Tengo que leer a la Eunice. Ir a la farmacia por antiácidos.
Vigilar la temperatura.
El monóxido.
Esperar la tarde soleada. Sentir un poco de pena de ver a la tierra convertida en gigantesco balón de fútbol. Quejarme del consumismo.
Seguir imaginando que doy una charla sobre transculturación.
Prestar libros imaginarios a amigos no menos imaginarios.
Recordar gestos de gente que vi muy pocas veces hace 30 años pero que están vivas en unas residencias bonitas y cálidas de Oregon.
Pensar mi proyecto.
Ver más libros e imaginar que los compro en un rincón de Santiago.
Hablar esta vez de verdad sobre la Eunice. Ella entrando a iglesias algo oscuras y pequeñas que tienen en alguna parte a San Miguel Arcángel. Y al entrar ella con una vela se va agrandando la iglesia catedral súbita dios errante.
Sí, alguien prepara una novela sobre la Eunice. Comentar en voz alta, solo, "se van a cagar en ella".
No decir esto en mi seminario. Borrar esto de mi diario. Censurar esto en mi blog.
Caminar por Ñuñoa. Saberse los perros, los melancólicos y los atados. El San Bernardo tan imponente. El perro errante que me simpatiza. Definitivamente odio los gatos, me simpatizan los perros.
No es un paseo pero casi. Me olvido de las cosas prosaicas y quedan las verticales esas que dijo el sucio señor Barthes. (Doble hijueputa gonorrea provincialismo francés.)
Regresar a casa y deambular. Planificar las cartas que escribiré mañana.
Al anochecer, por fin, alumbrado con la lámpara solar leer lentamente paladeado y casi místico antes de sufrir el sueño.
1 comentario:
"Borrar este comentario después de leer a la Eunice y escupir en la caratula de S/Z."
Saludos
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