Encuentro en Ciudades desiertas de José Agustín, pág. 51:
Susana lo miró, despectivamente, unos segundos y salió del baño. Eligio fue tras ella. La vio tomar asiento en la cama y él se recargó junto a la ventana. (énfasis añadido)
Podría argumentarse que los mexicanos toman asiento en la cama con mucha más frecuencia que, por ejemplo, los argentinos.
Otros que podrían ser pecados diminutos en la novela de Agustín:
Al poco rato regresó con una mujer delgadita, absolutamente china, de baja estatura y movimientos rápidos (pág. 37) (énfasis añadido).
Será que, como Bowie, todos tenemos una etapa exótica y de lugar común cultural China Girl, para lo que ese "absolutamente china" será notable.
Otra especie de desliz étnico-nacional:
Al poco rato llegaron Altagracia, la filipina, y Brian, un judío que estudiaba en Estados Unidos. (pág. 24) (énfasis añadido)
¿Era un judío de los Estados Unidos estudiando en los Estados Unidos? ¿O un judío de Israel, o de Polonia, por decir algo?
Lo más curioso es cuando el "judío que estudiaba en los Estados Unidos" se lleva a la cama a Susana, y al amanecer se porta de manera poco circunspecta, y suelta un "chavas pendejas" (pág. 27). De manera que suena más a judío mexicano, o, al menos, agustiniano.
A la altura del tercer capítulo uno va olvidando la menudencia pecaminosa, pues Agustín va encontrando la vena, esa del lenguaje "oral" llevado a la agudeza. Sólo un ejemplo, de marxismo mexicano, sin duda:
Por el amor de Marx, nada más te estoy preguntando por qué me abandonaste sin decirme nada. (pág. 51).