NP, poeta contestatario, mientras orina ve a través de la persiana del baño que una paloma ronda la ventana, cree incluso que la paloma terminará rompiendo los vidrios pero ella se posa algo insulsa y picotea su imagen en el vidrio. Será una señal, piensa NP mientras termina la meada iluminada por la paloma zahorí.
Si algo ha aprendido es que este camino tiene varios viacrucis: los ciegos, los niños y los simples muertos. Y aun otra cosa: que nadie que se precie y que sea llamado al móvil dirá la verdad.
Todos están kilómetros adelante. Si están en Diriamba dirán que están en El Crucero, y si están trabajosamente subiendo Montefresco dirán sin sonrojo que están por llegar a Diriamba. Y dirán invariablemente a su interlocutor (la esposa que espera, el compañero de clases que aguarda para hacer la tarea, el jefe): “ya llego”. Es todo un síndrome local, y casi un epígrafe nacional: ya llego, es el equivalente cotidiano de ahora seremos modernos en cuanto nomás derrotemos a la izquierda o al imperialismo.
El microbús (el intermortal, el van) es como una casa de cartón que posee la inusitada habilidad de correr. NP lee lentamente casi dodecafónicamente a Hanna Arendt en la casa de cartón: qué triste se oye la lluvia.
Suena el teléfono de la chica de al lado. “Estoy saliendo pero ya llego…” le dice a mamá. Suena el teléfono del chico que le ha tocado el asiento bailongo de adelante—¿no irá mareado ese maje de tanto ajetreo?—. “Estoy entrando a Diriamba. Ya llego”. Sí, claro, y como siempre, el tigre entrando a la montaña.
NP camina por Carretera Norte: el avión de COPA está casi al alcance de la mano y los vecinos ven desde los patios—son sobre todo barrios pobres, incluso uno que se llama Hugo Chávez—si el avión viene muy lleno o muy vacío. En la Corte Suprema de Justicia, Secretaría, hay una escalera empinada y oscura, y en el pasillo se aglomeran los que necesitan algún reconocimiento, una firma, una auténtica, aunque siempre se olviden de los timbres fiscales.
NP, poeta contestatario, se horroriza de estar en el mero epicentro, culo o hemorroide interna favorita del pacto. Cuál pacto, no importa. Pero ningún poeta contestatario dejará de condenar el puto pacto.
En la pizarra acrílica de la oficina de CAJA hay un sermón escrito, o es más bien una advertencia: es como un salmo degradado que recuerda la urgencia de acogerse a los designios del Señor. La religión es el opio de Carretera Norte, piensa el contestatario poeta NP.
Porque Nicaragua vive en la estación Foreigner, atosigado por la música "cristiana" más ñoña que se pueda imaginar, y que suena tanto en Carretera Norte como en Carretera Sur, van intemortal incluido. Foreigner más que Cardenal es el modelo de nuestra cultura.
Suena el móvil. ¿Qué dónde estoy? Pero si esa es la pregunta que ningún habitante o transeúnte de Carretera Norte podrá contestar jamás. Tampoco es que los de Carretera Sur les lleven la delantera. Ningún nicaragüense, mayor de edad, casado o soltero puede responder conscientemente esa pregunta. Peor aún, my dear, ninguno la respondería con honestidad. Por el momento estoy, como el Frente, en algún lugar de Nicaragua. Pero no te preocupés que ya llego.
Estoy diez kms delante de donde en realidad estoy, piensa NP haciendo señas al taxi. El hombre pide 40 pesos para llevarlo a la UCA. Un hombre grita desde algún lugar (tal vez el avión de Continental que en este momento aterriza?): “se te va chorreando toda el agua del radiador”. Pero el taxero sabe sus mañas y no es desventurado decir que a pesar de que el carro lleva el riesgo de incendiarse, también su fantasma va mucho más delante pregonando una verdad consabida.
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martes, agosto 25, 2009
jueves, febrero 05, 2009
Samsung and Cía
Cachete
Carola
La Mosca
Helen
Cano
Samsung
Muerto
Porroncón
Matacaballo
(recolectado en el viaje Carazo-Managua, 3/2/08)
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lunes, febrero 25, 2008
Compañeros de ruta
El mesero
Planifica que el viernes llevará de todas maneras ropa. “Una mudada”.
El viernes pasado estuvo fatal. A las dos de la madrugada del sábado su jefe inmediato le pidió que regresara a trabajar a las diez de la mañana. Tenía menos de ocho horas para volver a casa (en el km. 38 de la carretera sur), descansar, asearse, vestirse y volver a Managua.
“Sos un salvaje. Estoy aquí desde las ocho de la mañana. Dónde querés que duerma. Dónde voy a bañarme.”
“Yo no sé vos. Dormí sobre una piedra si querés. Pero te quiero aquí a las diez.”
Reclamó inútilmente. Suele reclamar inútilmente, y acaba metido en un entrecejo de la madrugada.
Acaba metido también en un vehículo que lo lleva por la carretera sur.
Es curioso que el mesero cuente esto en voz alta en el bus. Tiene como un deseo de que su vida sea más peligrosa de lo que en realidad es, mezclado con la evidencia dañina de que su vida es en realidad peligrosa.
Se fue con los otros empleados y meseros a la costa de la laguna. En Managua hay siempre una laguna nocturna esperando. Cubierta de mosquitos, lunas olvidadas rielando en el agua, lucecitas escasas de carros que corren.
Se tomaron dos litros de cerveza. Rumiaba su resentimiento contra el jefe.
Hasta las tres, la cerveza cada vez más tibia. A esa hora el más compasivo de sus compañeros le propone que vaya a su casa, descanse unas horas y luego se bañe y se vista.
El mesero se escandaliza. “Bañarme. Vestirme. Yo no voy a ponerme la misma mudada. Ando sudado de todo el día.”
Es un caso de aseo personal. Pero de todas maneras va a la otra casa, donde siguen tomando cerveza. El mesero está cada vez más retraído en la reunión (me pregunto cómo será esa casa del otro mesero, quién lo esperaba y abría la puerta, habrá mosquiteros, colillas en el cenicero, niños que cuentan la madrugada despiertos), hasta que cerca de las cinco sale, detiene un taxi y desaparece.
A las ocho de la mañana, aseado y vestido espera en el km. 38 un intermortal que lo lleve de vuelta a Managua. Va siempre acompañado de una mujer, tal vez su mujer, que es su interlocutora principal. Alcanzan en recodos incómodos del bus. El tiene acento de hondureño, o quizá sólo usa unas eses más remarcadas a causa de su trabajo en público. Al montarse al bus algunos cobradores le preguntan por la abuelita. “A estas horas ya está pensando qué va al almorzar”. Se ríe. “Si está levantada desde las cinco de la mañana”.
La abuelita y el páramo del Crucero, que comienza, entran sigilosamente en el bus.
Managua
carreteras
urbanismo
historias
Planifica que el viernes llevará de todas maneras ropa. “Una mudada”.
El viernes pasado estuvo fatal. A las dos de la madrugada del sábado su jefe inmediato le pidió que regresara a trabajar a las diez de la mañana. Tenía menos de ocho horas para volver a casa (en el km. 38 de la carretera sur), descansar, asearse, vestirse y volver a Managua.
“Sos un salvaje. Estoy aquí desde las ocho de la mañana. Dónde querés que duerma. Dónde voy a bañarme.”
“Yo no sé vos. Dormí sobre una piedra si querés. Pero te quiero aquí a las diez.”
Reclamó inútilmente. Suele reclamar inútilmente, y acaba metido en un entrecejo de la madrugada.
Acaba metido también en un vehículo que lo lleva por la carretera sur.
Es curioso que el mesero cuente esto en voz alta en el bus. Tiene como un deseo de que su vida sea más peligrosa de lo que en realidad es, mezclado con la evidencia dañina de que su vida es en realidad peligrosa.
Se fue con los otros empleados y meseros a la costa de la laguna. En Managua hay siempre una laguna nocturna esperando. Cubierta de mosquitos, lunas olvidadas rielando en el agua, lucecitas escasas de carros que corren.
Se tomaron dos litros de cerveza. Rumiaba su resentimiento contra el jefe.
Hasta las tres, la cerveza cada vez más tibia. A esa hora el más compasivo de sus compañeros le propone que vaya a su casa, descanse unas horas y luego se bañe y se vista.
El mesero se escandaliza. “Bañarme. Vestirme. Yo no voy a ponerme la misma mudada. Ando sudado de todo el día.”
Es un caso de aseo personal. Pero de todas maneras va a la otra casa, donde siguen tomando cerveza. El mesero está cada vez más retraído en la reunión (me pregunto cómo será esa casa del otro mesero, quién lo esperaba y abría la puerta, habrá mosquiteros, colillas en el cenicero, niños que cuentan la madrugada despiertos), hasta que cerca de las cinco sale, detiene un taxi y desaparece.
A las ocho de la mañana, aseado y vestido espera en el km. 38 un intermortal que lo lleve de vuelta a Managua. Va siempre acompañado de una mujer, tal vez su mujer, que es su interlocutora principal. Alcanzan en recodos incómodos del bus. El tiene acento de hondureño, o quizá sólo usa unas eses más remarcadas a causa de su trabajo en público. Al montarse al bus algunos cobradores le preguntan por la abuelita. “A estas horas ya está pensando qué va al almorzar”. Se ríe. “Si está levantada desde las cinco de la mañana”.
La abuelita y el páramo del Crucero, que comienza, entran sigilosamente en el bus.
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viernes, octubre 05, 2007
Intermortales III
No hay policías ni oficiales de tránsito en los trayectos.
Chantaje y amenazas de los choferes. Van a paralizar al país.
En la aldea motorizada el transporte público fue privatizado.
Chantaje y amenazas de los choferes. Van a paralizar al país.
En la aldea motorizada el transporte público fue privatizado.
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miércoles, septiembre 26, 2007
Intermortales
Los intermortales pelean ahora la persecución de la policía.
Viejos dueños de las pistas, lujuriosos de la velocidad y la exposición de personas al peligro en la aldea motorizada.
Al parecer en ciertos lugares de América Latina han conservado un nombre genérico: Combi, para honrar a su ancestro de la Volkswagen. Pero en una sociedad como la nicaragüense entusiasmada por los motores, se ha preferido el nombre tanático. Cada viaje es un desafío mortal.
Los intermortales son símbolos fecundos del capitalismo desigual. De hecho, las furgonetas y microbuses se han ido haciendo cada vez más pequeños. En los últimos 30 años los que eran por entonces microbuses (generalmente rurales) son ahora casi gigantescos. Y los diminutos vans o furgonetas van cada día más atestados (16 pasajeros "sentados", 6 guindados y 1 ó 2 de pie), sus rutas cada vez más intricadas, y sus pasajeros más en riesgo. El capitalismo desigual comienza por eliminar las salidas de emergencia y por manejarse a alta velocidad. Universidades de garage, intelectuales propagandistas de la globalización e intermortales: una santa trinidad del capitalismo periférico.
Tengo todo en contra de Maná o Juanes, o el pendejo de Arjona, no quiero tener mucho en contra del reaggeton (ese pariente periférico del hip hop). Pero los chicos de la velocidad (no me refiero a los surfistas de la web sino a los conductores de intermortales) aderezan sus sentidos (y todos los sentidos de los pasajeros) con el reaggeton. Es el ambiente sonoro de la velocidad. La postmodernidad hipnótica, tan ensimismada como el trabajo de las maquilas o el ombligo de los poetas nacionales.
Luego de innumerables muertes y tragedias, la policía nacional se ha dado por aludida. En el km. 35 de la carretera sur, los policías detienen al intemortal, alumbran con una lamparita para comprobar que no se ha vencido la licencia, que no van pasajeros de más. Están lejos de revisar si hay salidas de emergencia, o de comprobar el estado nervioso central del conductor (su estado etílico y su estilo), o de ver si los oídos de los pasajeros resistirán otro verso reaggetonero. Están muy lejos de criticar al capitalismo global por esta luna que asoma tan llena de promesas en la noche que comienza.
Es que el capitalismo periférico está lleno de paliativos.
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