La tenue, y tal vez inútil, posibilidad de serle fiel al evento que fue la revolución.
La negativa a justificar mi propia infidelidad—el olvido, el aburrimiento, la expatriación subliminal o fáctica—aludiendo a la mediocridad o el capitalismo de la dirigencia.
Y luego de dos o tres actos político-culturales (así les llaman): el hartazgo.
Imaginar una vida sin revolución como la del bruto que se aparea donde puede.
Invertir el resto de la vida en esa contra-utopía.
Porque todos ansiamos una escritura modesta de La educación sentimental.
(Para lo de la fidelidad al evento, Badiou "La filosofía y la "muerte del comunismo"".)