viernes, noviembre 15, 2013

Dicho al oído


estoy circunscribiendo las cosas 
teléfonos (a veces teléfonos de la muerte) espacios como rosales 
y aguadoras con cántaros y pilas y pozos en los patios 
(jugué todavía en aquel patio casi abandonado con árboles de jocotes 
y tamarindos y la vieja carrocería abandonada de un Chevrolet 
y caramelos de papel) 
y casas hechas de largas tablas pintadas con cal 
y la vida alcalina que transcurría 
asomada al jardín, esperando una brisa de pólvora en 
las fiestas
gencianas y disciplinas y rosas y violetas 
y el pozo devenido en sitio para la ducha 
 (y un gato caminando en la circunferencia del brocal) 
de vez en cuando me topo con esa ruina de recuerdo 
nada de lo que era es de la misma forma 
hay otros olores en el antiguo lugar de la letrina 
el tamarindo ya no está (aun transfigurado bajo un sol de julio) 
los diálogos de la TV blanco y negro están esparcidos en el polvo 
le digo: yo no sabía que este era el lugar fantasma 
la cama en donde durante la siesta lo despertó la madre 
(que había muerto hacía dos años) con un abrazo 
demasiado estrecho y de fuerza desesperada como para no ser cierto 
la cocina donde le sirvió la cena y la jarra de agua fresca (la tinaja acomodada en el 
rincón junto a la gallina) 
el rastro de la memoria de cuando con el hermano mayor iban al muelle 
de Granada a estibar 
estoy viendo estas y otras cosas lentamente 
en noviembre sobre todo 
(un noviembre sudamericano que Ud. no hubiera imaginado) 
bostezo me asomo a la ventana sigo disciplinadamente 
barajando dejando pasar estas imágenes que llevan un ritmo de agua 
(la aguadora clausurada es mi cinematografía) 
le digo estas cosas al oído 
trato de paladear el aire y el olor de la piel de la oreja