El cliché del gato echado junto al calor de los
libros y la computadora.
En cambio mi gato crecía en el patio, solo y por su
cuenta.
De noche huían las zarigüeyas (la zarigüeya acomodada,
casi archivada como un libro entre las hojas del plátano).
Cruzaba eléctrica la garra que iba a atravesar el
corazón tierno del murciélago: corazón prodigioso en sangre y aerodinámicas
perdidas.
En el borde de los charcos de aguas negras, frente a
sapos emperadores, en altas incursiones de aguacates y palmeras infinitas.
Debajo de la pitahaya pedregosa, cerca del hicaco ya
adornado de un rosa oscuro, por debajo de la tierra profunda donde estaba el
Perro enterrado. Pasaba por ahí el gato, adueñado.
Ah tanto gato urbano e inútil, gato de cuna y de
pulga fácil, nunca frente al garabato extraordinario de una araña venenosa.
Ese era el gato ausente que yo prefería, siempre
abriéndole la puerta al gato boquiabierto frente a la realidad.