lucidez de su esencial lógica violenta. Así, por ejemplo, en el poema “Cultivo familiar”:
Trago las púas que mi padre sembró,
mi hermano las cultiva.
Mamá esconde el cuaderno
donde la niña garabateó
la casa en llamas
destruida por las palabras.


Aquí es evidente una frontera de poder referida al género que la escritura confronta a través de la destrucción, y otra frontera fundamental referida a la edad y la operación de filiación. La escritura está llena de tanteos, de ocultamientos de manuscritos, de equívocos, de revelaciones provisionales cercadas por la disciplina y la violencia simbólica. El poema continúa diciendo:
En este momento
Veo las páginas tachadas
Los poemas que mamá escribió
Con vergüenza
Y el sueño de armar una ventana
Inventar un color
“amarillo no es azul” me dice
Y vuelvo a la paleta
Donde ella confunde el rosa
Con el fucsia.

Pero papá tiene ese jardín de púas para él
Y noches largas de riego
Donde le acompaña la congoja
Y le descubre el color a las piedras.


La ley del padre parece fijar la subjetividad pero los borramientos y bocetos anteriores siguen operando inconscientemente. Son un espacio irrenunciable que obliga a replantearse la cuestión de la unicidad subjetiva y su relación con la escritura. La escritura es fronteriza porque asedia desde espacios menos autorizados, en cierto sentido más blandos, más ocasionales (son los manuscritos ocultos de la madre). En el poema “Ciudad Juarez: los muros hablan” se puede ver como la escritura ocasional y desautorizada del grafiti puede rearticular lo que antes llamé una subjetividad coral. Algunos fragmentos:
…..
¿Quién pronuncia tu nombre Esmeralda
llamado de piedra?

Verde es el musgo y tu canción.
¿Quién te nombra sino tu hija
emparentada con la muerte?

En los muros tu nombre,
en la calle tu sangre salpicada,
las manchas que los minutos borran.
….


La pareja conceptual que invoqué al principio, la de destrucción e inserción, opera aquí de forma testimonial, pero de un testimonio desapegado (quizá desentendido) de la síntesis nacional. Una escritura de las manchas, las huellas, la marca corporal, el testimonio de la desaparición, el boceto transitorio pero válido. González estaría explorando, pues, lo dejado por la destrucción en un sentido cercano a los textos y autores considerados antes, pero penetrando en los (con)textos de tales procesos de cambio que no suelen ser instantáneos o, tal vez, en que opera un Apocalipsis más extasiado.

Para finalizar, algunas conclusiones. Mi percepción general es que estos textos muestran una preocupación política, aunque obviamente no referida a un proyecto político. No los veo como textos abandonados a una idea literaria (y mucho menos mercantil) de lo literario. Son textos que reaccionan al avance de la globalización, que entienden la motivación y el afecto mediático, que teorizan la relación entre técnica y arte, que comprenden de manera radical la importancia de las escrituras otras y el valor testimonial de los trazas de las víctimas de la destrucción postmoderna. Muestran, pues, una continuidad con las tradiciones centroamericanas en lo que se refiere a la presencia de la identidad, y no como una entidad abstracta, sino, más bien, como una identidad pasional. La lección postvanguardista en cuanto al vínculo ético y estético es, por eso mismo, decisiva. La gran escapada del discurso nacional no implica, pues, para estos creadores una sumergida acrítica en la globalización, sino una problematización cuyos indicios creo que es preciso estudiar.

(Fragmento de ponencia presentada en la Universidad de Chile durante el Encuentro Internacional Poesía y Diversidades: perspectivas críticas en el marco del Bicentenario, 2 de septiembre de 2010.)

lunes, febrero 18, 2008

La aldea motorizada

En algunas entradas de este blog—por ejemplo, en mi descripción de los Intermortales—he mencionado lo que llamo la aldea motorizada.

Pero ¿qué es la aldea motorizada?

Provisionalmente, la definiría como el grupo de pueblos y ciudades, con infraestructura de transportes insuficiente, que viven un “boom” en el número de vehículos que los cruzan y comunican.

Asimismo, aldea motorizada podría ser entendida, en sentido connotativo y metonímico, como los procesos sociales y culturales aparejados por ese “boom” de transportes sin infraestructura adecuada.

Estos pueblos y regiones no tienen ni las carreteras ni las vías adecuadas para soportar la carga de tránsito con que ahora viven. Tampoco pueden renunciar a ella. Es con eso que la aldea y sus habitantes se mueven y, en sentido económico, se reproducen.

Este “boom” de vehículos cambia rápidamente los hábitos y costumbres de la aldea. Surgen nuevos oficios, frescos atolladeros, polvazales extensos, nuevas formas de vivir y de morir.
La aldea motorizada es esencialmente distópica, es decir, anula el pensamiento posible de alternativas equilibradas que combinen la salud ecológica y la salud pública.

Figura 1: el furgón incrustado.
Íbamos para La Boquita, balneario del Pacífico caraceño. Es una ruta lenta y doméstica: los habitantes de los pueblitos aledaños van a Diriamba a comprar alimentos, y viajan en el bus Bluebird (uno de esos viejos amarillos buses escolares que han desocupado en algún County de los Estados Unidos y ha sido adoptado en la aldea motorizada). El suceso visual de este viaje no fue el paisaje, sino ver cómo un furgón de bebidas gaseosas había penetrado por la puerta de la sala de una casa orillada a la carretera. Los del bus comentaban que la señora de la casa había tenido un ataque de nervios— ¿quién no?—pero que, por suerte, no había víctimas humanas. En la sala se podía ver a la señora, sus hijos, algún vecino comentando el evento, mientras el furgón incrustado seguía en su lugar.

Todos sabemos cómo crece esa extensa zona suburbana que abarca, por lo menos, el sur y el este de Managua, con tendencia a convertir en una sola área metropolitana lo que comprende las ciudades de Masaya y Granada, así como amenaza con trepar sobre los bosques del Crucero hacia el sur.

Sin mucha exageración podría decirse que estas zonas suburbanas crecen en los márgenes de las carreteras (que, en realidad, son sólo dos angostas vías). Carreteras, además, que tienen que soportar el tránsito de carga, porque no hay tren en Centroamérica ni vías alternas de transporte pesado. Así que el transporte de pasajeros y los conductores con vehículo propio deben pelear el espacio del viaje con los camiones. Sin duda, esto eleva varias veces los riesgos de accidentes. A veces, se cuentan filas de hasta 20 furgones con su marca correspondiente, digamos TRANSAMERICA, bajando en el atardecer por el bosque del Crucero.

Figura 2: el caballo muerto.
Un enero de hace algunos años. Las bolsas de viento que golpean el páramo con fuerza, empujaron al furgón hacia el costado. Los caballos venían en ese mismo viento galopando, habían saltado el cerco (por los ácidos que vienen del volcán, quizá, todo se seca rápidamente en esta área) e iban a cruzar la carretera: buscaban quizá hierba fresca. Uno de ellos recibió el impacto del furgón y cayó en el centro de la carretera dando un golpe de vientre. Cuando pasamos y lo vimos desde el bus, se arrastraba y sangraba pero no podía incorporarse.

Uno de los cimientos obvios de la aldea motorizada es una elevada tasa de nacimientos que permite la duplicación en pocos años relativos de la extensión de los pueblos. Este cambio de volumen poblacional no implica una modernización del espacio. La modernización es desigual: se siembran por todas partes antenas para la comunicación por teléfonos móviles pero las ciudades y pueblos crecen de manera desordenada, sin racionalidad urbana o servicios básicos adecuados.

El estado de las carreteras, la polución (incluida la polución sonora) y el estado mental de choferes y pasajeros están íntimamente ligados. Como ya sugerí en mi post anterior, 5 consejos para afrontar el estrés del commuter, se requieren profilaxis y curas. El uso de la música, atestada de comerciales exaltando un consumo ridículamente agringado (emparedados submarinos del mes, cafés copiados de Starbuck, autos en rebaja, loterías, la felicidad de hablar por teléfono móvil), enfatiza la tortura y la esencia autoritaria de la aldea motorizada: el que tiene un motor conduce y hace oír lo que él (es decir, la aldea en sí) desea.

Figura 3: Allison, historia de taxi
Allison (el nombre anglo en una centroamericana ladina no es ninguna novedad) es una mujer pobre de unos 45 años, con dos hijas adolescentes que a su vez tienen entre ambas tres críos. Ninguna de estas mujeres trabaja de manera convencional. No les entusiasma las zonas francas en donde los taiwaneses disciplinan y explotan mucho. No serán domésticas ni saldrán a vender nada de nada. Viven de un carro convertido en taxi, el cual conducen sus eventuales novios y maridos. Por la noche, el taxi sirve también para raterías de poca monta, algún tráfico de drogas livianas, sus salidas a los bares pobres. No es fácil tener este taxi. Allison está endeudada, los siempre cambiantes choferes-novios la maltratan a ella y a sus hijas. La gasolina sube de precio. Se invierte mucho en reparaciones. Pero su sueño de futuro está claro: cada hija tendrá un taxi propio, con chofer propio quizá, y mejores posibilidades económicas. Ni la escuela ni el empleo formal dan esperanza de futuro a esta mujer, incluso teniendo tres nietos que se acercan a la edad escolar.

Cuando de pronto la ciudad se llena de taxis uno lo percibe inmediatamente: polvo, lodo, consumo. Centenares y miles quieren vivir de esa opción económica. Los jóvenes del politécnico, los maestros desempleados, los agricultores fracasados se convierten en choferes. Las pulperas, los profesionales, los rentistas adquieren taxis para explotarlos. Desde los aparatos ideológicos se exalta la libre competencia y el espíritu empresarial. Las ONGs y Universidades comienzan a hablar del emprendedurismo.





miércoles, septiembre 19, 2007

Imperialismo "liviano"

Esquire se pregunta cuáles serán los próximos cinco estados que incorporarán los Estados Unidos. Cuba va a la cabeza en este atragantado plan de incorporación. Si esto no es sueño imperial (pop o liviano pero traducción wet del imperialismo "duro"), qué podrá ser?

Fidel ser muere, Raul es reemplazado por una junta de "unidad nacional" (la UNO versión Miami). En cinco años, Cuba tiene sus primeras elecciones libres (o de libre mercado debería decir) y los candidatos se dirigen abiertamente a la incorporación norteamericana. Por supuesto, postmodernos del mundo, el cadáver de Martí (y el de Fidel, e incluso el de Lezama) retozan en sus respectivas tumbas.

La lógica de Thomas P.M. Barnett es biológica: los imperios padecen como cuerpos. "En la vida de los hombres y las naciones, o creces o te mueres. En nuestra época, la Unión Soviética implosionó, China está recuperando colonias perdidas, y Europa es ahora la Unión Europea. Así que por qué los Estados Unidos dejaron de crecer? Y cuáles serán nuestros próximos cinco estados?"

Entre estos cinco, luego de Cuba, Puerto Rico y México, aparecen algunos países centroamericanos. "Más al sur, mantendría el ojo en las economías dolarizadas como las de El Salvador y Panamá". Las remesas son el argumento básico. Y los sitios paradisíacos y de costumbres democráticas como Costa Rica también despiertan el apetito incorporador.

Dice Wikipedia que Thomas P.M. Barnett es geoestratega militar norteamericano.