Todo comenzó con dos o tres analistas políticos que tienen tanto de profetas como lo tienen de tahúres (y, a la vez, de profesores y académicos correspondientes.
Y también tiene que ver con dos o tres columnistas políticos con los que siempre estoy en desacuerdo.
Jugando a Procusto quise durante meses hacer corresponder algo de mis creencias y expectativas con las suyas. Inútil tarea: mis pies se congelarán antes de encontrar lecho ideológico en el reino de esos grandes y estilizados egos, por no hablar de esos grandes y saturados periódicos.
Mi decisión fue terminante. Siguiendo de perfil la doctrina cristiana iba a aprender a amar a esos contradictorios analistas y cronistas por el único medio posible: dejar de leerlos. Ya mis mañanas son más tolerables: no espero estar de acuerdo con ninguna columna, simplemente leo los nombres de los cronistas y paso la página (o no hago click en el link de sus artículos). De esa manera sus nombres se han vuelto divisas pacíficas para mí.
Por supuesto, no es que yo haya renunciado a mis creencias políticas, o que la autocensura me haya ganado. Tampoco es que la Nueva Era me haya enseñado la armonía universal: sigo creyendo que el mundo es bastante injusto y que hay que hacer algo al respecto. Más bien una opción pragmática me parece más efectiva.
Si en realidad persigo una accionar político con su correspondiente teoría (que es lo que en última instancia se busca en las columnas de política) mejor inquirir por el lado de los clásicos: Marx, por ejemplo. Cuántas pequeñas revueltas intestinas y escandalosas escenificadas por la mente bipolar de la pequeña burguesía de Managua se evitaría uno con una sola página del 18 Brumario. En resumen, un apotegma fundamental:
Las páginas de opinión de los diarios no son el primer escenario de la acción política que Ud., hipócrita lector, busca (si es que de verdad lo busca).
Reconozco que el deseo de estar al día, de ser responsable y ayudar a cambiar el mundo puede llevar a confundir la necesidad de adquirir una teoría política para hacerla efectiva en la práctica, con la labor pedagógica que ejercen los “analistas” y cronistas políticos. En Nicaragua casi no hay bibliotecas, y no es económico (a veces tampoco racional) comprar libros: ¿cómo aprende uno de economía y postmodernismo, por decir algo, sino por lo que alguien un poquito más entrenado en esos temas puede presentar, y con el arte más o menos efectivo que pueda, en el periódico? (Además, el predominio de la Internet hacer surgir otra falsa expectativa: que la cultura universal, incluida la teoría política está a un click distancia. Pero este es, casi, otro tema.)
El hecho demostrable es que tras de la broza de la bronca política algo de teoría hay, pero en estado putrefacto. Aquí se impone una simple decisión y responsabilidad personal: no conformarse con ese estado residual y podrido con que se presenta la teoría política en nuestros patriarcales y pedagógicos medios de comunicación. Y de ahí otra razón para no leer, o leer menos, en todo caso atender menos, la omnipresencia de los analistas:
En los medios el aprendizaje de la teoría política está desactivado por los intereses personales, sean estos los de los egos de los analistas, o los de los dueños de los medios. No se aprende a partir de ese tipo de privatización (o egocomposición) de la política.
(Una consigna política que se puede levantar inmediatamente es la de reinvindicar las bibliotecas, sean estas físicas o virtuales, como vías de contradicción de la egocomposición de la política.)
Por supuesto que es justo plantearse que si el planeta se está haciendo mierda desde el punto de vista ecológico, e Irak y Guantánamo son muestras del permanente estado de excepción en el que vivimos, y los ricos son cada vez más ricos, ¿cómo se puede tolerar el sentimiento de culpa de no abrazar las grandes causas? Si algo bueno ha hecho el postmodernismo es demostrar lo difícil que es en estos tiempos ese abrazo de la totalidad. No es que la totalidad no exista, no es que no haya grandes causas, tampoco es que los grandes relatos sean pecaminosos. Es que con la globalización y la reducción de los Estados hay demasiada fragmentación, y esta fragmentación privatiza cada vez más las ideas y la teoría. Sin saberlo, muchos de nuestros analistas y cronistas políticos son un síntoma de esta fragmentación: ven el mundo de una forma supuestamente pragmática pero no han dejado de despotricar y teorizar (aunque sea residualmente) a partir de los problemas de su ombligo. Por lo tanto es justo decir que:
No se abrazan las grandes causas a través de las ideas y egos de los analistas y cronistas políticos.Si ninguna de estas tres opciones de desactivación de columnistas políticos llega a ser suficientemente convincente (los analistas son una plaga existente e insistente), siempre es bueno algo de profilaxis. Una vez vi a uno de esos analistas políticos hablando mal de los políticos habiendo sido él mismo funcionario gubernamental, no entendía cómo no se desactivaba él mismo como político para seguir hablando mal de los políticos. Por eso, una última recomendación:
Si Ud. no ha sido nunca funcionario gubernamental descrea de aquellos “analistas políticos” que han trabajado en algún momento para algún gobierno. Son de los peores.
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