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Soñé que visitábamos a Octavio Paz en su mansión. Íbamos
María, ES y yo. La razón de nuestra visita era que nos apoyara en
algunos proyectos culturales que teníamos (no podría decir despierto cuáles,
aunque dormido me daban mucha seguridad). Cuando llegamos, encontramos al poeta
besuqueándose con un su querido en un sofá que estaba afuera en el patio. El
hecho homosexual no nos sorprendía, al fin y al cabo, se trataba de un
predicador del erotismo y la libertad (aunque yo quizá pensaba para mis
adentros que Balderston tenía razón, y recordaba un artículo que sugería una
relación amorosa de Paz con Pellicer). El patio de la casa era una extraña reproducción
ampliada, y con caballeriza incorporada de la casa de Sergio Ramírez (Los Robles,
Managua). O. Paz deja del lado a su amante para atendernos a nosotros. Su
cabeza ya es una metamorfosis en progreso e inestable de sí mismo mezclado con
Dean Stockwell (sí, el mero Candy Colored Clown) y André Breton. En el fondo sé
que tal metamorfosis es mera pose de O. Paz. No hay en mi ánimo una actitud de
admiración enfática, sino un problemático distanciamiento. Toma la palabra E.,
la rebelde del grupo, tutea al poeta, se coloca un poco más allá de la deferencia
que muestra el Maestro Mexicano. Todo se dispersa en un ambiente de fiesta y
decae en una especie de corrida de toros, ahí mismo en el patio paceano. Pero no
son los toros dignos o estilizados a lo Picasso, sino unos toros raza brahman prosaicos,
amenazantes y extraídos sin duda del relato productivista y desarrollista del
somocismo nicaragüense.
***
Soñé que por razones aparentes de deuda tenía que
cambiar mi Tiida Nissan por un carrito pequeño, viejo y azul propiedad de un
taxista. Era una máquina extraña a la que nunca pude encontrar la caja de cambios,
si bien tuve en mis manos en algún momento una pequeña caja separada del carro
que aparentaba serlo. Andaba por lugares rurales de la costa central chilena,
llevando a una gente que de vez en cuando asistía a fiestas o se
insurreccionaba. Había devenido, pues, un taxista, aunque en el sueño nunca
asumí tal papel.
***
Sueño
que soy el protagonista de El cojo bueno, la novela de Rey Rosa. Manejo
una moto en una pista de Santiago, hay lluvia y me cuesta ver en los espejos
retrovisores. Hay un momento en que me doy cuenta que casi caigo dormido
manejando. Entiendo que es hora de tomarme un descanso. Me detengo en un
pueblito y visito la casa de una gente que me suele recibir (aquí coincido de
nuevo un poco con escenas de la novela). Ahora ya manejo un auto y espero que
pase la lluvia refugiado en aquella casa de la familia indígena. El paisaje es
guatemalteco.
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Sueño que orino negro impecable como tinta. Aunque en
el intervalo entre una y otra hora de orinar espero que sea algo pasajero,
orino negro de nuevo. Digamos, para no incurrir en la metáfora de la escritura
(orinar tinta, sueño barthesiano), que orino color petróleo, o incluso grafito.
Tengo la angustia de las consultas médicas que deberé hacer (qué comí o bebí
como para orinar negro: será un exceso de vino tinto, doctor, aunque este negro
de mi sueño es más bien tipo Under the Skin, el manto negro de la alien
fatal) pero como estoy asistiendo a un Congreso, me dejo llevar por lo ya
organizado: las reuniones, los bocadillos.