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miércoles, octubre 21, 2020

Otro sueño con Managua

 Soñé que estaba con María en la oficina de Somoza Debayle porque necesitábamos alguna “firma todopoderosa” [en la “Canción de cuna sin música” Carlos Martínez Rivas se refiere a la Loma—Casa Presidencial—como fuente de esa firma todopoderosa]. Esperamos un rato y yo observaba la tranquilidad, convencionalidad y sosiego de los empleados (sosiego que, sentía yo, se acabará pronto cuando todo esto se derrumbe). Ese último pensamiento me hace suponer que el tiempo histórico es 1978. Sin embargo, cuando salimos a la calle, a buscar transporte para Jinotepe, es más bien un poco antes del terremoto de 1972. Lo advierto en la tienda de música por la que cruzamos: álbumes de Los Beatles y otros músicos rock (¿Van Morrison?). Alguien compra, por otra parte, discos compactos (“solo duran seis años” advierte el vendedor), lo cual introduce un nuevo dato anacrónico. (Una vez, regresando de Matagalpa, compré en el Roberto Huembes, en efecto, un disco de los Beatles. No tenía portada, pero equivalía al disco 2 del “álbum rojo”. Quizá por eso mi recuerdo está tan fisurado, como diría un crítico cultural. Porque está intervenido por recuerdos de varias épocas.) El sueño termina en la expectativa de cómo volveremos. Yo me imagino que volveremos en uno de esos taxis interlocales grandes que había antes, un Chevrolet antiguo que aquí funcionaban para llevar siete pasajeros por viaje. En el sueño me esfuerzo en poner mi poco saber sobre una Managua de antaño.  En el sueño soy, en cierto sentido, mi padre en los años 70s tratando de entender el mundo.

martes, agosto 18, 2009

La felicidad en un cuenco

Dos veces me he encontrado con él. Ganó madurez, canas, pero sigue siendo meticulosamente esquivo, azoradamente neutro.

Sale con su bolsita a mediodía a buscar en dónde comer. Managua, la incandescente, le murmura con su lengua seca y polvoza.

Tiene el pelo casi todo blanco. La disciplina le ha ganado el rostro. Siempre ha ido a contracorriente, internándose en la psiquis del barrio San Luis. Vagos y agrios olores lo han sostenido vivo, penetrando el entrecejo de una mujer, convencido de que todas las mujeres son impenetrables pero interpretables.

Estuve en una competencia con él por un puesto de contable B en un diario nacional de esos más izquierdosos que Reagan. El puesto no me interesaba en lo más mínimo porque yo estudiaba literatura en la UCA en aquellos años, y aparte de "Dios deseado y deseante" no me interesaba casi nada. Como cantaba (mal) el elegíaco (es un decir) Palito Ortega yo tengo en mi diario anotado(s) esos días (lo que prueba que podría asistir sin problemas al próximo Festival).

Me interesaba el café que podía llevarme mi papa a la hora del almuerzo (él trabajaba en la sala de redacción que quedaba en el segundo piso: el piso heroico para mí, not anymore).

La competencia no se desarrolló de forma apasionada. La sala de contabilidad era uno de los lugares más sórdidos que he tenido el chance de ver. Para mi horror, los contadores A pensaban que Pablo Milanés era soprano. Además, la carretera norte de Managua es la carretera más triste del mundo. (Mi papa lo sabía. Todavía estaban los rieles de la línea del tren. Veo aún a una loca que se escapaba siempre del Psiquiátrico (yo había tenido el honor de conocerla en 1984 en otra historia) siendo arrollada por los vagones, pero saliendo de últimas ilesa del accidente: casi veo el grano quemado de esta película.) El único momento emocionante del día era cuando tomaba la 114 para irme a la UCA a escuchar mis clases de literatura. Mi competidor también tomaba la misma ruta. Tendría por entonces 40 años. Me mata el deseo de construir su biografía. Para mí que era del lado de Santa Ana, que visitaba los burdeles que quedaban cerca del Ministerio del Trabajo, y que lo suyo con Managua era estudiadamente existencial aunque absolutamente llano en el ámbito de la expresión. Podría haberlo encontrado quizá un atardecer cuando iba camino a la Cinemateca, haberlo saludado con distancia, mientras pensaba en cosas remotas: Fellini, la noche.

Él ganó la competencia por una serie de hechos fortuitos. Yo nunca di opinión en aquella sala de contabilidad. Manejé muy lentamente las tarjetas de las cuentas de acreedores. Entendí demasiado bien la articulación feudal del moderno periódico. (Había una serie interminable de personajes de los que yo quería escribir la biografía: el auditor gordo y ambiguo que llegaba de vez en cuando y era mirado con sorna por los contadores A y B; o el viejo cardista algo petimetre que silbaba a Agustín Lara.)

Él pudo. Lleno de entereza ante la gente, sorteando los almuerzos de sopa de cangrejos con leche, tolerando las bromas sexuales de los contadores y auxiliares, y el terrible horario de trabajo (media hora para almorzar). Me imagino su felicidad. Su felicidad, como todas, alcanzada y cerrada en un cuenco. Quisiera detenerlo para hablar de estas cosas, como si fuéramos lo que en verdad somos, dos viejos conocidos. Explicarle que no voy más a la Cinemateca (quizá contarle cómo me sorprendió aquel aplauso espontáneo del público al final de "La vida criminal de Archibaldo de la Cruz", cuando Buñuel sólo tenía unos pocos años de muerto). Ah, sí, que tengo varios años de no releer "Dios deseado y deseante".

martes, noviembre 11, 2008

Elecciones municipales en Nicaragua

Managua se traga toda la atención, los medios hablan de y desde Managua. Managua bendice o maldice y así fabrica verdades.

A la mitad de la población del país, más o menos, no le interesan las elecciones municipales, la otra mitad tiende a estar polarizada entre sandinistas y liberales.

Grupos duros dentro de esos polos tienden al rencor muy cultivado y selectivo. Algunos de ellos están en el ejecutivo, otros lideran la oposición. Pero, peor todavía, algunos controlan medios de comunicación importantes

No entiendo, por ejemplo, cómo un editorial de la VOA--del gobierno de Bush que acaba de ser apaleado en las elecciones de USA--pueda ser un gran titular de un medio escrito nacional: un triunfo inesperado de los lame ducks.

Vivimos en narrativas y velocidades diferentes.

El fin de semana largo de las votaciones se vuelve monótono porque las elecciones--las de Managua sobre todo--ocupan todos los espacios. Así que volver al trabajo es, en cierto sentido, una bendición.

Estoy seguro que el cincuenta por ciento que no vota, no es porque se va de vacaciones en los fines de semana largos de las votaciones. La crisis económica y los oficios de sobrevivencia pesan mucho, a veces demasiado. La política no resuelve la lucha cotidiana.

En Jinotepe, donde voté, todo estuvo, por suerte, muy tranquilo. Unos resultados muy ajustados, pero, al parecer sin impugnaciones.

Managua es otra cosa. Es quien dice la verdad.

viernes, mayo 23, 2008

Últimos acompañantes

La jovencita obesa, estudiante universitaria que sacaba donas milagrosamente de su bolso, y se las comía.

La muchacha distraída con una jaula de canarios en el regazo--muy distraída, masticando yuca frita--, y el marido gordo que la aconsejaba cómo tratar a los pájaros. (Era él quien de verdad los amaba, él quien de verdad sabía y tenía que enseñarle a ella--pero ella seguía distraída, después, dormida).

La muchacha del sueter que hablaba casi en secreto en el móvil. Alguien la esperaba en algún lugar. Alguien se movía para traerla. Ella susurraba. En el km. 16 optaba por ponerse el sueter temiendo el frío (pero mayo es puro calor húmedo).

(Por cierto, la neblina ha vuelto.)

jueves, marzo 13, 2008

Visitas a Rosibel

Lo llamó Averroes para una crítica de cine semanal. Averroes se llama. Buitrago de apellido. Siempre entran las secretarias en las llamadas, vacilan en el oído, anotan. Los días miércoles. Fresco el parquecito con su idiota y su carrito. Se llama el Niño Solo. El parque, no el idiota. Lo llamó su esposa. ¿Que qué dijo? Estaba en el super, no habían pasas. Pero, en cambio, tiró a lo lejos su dieta.

PRIMERA VISITA

El epílogo lo daba el radio receptor: para los dos hasta el fin del mundo… Me harté de yesos y querubines trompudos enseñándose en las salas hasta que di con el biombo forrado con cartones. Allí estaba el Corazón de Jesús en una versión rojiza. Crucé la sala sin que me vieran: ahí estaba la T.V. enseñoreando y una mujer que sonreía frenética. Llegué al patio y vi las estrellas. Me perdí en las estrellas.

Como en una película de Natassja Kinsky, Rosibel tenía una abuela sorda. No la mamá, que había muerto hacía varios años, sino la abuela. Al fondo había un silvestre jardín descompuesto en loterías de hojas lustrosas y a veces partidas; y trepadoras que se habían posesionado de las bardas. El radio era un celeste Philidor y Los 007 se seguían quejando: detén la noche para los dos… Palacios hacía gracias: para la noche detén los dos… La abuela era ostentosamente sorda mirando el jardín y con el radio a su lado, puesto en la mesa de madera sin pintar.

Rosibel quería hablar de esa mujer. Vos decís la Andarivela. Es una pueta de por aquí que trabaja en el FENUAP, una o-ene-gé de esas. Me traía en su carro y me dejó ahí por las Delicias. Vos mentiste. Pensé que iba a decir: Usted mintió. Hubiera sido más terrígeno o terráqueo sentir que una matagalpina de pelo crespo suelto y largo me hablaba de Ud. No tengo por qué mentirte. La abuela apartaba una mosca que quería roer su oreja derecha y seguía ensimismada. Luego otra vez ver el jardín. Un jardín de cachivaches, flores encarnadas en sujetos anónimos: la dalia petrificada, la tribu de jalacates, el jacinto vítreo. Al fondo había crecido un arbusto de huelenoche, saludable y pestífero. El jardín será siempre tierra de nadie, pensé. Al tiempo que decía: tenía que aceptar el raid. Aunque esa niñona de la palabra me traía enfermo con su catalepsia literaria. Es un tipo de mujer desenfadada y frívola. Desenfadada, está bien, relacionada, con carro. Pero frívola, free bola, lluvia o llovizna de la poesía, jardincito de la poé-tica, cualquier cosa menos mi heroína.

-Mira, Norberto. Ven que te enseño – esta vez con acento de cubana -. Aquí donde tú ves, la alfombrita deshilachada del estar, ahí fue donde caí muerta. Bueno no muerta, me faltaban algunos minutos para morirme…

Rosibel abría las persianas de madera. Afuera era la calle del verano, la algarabía del barrio. ¿Si digo algarabía estoy optando por ser pesimista?. Rosibel Sander, Rosibel Aurora, Rosibel Liuba Condorí. Era gruesesita en verdad. Había abierto esa misma persiana en un viejo diciembre para despedir a un novio que se quedó aferrado al recio calor del aire en otros meses menos oreados. Al voltearse, su cara ofrecía la cifra de fotos, empleos, lugares, ansias que Palacios no iba nunca a conocer. Pensaba en las casas de alquiler, listas ya con todo y cucarachas para ser ocupadas, llenadas. Las primeras noches extrañando las bujías número 100 y el sitio. La primer mañana en que se mide el patio y se lavan las medias para colgarlas en el alambre de púas. Y Rosibel seguía hablando de esas sensaciones y de cómo el jardín se había tomado la esquina del patio y las tapias.

Mi jefe es enorme. Come carne de canguro y toma cocacola cada amanecer. Y lo llama Averroes Buitrago que eructa casi en el teléfono. De dónde lo llama?. Tal vez del más allá, de los canteros viejos del Pedagógico donde estudió con él y donde adoraban juntos a las musas del cine. Sale mi jefe bañado en colonia a almorzar con Averroes. Pero Averroes le insiste al siguiente día con la reseña semanal. Cuando se lo digo muestra su sonrisa mi jefe. Tiene un puente con los dientes superiores artificiales. También lo llamó su esposa. Desde el gimnasio. O viene ella hedionda a cold cream y sudor. La nutria con que se aparea el inmenso de mi jefe. Hasta sus sueños veo, ya hasta clarividente me voy volviendo. Pero es claro que sueña con España, sueña con esas vacaciones. Yo llamo a la oficina de Iberia, pregunto por los boletos. Él vuelve agitado y serio. Da indicaciones, no me mira. Roo – si –bellllll. Y enuncia (la ele que usa es de Miami, una ele anglosajona, así como cuando dice Robert De Niro, dice en realidad prrrroberrrrttt dte nirooo, pero él no tiene acento de gringo, sino que intercala la pronunciación inglesa donde debe y el resto es puro chapiollo lo que habla pero claro con distinción, me he fijado por ejemplo en su forma irónica de decir gallo pinto) órdenes.

- Vamos al parque del niño solo (¿de qué muere el niño sino de soledad?). Ahí nos sostendremos el uno en el otro como dos picados de culebra…- dijo Palacios otra vez ocurrente.

- Pero no estará lleno de pequineses y pateadores de bultos?- preguntó Rosibel haciendo señas a Palacios que callara que la abuela podría oírlos. La abuela flotaba impermeable a las amenazas (solo y herido así me dejás…) de Leo Dan.

- Temés que el vulgo naufrague nuestra barcarola? – sabiendo Palacios que Rosibel siempre estaba disgustada con el vulgo (¿qué le ha hecho a Ud. el vulgo, señorita? preguntaba el locutor)

-Además va a llover – dijo Rosibel mientras Palacios echaba una última mirada al ocaso en el jardín (un Chardin transmoderno sin duda) (saludos en la ciudad de San Marcos para Fulgencio, Soto, para Robert PRRROBERRRT, para Argentina, Felipe del Mismo Apellido, saludos a doña Paula…).

Paula no era /la Andarivela /que vendrá por ti/ a la tierra/ de la espera/ infinita.

Paula Noriega/la Andarivela/ que vela por ti/ en la esfera/ terráquea y/ finita.

Paula andariega/ la Andarivela/ que esperma/ eremita.


No sabés hablar con Rosibel; ella enmudece con sus párpados y glúteos, te tiene preso en los enmedios y los acertijos; cómo llamar al huelenoche que te atosiga cuando vas al excusado, cómo desertar de sus cabellos traídos de los cerros de La Chispa El Chispón y Gua-nunca (mi patria adoptiva). Y así con ese himno terminó la primera visita.






miércoles, junio 06, 2007

Plaza



Una crónica que nunca publiqué,y que según las estadísticas del doc., escribí el 25 de febrero de 2000 (la fecha no se pretende simbólica). La foto es de Ernesto Salmerón.

Con Alicia y los demás cerca de la fuente

Leonel Delgado Aburto

Claro, soy un probo extemporáneo. Hasta ayer me di cuenta que la otrora Plaza de la Revolución fue clausurada por el actual gobierno con una fuente de abundante mal gusto, hasta hacer del sitio un lugar malsano, si de turismos o recreación se trata, y como si no bastara con el mal olor del lago.

La Catedral y el Palacio Nacional (o de la Cultura) ya eran de por sí bastante feos. Con la añadidura de esa fuente y del Palacio Presidencial, todo adquiere un humor negro surreal y no es exagerado afirmar que se trata del lugar más claustrofóbico de Managua.

Crucé este lugar tan peculiar por la imperiosa necesidad de consultar aquella paradigmática antología de poesía nicaragüense que Orlando Cuadra Downing y Ernesto Cardenal presentaron en 1949 (Nueva poesía nicaragüense). En la Bilbioteca Nacional no existe un ejemplar. Y saliendo de la Biblioteca sólo estaba la reiteración visual del paisaje adyacente, y, por supuesto, la fuente.

Me retiré de manera apresurada para deshacerme del vértigo. Imaginé, sin embargo, a Alicia correteando tras el conejo en este lugar tan soleado. Fue tal vez una cerebración inconsciente: el lugar me parecía más pequeño, incluso diminuto, precario en espacio. Imposible que aquí se hayan reunido multitudes esperanzadas de toda clase y calibre durante este siglo que termina. (No hablo sólo de los vítores revolucionarios de 1979, pienso en las manifestaciones de Somoza o de doña Violeta).

A principios de los 90, cuando yo vivía en Cuba, tenía un amigo que me contaba que siempre que cruzaba la Plaza de la Revolución de La Habana, solitaria en los días comunes, él sentía rastros, halos o auras de las multitudes que ahí se habían reunido.

Eran días duros en el que muchos esperaban o temían (hasta mi amigo) otra revolución de terciopelo, en el que aquella plaza y sus multitudes cambiarían de signo ideológico. Pero mi amigo, un poco ortodoxo, remataba siempre su exposición con una frase casi enigmática de Pier Paolo Pasolini (no en balde éramos estudiantes de cine): “El futuro es previsible, la historia no”.

Juro que en mi reciente experiencia en la Plaza de la Revolución de Managua no logré sentir ni los rastros, ni los murmullos ni las auras de las multitudes. Aunque sé que Alicia remolona y confundida circulaba por ahí.

Fuera del vértigo, Managua seguía quieta. Más apartamentos. Más prostitutas diurnas esperando cerca de donde fue la calle 8. El nombre del estadio era otro chiste: Dennis Martínez. Me consolaron los chilamates frondosos que hay cerca de la embajada americana, y como otras veces murmuré la sabiduría de J.L.G. (no Jean Luc Godard): “buscando visa para un sueño”.

Me pareció que al menos el viento en los chilamates era bastante audible (aunque en el radio del taxi Leo Dan hablaba de una tal Celia). Pero una imagen peculiar terminó por distraerme. Era un Bruce Lee pintado en un anuncio bastante grande mostrando sus músculos y su airada mirada. Abajo unas letras decían: “Rótulos the best of the best”.

Con esto mi inquietud se renovó. Comencé a pervertir los significados y las imágenes. Oía que Leo Dan le cantaba a Alicia (y no a Celia). Imaginaba que Godard, entrando a un estudio con un peine en la mano, señalaba el rótulo, en el que Bruce Lee tenía la cara de Dennis Martínez. Y en ese relajo de la imaginación todos estábamos seguros que la fuente nueva era un test, una encuesta de agua y una encuesta absurda. Pero ninguno estaba seguro del sentido de ese test.

Encontré la Nueva poesía nicaragüense, por fin, en la Biblioteca del Banco Central. El libro está a estas alturas bastante maltratado. Y será difícil de reponer.

jueves, noviembre 09, 2006

Haití

Claro, tengo el álbum de Caetano Veloso y Gilberto Gil, Tropicalia 2, que abre con ese perturbador poema y rap bahiano, sobre Haití:

Pense no Haiti, reze pelo Haiti
O Haiti é aqui
O Haiti não é aqui
.

Lo curioso es que contextualmente Haití es ciertamente lejano y otro, pero cercano y propio.

Con motivo de las elecciones y el cambio de gobierno, se ha invocado por todos lados el estado de pobreza de Nicaragua, "el país más pobre de Latinoamérica depués de Haití". Así que es aquí, y está cerca. Pero no es aquí, y es el Otro que rechazamos.

Sin embargo, por períodos prolongados, cuando salís a la calle, tomás el bus, observás a dulces o endiabladas turbas, oís noticias de imparables epidemias de enfermedades respiratorias, o, como en Quilalí, de meningitis, sabés que estás en Haití.

Mirás la prensa pobre, los filósofos de a pie, la gruta urbana que va de la Piñata al 7, sobre todo al atardecer cuando se abren las cantinas sin paramentos pero con pantallas gigantes, y las mujeres gordas fuman y toman cerveza Victoria.

En sueños aparecen los poetas provincianos que sueñan--sí, en el sueño sueñan--con un empleo digno, y los FoodMarts apretados en donde ruge el aire acondicionado, y se ve en vitrinas La Prensa como un diario con cara de primer mundo y un sabor pocamadre. Y escuchás las más espantosas sorry ass radioemisoras de Managua que programan a Arjona como si fuera Dylan, e invocan a Dios todo el tiempo, porque no hay duda que Dios está cerca.

Y a las 7 los hermanos cristianos que aporrean la batería de mala manera, otra vez frente a Dios y la Estética. Te has salido del río del tráfico que vomita por carretera sur, has entrado en la noche de Haití, los árboles crecen de la basura; aquí había bosques y ahora hay zinc. En la noche no practicás más mnemoctecnia que el brindis aquel de los Rolling Stones por "la sal del mundo"; sí, brindemos por la gente que trabaja duro... Y pensás que ya lo había repetido Silvio Rodríguez desde Cuba:

Viva el harapo, señor
Y la mesa sin mantel...


Estos días que entra noviembre como a una vitrina de sol que se llena, se vacía, hace remolinos, se va pronto de la luz, piensa en Haití, piensa que Haití es aquí, aunque sepás que no es aquí.