El pasado 15 de febrero, iniciamos en el Instituto de Historia y Centroamérica, una serie de reuniones sobre crítica, que llamamos Encuentros Académicos sobre Crítica Latinoamericana. Lo que copio a continuación es la guía que usé en el primer encuentro. Se trata menos de un trabajo juiciosamente enmarcado, que de unos apuntes rápidos y muy esquemáticos. Pero los copio aquí por su posibilidad como material de trabajo, y, sobre todo, material para la crítica. Hay que leerlo, pues, con ánimo contradictorio.
¿Qué es América Latina?
Como tantos otros conceptos de identidad este concepto de América Latina está sometido a muchas variaciones, o, más concretamente, batallas de apropiación simbólica: preguntar qué significa implica procesos de apropiación o desplazamiento (rechazo, sustitución, etc.)
Es preciso situar el término “América Latina” en un contexto histórico y discursivo concreto. 1959-1967-1973, más o menos. Triunfo de la revolución cubana, caída del Che, golpe de estado contra Allende. El 67 es el año de Cien años de soledad, la novela más popular (quizá no la más típica) del “boom”: una novela compleja, intertextual, amplia, llena de juegos de espejo que pretende resumir y en todo caso problematizar la identidad continental. Luego del 73, el boom decae. Auge de la lucha por la independencia política y cultural. Lo fundamental es que “América Latina” se reconoce como parte del Tercer Mundo. En el ámbito cultural se entrelazan revolución y “boom” literario. Todos los grandes del “boom” se identifican con la revolución cubana. A la vez predican de manera mesiánica que con el “boom” la novela latinoamericana ha llegado a su esplendor.
Esto no era cierto en sí, pero ayuda a definir un concepto de América Latina.
América Latina sería, pues, una serie de discursos de identidad y autonomía regional elaborados en torno a la literatura como discurso alegórico central. Hay una serie de coincidencias entre el proyecto político de autonomía y el objetivo de la literatura.
¿Qué es la crítica (literaria) latinoamericana?
La crítica literaria latinoamericana forma parte de este contexto. Su tarea, en cierto sentido, es fundamentar la identidad. 1967 es también el año del centenario de Rubén Darío. Hay que repensar el modernismo como movimiento intelectual (latino)americano, como factor de identidad. Ángel Rama, Rubén Darío y el modernismo. 1970. Yurkievich, Fundadores de la nueva poesía latinoamericana. Etc. Todo gravita en torno a la cuestión de la identidad, ya sea en el aspecto cultural o político.
Los del “boom” eran en el aspecto literario “técnico” cosmopolitas. La crítica también tiene que actualizarse. Los moldes de la filología ya no son suficientes. Semiótica y estructuralismo, sociocrítica e historia social de la literatura, etc.
Esta etapa culmina con el libro de Roberto Fernández Retamar, Calibán, 1971. Este libro plantea el problema colonial de la literatura latinoamericana. Plantea una fisura: arieles y calibanes, Darío o Martí, Borges o Neruda, Rodríguez Monegal o Fernández Retamar, etc.
1970-1973. Fin del “boom”: se comienza a percibir su aspecto de mercado que antes no era tan visible. Los novelistas ceden a la narrativa directa y “pop” (queda en entredicho el problema de la identidad). La revolución latinoamericana está estancada, se estanca, pues, el ansia de emancipación y los fundamentos de la identidad. El golpe de Pinochet inicia el auge del neoliberalismo: la transnacionalización de los mercados. La revolución cubana ingresa en lo que se ha llamado el “quinquenio gris”. La “unidad latinoamericana” aparece vulnerada. Se hace visible que hay otras tradiciones literarias menos visibles y no vinculadas al “boom”. Suicidio de Arguedas (1969), luego de finalizar El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971). El otoño del patriarca (1975). La guerra del fin del mundo (1981). La casa de los espíritus (1983).
En los 70s es visible ya el auge de la televisión (que culmina en los 80s) que va a poner en entredicho a la propia literatura como discurso central.
Todos estos cambios producen un nuevo escenario cultural, y un nuevo escenario para la crítica. La idea de la identidad latinoamericana entra en una crisis profunda.
¿Cuándo había nacido el discurso crítico moderno latinoamericano?
El sentido crítico y de identidad puede decirse que se hace mucho más visible y urgente durante el modernismo. Algunos estudiosos del barroco llevarían quizá esta genealogía hasta la sociedad colonial.
Pero el modernismo es más típicamente el momento en que el discurso de la identidad (hispanismo y latinidad) se hace mucho más evidente, además como discurso asociado con el liberalismo y la modernización.
Tomemos como ejemplo a Rubén Darío. Darío llega a España en diciembre de 1898 (España contemporánea, 1901) para hacer crónicas del estado intelectual y cultural de España luego de la derrota de la guerra contra los Estados Unidos.
Pero Darío ofrece una mirada segmentada. Le muestra a los latinoamericanos a España, y viceversa, enseña a España qué es lo latinoamericano (aunque Darío habla de lo americano). ¿Cómo ve Darío lo (latino)americano? (1) Hay una gran preeminencia de lo social, una lucha entre civilización y barbarie. (2) Lo literario debe expresar característicamente este estado de “barbarie” para alcanzar cierta originalidad, “somos otros”, ya no hay posible refundición con la metrópoli. (3) La búsqueda de identidad se vuelve una búsqueda de expresión propia, y, por tanto, un proceso de exigencia vital y formal, e, incluso, tortura (aquella “forma que no encuentra su estilo”).
Estas características (presencia social, búsqueda de originalidad, exigencia formal) modelan el discurso crítico latinoamericano. Un libro de crítica muy importante recoge estos elementos. Seis ensayos en busca de nuestra expresión de Pedro Henríquez Ureña (1928). La fórmula de Henríquez Ureña es “el descontento y la promesa”, “en cada generación se renuevan, desde hace cien años, el descontento y la promesa”. Se trata del descontento ante la literatura lograda hasta ahora, y la promesa de “trabajar seriamente en busca de nuestra expresión genuina”. Henríquez Ureña asocia la búsqueda de expresión con el “ansia de perfección”, “no hay secreto de la expresión sino uno: trabajarla hondamente, esforzarse en hacerla pura, bajando hasta la raíz de las cosas que queremos decir, afinar, definir, con ansia de perfección”.
Henríquez Ureña repite en cierto sentido lo que había propuesto Darío: el carácter social de la literatura (pues se concibe como un expresión de identidad regional) y la necesidad de someter la expresión una tortura o presión formal (“ansia de perfección”).
Esto apunta a un general condicionamiento colonial, presente en dos características principales: (1) fundar de manera urgente la identidad americana en un contexto universal; (2) reconocer o disciplinar desde la literatura a la “barbarie”, la “ciudad real”, la culturas orales, etc. Por eso toda la presión sobre la expresión.
Estos movimientos son fundacionales para la crítica literaria latinoamericana, y, como se puede ver dura hasta, al menos, el momento del “boom”.
¿Qué es el latinoamericanismo?
Es importante notar que Henríquez Ureña desarrolló gran parte de su carrera académica en los Estados Unidos. De manera que se le puede ver como un fundador de la crítica literaria latinoamericana, pero también de lo que es el latinoamericanismo, para hablar de los discursos sobre la cultura latinoamericana que se elaboran en las academias del norte. Muchos de los representantes de la crítica latinoamericana han tenido la experiencia más o menos profunda de trabajo en las academias del norte, en especial los Estados Unidos (Girardot, Picón-Sala, Cornejo-Polar, Ángel Rama, largo etcétera). Pero, también, muchos latinoamericanistas, gringos, europeos, intervienen de manera decidida en este campo. (Jean Franco, Gerald Martin, etc.). Luego se puede añadir todo el auge de la diáspora de latinoamericanos en los Estados Unidos y Europa, etc. En resumen, el latinoamericanismo es una serie de discursos sobre América Latina que funciona en un ámbito descentrado.
II
¿La crítica latinoamericana es un asunto académico (asociado con la universidad) exclusivamente?
Hay una característica de la crítica literaria y cultural latinoamericana (la hecha en América Latina), y es que no se produce mayormente desde la universidad.
Las articulaciones críticas del modernismo, y de los dos momentos vanguardistas salen del ensayo, de la crónica (ya lo vimos en Darío), de los periódicos. En cierto sentido, se trata de espacios “informales”, por así decirlo. Hay, además, una fuerte insistencia, como no podía ser menos, en el estilo: la crítica no se libra del “descontento y la promesa”. Las academias habían estado asociadas con una filología hispanista muy tradicional (De las Academias, líbranos, Señor).
Volvamos al momento del auge de la televisión (los años 70s), ¿cómo se había desenvuelto hasta en ese momento el desarrollo de la crítica? Se puede hablar de un desarrollo vertiginoso del modelo “informal” de crítica. Un artículo muy valioso de Jean Franco ilustra la situación: los críticos, justificadores intelectuales de la (nueva) literatura se llamaban Jorge Luis Borges, Octavio Paz, García Márquez, Alejo Carpentier, etc. En Nicaragua podríamos añadir a Coronel Urtecho. Los universitarios son excepción: Mario Vargas Llosa tiene un doctorado. También hay grupos de críticos muy importantes que salen del periodismo, lo que ocurre con Marcha en Uruguay, de donde sale Ángel Rama. Hay una gran vitalidad en el periodismo cultural en América Latina en general.
El artículo de Jean Franco que mencioné se llama “El ocaso de la vanguardia y el auge de la crítica”, y podría ser parafraseado como “El auge de la universidad y el ocaso del “boom”. En cierto sentido la crítica hecha desde la universidad le toma la delantera a la crítica informal (es un momento fundacional de latinoamericanismo). Influida por varias corrientes de pensamiento, comienza a cuestionar los fundamentos con que se había articulado hasta entonces la idea de la identidad. Pero, sobre todo, se ve precisada de dar cuenta de un momento cultural muy diferente: la literatura ya no es el discurso central; el “boom” y herederos se ha mixturado con el mercado y con los medios de comunicación; la idea de emancipación nacional-popular se ha desvanecido. Hay, sin embargo, otros medios críticos paralelos al auge de la universidad: una neovanguardia literaria (Eltit, Mercado, los neobarrocos y neobarrosos), la revitalización de la crónica (Monsivais, ), el testimonio.
¿Qué ha pasado en la crítica en sentido general, es decir, “en Europa”?
Lo que sobresale en el artículo de Jean Franco es el vínculo entre vanguardia y crítica. En algunas de las corrientes intelectuales del primer mundo que influyen en la crítica latinoamericana este vínculo es notable.
En el feminismo. Porque se trata de un posicionamiento crítico abiertamente político.
En los estudios culturales. Porque opera contra las jerarquías de lo alto y lo bajo.
En el postestructuralismo. Porque opera en contra del humanismo burgués, descubriendo el aspecto construido de las identidades.
Al menos en sus inicios estas teorías son de vanguardia, en el sentido que persiguen alterar un estatus: de los estamentos académicos (mezclar la disciplinas), de los niveles culturales (alto-bajo, audiovisual-escrito, central-marginal, hombre-mujer), y de las formas políticas concretas (todas persiguen cambios políticos concretos).
Estas corrientes, sin embargo, tienden o bien a “formalizarse”, o bien a ingresar al consumo, al supermercado de la teoría (por ejemplo, los estudios culturales).
¿Qué ha pasado en la crítica latinoamericana en las últimas décadas?
La crítica literaria se ha convertido en crítica cultural. La crítica se ocupa del ocaso del “boom” y del auge de la televisión. La crítica persigue dar cuenta no de una identidad específica, sino de la diferencia (de género, clase, raza, etc.). La crítica se ocupa no de las líneas y obras centrales, sino de las líneas ocultas y marginales. La crítica desenmascara las operaciones ideológicas de las líneas centrales (el “boom”, por ejemplo, es sometido a crítica). La crítica opera por fuera de la división alto-bajo, tomando en cuenta otras expresiones culturales (la telenovela, el rock, etc.) Con esta actitud la crítica vuelve la vista hacia los períodos históricos anteriores para repensar los contextos culturales (el barroco, el modernismo, etc.)
Estoy enumerando “grandes tareas” que se ha impuesto la crítica, algunas veces cumplidas de manera admirable, pero también estas tareas se han vuelto “tics” bastante esperables, bastante rutinarios a veces. Están por todas partes, en el supermercado, en los diarios, en las actitudes “rebeldes”, etc. La crítica se encuentra en un momento crítico.
¿Cómo caracterizar la crisis de la crítica?
Al igual que muchos grupos humanos y entidades políticas y culturales, la crítica perdió el sentido de la emancipación, y se refugió en la emancipación a escala fragmentada, a veces en la celebración del presente.
Las humanidades perdieron la centralidad que tenían antes, de manera que los centros de de donde se produce la crítica quedaron de manera más evidente “en el mercado”.
Fundamentalmente, la idea de “América Latina” ha devenido inoperante, en gran medida por causa de la globalización.
La crisis de la crítica es la de su propia operatividad política.
¿Cómo es que (no) estamos involucrados en estos cambios?
Esta sería la pregunta. Responderla es, en parte, el objetivo de los encuentros.
Ver este texto como documento.
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