Hace unos inviernos (¿tres, cuatro?) tuve un asueto que dediqué a leer puntilloso, cuentos y poemas de 
Carver. Traduje algunos de estos --los poemas, digo--, y permanecí entusiasmado otros tres, cuatro inviernos en la desemejanza del mundo. Ahora encuentro aquellos cadáveres en el clóset, algunos impúdicos e impublicables (ya no se diga traidores de los Derechos de Autor). Particularmente este que publico me da nostalgia, porque recuerdo que en aquel invierno era el epicentro significativo que prometia la luz de entre toda una fragorosa literatura oscura. Es de Carver, pero no garantizo ninguna fidelidad en la traducción (tampoco quiero ampararme en la divisa de los traductores --traidores, a fin de cuentas-- poco entrenados: "traduccion libre"). Soy responsable, pues, del entuerto y el dislate.
GALLETAS SODA 
¡Vosotras galletas soda! Recuerdo 
cuando llegué aquí entre la lluvia, 
azotado y solo. 
Cómo compartimos la soledad 
y la quietud de esta casa. 
Y me atrapó de piés 
a cabeza una duda 
mientras os sacaba 
de vuestro envoltorio de celofán 
y os comía reflexivo 
en la mesa de la cocina 
la primera noche con queso 
y caldo de hongos. Ahora, 
exactamente un mes después 
una parte importante de nosotros 
sigue aquí. Estoy bien. 
Y vosotras -- Estoy orgulloso de vosotras también. 
¡Hasta os estáis remarcando en 
el impreso! Cada galleta soda 
debería tener igual suerte. 
Hemos hecho bien por 
nosotros mismos. Escuchadme. 
Nunca pensé 
que pudiera llegar a esto 
con las galletas soda. 
Pero os digo 
los días claros y soleados 
están aquí por fin.