He visto cómo el sol partía las nubes. Los bordes metálicos me gustan pero más ese momento en que ceden a la luz. Entonces me echo en la sombra. Pienso en un diccionario de mí mismo. Con los amos lejos y distantes me da por la melancolía: lo que se llama tarde, lo que veo en Cordillera, el espejo, el olor de mis orines, la cola del compañero. Cualquiera diría: "a ese perro lo mata el aburrimiento". Echado como estoy en la sombra, con el costado sorbiendo lo fresco del cemento.
Ablandado: refiérese al perro que ha cedido el sí mismo a lo genérico. Porque si Ud. cruza y sigue por estas calles llenas de hormigas, hierba, excretas animales, seguirá colectando al mismo perro melancólico: rengo, misterioso, añorante. Hago la siesta y me duermo. Sueño vagamente con la suerte de un compañero de pelambre como almidonada y corta. Solía meter la pata en lo inverosímil: la rueda del auto, las fauces de los perros duros de matar, un hueco cualquiera elaborado por ratones silvestres. Su carácter era el insitente y el terco. Así perdió la patita derecha, perro izquierdista que le llamaban. Y entonces en su casa tuvieron que ceder: sus tardes son desde entonces en las aceras, el perro libre. El perro que se alza y va a la calle, y conoce al árbol, y caga en el patio del vecino.
Pero me despierto, ya casi despersonalizado por el sueño. A escribir en costado contrario el diccionario. Soy el otro aunque sea el mismo, pero lo que soy yo no puedo salir. Así me asomo a la verja. Ladro a los desconocidos. Me entrego a asustar borregos humanos que van con sus trajes deportivos, sus lentes oscuros, sus audífonos. Uno de ellos, por cierto, escuchando Atomic Dog. No, no me molesta que le canten Uds. a los perros imaginarios. Siempre y cuando se reconozcan como humanos imaginarios. Sí, también me da por la doctrina. Soy en la base el perro comunista: soy genérico, maje, por lo tanto. Esto también lo anoto en el Diccionario.
Me daría por una Utopía si pudiera salirme de la sombra.