Enseño Asturias en una sala casi vacía. Los estudiantes se fueron al paro, es septiembre. (En la noche el insomnio arrastra basuras vivas que rompen el dique (modesto, provinciano) a las 3 a.m., hora que escribo y rememoro e invento esto.)
Explico que si queremos seguir una etiqueta, realismo social, por ejemplo, debemos preguntarnos precisamente por el realismo como tal. Así voy dibujando un esquema en la pizarra: realismo decimonónico como presentimiento europeo de la totalidad: Balzac; realismo de tradición hispánica: novela picaresca (decía Carpentier que cuando el pícaro cruza el Atlántico se vuelve dictador latinoamericano); realismo de las periferias europeas: Rusia, algo de paroxismo. Pero agreguemos en Asturias un componente vanguardista fundamental. De hecho mi hipótesis es que los elementos estéticos vanguardistas amalgaman la hibridez del realismo del texto. El texto en este caso es El señor presidente.
Las aspiraciones de totalidad social representadas en una novela política que implica una crítica de la así llamada modernidad periférica están aquí cumplidas. La representación problemática del margen (los marginales, el intelectual marginal) también. Es un artefacto que corre por su época y arrastra basuras vivas mucho más allá: es promesa y deuda. Y es algo que los del boom probablemente no querían ver. Un proyecto de totalidad (al menos en el caso de los realistas: Fuentes, Vargas Llosa) que se cumple, y no necesariamente sobre principios positivistas del estilo "de la tierra". Recomiento ir siempre a la generación anterior: Asturias, Borges, Carpentier, Arguedas, Rulfo. Luego de eso, Lezama.
No diré todavía Lukács. Aunque quizá algún Auerbach habrá sido mencionado antes del final. Porque en el fondo el acorde que toco es el de la mímesis y, paralelamente, el de la índole social de la literatura. Por hoy quizá está bien. Aunque nunca está "quizá bien".
Ninguna clase, ningún salón vacío a alta hora.