“Decisiones, todo cuesta”. Rubén Blades
Cuando los intelectuales nos informan que las próximas elecciones en Nicaragua (noviembre 2006) son algo “histórico” (por ejemplo, un reciente artículo de Sergio Ramírez, en La Prensa, 5 de octubre), hay que afinar el oído, al estilo casi fenomenológico, y preguntar pero qué será ahí lo histórico y quién lo determina como tal?
Se me impone, a partir de esta pregunta, ser algo digresivo: por un tiempo pensé que se podía respirar, olvidar, crecer, descreer, vivir, en fin, ser orgánico, por fuera de ese imperativo gubernativo: las e/lecciones periódicamente ofrecidas por la clase política (sí, la palabra e/lecciones se puede dividir así, para mostrar caritativamente sus cualidades morales y didácticas). Pero, por fuera de cualquier elección “histórica” la historia sigue. No creo que este seguimiento deba tener una resonancia mística o fatal, precisamente. La “historia” no se prepara y acicala cada 5 años, sino que sucede de manera imprevista. No dijo el poeta ya que la vida es lo que sucede mientras estamos ocupados en otros menesteres?
Hay un indicio importante para determinar lo que se entiende por “histórico” en estas (y tal vez en todas las recientes) elecciones. Se trata de la carencia y ausencia de la retórica del “voto popular”, o de que en las elecciones se expresa la “voluntad popular”. Todavía en 1990, aseveraciones como esta parecían cargadas de sentido. Ahora ya casi nadie cree en ellas, esté donde esté ese “nadie” en el espectro político. No hay que ser cínico para ser escéptico en este ámbito, y es más, “nosotros los doctos” no podemos evitar ese escepticismo. El “voto popular” ha pasado a ser una figura abyecta, incontrolable, que le falta disciplina y que busca únicamente su interés. La masa es la indisciplina. (No es esta la gran lección histórica que han dado Alemán y el PLC?). Hay, pues, una tendencia en la clase intelectual a ser muy escéptica ante el “voto popular”. Un ejemplo claro lo ofrece Carlos Tünnermann y sus recomendaciones de una alianza política “patriótica”, para poder burlar una tendencia de las encuestas.
Esta propuesta no es criticable en sí, hay un gran espacio de derecho para proponerla y cierta lógica común, aceptada sin necesidad de escándalo en los medios y las clases lectoras. Pertenece a la doxa, como quien dice. Pero es obvio que en ella se ve apartada la retórica del “voto popular”, no hay tal expresividad de una gran voluntad en las elecciones. Se trata, más bien, de algo que debe y puede ser controlado por las elites. Y esto es lo fundamentalmente “histórico” de estas elecciones: la posibilidad de un control renovado del llamado “voto popular” ejercido por los intelectuales y las clases medias. Es el fondo de la utopía de los llamados grupos políticos “emergentes”. Y, como toda utopía, ésta es válida, pero limitada.
Al respecto de lo “histórico” que puedan tener unas elecciones, el caso no es, de hecho perteneciente a algo históricamente cercano. Cuando se trata de elecciones, nuestras elites políticas e intelectuales han sido entrenadas en el modelo de los Treinta Años, con una democracia muy segmentada, por razones de saber y poder. Una democracia fijada en el silencio del “voto popular”. De la misma manera, los partidos políticos han sido los grandes legisladores de este control. Y dentro de los partidos políticos, son las “grandes personalidades” las que terminan decidiendo sobre este control del “voto popular”.
De Zelaya a Somoza/
no ocurre otra cosa.
Ahí están Alemán y Ortega para confirmarlo.
Pero la cuestión no es tanto si ejercemos una política correcta en contra de estas “grandes personalidades” y a favor de la institucionalidad, sino más bien que incluso estando en contra estas “grandes personalidades” debe existir una política democrática mucho más radical, que, para decirlo ilustrativamente, ayude a quitarle las comillas al “voto popular”, haciéndolo más valedero. No es lo que los intelectuales nos están diciendo por lo general. Al contrario, nos hablan de imponer alianzas por arriba que ayuden a controlar ese desprestigiado “voto popular”. Cuál es la diferencia, en fin, de este tipo de alianzas y las que forjan las “grandes personalidades” de la política? Quizá que se trata aquí de “grandes personalidades” de la intelectualidad?
Postdata a favor del aborto terapéutico
Lo “verdaderamente histórico” viene quizá de la manipulación mediática y la movilización social que ha logrado la campaña en contra del aborto terapéutico, encabezada por las iglesias cristianas, en especial la católica. Mucho más preocupante es que en tiempos de elecciones, en donde cada candidato anda cuidando sus pudendas partes a como puede, o declarándose santo de cualquier devocionario (incluso el neoliberal), los diputados reciban una ley escrita por esos fanáticos religiosos para penalizar el aborto terapéutico. El presidente del congreso en funciones, recibió casi de brazos abiertos a los jefes de la marcha, en un acto vergonzoso para un partido que se las tira de izquierda.
En estas circunstancias, no hay un solo político que se atreva a decirles a esas directivas religiosas que Nicaragua es un Estado laico y que hay pluralidad de opiniones, y que la ley no puede ser elaborada por dos o tres cerebros fanáticos. Ninguno lo dirá. Se trata quizá de que estas elecciones son muy históricas.
Por otra parte, es muy notorio que dentro de las dos alianzas de izquierda, el MRS y el FSLN, la perspectiva popular socialista es muy minoritaria, y siendo el sandinismo en su conjunto minoritario en el país, es obvio que nos encontramos ante una minoría muy menor, para ilustrarlo con agudeza se(s)udocoroneliana. Esta perspectiva, poco elaborada, no pasará de ser arrollada por el tipo de “alianzas patrióticas” que entusiasman tanto a los intelectuales.
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