Un viejo sale con sus dos hijos a pasear por el borde del parque
Hace falta la madre pero conversan. Ven el tiempo: alguien enterró
Una hoja ocre en la arena del playground. Alguien en luna llena
busca mirarse, tiza en el pulmón para escribir. El viejo con su gran cabeza
calla y es solemne y tímido y quizá va perdido en un mundo que no era aquí ni es
como era. Un hijo dice: el tiempo va cambiando, hoy se alargó el rosicler
del cielo pero no el día, hay sembrado un árbol ocre entre otros verdes, alguien
ha quemado la nervadura de la hoja. El viejo asiente. Le cuesta alzar la cabeza, cifosis del
septuagenario que no sonríe puesto que aquel paseo suyo es la responsabilidad más seria.
El otro hijo hace ver que se trata en todo caso de una hoja seca y que el incendio
Ocurre allá lejos detrás del parque y los edificios. Y piensa delicadamente: la máquina
Del ojo del padre. El olor de su ropa. La atención de su cabeza. El vacío de la semana.
Le pregunta vagamente por un síntoma: huesos y piel. Hoy fue el primer día fresco en
Varias semanas. Habrá que abrigarse. El frío entrará a la habitación y se hará humedad
Con el paso de los días. Un día nublado habrá llovizna, y viajes a la ventana. Ese vacío
De la hoja ira mudando, esporas en el vello pectoral, un arácnido terco en el vano de la
Ventana caminará dibujando el secreto del otoño.