En Visto y vivido en Chile, Luis Alberto Sánchez memoriza su vida como exiliado en Chile en los años 1930s y 1940s. Una época de oro de la edición. Él mismo trabajó para la editorial Ercilla en los años que se llegó a publicar incluso un libro al día. Era un corpus de publicaciones nacional, latinoamericano y universal, en el ámbito de un Santiago cosmopolita, lleno de exiliados de varios países (y en particular españoles llegados luego de la derrota de la República).
En el libro aparecen algunos de los más notables
intelectuales, políticos y escritores de la época. De Pablo Neruda a Salvador Allende,
de Pedro Aguirre Cerda a Vicente Huidobro, de Augusto D´Halmar a Joaquín Edwards
Bello. Neruda, particularmente, cumple un rol fundamental en la memoria de
Sánchez. Es quien convoca la memoria escritural. “Mira, Luis Alberto, tú tienes
una deuda con Chile”, le dice el Neruda evocado por Sánchez en el preámbulo.
La “deuda” que menciona Neruda refiere sobre todo a la influencia
política y cultural que ejercieron los peruanos en el Chile de aquel período. A
Neruda le parece urgente recuperar, resguardar, esa memoria. “Escríbelo cuanto
antes, Luis Alberto, prométeme hacerlo”. Por supuesto, Sánchez toma la palabra
de Neruda. Se podría decir que Neruda autoriza esta memoria, le reabre las puertas
del campo cultural.
También podría decirse que Sánchez desvía la memoria y la
encomienda de Neruda. No hay que olvidar que se trata de una memoria que, quizá
como toda memoria, está llena de fantasmas. Es 1975 cuando Sánchez se sienta a
escribir, Neruda ha muerto y el Chile democrático evocado en el texto ha sido
barrido por el autoritarismo. La puerta que Neruda ha abierto da un campo agostado.
(Miembro del APRA, no ha sido Sánchez un entusiasta de la Unidad Popular, y su
amistad con el comunista Neruda ocurre a pesar de sus diferencias ideológicas.)
Digo que Sánchez desvía la memoria en parte porque la
evocación confluye muchas veces en su diferencia nacional o cultural. Tómese,
por ejemplo, su encuentro con D´Halmar. Luego de una acertada descripción del,
así llamado, Almirante D´Halmar, una descripción comprensiva de su obra y
significado, Sánchez casi se lamenta: “Yo no disfruté de sus confidencias. Algo
intransferible le aconsejaba desconfiar de mí. Era absurdo. Pero, cada cual
sabe quién es su cada quién. Yo, un hombre inquieto, sin solemnidad, curioso de
las ideas, antijerárquico y…peruano, no entraba en el cuadro dʹhalmariano,
pese a que coincidíamos en la oficina de Ercilla cotidianamente”.
Refiere Sánchez a otro estado fantasmático, el del ser extranjero.
Eso que nombra como “algo intransferible”, esa distancia insalvable que impide
una plena corporeización. En otra memoria de migrante, muy distante de la Sánchez,
la que Henry James publicó recordando su inserción en la cultura inglesa (El
comienzo de la madurez), menciona el norteamericano con respecto al deseo
de acogida: “me veía obligado, quién lo diría, a improvisar un medio local y a
agenciarme una conciencia local”, buscando “una certeza ideal de la
asimilación”. No es el caso de Sánchez, por supuesto. Mas es notable cómo su
disposición anti-solemne y anti-jerárquica, ¿quizá estrategia de sobrevivencia?,
choca con la desconfianza de D´Halmar.
Es curioso, además, que, en el perfil del autor de Juana
Lucero, ha dejado inscrita Sánchez otra diferencia fundamental: “Era un
hombre solemne, buenmozo, algo histriónico, ligeramente ventrudo (a causa de
muchas comilonas y bebilonas); había en él, en su actitud, algo equívoco. No
olía a virilidad aunque tuviera una bien timbrada voz de barítono.” Ese “algo
equívoco” refiere obviamente a la homosexualidad de D´Halmar, una condición que
en el relato de Sánchez conduce también a un estado fantasmático, descrito como
“su soledad final, vagando por los muelles de Valparaíso, despeinada por el
viento la crencha blanca, ondeando como una bandera la ya vieja capa española
de sus días de triunfo”.
Siendo el mundo que pinta Sánchez un mundo idealizado sí,
pero con feroces y polares fronteras divisivas, políticas, discursivas y
culturales, no deja la evocación memorística de tener algo de lustral. Así, en
el caso de la evocación de D´Halmar: el meteco dibujando al equívoco en un
tiempo lleno de fantasmas.