lunes, febrero 11, 2008

Aprendiendo / enseñando cultura

La semana pasada comenzaron las clases universitarias e inició el curso de cultura mesoamericana que imparto en la UCA. Por eso me parece pertinente reflexionar sobre lo que he aprendido enseñando ese mismo curso en los últimos años.

He aprendido fundamentalmente que los cursos universitarios constituyen un escenario político decisivo.

Y esto porque ponen a prueba:
--La teoría: Uno puede estar al “último grito” en teoría, o ser más o menos dogmático o heterodoxo. Impartir este curso pone a prueba qué tan superficial es en realidad mi teoría, sobre todo el vocabulario especializado, y hasta dónde mi dogmatismo es autoritario o mi heterodoxia es acomodaticia y resignada.

--La ética personal: Dar un curso es tener y administrar una posición de poder. Todo lo dicho en el ítem anterior debe ser sopesado según esta verdad.


Posibilidades de cambio/ posibilidades de los valores

En los últimos años he ido modelando el contenido y el estilo de enseñanza del curso. Algunos puntos fundamentales del aprendizaje que propongo son:

1. Los ejes temporales y espaciales de las culturas
2. La colonialidad como hecho fundamental
3. Sabiendo que “no hay un documento de civilización que no sea, a la vez, un documento de barbarie”, pensar las posibilidades de cambio a partir de la cultura.

En otras palabras: un esquema antropológico modelado por el postcolonialismo que trata de salir del relativismo. O de manera más práctica: los condicionamientos históricos y políticos de la cultura y la posibilidad de los valores.

Esto suena abstracto pero deja de serlo cuando aterriza en problemas concretos:
1. La observación de un grupo cultural. Por ejemplo, Octavio Paz analizando a los pachucos (en El laberinto de la soledad).

2. Las diferencias de género y sexualidad. Por ejemplo, durante el carnaval del Torovenado de Masaya (tal como lo estudia Erick Blandón en Barroco descalzo)

3. La subalternidad. Por ejemplo, en el testimonio de Rigoberta Menchú (Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia).

De hecho, estos tres textos, aunque no son por supuesto los únicos para leer, forman el eje “ideológico” del curso.


Un hecho político

Para el tiempo de la Cruzada de alfabetización—primera gran experiencia pedagógica de muchos de mi generación—aprendí que la alfabetización es un hecho político con implicaciones pedagógicas (y no al revés). Esa especie de guía mental de los alfabetizadores provenía, por supuesto, de Paulo Freire.

Y es asombroso (pero a la vez natural) que una verdad como esa busque la realidad (la realización) tantos años después.

He aprendido que se aprende por larga duración, y que hay que buscar en sí mismo los hilos que conecten tu propia experiencia con la de la clase concreta.


Como sabrán los expertos, en la escuela de postgrado se suele jugar al más listo. Muchas horas son consumidas en la competencia de la última lectura y el último teórico. En condiciones de predominio del supermercado de la teoría, esto se vuelve obcecación.

Sin embargo, un curso de pregrado en condiciones reales (sobre todo en condiciones de una universidad nicaragüense) deja poco espacio a la pedantería.


¿Es esto conformismo? ¿Marrulla contra sí mismo o contra los alumnos? Podría ser.

En un curso de cultura se camina en un angosto espacio: a un lado la trampa de la simpleza; al otro, la esquizofrenia de la teoría.


Una última nota sobre el concepto de Mesoamérica. En vez del concepto arqueológico, remitido a las culturas prehispánicas, en este caso hablamos del conjunto plural de culturas que habitan los espacios de México y Centroamérica, estableciendo ejes sincrónicos y diacrónicos de sus convivencias y conflictos.

Buscamos unir lo existente y lo temporal.





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