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jueves, agosto 06, 2009

Fe golpista

He visto una o dos (quizá tres, en incluso cuatro) opiniones nicaragüenses sobre el golpe de estado en Honduras que entre el énfasis de algunos aspectos superficiales del suceso y una ¿involuntaria? banalización, tienden a dar cierto grado de razón a los golpistas: Zelaya había ido demasiado lejos. Que las opiniones vengan de intelectuales y gente de izquierda no deja de ser preocupante.

Este tipo de opinión quiere pasar como lo razonable en un mundo que debe ser razonable, y en donde las altas voces de los notables se pliegan al realpolitik (una de cuyas encarnaciones terráqueas se llama Oscar Arias). Porque, lo sabe Volpi, es el fin de la locura.

(Una quinta y paradójica versión de esta postura la ofrece un bardo nacional cuando dice que él "también es chavista" pero que no entiende lo que pasa en Honduras ("En Honduras no sé qué opinar. No estoy ni con unos ni con otros. Está muy enredado eso"). Nadie que yo sepa ha comentado lo grave de tal desentendimiento y lo irónico de tal incoherencia.

Resulta más que notable, en este sentido, la consecuencia con que Juan Gelman ha reaccionado al golpe de estado.)

El hecho palpable es que la viabilidad de un gobierno golpista en Honduras pasa por ejercer un prolongado y costoso estado de excepción. La identidad contrainsurgente del gobierno de facto es inobjetable, y así lo ha demostrado esmeradamente. Esto es más que alarmante en una región en que los estados contrainsurgentes han terminado construyendo "aldeas estratégicas" (versión criollas del campo de concentración) y justificando etnocidios. Alarmante también para toda Latinoamérica que ha construido este presente neoliberal sobre los estremecimientos y cicatrices todavía no sanadas de las dictaduras. Ese pasado es el archivo que el golpe en Honduras ha reabierto.

No ha pasado un solo día de este mes y pico de dictadura que no se ejerza la represión mientras los derechos de los ciudadanos están suspendidos. Los golpistas parecen inspirarse en una nefasta tradición contrainsurgente "centroamericana" aderezada por la incursión norteamericana en Irak y Afganistán.

Algunos medios nicaragüenses no han disimulado desde el inicio su simpatía con el golpe ("Dos presidentes reclaman silla" fue el titular en un diario nacional el 29 de junio). Simpatía que actúa por varias estrategias: folklorizando a Zelaya, reduciendo su representatividad a su cotidianidad, y declarando que hay dos partes en conflicto, cuando lo que hay es una apropiación violenta del Estado por un grupo de poder, que recurre a la suspensión de derechos y a la imposición de un orden político represivo.

Mientras más "razonable" se vuelve el golpe menos audibles se vuelven las voces que denuncian las torturas y los abusos. Ayer, precisamente, Página 12 informó de este asunto, enfatizando que los medios han hecho caso omiso a esas voces. El reportaje comienza diciendo:

“Me dijeron: ¿te duele, perro? ¡Gritá, perro!” “En una bartolina (calabozo) de nueve metros cuadrados había más de treinta compañeros presos, completamente doloridos por la golpiza recibida.” “Veníamos caminando por la carretera, y allí tomamos un desvío para burlar un retén, porque estaban delante, y comenzaron a disparar.” “Le han quitado la vida y ni siquiera nos dejan velarlo en paz.” “Nunca en la historia de Honduras se ha visto a la policía reprimir públicamente de esta manera.”


El hecho triste es que, confirmando lo que Sergio Ramírez sugería en un libro de los 1980s, parece haber cierta coherencia entre las dictaduras golpistas neocoloniales y la articulación folklórica y notabilista de la cultura.