El primer huracán del que tengo memoria se llamaba Irene. Debería decir la huracán Irene (al igual que el creativo Benjamín en vez de decir barrilete dice la cometa: un niño con una cometa).
Pues bien, en tiempos de Irene mirábamos la lluvia desde el corredor. Nos juntábamos con los primos a ver la lluvia interminable que corría por las limahoyas, en una casa grande con tejado, por tanto con un artesonado complicado en el techo.
Quizá con Irene se detenía un poco el tráfico. El tráfico, quiero decir, del triciclo, la patineta y la bicicleta en el corredor.
Ahora que hay unas nubes estacionarias interminables sobre Jinotepe estamos de nuevo en la estación Irene. Aprendéremos algo de la lluvia. Cuando la lluvia comienza/ todo sigue lo mismo. Pero ya no hay aleros.
P.S. El pasado es una trampa: hace pensar que por entonces los huracanes eran benignos. Pero Irene también existe como testimonio oficial.