martes, octubre 12, 2021

Homosocialidad y poder revolucionario

 

Ernesto Cardenal tomó venganza de Rosario Murillo en su último poema. En los que son, quizá, los peores versos de Cardenal, dice:

el país entero en manos de una loca

la del estéril bosque de árboles de hierro

y en manos de un presidente sin huevos

gobernado por ella

Aunque se trata de un largo poema místico (probablemente no mucho mejor que otros ya publicados por él, poeta en quien la mística es esencial), Cardenal quiere introducir en el poema la actualidad en su referencia a los sucesos de abril de 2018 y sus críticas al gobierno de Daniel Ortega. ¿Por qué los peores versos? No por la crítica o la oposición a Ortega, sino, me parece, por la fijación testicular. Nunca fue, en apariencia, en los largos poemas políticos de Cardenal, asociada la cuestión del poder con los testículos. O, al menos, fue siempre una elipsis significativa: la homosocialidad se entendía como caso de comunidad y fraternidad (todos somos hermanos, decía Sandino, etcétera).

Tanto en el terreno de las letras, como en el de la mística o el de la política, lo que Cardenal suele diseñar son espacios homosociales. Sus héroes culturales, sus maestros, sus ejemplos de afiliación (Coronel, Merton) son siempre masculinos, e incluso sus némesis literarias o políticas (Carlos Martínez Rivas, Somoza García) extienden esas redes de homosocialidad. Eso sí, la pugna política y literaria que instala con Somoza García en los años 1950s, y que se resuelve con una derrota (que es la derrota de la rebelión de abril de 1954), él la transforma en derrota personal y avatar místico. La aparente consolidación de la dictadura de Somoza García, provoca una convulsión en el alma del joven Cardenal. “Por extraño que parezca—cuenta en sus Memorias—, rápido como un flash mi mente percibió una superposición de Dios y el dictador como si fueran uno solo; uno solo que había triunfado sobre mí.” (Vida perdida 90). Es notable aquí que la victoria de un hombre (Somoza) sobre el otro (Cardenal) aparece santificada por la convulsión mística. Aunque en el fondo sea asunto de competencia masculina, la cuestión testicular no aparece tan en la superficie, como lo será en el dicterio contra Ortega. Pero no hay que olvidar que el choque con Somoza-Dios depara una vida de emasculación simbólica. 

Siguiendo dentro del caso de Somoza-Cardenal: para llegar a ese extremismo, en que vida personal y vida política nacional se entrelazan de una manera tan determinante y dramática (o, incluso, melodramática), se requiere cierto afecto de pertenencia bastante radical. Pero intuyo que tal afecto de pertenencia no está tan bien distribuido, incluso hoy día, a lo largo del espectro de clases en Nicaragua. O que las causas e identificaciones son dispares. Unos pertenecen mejor y de forma más determinante que otros. Por eso, entre otras cosas, es interesante estudiar a criaturas literarias como Cardenal: porque muestran cómo canta para ciertas clases el ave del nacionalismo (alguna debe haber). En ese sentido, si bien el nacionalismo de Cardenal se puede entender como notabilismo—identidad de notables (para pecar un poco de abrupto: Cardenal se despide de su paisaje como quien se despide de su finca), con el sandinismo logra algunos cruces de clase e ideológica con otras versiones del nacionalismo (todo lo que estaba en la onda en los años sesenta: anti-imperialismo, castrismo, tercermundismo, indigenismo-hippie). Este entrecruce se advierte en poemas como “Las mujeres del Cuá” en que unas campesinas víctimas del Estado somocista, sueñan con los guerrilleros: “los ven de noche en sueños/ en extrañas montañas”. La distancia entre sueño y vigilia, inconsciencia y razón, campo y ciudad, es salvada por la presencia masculina (y pública y política) del guerrillero. No quisiera insistir que si hay algo poco representado en la poesía de Cardenal son las mujeres. Aparte de las Claudias e Ileanas que rechazaron al poeta de joven, provocando la venganza de los epigramas, se cuentan con las manos de los dedos otras presencias femeninas en su poesía. Parece notable, en ese sentido, el exabrupto contra Murillo.

Durante la atrabiliaria lucha por el poder cultural entre Cardenal y Murillo, en los años 80s, había momentos en que el poeta podía gozar de cierta condescendencia del Comandante (él lo llama Daniel en sus memorias), que, al parecer, lo libraba un poco de la locura de Murillo. Wellinga, que descobija parte de las luchas mencionadas, cuenta una visita de Daniel Ortega a la casa de Cardenal en que el guerrillero le pide disculpas al poeta. De ser verdad lo narrado ahí, Cardenal ya había dicho de viva voz las ofensas del poema más de treinta años atrás en la mismísima cara de Daniel. “Mi ataque más fuerte fue ése: decirle a Daniel que era dominado por ella. Y Daniel entonces, hubo un momento, sólo un momento en que él se sulfuró, de que allí se le estaba tocando su hombría y no lo permitía.” (Wellinga 137). Es obvio que Cardenal guardo aquella hombría en su tarjetero, quizá clasificada bajo la H en que también cabía la palabra huevos. Hombría refiere entre otras cosas, creo yo, a la identificación de un rol masculino dominante en el poder revolucionario, siendo expresión correspondiente de tal idea de poder, la importancia de las alianzas entre jefes revolucionarios varones (la Dirección Nacional Conjunta, Daniel y Sergio, Daniel y Cardenal, etc.). Apunto, quizá menos como certeza que como proyecto de investigación, a que en el caso de Cardenal-Ortega (en contraste con el caso de Cardenal-Somoza) ocurre un rompimiento en la homosocialidad del poder revolucionario, el cual perdura hasta, literalmente, el último poema del poeta. 

El corolario, aunque procaz y precipitado es quizás necesario como cierre de este texto: fue siempre cuestión de huevos, si bien la mística lo encubría.