El orientalismo, el vagabundeo y la mujer única son formas de control desarrolladas en entretejidos físicos (la ciudad) o virtuales (la novela).
El orientalismo consume al sueño.
“Frédéric se amueblaba un palacio moruno para vivir tendido sobre divanes de cachemira, al son de un surtidor, servido por pajes negros”.
La mujer única conmueve el centro mismo de la homosocialidad.
“—Pues bien—dijo, ruborizándose—, a mí me gustaría amar sólo a una, siempre a la misma, ¡siempre!
Lo dijo de tal modo que hubo un momento de silencio, sorprendidos unos por ese candor, y otros por la revelación en esas palabras, tal vez, de la secreta ansia de sus almas.”
La mujer única como perfume y melancolía.
“La contemplación de esa mujer le enervaba como el uso de un perfume demasiado fuerte. Se le adentraba en lo más hondo de su ser y se había convertido en casi una manera general de sentir, en un nuevo modo de existencia”.
La mujer única como versión inversa de la mujer múltiple.
“Las prostitutas que encontraba bajo las farolas de gas, las cantantes cuando lanzaban sus trinados, las amazonas sobre sus caballos al galope, las burguesas a pie, las modistillas en sus ventanas, todas las mujeres le rebotaban a ella…”
“Sombras suele vestir”: la mujer única no tiene sexo.
“Y no podía imaginársela de otro modo que vestida, tan natural le parecía ese su pudor, que relegaba su sexo a una sombra misteriosa”.
El orientalismo y la mujer única como subproductos de la homosocialidad.
“decidió reunir a sus amigos comunes una vez por semana./ Llegaban los sábados, hacia las nueve. Las tres cortinas argelinas de rayas de colores estaban cuidadosamente corridas…las botellas de cerveza, la tetera, un frasco de ron y las pastas./ … Eso orientó la conversación hacia las mujeres”.
La mujer única impregna también el fetiche homosexual.
“Frédéric extremaba sus atenciones con él. Admiraba los colores de sus corbatas, la piel de su paletó y, sobre todo, sus botines, tan finos como guantes y de una delicadeza y un brillo verdaderamente insolentes”.
En resumen:
El vagabundeo en torno a las redes de control (la mujer única, el orientalismo) como solución única (un alivio encantado) que encuentra el domesticado por la ciudad y por el texto.
Una proposición que bien se aplica a Borges:
“no admitía que hubiese bellas mujeres, él prefería los tigres”
Citas del capítulo V de La educación sentimental, Alianza Editorial. Traducción de Miguel Salabert.
Y el pronóstico de Góngora:
El sueño (autor de representaciones),
En su teatro, sobre el viento armado,
Sombras suele vestir de bulto bello.
Primer terceto del famoso soneto "A un sueño".