Porque quizá esa escritura testimonial que necesariamente harán otros y no el suicida es más lenta y detectivesca: ver de verdad la sangre y los objetos que el sospechoso desparramó el día de su muerte.
Una nata de nada rodea las huellas del suicida. Un baño de nada, al que ha aludido el poeta de manera casi jubilosa:
"Las sábanas de los suicidas están siempre limpias.
Se duchan antes del acto. Una ducha corta y enérgica."
De manera que o uno se disfraza demasiado pronto del muerto (y escribe un apócrifo lamentable) o se pierde de verdad en la propia muerte del muerto hasta dar con el emblema que emociona más a los liberales Propiedad Privada.
Aunque parezca radical, diré, pues, que la única manera de escribir una carta de suicida es suicidándose.
Toda otra escritura es apócrifa.
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