Ponte, entonces, una banderita de HELP antes que comiences a elaborar un consabido concepto.
Y recuerda: la lectura es específica.
El autor vive en una residencial determinada de Managua. (Está la posibilidad de armar una manifestación de protesta frente a su casa.)
Pero, entretanto, hay que hacer algo con el texto. Al menos, en los márgenes del texto.
Entre otras cosas, tienes que aprender a apreciar el rechazo.
Te dice llanamente el alumno: esto no añade nada. Por qué esto no añade nada?
No vayas a justificar las bondades del texto. Es lo que hacen los fanáticos en su etapa iluminada: decir que este texto es la Biblia. Recuerda: la educación es secular.
Aunque esté de moda: no te eches la culpa. El autor vive en una residencial determinada de Managua, etc.
Aprende a apreciar el rechazo: si esto no añade nada es porque:
1. El efecto de aprendizaje ha dejado al texto (a este texto específico) atrás. Felicidades.
(Puedes pensar lo contrario también: este alumno no ha llegado a este texto. O peor: no lo he conducido bien hasta esta lectura. Pero entonces ¿actuarás en consecuencia?)
2. El rechazo es el índice (alto) de comunicación entre el instructor y el alumno. Felicidades.
(Pero puedes pensar justamente lo contrario: la baja demarcación comunicativa con que el alumno ha ido al texto.)
Ponte, entonces, una banderita de HELP antes que comiences a elaborar un consabido concepto.
lectura
pedagogía
enseñanza
jueves, marzo 27, 2008
lunes, marzo 24, 2008
El bachatero
(De la serie compañeros de ruta)
Era el hombre de la sonrisa mirando al hombre del rostro huesudo. Un momento en el retrovisor de la camioneta que iba delante pudo ver esa palidez surcada, los dientes metidos precipitadamente en la cara. El hombre que advertía con el rostro de ceniza.
El hombre ligero, bachatero, de risa demasiado en la superficie manejaba un van colectivo Managua-Jinotepe. El hombre pálido conducía por su parte una camioneta MAZDA blanca.
En el empalme de la Panamericana con la carretera a Pochomil algo había demorado al hombre pálido. El hombre pálido y sus acompañantes: una mujer que gesticulaba en el asiento delantero, la sombra de un adolescente atrás, tal vez un empleado o, incluso, un hijo.
El del van manifestó con el claxon ocho, diez veces su entusiasmado malestar. ¿Por qué se demoraba la camioneta de esa manera, dudando entre arrancar y no arrancar, y ocupando espacio? Entusiasmado, el bachatero mostraba la sonrisa. Hay que decir que aquellas dulcetes bachatas estremecían a los pasajeros mientras el chofer emprendía esta batalla de amedrentar al de los huesos en la cara. Y el bachatero sonaba el claxon y lo sonaba para que el pálido perdiera la paciencia. Y la perdió asomando la mano, y en la mano erecto el dedo medio, gesticulación a la que correspondió el del van: bueno, hijueputa.
Pero el de la camioneta tomó la delantera. No iba a dejarse pasar. Tampoco iba a alejarse demasiado. Iba a estar cerca de ese miserable hombre de la sonrisa con sus 17 pasajeros a bordo, sin dejar que lo pasara. De vez en cuando la mujer miraba hacia atrás. Sabía quizá que el de las bachatas sonreía. La silueta delgada del adolescente se quebraba en la distancia y se recomponía en los acercamientos.
Pero el de la sonrisa era blando. Pegado de la camioneta, sin apartarle la vista, no insinuó nunca la posibilidad de aventajar. El de la camioneta bajaba la velocidad, se demoraba con impaciencia. Terminaban los recodos y las vueltas de los kilómetros, 27, 32, 38. La carretera cada vez más recta, pacífica, penetrando en el bosquecito mugre de la zona.
Las bachatas se quejaban en el atardecer. Soplos de viento y palabras vueltas púrpura, violeta, dedos naranja. Alguien moría en la canción. Un muerto hacía un juramento. Alguien volvía y encontraba el paisaje cambiado. Alguien esperaba la sonrisa del bachatero. Los pasajeros observaban cómo iba acercándose el van a la camioneta. Miraban al chofer que miraba la cara huesuda y cenizosa del hombre.
Lo iba a reconocer en cualquier parte. Una cantina. El de la cara huesuda iba a acercarse al bachatero. “Yo no hago amenazas de balde”, diría el uno al otro. El bachatero mostraba la sonrisa otra vez. Se presentía en el aire ya casi oscuro. (Se pasan en este camino varios gallineros malolientes.) El de la bachata miraría la calle y reconocería la camioneta aparcada. La mujer estaría echada en un sofá a largos kilómetros de distancia, en una casa de Diriamba. El hijo, si es que era hijo, esperando una llamada a su celular.
El de la bachata se sentía un poco humillado, comenzaba a ver las señales de tránsito (“las señales del mundo”, diría el pastor de su congregación) como otras tantas muestras de que el mal entraba por señales, sobre todo señales humanas. Señal de correr, de no merodear en la pista, de tomar decisiones. El hombre de la cara huesuda lo miraba fijamente desde el retrovisor. Era una cara por entero reconocible. Todo lugar en el mundo era habitable por esa cara. A veces esa cara traía memoria y venganza.
cuentos
carreteras
Managua
masculinidades
bachatas
Era el hombre de la sonrisa mirando al hombre del rostro huesudo. Un momento en el retrovisor de la camioneta que iba delante pudo ver esa palidez surcada, los dientes metidos precipitadamente en la cara. El hombre que advertía con el rostro de ceniza.
El hombre ligero, bachatero, de risa demasiado en la superficie manejaba un van colectivo Managua-Jinotepe. El hombre pálido conducía por su parte una camioneta MAZDA blanca.
En el empalme de la Panamericana con la carretera a Pochomil algo había demorado al hombre pálido. El hombre pálido y sus acompañantes: una mujer que gesticulaba en el asiento delantero, la sombra de un adolescente atrás, tal vez un empleado o, incluso, un hijo.
El del van manifestó con el claxon ocho, diez veces su entusiasmado malestar. ¿Por qué se demoraba la camioneta de esa manera, dudando entre arrancar y no arrancar, y ocupando espacio? Entusiasmado, el bachatero mostraba la sonrisa. Hay que decir que aquellas dulcetes bachatas estremecían a los pasajeros mientras el chofer emprendía esta batalla de amedrentar al de los huesos en la cara. Y el bachatero sonaba el claxon y lo sonaba para que el pálido perdiera la paciencia. Y la perdió asomando la mano, y en la mano erecto el dedo medio, gesticulación a la que correspondió el del van: bueno, hijueputa.
Pero el de la camioneta tomó la delantera. No iba a dejarse pasar. Tampoco iba a alejarse demasiado. Iba a estar cerca de ese miserable hombre de la sonrisa con sus 17 pasajeros a bordo, sin dejar que lo pasara. De vez en cuando la mujer miraba hacia atrás. Sabía quizá que el de las bachatas sonreía. La silueta delgada del adolescente se quebraba en la distancia y se recomponía en los acercamientos.
Pero el de la sonrisa era blando. Pegado de la camioneta, sin apartarle la vista, no insinuó nunca la posibilidad de aventajar. El de la camioneta bajaba la velocidad, se demoraba con impaciencia. Terminaban los recodos y las vueltas de los kilómetros, 27, 32, 38. La carretera cada vez más recta, pacífica, penetrando en el bosquecito mugre de la zona.
Las bachatas se quejaban en el atardecer. Soplos de viento y palabras vueltas púrpura, violeta, dedos naranja. Alguien moría en la canción. Un muerto hacía un juramento. Alguien volvía y encontraba el paisaje cambiado. Alguien esperaba la sonrisa del bachatero. Los pasajeros observaban cómo iba acercándose el van a la camioneta. Miraban al chofer que miraba la cara huesuda y cenizosa del hombre.
Lo iba a reconocer en cualquier parte. Una cantina. El de la cara huesuda iba a acercarse al bachatero. “Yo no hago amenazas de balde”, diría el uno al otro. El bachatero mostraba la sonrisa otra vez. Se presentía en el aire ya casi oscuro. (Se pasan en este camino varios gallineros malolientes.) El de la bachata miraría la calle y reconocería la camioneta aparcada. La mujer estaría echada en un sofá a largos kilómetros de distancia, en una casa de Diriamba. El hijo, si es que era hijo, esperando una llamada a su celular.
El de la bachata se sentía un poco humillado, comenzaba a ver las señales de tránsito (“las señales del mundo”, diría el pastor de su congregación) como otras tantas muestras de que el mal entraba por señales, sobre todo señales humanas. Señal de correr, de no merodear en la pista, de tomar decisiones. El hombre de la cara huesuda lo miraba fijamente desde el retrovisor. Era una cara por entero reconocible. Todo lugar en el mundo era habitable por esa cara. A veces esa cara traía memoria y venganza.
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lunes, marzo 17, 2008
La lectura también es tecnología
En las Universidades nicaragüenses, y probablemente las de otros países de Centroamérica, se propagandizan unidas la educación participativa y el uso de tecnologías audiovisuales y de información para mejorar la enseñanza.
El entusiasmo es compartible pero advirtiendo siempre: la lectura también es tecnología.
Si se investiga el estado de desarrollo de la educación en el país (o si se quiere “el estado tecnológico” de la educación), hay que considerar como imperativo las habilidades de lectura, comprensión y pensamiento crítico de maestros y estudiantes.
¿Se investiga el desarrollo tecnológico el país? Hay que ver qué pasa con los programas de bibliotecas públicas y bibliotecas escolares.
¿Se considera al libro un bien que debe circular de la manera más expedita entre estudiantes y población en general? Alguien puede venir a decir que ya no se necesitan las bibliotecas porque la red pondrá los textos en las narices del potencial lector. ¿Hay entonces planes de bibliotecas virtuales-populares? (Algo así como lo que se ha hecho en Venezuela con la Biblioteca Ayacucho al poner su inventario on-line).
¿Se quiere decir algo de la relación entre tecnología y economía? Que se vea cuál es la inversión en bibliotecas, y cómo se relaciona el poder adquisitivo de los universitarios (maestros y alumnos) con el precio de los libros. ¿Cuántos libros puede adquirir un profesor horario de una Universidad nicaragüense por el salario parcial que recibe? ¿Cubren las universidades el déficit de libros y lectura?
(Un punto aparte es el estado de las librerías en el país: negocios tantas veces sonsos en que la papelería ahoga a la librería propiamente dicha, hay un ostentoso afán de negocio educativo, y reinan los bestsellers.)
Si no hay un verdadero desarrollo de las tecnologías vinculadas con el libro (creemos que el auge informático complejiza sus posibilidades en cambio de desaparecerlas), se puede incurrir en lo audiovisual sin esencia ni profundidad, en la información “espectacular” pero blanda, en la clase “participativa” pero monocorde y opaca.
Participar en una clase también es una actividad relacionada con esa tecnología que no debemos descuidar: la de la lectura.
lectura
tecnología
educación
pedagogía
El entusiasmo es compartible pero advirtiendo siempre: la lectura también es tecnología.
Si se investiga el estado de desarrollo de la educación en el país (o si se quiere “el estado tecnológico” de la educación), hay que considerar como imperativo las habilidades de lectura, comprensión y pensamiento crítico de maestros y estudiantes.
¿Se investiga el desarrollo tecnológico el país? Hay que ver qué pasa con los programas de bibliotecas públicas y bibliotecas escolares.
¿Se considera al libro un bien que debe circular de la manera más expedita entre estudiantes y población en general? Alguien puede venir a decir que ya no se necesitan las bibliotecas porque la red pondrá los textos en las narices del potencial lector. ¿Hay entonces planes de bibliotecas virtuales-populares? (Algo así como lo que se ha hecho en Venezuela con la Biblioteca Ayacucho al poner su inventario on-line).
¿Se quiere decir algo de la relación entre tecnología y economía? Que se vea cuál es la inversión en bibliotecas, y cómo se relaciona el poder adquisitivo de los universitarios (maestros y alumnos) con el precio de los libros. ¿Cuántos libros puede adquirir un profesor horario de una Universidad nicaragüense por el salario parcial que recibe? ¿Cubren las universidades el déficit de libros y lectura?
(Un punto aparte es el estado de las librerías en el país: negocios tantas veces sonsos en que la papelería ahoga a la librería propiamente dicha, hay un ostentoso afán de negocio educativo, y reinan los bestsellers.)
Si no hay un verdadero desarrollo de las tecnologías vinculadas con el libro (creemos que el auge informático complejiza sus posibilidades en cambio de desaparecerlas), se puede incurrir en lo audiovisual sin esencia ni profundidad, en la información “espectacular” pero blanda, en la clase “participativa” pero monocorde y opaca.
Participar en una clase también es una actividad relacionada con esa tecnología que no debemos descuidar: la de la lectura.
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jueves, marzo 13, 2008
Visitas a Rosibel
Lo llamó Averroes para una crítica de cine semanal. Averroes se llama. Buitrago de apellido. Siempre entran las secretarias en las llamadas, vacilan en el oído, anotan. Los días miércoles. Fresco el parquecito con su idiota y su carrito. Se llama el Niño Solo. El parque, no el idiota. Lo llamó su esposa. ¿Que qué dijo? Estaba en el super, no habían pasas. Pero, en cambio, tiró a lo lejos su dieta.
PRIMERA VISITA
El epílogo lo daba el radio receptor: para los dos hasta el fin del mundo… Me harté de yesos y querubines trompudos enseñándose en las salas hasta que di con el biombo forrado con cartones. Allí estaba el Corazón de Jesús en una versión rojiza. Crucé la sala sin que me vieran: ahí estaba la T.V. enseñoreando y una mujer que sonreía frenética. Llegué al patio y vi las estrellas. Me perdí en las estrellas.
Como en una película de Natassja Kinsky, Rosibel tenía una abuela sorda. No la mamá, que había muerto hacía varios años, sino la abuela. Al fondo había un silvestre jardín descompuesto en loterías de hojas lustrosas y a veces partidas; y trepadoras que se habían posesionado de las bardas. El radio era un celeste Philidor y Los 007 se seguían quejando: detén la noche para los dos… Palacios hacía gracias: para la noche detén los dos… La abuela era ostentosamente sorda mirando el jardín y con el radio a su lado, puesto en la mesa de madera sin pintar.
Rosibel quería hablar de esa mujer. Vos decís la Andarivela. Es una pueta de por aquí que trabaja en el FENUAP, una o-ene-gé de esas. Me traía en su carro y me dejó ahí por las Delicias. Vos mentiste. Pensé que iba a decir: Usted mintió. Hubiera sido más terrígeno o terráqueo sentir que una matagalpina de pelo crespo suelto y largo me hablaba de Ud. No tengo por qué mentirte. La abuela apartaba una mosca que quería roer su oreja derecha y seguía ensimismada. Luego otra vez ver el jardín. Un jardín de cachivaches, flores encarnadas en sujetos anónimos: la dalia petrificada, la tribu de jalacates, el jacinto vítreo. Al fondo había crecido un arbusto de huelenoche, saludable y pestífero. El jardín será siempre tierra de nadie, pensé. Al tiempo que decía: tenía que aceptar el raid. Aunque esa niñona de la palabra me traía enfermo con su catalepsia literaria. Es un tipo de mujer desenfadada y frívola. Desenfadada, está bien, relacionada, con carro. Pero frívola, free bola, lluvia o llovizna de la poesía, jardincito de la poé-tica, cualquier cosa menos mi heroína.
-Mira, Norberto. Ven que te enseño – esta vez con acento de cubana -. Aquí donde tú ves, la alfombrita deshilachada del estar, ahí fue donde caí muerta. Bueno no muerta, me faltaban algunos minutos para morirme…
Rosibel abría las persianas de madera. Afuera era la calle del verano, la algarabía del barrio. ¿Si digo algarabía estoy optando por ser pesimista?. Rosibel Sander, Rosibel Aurora, Rosibel Liuba Condorí. Era gruesesita en verdad. Había abierto esa misma persiana en un viejo diciembre para despedir a un novio que se quedó aferrado al recio calor del aire en otros meses menos oreados. Al voltearse, su cara ofrecía la cifra de fotos, empleos, lugares, ansias que Palacios no iba nunca a conocer. Pensaba en las casas de alquiler, listas ya con todo y cucarachas para ser ocupadas, llenadas. Las primeras noches extrañando las bujías número 100 y el sitio. La primer mañana en que se mide el patio y se lavan las medias para colgarlas en el alambre de púas. Y Rosibel seguía hablando de esas sensaciones y de cómo el jardín se había tomado la esquina del patio y las tapias.
Mi jefe es enorme. Come carne de canguro y toma cocacola cada amanecer. Y lo llama Averroes Buitrago que eructa casi en el teléfono. De dónde lo llama?. Tal vez del más allá, de los canteros viejos del Pedagógico donde estudió con él y donde adoraban juntos a las musas del cine. Sale mi jefe bañado en colonia a almorzar con Averroes. Pero Averroes le insiste al siguiente día con la reseña semanal. Cuando se lo digo muestra su sonrisa mi jefe. Tiene un puente con los dientes superiores artificiales. También lo llamó su esposa. Desde el gimnasio. O viene ella hedionda a cold cream y sudor. La nutria con que se aparea el inmenso de mi jefe. Hasta sus sueños veo, ya hasta clarividente me voy volviendo. Pero es claro que sueña con España, sueña con esas vacaciones. Yo llamo a la oficina de Iberia, pregunto por los boletos. Él vuelve agitado y serio. Da indicaciones, no me mira. Roo – si –bellllll. Y enuncia (la ele que usa es de Miami, una ele anglosajona, así como cuando dice Robert De Niro, dice en realidad prrrroberrrrttt dte nirooo, pero él no tiene acento de gringo, sino que intercala la pronunciación inglesa donde debe y el resto es puro chapiollo lo que habla pero claro con distinción, me he fijado por ejemplo en su forma irónica de decir gallo pinto) órdenes.
- Vamos al parque del niño solo (¿de qué muere el niño sino de soledad?). Ahí nos sostendremos el uno en el otro como dos picados de culebra…- dijo Palacios otra vez ocurrente.
- Pero no estará lleno de pequineses y pateadores de bultos?- preguntó Rosibel haciendo señas a Palacios que callara que la abuela podría oírlos. La abuela flotaba impermeable a las amenazas (solo y herido así me dejás…) de Leo Dan.
- Temés que el vulgo naufrague nuestra barcarola? – sabiendo Palacios que Rosibel siempre estaba disgustada con el vulgo (¿qué le ha hecho a Ud. el vulgo, señorita? preguntaba el locutor)
-Además va a llover – dijo Rosibel mientras Palacios echaba una última mirada al ocaso en el jardín (un Chardin transmoderno sin duda) (saludos en la ciudad de San Marcos para Fulgencio, Soto, para Robert PRRROBERRRT, para Argentina, Felipe del Mismo Apellido, saludos a doña Paula…).
Paula no era /la Andarivela /que vendrá por ti/ a la tierra/ de la espera/ infinita.
Paula Noriega/la Andarivela/ que vela por ti/ en la esfera/ terráquea y/ finita.
Paula andariega/ la Andarivela/ que esperma/ eremita.
No sabés hablar con Rosibel; ella enmudece con sus párpados y glúteos, te tiene preso en los enmedios y los acertijos; cómo llamar al huelenoche que te atosiga cuando vas al excusado, cómo desertar de sus cabellos traídos de los cerros de La Chispa El Chispón y Gua-nunca (mi patria adoptiva). Y así con ese himno terminó la primera visita.
cuentos
literatura
Managua
PRIMERA VISITA
El epílogo lo daba el radio receptor: para los dos hasta el fin del mundo… Me harté de yesos y querubines trompudos enseñándose en las salas hasta que di con el biombo forrado con cartones. Allí estaba el Corazón de Jesús en una versión rojiza. Crucé la sala sin que me vieran: ahí estaba la T.V. enseñoreando y una mujer que sonreía frenética. Llegué al patio y vi las estrellas. Me perdí en las estrellas.
Como en una película de Natassja Kinsky, Rosibel tenía una abuela sorda. No la mamá, que había muerto hacía varios años, sino la abuela. Al fondo había un silvestre jardín descompuesto en loterías de hojas lustrosas y a veces partidas; y trepadoras que se habían posesionado de las bardas. El radio era un celeste Philidor y Los 007 se seguían quejando: detén la noche para los dos… Palacios hacía gracias: para la noche detén los dos… La abuela era ostentosamente sorda mirando el jardín y con el radio a su lado, puesto en la mesa de madera sin pintar.
Rosibel quería hablar de esa mujer. Vos decís la Andarivela. Es una pueta de por aquí que trabaja en el FENUAP, una o-ene-gé de esas. Me traía en su carro y me dejó ahí por las Delicias. Vos mentiste. Pensé que iba a decir: Usted mintió. Hubiera sido más terrígeno o terráqueo sentir que una matagalpina de pelo crespo suelto y largo me hablaba de Ud. No tengo por qué mentirte. La abuela apartaba una mosca que quería roer su oreja derecha y seguía ensimismada. Luego otra vez ver el jardín. Un jardín de cachivaches, flores encarnadas en sujetos anónimos: la dalia petrificada, la tribu de jalacates, el jacinto vítreo. Al fondo había crecido un arbusto de huelenoche, saludable y pestífero. El jardín será siempre tierra de nadie, pensé. Al tiempo que decía: tenía que aceptar el raid. Aunque esa niñona de la palabra me traía enfermo con su catalepsia literaria. Es un tipo de mujer desenfadada y frívola. Desenfadada, está bien, relacionada, con carro. Pero frívola, free bola, lluvia o llovizna de la poesía, jardincito de la poé-tica, cualquier cosa menos mi heroína.
-Mira, Norberto. Ven que te enseño – esta vez con acento de cubana -. Aquí donde tú ves, la alfombrita deshilachada del estar, ahí fue donde caí muerta. Bueno no muerta, me faltaban algunos minutos para morirme…
Rosibel abría las persianas de madera. Afuera era la calle del verano, la algarabía del barrio. ¿Si digo algarabía estoy optando por ser pesimista?. Rosibel Sander, Rosibel Aurora, Rosibel Liuba Condorí. Era gruesesita en verdad. Había abierto esa misma persiana en un viejo diciembre para despedir a un novio que se quedó aferrado al recio calor del aire en otros meses menos oreados. Al voltearse, su cara ofrecía la cifra de fotos, empleos, lugares, ansias que Palacios no iba nunca a conocer. Pensaba en las casas de alquiler, listas ya con todo y cucarachas para ser ocupadas, llenadas. Las primeras noches extrañando las bujías número 100 y el sitio. La primer mañana en que se mide el patio y se lavan las medias para colgarlas en el alambre de púas. Y Rosibel seguía hablando de esas sensaciones y de cómo el jardín se había tomado la esquina del patio y las tapias.
Mi jefe es enorme. Come carne de canguro y toma cocacola cada amanecer. Y lo llama Averroes Buitrago que eructa casi en el teléfono. De dónde lo llama?. Tal vez del más allá, de los canteros viejos del Pedagógico donde estudió con él y donde adoraban juntos a las musas del cine. Sale mi jefe bañado en colonia a almorzar con Averroes. Pero Averroes le insiste al siguiente día con la reseña semanal. Cuando se lo digo muestra su sonrisa mi jefe. Tiene un puente con los dientes superiores artificiales. También lo llamó su esposa. Desde el gimnasio. O viene ella hedionda a cold cream y sudor. La nutria con que se aparea el inmenso de mi jefe. Hasta sus sueños veo, ya hasta clarividente me voy volviendo. Pero es claro que sueña con España, sueña con esas vacaciones. Yo llamo a la oficina de Iberia, pregunto por los boletos. Él vuelve agitado y serio. Da indicaciones, no me mira. Roo – si –bellllll. Y enuncia (la ele que usa es de Miami, una ele anglosajona, así como cuando dice Robert De Niro, dice en realidad prrrroberrrrttt dte nirooo, pero él no tiene acento de gringo, sino que intercala la pronunciación inglesa donde debe y el resto es puro chapiollo lo que habla pero claro con distinción, me he fijado por ejemplo en su forma irónica de decir gallo pinto) órdenes.
- Vamos al parque del niño solo (¿de qué muere el niño sino de soledad?). Ahí nos sostendremos el uno en el otro como dos picados de culebra…- dijo Palacios otra vez ocurrente.
- Pero no estará lleno de pequineses y pateadores de bultos?- preguntó Rosibel haciendo señas a Palacios que callara que la abuela podría oírlos. La abuela flotaba impermeable a las amenazas (solo y herido así me dejás…) de Leo Dan.
- Temés que el vulgo naufrague nuestra barcarola? – sabiendo Palacios que Rosibel siempre estaba disgustada con el vulgo (¿qué le ha hecho a Ud. el vulgo, señorita? preguntaba el locutor)
-Además va a llover – dijo Rosibel mientras Palacios echaba una última mirada al ocaso en el jardín (un Chardin transmoderno sin duda) (saludos en la ciudad de San Marcos para Fulgencio, Soto, para Robert PRRROBERRRT, para Argentina, Felipe del Mismo Apellido, saludos a doña Paula…).
Paula no era /la Andarivela /que vendrá por ti/ a la tierra/ de la espera/ infinita.
Paula Noriega/la Andarivela/ que vela por ti/ en la esfera/ terráquea y/ finita.
Paula andariega/ la Andarivela/ que esperma/ eremita.
No sabés hablar con Rosibel; ella enmudece con sus párpados y glúteos, te tiene preso en los enmedios y los acertijos; cómo llamar al huelenoche que te atosiga cuando vas al excusado, cómo desertar de sus cabellos traídos de los cerros de La Chispa El Chispón y Gua-nunca (mi patria adoptiva). Y así con ese himno terminó la primera visita.
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lunes, marzo 10, 2008
Diagrama para pasear un perro
En este lugar hay un mapa para pasear un perro.
De madrugada una manada de perros expectantes miran y ladran a su perro cuando Ud. lo pasea.
Huyen, entran al motelito, ladran. Perros desrazados que comercian con la madrugada.
La madrugada de domingo es irreal. Ud. está todavía en el sueño, o ha salido. O escribe esto.
El objeto del deseo del perro son las deyecciones de los otros. Busca un código.
Sienta cómo se petrifica su perro: orines sagrados en el orbe territorial. Un éxtasis sobre la marca pequeña del otro sobre la hierba.
La sombra de un perro, antes que su voz, entrelaza a los vecinos. Los guardianes de raza pura que cuidan el garaje. Las tribus amodorradas que han sorteado los fantasmas de las dos y las tres.
Es la razón por la que Ud. dicta a su hijo más tarde un cuento sobre el Cadejo: el perro de huesos que puede ser bueno o malo. El perro lacaniano. El perro hecho código.
El verano ha llegado, la hierba está casi seca; sólo la alimentada con viejos alisios, muestra todavía algo de humedad. Pero el perro sabe que el sol es inclemente en marzo y abril.
Los atletas, los gordos, los trabajadores cruzan la madrugada del domingo. Un hombre trata de abrir el portón del campo deportivo. Sostiene una bicicleta y carga un saco. Es un enigma que el perro no advierte. (El perro sigue husmeando el código del otro, la abstracción de su sexo.) El hombre penetra en el campo deportivo. Dispone su saco, saca la cal y comienza a marcar sobre la hierba la geografía del fútbol.
El perro se ve atraído por las basuras, por el polvo, por las hierbas más sucias y menos estéticas.
El perro suelta ahora por séptima vez la vejiga.
El perro ha decidido que por fin puede marcar este lugar.
El perro está constipado. Ud. piensa comprarle desparasitante muy pronto.
El perro es escatología pura. Porosa, verdosa y húmeda escatología.
El perro ha marcado la mañana del domingo. Cuando Ud. regresa los vecinos riegan ya la calle. Hay que saludarlos. El saludo debe ser tan impecable como su perro.
Ud. se repite casi íntimamente al momento de saludar eso de que el perro es el animal no fijado.
perros
mascotas
filosofía
De madrugada una manada de perros expectantes miran y ladran a su perro cuando Ud. lo pasea.
Huyen, entran al motelito, ladran. Perros desrazados que comercian con la madrugada.
La madrugada de domingo es irreal. Ud. está todavía en el sueño, o ha salido. O escribe esto.
El objeto del deseo del perro son las deyecciones de los otros. Busca un código.
Sienta cómo se petrifica su perro: orines sagrados en el orbe territorial. Un éxtasis sobre la marca pequeña del otro sobre la hierba.
La sombra de un perro, antes que su voz, entrelaza a los vecinos. Los guardianes de raza pura que cuidan el garaje. Las tribus amodorradas que han sorteado los fantasmas de las dos y las tres.
Es la razón por la que Ud. dicta a su hijo más tarde un cuento sobre el Cadejo: el perro de huesos que puede ser bueno o malo. El perro lacaniano. El perro hecho código.
El verano ha llegado, la hierba está casi seca; sólo la alimentada con viejos alisios, muestra todavía algo de humedad. Pero el perro sabe que el sol es inclemente en marzo y abril.
Los atletas, los gordos, los trabajadores cruzan la madrugada del domingo. Un hombre trata de abrir el portón del campo deportivo. Sostiene una bicicleta y carga un saco. Es un enigma que el perro no advierte. (El perro sigue husmeando el código del otro, la abstracción de su sexo.) El hombre penetra en el campo deportivo. Dispone su saco, saca la cal y comienza a marcar sobre la hierba la geografía del fútbol.
El perro se ve atraído por las basuras, por el polvo, por las hierbas más sucias y menos estéticas.
El perro suelta ahora por séptima vez la vejiga.
El perro ha decidido que por fin puede marcar este lugar.
El perro está constipado. Ud. piensa comprarle desparasitante muy pronto.
El perro es escatología pura. Porosa, verdosa y húmeda escatología.
El perro ha marcado la mañana del domingo. Cuando Ud. regresa los vecinos riegan ya la calle. Hay que saludarlos. El saludo debe ser tan impecable como su perro.
Ud. se repite casi íntimamente al momento de saludar eso de que el perro es el animal no fijado.
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filosofía
jueves, marzo 06, 2008
Las chicas anglo
(De la serie compañeros de ruta.)
Son empleadas de agencias publicitarias.
Luego de saludarse evalúan su cabello. Te cambiaste el look, se dicen. Hablan de lo cansadas que las tenía aquel tinte cobre. Ahora hay un toque Kidman en su pelo.
Muy delgadas.
En algún momento hablarán de la dieta.
Entradas para ver a Reik o Alejandro Fernández o cualquier otro acto poco interesante pero anunciado mil veces en sus radios preferidas y que ellas monitorean por hábito.
Se preguntan cómo es el V.I.P. en los conciertos de Pharaons Casino.
¿Por cuánto tiempo te dieron la visa? ¿Qué documentos presentaste?
La visa sólo puede ser la Visa.
Un hombre casi mítico interrumpe la conversación con una llamada al celular.
Les pide que bajen del bus para llevarlas en su carro.
Ya dijo N. que una vida excepcional está llena de repeticiones.
chicas
anglo
Nicaragua
Son empleadas de agencias publicitarias.
Luego de saludarse evalúan su cabello. Te cambiaste el look, se dicen. Hablan de lo cansadas que las tenía aquel tinte cobre. Ahora hay un toque Kidman en su pelo.
Muy delgadas.
En algún momento hablarán de la dieta.
Entradas para ver a Reik o Alejandro Fernández o cualquier otro acto poco interesante pero anunciado mil veces en sus radios preferidas y que ellas monitorean por hábito.
Se preguntan cómo es el V.I.P. en los conciertos de Pharaons Casino.
¿Por cuánto tiempo te dieron la visa? ¿Qué documentos presentaste?
La visa sólo puede ser la Visa.
Un hombre casi mítico interrumpe la conversación con una llamada al celular.
Les pide que bajen del bus para llevarlas en su carro.
Ya dijo N. que una vida excepcional está llena de repeticiones.
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lunes, marzo 03, 2008
Cómo vender un rincón en el mundo
Domingo a medio día
Lo que veo en el paseo del domingo por la mañana, más o menos.
Tres prostitutas esperan en la esquina.
Misa de once.
La sorbetería cerrada.
Los clientes tardíos del desayuno en la comidería.
Máscaras de El Viejo y la Vieja en lo baños del mini-centro comercial.
Imperceptible estado místico de la mujer que va a misa. Pasea en su mente a su hijo alcohólico.
El supermercado atestado.
Entrenamiento, de padre a hija, de cómo consumir la paleta de helado de fruta.
Campanas y sol.
Clientes en bicicleta, clientes en las mecedoras de madera.
Real Estate que ofrece vender la casa de dos pisos de la esquina.
La casa del prostíbulo derruida.
Viento de enero al inicio de marzo.
Sol de marzo dentro del viento de enero.
Vagas ideas de turismo en el subconsciente: qué vender desde este rincón del mundo.
Jinotepe,
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ventas,
domingo
Lo que veo en el paseo del domingo por la mañana, más o menos.
Tres prostitutas esperan en la esquina.
Misa de once.
La sorbetería cerrada.
Los clientes tardíos del desayuno en la comidería.
Máscaras de El Viejo y la Vieja en lo baños del mini-centro comercial.
Imperceptible estado místico de la mujer que va a misa. Pasea en su mente a su hijo alcohólico.
El supermercado atestado.
Entrenamiento, de padre a hija, de cómo consumir la paleta de helado de fruta.
Campanas y sol.
Clientes en bicicleta, clientes en las mecedoras de madera.
Real Estate que ofrece vender la casa de dos pisos de la esquina.
La casa del prostíbulo derruida.
Viento de enero al inicio de marzo.
Sol de marzo dentro del viento de enero.
Vagas ideas de turismo en el subconsciente: qué vender desde este rincón del mundo.
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