Tengo un libro, una novela, de Vila Matas. Hela aquí
fotografiada. Hay horas en que quedo fascinado por la portada.
Hay horas en que el objeto me supera. Me dice que
soy culto. Que pertenezco a la raza Anagrama. Hay horas en que habla.
Aclaro que no la leo sino de forma fragmentada. Como
es una novela posmoderna entran y salen en ella niveles de realidad del estilo
eXsistenZ pero sin una sola y notable pistola de huesos de pescado.
Uno a veces bosteza intensamente al releerla.
Es ese tipo de novelas puristas en que los
profesores y académicos y críticos tocan la literatura con las manos sucias. Y
cuya lección moral es que la literatura es más blanca y más aislada. Y que se
va de cabeza al canon.
Borges pasado por aguas. Es el signo de la época. El
deseo de la época: ser un Borges macarrónico.
El diseño, por otra parte, es una astucia. Una
expresión exterior del interior—una objetivación—. Hay quien—blogueros por
ejemplo—se toma esto con total seriedad: los profesores de literatura somos
caníbales, pero caníbales torpes desencuadernando novelas tan bien constituidas,
armadas y editadas como esta.
Se objetiva precisamente ese viaje psicodélico a la “verdadera
literatura”.
Concepto que no hay por qué poner en duda.
Se sabe, por otra parte, que el posmodernismo es el yoga
derridiano.