En el 86 ya recordaba como pasado Bestiario. Había integrado de alguna manera misteriosa mamboretás y quicios y tigres nocturnos.
Quizá porque estaba leyendo casi disciplinadamente un tomo de Todos los cuentos de Mario Benedetti, y el punto de referencia mayor era Cortázar.
No era precisamente un duelo entre autores sino una situación melancólica. Era el año de la desmovilización. Había costado llegar hasta ahí. Así que aquella bujía que iluminaba el libro, aquel zumbido del jazz en Radio Sandino a las 11, eran también contemplación monotemática del pasado recién ido.
No leí otra cosa que mi propio cuento.