De
pronto el reto de vivir en esta temporalidad se vuelve difícil. Llega el otoño,
hielo santiaguino. Batallo por la concentración. Viejas canciones de la radio
que no suenan quietas sino que ocupan demasiado espacio. El sol apenas asoma.
Sabemos que la tarde será fría. Sopa. Muchas harinas.
Evidente
que la negligencia es una compañera incómoda. Algo sucia, no importa. Pero hay
algo en sus largas esperas.
Sopas
de lentejas, chorizos, aguacates, frijoles y habas, pero especialmente
ensaladas: espárragos. There is a fire in me, dice el radio. Mousse de frambuesas.
El
mercado. Agnès Varda. Está lleno hoy de frutas desconocidas. Las frutas
doblemente enmarcadas, por la cámara y por la ventana. Lo desconocido de las
frutas introduce un paradigma extraño para nosotros. Roland Barthes. Nos
aferramos a las chiltomas. El vendedor, que nos llama caceritos, nos aclara que se trata de un pimiento. El mundo es
remoto frente a sí mismo. Pasamos al sector de las acelgas que han crecido
mucho. Los grandes zapallos escuchan.
Nadar
en el agua tibia del sueño. Algún libro, novela filosófica o filosofía
novelada. La clasificación de noches repetidas ha producido esta noche de
escritura.
Lucho
por una palabra olvidada: desafección, desinencia. Con ella enfrentaré la
tarde.