Un día de mediados de 1998 lo llama Sergio Ramírez. Le dice que ha dado su nombre para una antología del cuento hispanoamericano que se va a editar en España.
La antología se publica en ocasión de un Congreso de nuevos escritores en Sevilla. Están ahí algunos de los ya o próximos consagrados como Fresán y Paz Soldán, todos bajo el amparo de Roberto Bolaño.
Es apenas su segundo encuentro con la sofisticación intelectual de la clase media latinoamericana. Se ha retraído en un recoveco marino, porno, solitario, poblado de aviones que parten en Barajas. Sevilla es como una corriente eléctrica, arrolladora, que hace flaquear su inconsciente.
El primero había sido en la Escuela de Cine de García Márquez. Los tentáculos del boom han lastimado su piel para siempre.
Pasan algunos años llenos de acontecimientos personales. Una banda sonora morosa.
Luego es su tercera prueba de fuego ante la clase media latinoamericana. Esta vez en una Universidad de California, un departamento de estudios hispánicos.
Ha salido, por fin, al globo marcado tres veces por la clase media latinoamericana. No creerá nunca en González Iñárritu.
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