Ernesto Cardenal tomó venganza de Rosario Murillo en
su último poema. En los que son, quizá, los peores versos de Cardenal,
dice:
el país entero en manos de una loca
la del estéril bosque de árboles de hierro
y en manos de un presidente sin huevos
gobernado por ella
Tanto en el terreno de las letras, como en el de la
mística o el de la política, lo que Cardenal suele diseñar son espacios
homosociales. Sus héroes culturales, sus maestros, sus ejemplos de afiliación
(Coronel, Merton) son siempre masculinos, e incluso sus némesis literarias o
políticas (Carlos Martínez Rivas, Somoza García) extienden esas redes de
homosocialidad. Eso sí, la pugna política y literaria que instala con Somoza
García en los años 1950s, y que se resuelve con una derrota (que es la derrota
de la rebelión de abril de 1954), él la transforma en derrota personal y avatar
místico. La aparente consolidación de la dictadura de Somoza García, provoca
una convulsión en el alma del joven Cardenal. “Por extraño que parezca—cuenta en
sus Memorias—, rápido como un flash mi mente percibió una superposición de Dios
y el dictador como si fueran uno solo; uno solo que había triunfado sobre mí.”
(Vida perdida 90). Es notable aquí que la victoria de un hombre (Somoza)
sobre el otro (Cardenal) aparece santificada por la convulsión mística. Aunque
en el fondo sea asunto de competencia masculina, la cuestión testicular no
aparece tan en la superficie, como lo será en el dicterio contra Ortega. Pero no hay que olvidar que el choque con Somoza-Dios depara una vida de emasculación simbólica.
Siguiendo dentro del caso de Somoza-Cardenal: para llegar a
ese extremismo, en que vida personal y vida política nacional se entrelazan de
una manera tan determinante y dramática (o, incluso, melodramática), se
requiere cierto afecto de pertenencia bastante radical. Pero intuyo que tal
afecto de pertenencia no está tan bien distribuido, incluso hoy día, a lo largo
del espectro de clases en Nicaragua. O que las causas e identificaciones son
dispares. Unos pertenecen mejor y de forma más determinante que otros. Por eso,
entre otras cosas, es interesante estudiar a criaturas literarias como Cardenal:
porque muestran cómo canta para ciertas clases el ave del nacionalismo (alguna
debe haber). En ese sentido, si bien el nacionalismo de Cardenal se puede entender
como notabilismo—identidad de notables (para pecar un poco de abrupto: Cardenal
se despide de su paisaje como quien se despide de su finca), con el sandinismo
logra algunos cruces de clase e ideológica con otras versiones del nacionalismo
(todo lo que estaba en la onda en los años sesenta: anti-imperialismo,
castrismo, tercermundismo, indigenismo-hippie). Este entrecruce se advierte en
poemas como “Las mujeres del Cuá” en que unas campesinas víctimas del Estado
somocista, sueñan con los guerrilleros: “los ven de noche en sueños/ en
extrañas montañas”. La distancia entre sueño y vigilia, inconsciencia y razón, campo
y ciudad, es salvada por la presencia masculina (y pública y política) del
guerrillero. No quisiera insistir que si hay algo poco representado en la poesía
de Cardenal son las mujeres. Aparte de las Claudias e Ileanas que rechazaron al
poeta de joven, provocando la venganza de los epigramas, se cuentan con las
manos de los dedos otras presencias femeninas en su poesía. Parece notable, en
ese sentido, el exabrupto contra Murillo.
Durante la atrabiliaria lucha por el poder cultural
entre Cardenal y Murillo, en los años 80s, había momentos en que el poeta podía
gozar de cierta condescendencia del Comandante (él lo llama Daniel en
sus memorias), que, al parecer, lo libraba un poco de la locura de
Murillo. Wellinga, que descobija parte de las luchas mencionadas, cuenta una
visita de Daniel Ortega a la casa de Cardenal en que el guerrillero le pide
disculpas al poeta. De ser verdad lo narrado ahí, Cardenal ya había dicho de
viva voz las ofensas del poema más de treinta años atrás en la mismísima cara
de Daniel. “Mi ataque más fuerte fue ése: decirle a Daniel que era dominado por
ella. Y Daniel entonces, hubo un momento, sólo un momento en que él se sulfuró,
de que allí se le estaba tocando su hombría y no lo permitía.” (Wellinga 137). Es obvio que Cardenal guardo aquella hombría en su tarjetero, quizá clasificada bajo la H en que también cabía la palabra huevos. Hombría refiere entre otras cosas, creo yo, a la identificación de un rol masculino dominante en el
poder revolucionario, siendo expresión correspondiente de tal idea de poder, la importancia de
las alianzas entre jefes revolucionarios varones (la Dirección Nacional
Conjunta, Daniel y Sergio, Daniel y Cardenal, etc.). Apunto, quizá menos como
certeza que como proyecto de investigación, a que en el caso de Cardenal-Ortega
(en contraste con el caso de Cardenal-Somoza) ocurre un rompimiento en la
homosocialidad del poder revolucionario, el cual perdura hasta,
literalmente, el último poema del poeta.
El corolario, aunque procaz y precipitado es quizás necesario como cierre de este texto: fue siempre cuestión de huevos, si bien la mística lo encubría.