Soñé que estaba con María en la oficina de Somoza Debayle porque necesitábamos alguna “firma todopoderosa” [en la “Canción de cuna sin música” Carlos Martínez Rivas se refiere a la Loma—Casa Presidencial—como fuente de esa firma todopoderosa]. Esperamos un rato y yo observaba la tranquilidad, convencionalidad y sosiego de los empleados (sosiego que, sentía yo, se acabará pronto cuando todo esto se derrumbe). Ese último pensamiento me hace suponer que el tiempo histórico es 1978. Sin embargo, cuando salimos a la calle, a buscar transporte para Jinotepe, es más bien un poco antes del terremoto de 1972. Lo advierto en la tienda de música por la que cruzamos: álbumes de Los Beatles y otros músicos rock (¿Van Morrison?). Alguien compra, por otra parte, discos compactos (“solo duran seis años” advierte el vendedor), lo cual introduce un nuevo dato anacrónico. (Una vez, regresando de Matagalpa, compré en el Roberto Huembes, en efecto, un disco de los Beatles. No tenía portada, pero equivalía al disco 2 del “álbum rojo”. Quizá por eso mi recuerdo está tan fisurado, como diría un crítico cultural. Porque está intervenido por recuerdos de varias épocas.) El sueño termina en la expectativa de cómo volveremos. Yo me imagino que volveremos en uno de esos taxis interlocales grandes que había antes, un Chevrolet antiguo que aquí funcionaban para llevar siete pasajeros por viaje. En el sueño me esfuerzo en poner mi poco saber sobre una Managua de antaño. En el sueño soy, en cierto sentido, mi padre en los años 70s tratando de entender el mundo.
miércoles, octubre 21, 2020
lunes, octubre 12, 2020
La nación clandestina
Vi en @RetinaLatina la obra maestra de Jorge Sanjinés, La Nación Clandestina. Es decir, volví a ver, pero esta vez desde el streaming de el 2o Ciclo Restaurados de la Cinemateca de Bogotá. Recomendable ver esta película, y ver las películas de Retina, porque, entre otras cosas, Netflix y su modelo de series no agota ni agotará todos los significados.
Aunque la película está muy enraizada en la historia boliviana, y esto puede distanciar al espectador del contexto histórico, o dejarlo con muchas lagunas, en general se comprende bien la tensión que establece la película entre historia comunitaria-indígena e historia nacional. Parte de la maestría del filme es establecer esos complicados vínculos entre ambas, estructurándolos con la peripecia trágica de Sebastián, sujeto que vive ambas experiencias. Por un lado, la ciudad, su participación en el ejército y en grupos paramilitares de derecha, golpes de estado, vida alienada de sujeto solitario, pérdida, en fin, de su identidad indígena. Por otro lado, su pertenencia comunal marcada por el conflicto: entregado, en marco casi feudal, a un patrón de la ciudad y opositor a la articulación de su comunidad con la resistencia social, reintegrado a la comunidad pero, por último, traidor a su pueblo.
Sin embargo, le tocará al mismo Sebastián hacer confluir estas historias que parecen no encontrarse: la historia nacional, marcada por el horizonte social de la revolución de 1952, y la historia comunal en que se guarda la resistencia cultural, y el condicionamiento de los estigmas coloniales. La forma trágica en que convergen ambas historias es el sacrificio del protagonista por medio del baile, que implica la expiación y la conjura de fuerzas míticas que, unidas al sacrificio de comuneros en las luchas sociales, alumbran un nuevo sentido histórico.
Me sorprendió cierta cercanía de la película con la novela de José María Arguedas, El zorro de arriba y el zorro de abajo. Como en la película, en la novela de Arguedas es también la muerte la que se ofrece como especie de retorno mítico para "curar" la profunda fractura psíquica que supone una vida entre culturas. No se trata en ninguno de los dos casos, de idealizaciones funcionales a la circulación cultural de la globalización ("culturas híbridas", "culturas líquidas") , sino algo más profundo y trágico. (La relación con el ciclo de novelas indigenistas andinas es también un ángulo de investigación importante para seguirse.)
La estrategia narrativa escogida por Sanjinés es narrar el camino de vuelta de Sebastián interrumpiéndolo con los recuerdos y acontecimientos pasados, para dar con un final en que concurre su llegada al pueblo con el arribo de los comuneros con sus muertos, derrotados en la protesta social. Progresivamente, se observa en la película cómo la lógica de los recuerdos significa la reintegración de Sebastián a su comunidad: del modelo, digamos, por asociación en que se incrusta el recuerdo, va adquiriendo mucha más potencia el plano secuencia en que el pasado del protagonista se integra al presente de su viaje de vuelta. La estructura narrativa "acoge" y llena de sentido el dramático regreso.
miércoles, octubre 07, 2020
Once
Hace 11 años llegué a Chile. Antes del día de la partida, por varios meses, vértigo de semanas y días contados y pesados, viví el duelo de dejar el país. Ni siquiera el país: de dejar a la familia. Una realidad compuesta por mis propios recuerdos y los recuerdos heredados. (Recuerdos de mi abuelo o mi bisabuela, por ejemplo.)
Como era un viaje dentro de la adultez y la burocracia, era también un viaje con cierto horizonte desesperanzado. ¿Recuerda, Ud., El astillero? El Larsen burócrata que llega para sepultar un pasado. Pero, en fin, quería recordar lo que dolió, y tanto, separarse, no obstante que las formas eran otras: tenía que irme, allá iba tener trabajo, quizá reconocimiento, un mejor futuro para mis hijos. El mundo ahora era una aldea que podía cruzarse así o asá. La Sudamérica cosmopolita. El Chile creciente.
(También se puede ir para atrás en este mismo blog. Por ejemplo, la anotación en que anunciaba: Me voy de vez en cuando a algún lugar o aquella en que conmemoraba un cuarto aniversario.)
sábado, octubre 03, 2020
Cuento en Horacio Castellanos Moya
En uno de los ensayos de La metamorfósis del sabueso (Santiago, UDP, 2011), Horacio Castellanos Moya dice: “el cuento huyó de mí como antes lo hizo la poesía y he quedado en el desamparo, enamorado, a la espera de su regreso” (53). En efecto, HCM se instaló en la narrativa a través del relato corto con libros como ¿Qué signo es Ud., niña Berta? o Perfil de prófugo.
Gracias a la profesora Barbara Dröscher, comenzamos (los que
éramos por entonces aún estudiantes de Arte y Letras en la UCA de Managua) a
leer cuentos de HCM hace más de 25 años. Había cierta frescura en la forma de
enfocar la violencia que presentaba el hondureño-salvadoreño cuyos libros en
ese momento, editados en los formatos humildes de la UCA de San Salvador, no
eran los de un autor internacionalizado. Su desenfado y naturalismo era quizá
necesario luego de décadas de una narrativa con tendencia a idealizar los
sujetos y los procesos políticos.
Volví a leer cuentos de HCM recientemente como parte de un curso sobre
narrativa centroamericana que imparto en la Universidad de Chile. En este
sentido lo que pongo a continuación está atravesado por las discusiones con las
estudiantes que están en el curso y con quienes converso vía Zoom (son tiempos
de pandemia) dos veces a la semana.
Reconozco que al leer cuentos de HCM la distancia entre
personaje, narrador y autor es un alivio. Desembarazarse de la pose frecuente
del individuo histórico Castellanos Moya (visible por cierto en La metamorfosis
del sabueso) se hace casi necesario, vista su tendencia a ofrecerse y
magnificarse como único individuo crítico en un país (y en una región:
Centroamérica) habitada por “tarados” (ver La metamorfosis 27).
(Otro tema, otra ocasión, daría para evaluar el proyecto
intelectual de HCM, la relación de este proyecto con la pose literaria
necesaria para ingresar a un campo cultural internacional, incluyendo la
diseminación de una idea de una Centroamérica sumida en la barbarie, y, por
último, el entusiasmo que despierta en territorios relativamente mayores—digamos,
Chile—en donde quizá el ofrecimiento narrativo “orientalista” de la barbarie
sea tomado con poca distancia crítica.)
Lo que pongo a continuación son notas y reflexiones sobre
cuentos específicos. Con “¿Qué signo es usted, niña Berta?”, cuento que da
título al libro, Castellanos Moya parece orientar el interés narrativo hacia la
clase media baja urbana salvadoreña. Esto tomando en cuenta que en la narrativa
de la época había (quizá) cierta predilección por los campesinos o las clases
bajas como sujetos literarios. (Un ejemplo: la gran novela Un día en la vida,
de Manlio Argueta.)
El enfoque de la clase media permite, además, centrarse en
un ambiente urbano, de oficinistas y profesionales, con aspiraciones de
pertenencia o roce con las clases altas. La ciudad representa un foco de
interés, con sus características, sus segmentaciones sociales, los problemas de
transporte y vivienda, los ámbitos de las clases profesionales, la presencia de
otras clases, los lugares públicos y politizados.
Se destaca en la narrativa una perspectiva crítica sobre los
estamentos medios. En el cuento se sugiere incluso cierta connivencia con las
organizaciones paramilitares de derecha.
Castellanos opta por un realismo en apariencia convencional,
pero que, al contrario del testimonio o la novela social, no toma como eje
personajes ideales y representativos de una comunidad. Opta por el personaje
común, con deseos, aspiraciones, contradicciones, vicios y ambigüedades. Más
que representar una comunidad política subalterna a través de un personaje, lo
que hace es representar un personaje fracturado y distanciado con respecto a la
realidad política y social. (Quizá se trata de un realismo más cercano al de
Vargas Llosa que al de cualquier intención literaria social.) La pregunta por
el “signo” de la niña Berta refiere a la ambigüedad política del personaje.
A un nivel alegórico se puede advertir una identificación
entre la niña Berta y la clase media baja, llena de ideas falsas de elegancia, que
desprecia a las clases de más abajo (los niños pobres que entran a la oficina
de publicidad), sin compromiso o solidaridad social con las luchas políticas,
y, a fin de cuentas, abandonada a su suerte por los más pudientes. En este
caso, el narrador parece sugerir la necesidad de una toma de posición política,
y quizá, en ese sentido, la disposición realista de la narración apunta a una
especie de compromiso político crítico.
En los cuentos de Perfil de prófugo, en cambio, ya apunta
uno de los ejes de la narrativa de Castellanos Moya, relacionada con la
representación de los personajes masculinos. Suelen ser estos machistas, misóginos,
egoístas, chovinistas y violentos. En cuentos como “Percance” o “Feria de artesanías”,
la condición masculina se vincula de manera casi naturalista con la procedencia
nacional. Es el “salvadoreño” el que se representa en los términos peyorativos
y fatalistas que condiciona, de paso, cualquier proyecto de emancipación. Si en
“Qué signo” se podía advertir cierto interés crítico en el contexto, en Perfil
el naturalismo manipula una “personalidad nacional” condenada por su género a
la impotencia (sexual en “Percance”, retórica en “Feria de artesanías”).
Obviamente, la impotencia se traduce alegóricamente como
incapacidad política. Sobre todo, la izquierda salvadoreña es vista como incapaz
de favorecer el cambio social. La reiteración sobre la condición violenta del
salvadoreño (“marcialitos”, los nombra “Percance” en alusión a Salvador
Cayetano Carpio) conduce tendencialmente a la representación de un individuo
masculino que mata maquinalmente o por placer.
Este camino naturalista puede advertirse en “Paternidad” (de
la colección El gran masturbador) en que una pretendida autogestión femenina
(una académica que quiere administrar su embarazo y criar a su hijo sola) es destruida
de manera irascible. La lógica masculina violenta niega la reproducción, la
filiación y la posibilidad de una articulación alternativa de la misma. Esa
especie de convencimiento de que no hay salida o alternativa posible a la
violencia, parece inscribirse de manera estratégica en el proyecto narrativo de
HCM.
Falta investigar los avatares que sufre tal convencimiento
en su ya largo desarrollo novelístico.