He tenido la suerte de hablar en los últimos años a una
clase de literatura sobre la poesía de César Vallejo. César Vallejo de los Heraldos,
cerca del modernismo. César Vallejo de Trilce, vanguardista. Un poco del
César Vallejo de los Poemas póstumos. Enseñar algo de Vallejo, uno de
los lujos de la vida. No importa si en el frío del invierno de Santiago, algo
de calor se encuentra siempre en Vallejo.
Eso sí, como quizá muchos de mi generación, con dudas
implícitas sobre lo biográfico. Residuos de la muerte del autor. Expansión permanente
del texto. Actitud dubitativa sobre el culto a la personalidad. Siempre el
poema por sobre la vida.
Leo El hombre más triste, retrato del poeta César Vallejo,
un libro de crónicas de Daniel Titinger (Santiago, UDP, 2021). Menos que una
semblanza de Vallejo (aunque también es), un confluir de versiones sobre el
poeta peruano, algunas encontradas. Cómo era, de qué murió, por qué estuvo
preso. También una mirada algo piadosa sobre Georgette Vallejo, la mujer que se
peleó con todos en la insana tarea de fijar una verdad sobre Vallejo.
Sin la pasión del otro Vallejo (Fernando Vallejo), la opción
de Titinger recuerda la que siguió el colombiano para su biografía sobre Barba Jacob,
El mensajero. A Vallejo, Fernando, lo movía la atracción afectiva y la
batalla contra el olvido, persiguiendo a los testigos de la vida de Barba Jacob
por geografías intrincadas (Centroamérica, México, el Caribe) y por archivos dispersos.
Titinger no persigue a una sombra, sino a un sujeto literario
reescrito, analizado y referido múltiples veces, y con los más extraños énfasis.
(De hecho, un valor del libro es la referencia a las versiones biográficas e
interpretativas sobre Vallejo.) Su geografía, la del cronista, es también intrincada:
París, Santiago de Chuco, Trujillo, Lima…, ofreciendo un trabajo admirable de
movilidad y reconexión con raíces o arqueologías: el poder de la crónica.
Como Vallejo (Fernando), Titinger busca entre los testigos
aún vivos, o entre los testigos que escucharon algo. Algunas cuentas del
rosario resultan obvias, sobre todo la muerte en París, los motivos de la
cárcel, la vida parisina, el compromiso marxista, la vida familiar originaria
en Santiago de Chuco.
Menos que el impulso afectivo o la identificación modélica
(pienso de nuevo en el otro Vallejo), en Titinger parece operar cierto sano
distanciamiento con la materia, la biográfica y la poética. Para un vallejiano
que lee sobre todo la poesía de Vallejo, ese distanciamiento quizá esté demasiado
pronunciado. Titinger coloca, de hecho, al lector en una postura dubitativa.
Era Vallejo, en realidad, ese gran hombre, o ese hombre triste, o ese gran poeta.
¿Y todo este coro de voces, textos, habladurías, chismes sobre Vallejo, en qué
sentido darán con una verdad?
Si se le pide al libro de Titinger un resultado que incida
de manera determinante sobre cómo leemos la poesía de Vallejo, quizá la petición
se frustre. El libro no opera en el sentido de reactualizar una lectura de la
obra de un autor, como si logra, por ejemplo, Cristina Rivera Garza al releer
(en parte biográficamente) a Rulfo (Había mucha neblina o humo o no sé).
En cambio, el libro de Titinger está organizado como unas crónicas entrelazadas
(situadas en los lugares clave de la vida de Vallejo) que plantean los
misterios fundamentales de su vida.
Las mejores de entre esas crónicas (por ejemplo, la de
Santiago de Chuco, con el fervor de los fans de Vallejo, o la de la
visita al Cementerio de Montparnasse, con la descripción de los peregrinos en
la tumba de Vallejo, o la del encuentro con el pintor Szyszlo) actualizan a
Vallejo de maneras inesperadas, entrelazan su vida y su legado con lo sorprendente,
lo surreal e, incluso, lo siniestro. Queda, al terminar el libro, la impresión
de una semblanza del poeta peruano, pero también de una especie de “taller irónico”
(creo que así lo llama García Canclini) instalado en ese complejo tinglado de las
relaciones del autor y sus públicos.