Horizontes verdes.
Leí en el camino unas pocas páginas de El
mundo es ancho y ajeno.
Pero la mayor parte del tiempo lo dediqué a
escuchar música. Comencé con un disco, único, de Los Beatles que está en mi
teléfono (Beatles for sale). A pesar de mi escepticismo me entretuvo mucho la
creatividad de Lennon, como cantante y arreglista.
Trataba de escuchar las
líneas melódicas de las voces, y es difícil con ese aparatito chocho. Puse
canciones de Dylan y eso sí que fue cosa personal. "Lay Lady Lay",
por ejemplo. Dylan me parece muy superior a Los Beatles.
También se trataba de
que estaba en un estado emocional particular y había líneas que me conmovían,
incluso hasta las lágrimas como siempre me sucede en los viajes en bus que me
elevan a un estado seudomístico, siempre y cuando el bus esté suficientemente
aseado y el olor a orines característico de Ticabus no me golpee en la frente.
Siempre y cuando el volumen de la programación en video de películas sonsas no
sea escandaloso.
Aparte de lágrimas verdaderas en mi selección musical había
también algo de oropel sentimental. Por ejemplo, The Winner Takes It All de
Abba que a su manera es espléndida. Pero Dylan era la cumbre.
Al final del
largo viaje también Prince era la cumbre: oropel y lágrima, por ejemplo su
celebrada (por mí) versión de Betcha By Golly Wow. REM, Murmur, era también la
cumbre. Incluso escuché mis propias versiones de canciones cantadas con la
guitarra y había versos que me conmovían.
Por ejemplo: "les dirás que me
fui lejos". En efecto, me fui lejos.
Otras partes del cerebro maquinaban
tonterías: horas de masturbación o de enfermedad o de sexo o de escritura o de
enseñanza o de viajes en avión o de fantasmas.
"Lay Lady Lay" era la
canción más personal. Biográfica.
Lo mismo la chica de la costa del río rojo.