El Rancière que piensa el museo republicano, por extensión los patrimonios visuales y audiovisuales. ¿Sirve para la experiencia latinoamericana? (¿No es demasiado cartesiana esa mirada?)
[En Aisthesis (41) aparece "la idea del arte como un patrimonio: como la propiedad de un pueblo, la expresión de su forma de vida, pero también como una propiedad compartida cuyas obras pertenecen a ese lugar común que ahora se llama Arte y se concreta en el museo"].
Me surgió esa pregunta mientras comentábamos en un curso, la película María Candelaria (Indio Fernández 1943). Es tan cerrada e ideológica la utilización de las imágenes en el filme (incluido el elidido óleo de la indígena desnuda, que presenta el rostro mas no el cuerpo de María Candelaria-Dolores del Río) que resulta difícil encontrar un resquicio democrático, o de participación (reparto) de los públicos. Incluida la variable blandida por Monsivais de un cine pedagógico, lleva a pensar en la misma distorsión de las memorias (¿los patrimonios?) e imposibilita pensar en una sola narrativa cultural que conecte con un pueblo democráticamente dispuesto (a no ser que uno crea que las narrativas nacionales latinoamericanas son realmente homogéneas).
Soy consciente que cabe el peligro de erigir una otredad algo complaciente. "Somos tan diferentes que Rancière no sirve para América Latina" rezaría una posición macondista que no me interesa exaltar. Pienso sí que se puede retomar teorizaciones como la de sociedad abigarrada (en Zavaleta) o de sociología de la imagen (según Rivera Cusicanqui) o de heterogeneidad (según Cornejo Polar) para pensar los patrimonios audiovisuales latinoamericanos y contrastarlos con las instalaciones más o menos democráticas de la modernidad en la región. Esto, en el fondo, asentaría la convicción de que no se puede pensar la cuestión de un reparto democrático de las imágenes y los patrimonios audiovisuales sin pensar la cuestión de la colonialidad.
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