De vez en cuando me creo Nebrija.
Me las doy de ucrónico en el polvo.
Y paso en el recuerdo largas horas, inmóvil como un pensador, entretejiendo prosapias: la lengua y el habla, la biblioteca y el universo. Soy un pendejo idealista. Un Borges en el lado equivocado (take a walk on the wild side) de la Cordillera.
Me toma en sus manos para acostarme sobre el escritorio y poner la taza del café sobre mí, ya que tengo el cuero duro. Me estás herrando, Erróneo?
Lo primero que hizo, días de bazar en barrios perdidos, fue buscar dentro mí. Buscó la palabra culo, "prueba de fuego de todo diccionario que se precie de tal". Ya que padece la petulancia de los profesores.
No la encontró. Me acusó de franquista. Y me espetó este y otros nombres. Me sonaba todo a otra galaxia.
"Ese diccionario debe ser feliz con vos", le dicen de vez en cuando. Y entonces me mira con cierto desprecio irónico. Expurgado, trunco, conservador, anacrónico, lento.
Hoy busca la palabra expolio y la lee con sospecha. Tema hallar una hebra de pelo del Generalísimo entre mis páginas. Otrosi, la firma de Samuel Gili y Gaya le da risa. Está seguro con su conexión a Internet, pero me necesita para demarcar su progresismo político.
Cree que soy Nebrija. Pero lo piensa como pensar una parcela del infierno, una uña de Felipe II que se ha quedado en el polvo transatlántico.
Cuando llegue el Día del Libro terminará por darme un golpe.