Mantenga a Darío en el claroscuro. Un detalle puntillista vale también.
Nada del Darío en detalle, ofrecido en tasajos más o menos canjeables, kilogramos de cerebro.
Nunca lo tutee. Quién es Ud. si no? "Don Darío Rubén"
Nunca sepa todo de Darío, no sea cursi.
Descubra sin recitar.
Por ser nicaragüense se creerá obligado. Pero no se deje.
Hay un darianismo ignorante, no dude.
La mitad por lo menos de Darío no sirve para ser patriota ni cristiano ni hombre
Póngase más allá de la tentación turística.
Otra sustancia (sí, un declive del marrano Spinoza): moderna, ambigua, extranjera
Más allá de la publicidad de la Flor de Caña.
Aprenda: Ud. es el Fantomas que penetró el viejo garconiere del tiempo pretérito de prosas profanas
Vendrá la TV a preguntarle las mismas babosadas de siempre, que si Darío se enseña suficiente.
No.
Darío será de quien huya más pronto con más ahínco
Con más arte.
domingo, enero 31, 2016
domingo, enero 24, 2016
Orígenes o del modernismo calibanesco
Ideología literaria hispanoamericana: las postvanguardias. Orígenes.
Leo el ensayo de Fina García Marruz sobre La familia de Orígenes (Habana: Ediciones Unión, 1997). (Si mal no recuerdo, compré este libro en agosto de 2014, una tarde cálida, en la salida de la Universidad de Heredia, y ha esperado desde entonces la lectura.)
García Marruz quiere mostrar una continuidad entre el modernismo hispanoamericano y el grupo literario que encabeza Lezama y se estructura en torno a la revista Orígenes. En vez de lo disruptivo de las vanguardias, lo integrativo del modernismo; en vez de crítica, reforma. Así como Octavio Paz en Los hijos del limo hablaba de una nueva vanguardia surgida en los 1940s, sin estridencia, sin manifiestos, secreta y silenciosa, así también García Marruz va a enfatizar un carácter conciliador en ese movimiento (el de Orígenes) que sin duda puede caracterizarse como una postvanguardia. (Es claro que la idea de modernismo que maneja Marruz es particular, y, como se verá, proyectada en un americanismo.)
Lo que más me asombra del ensayo de García Marruz es que ejemplifica de manera notable un entretejido ideológico: de una ideología literaria caracterizada por cierta presunción de continuidad. Sus nombres: Darío, Vallejo, Lorca, Lezama, Martí, en donde la intensidad total pertenece, por supuesto, al autor del Ismaelillo. Así Orígenes acomete una labor utópica. (No lo dice ella así; habla, más bien, de nacimiento, pero nacimiento aquí quiere decir promesa de resurrección en el modo cristiano, mesianismo del héroe histórico y literario: Martí; inscripción histórica de esa resurrección en la historia nacional cubana, y, en fin, utopía).
Estas ideas ya las había visto expuestas de manera también notable en la edición crítica de Paradiso (dirigida por Cintio Vitier, otro gran origenista, también excelente ensayista, y, se sabe, esposo de García Marruz). No se debe despreciar, por otra parte, el componente contextual de la intervención de la poeta cubana: se trata de su participación en la celebración del cincuentenario de Orígenes; se trata también de una hora histórica para Cuba: hora del llamado “período especial”, de muerte del comunismo a nivel global, y de imposición neoliberal en América Latina. Época asimismo del predominio de la ideología postmoderna, la que García Marruz justamente ataca.
La ideología literaria “origenista” toma como epicentro al dúo teleológico Martí-Lezama. A partir de ellos puede reescribirse lo que fue en realidad el modernismo; su humanismo martiano, su deriva comprometida en Vallejo (que no en la vanguardia como tal, la que Marruz considera con cierta aprensión), su confluencia en Orígenes (y en la revolución cubana).
Al vuelo hago notar algunos subrayados, preguntas y, quizá, ironías:
Para Marruz el modernismo confluye con un “pensamiento americano”. Más que modernismo como estilo literario, se trataría de un discurso moderno y americano, al que Orígenes daría continuidad.
Hay, como en todo discurso lezamiano que se precie de tal, un énfasis en el léxico y conceptualización del autor de Oppiano Licario. Esta maniobra merecería un estudio aparte. La adquisición de tal vocabulario es parte fundamental de la estrategia autorial, de la marca de grupo, de la distinción identitaria a través del secreto. (Además incurre en el tuteo secretísimo. Lezama es Lezama durante todo el libro pero los demás son nombres que el lector despistado tiene que asociar con un apellido: Eliseo, Octavio, Gastón, Cintio).
La supuesta “coralidad” del modernismo (porque para Marruz parece que el modernismo no fue de grandes personalidades separadas) es retomada por Orígenes, luego del episodio secularizador de las vanguardias. (La morfología del grupo o red interpretada subjetivamente desde el presente, es otra maniobra significativa.) La coralidad tiene su constitución política-alegórica en el discurso de Martí (9-10). Con todo lo sugerente de la idea, dos acotaciones: se puede (se debe) relativizar la coralidad del modernismo (ver todo lo que separa, por ejemplo, a Darío de Asunción Silva; a Martí de Chocano; a Barba-Jacob de todos los demás: sobre todo, no son un grupo imantado por lo nacional y reivindican la personalidad, “mi poesía es mía en mí”). También se puede relativizar la falta de “coralidad” en las vanguardias: hay grupos como los Contemporáneos en México que parecen muy integrados como grupo y, además, más continuistas que disruptores. (La cronología vanguardia-postvanguardia no es tersa ni sucesiva).
A pesar de invocar la coralidad, el discurso de Marruz tiende a optar por las dicotomías, al enfatizar, por ejemplo, “la esencial catolicidad de Orígenes”. De la catolicidad parte, además, la estética. Línea que pasa por el orfismo, el verbo hecho carne del Evangelio y lo que ella (o Lezama) llama “naciente” en el modernismo-americanismo. Uno pensaría en Darío oponiendo al “numen bárbaro el resplandor latino”. Es una modernidad que no va hacia el nihilismo identificado por Nietzsche sino una que tiene por guía a Dante “poeta de la catolicidad” (14). (Es claro que Nietzsche se sabe síntoma del nihilismo pero no se considera a sí mismo nihilista como tal, o, al menos, no completamente. Por qué no se encontrarán en algún tramo ulterior la modernidad hispanoamericana y la nietzscheana?)
Pero en el caso de Orígenes (en el de Lezama) la insistencia en lo unitivo implica tener como horizonte último la vida. De ahí la politización que Marruz opera tanto en la forma en que se reescribe Orígenes como en la forma en que se concibe lo hispanoamericano. La narrativa de esta ideología es heroica: las muertes de letrados que optan por la espada en momentos críticos: Garcilaso, Martí. Conjuntamente, los ensayos de Lezama dedicados a estos héroes estructuran parte fundamental de la exposición de Marruz.
“Secreto de Garcilaso”, ensayo de Lezama, indica, entre otras cosas, la fusión de poesía popular y culta, el mantenimiento de equilibrio entre contrarios (como ya dije, consigna de esta postvanguardia), y, sobre todo, el secreto de la muerte. La muerte del cortesano (Garcilaso lo era) implica un desapego del servilismo con la corte y la actuación por el favor, para avanzar hacia una “cortesanía” heroica, o, más bien, ética. La muerte de Garcilaso repercute, en esta interpretación, en la de Martí. (Y, se sobreentiende, es el modelo de intelectual que junta un elevado ideal estético y un compromiso político.)
Marruz aprovecha para dejar claras las distancias entre el barroco de Lezama y el neobarroco de Sarduy. (No dejar de mencionar que Sarduy se ha declarado “Un heredero” de Lezama, por lo que acá emerge un conflicto por el legado.) Sin embargo, ve en el planteamiento de Sarduy una cercanía con el postmodernismo, la amalgama desjerarquizada, el aplanamiento y el arte gay. De ahí, la procura ideológica: la historia latinoamericana es de emancipación, opina Marruz, hay que optar por “un nuevo nacimiento” (22).
Más aún, la “expresión americana”, cree Marruz, antes que de proliferación es de sobriedad, de un raro equilibrio entre desmesura y medida, entre lo dionisíaco y lo apolíneo. De hecho no parecen necesarios, en una interpretación o apropiación del legado de Lezama, los arrestos incendiarios (y dionisíacos) de la vanguardia o del neobarroco:
Lezama, pues, adherido a una genealogía nacional (en donde los procesos de emancipación, esencia postvanguardista, decantan el desorden de la proliferación dionisíaca-barroca). Sarduy, según Marruz, en redes de desapego. (Otra sensación se percibe en el texto del Sarduy de El Cristo de la rue Jacob: el apego sobrevive en esta Juana de Arco electrónica que sigue escuchando las voces.) Esa genealogía, cree Marruz, impone una “nueva sobriedad”, “la alianza de un esplendor y una carencia” (28). “Lo realmente nuevo--confirma--no es nunca ni una continuación sin nacimiento ni una brusca ruptura, sino un encuentro, algo que se realiza las potencialidades de lo anterior” (28).
Lo americano moderno estaría signado, pues, por la palabra-acto (31); por, se podría decir, la fuerza de los actos de habla que Martí impone a la cultura. “Poética del Verbo” lo llama Marruz y lo encuentra presente en la genealogía ya apuntada (Martí, Darìo, Vallejo).
Esta ética identificatoria y responsable (toda ideologìa literaria es corrección política), llevó a Orígenes (y lleva a Marruz) a rechazar los aspectos más radicales (o comodificados) del surrealismo. Algunos desdenes: “Cuando Orígenes, ya todos estábamos cansados de los bigotes puestos a la Gioconda y otras fáciles transgresiones. La vanguardia se identificó demasiado con lo “joven”.” (35). “Tenìamos padres, teníamos el Seminario de San Carlos, y nos aburría Freud” (39).
Reivindica, sin embargo, a Lorca, “muy querido por los origenistas” (36). (Pero es “Juan Ramón”--dios tuteado y tuteable--el español tutelar de este libro.) El descrédito del surrealismo corre por las vías del americanismo (y recuerda en parte la postura famosa de Carpentier: somos en verdad nosotros los naturalmente surrealistas.) (Dos estudios apartes implicarìan: rearmar las redes del surrealismo latinoamericano, en las que, por ejemplo, el caso mexicano, y Cardoza y Aragón, serían fundamentales; advertir cómo se desacredita la vanguardia en el escenario postvanguardista latinoamericano: de Paz a Carlos Martínez Rivas, de Orígenes a Parra).
La misma actitud reticente y separadora (un lado incorrecto y otro correcto del surrealismo y de toda tradición) opera en la lectura de Rimbaud, otra notable apropiación de Orígenes. “Nosotros siempre preferimos a lo de “poeta maldito” lo de “místico en estado salvaje”” (43). Es el Rimbaud que confronta el silencio, lo común y la muerte: el más asimilado a un ejemplo ético, crístico y “martiano”. Así Rimbaud parece abrir otra de las innumerables puertas al ejemplo de Martí (particularmente Martí dentro del sistema poético de Lezama).
El “desciframiento” de Martí es una operación (de) política identificatoria: Lezama lo descrifa “a la luz de nuestro destino”. La escritura de Lezama, por ejemplo su anticipación de Oppiano Licario, se confunde con esa tarea. Martí y el destino nacional ordenan la escritura del sistema poético de Lezama. Un sistema teleológico en torno a figuras de tradición que recomponen filiaciones y herencias (inspirado en una larga tradición de escrituras teológicas y seculares).
Enarbola Marruz el término reformador para identificar a Lezama, oponiéndose a una denigrada función crítica que no hace sino legitimar el poder. La politicidad de Orígenes sería de principios (en este caso de soberanía nacional), y, por eso, la identificación con la revolución cubana. Aparte de situaciones coyunturales y burocráticas producidas dentro de la misma revolución, la adhesión a principios daría continuidad en el presente a la herencia de Orígenes (y de Lezama). Su política es la de “los reformadores internos, que tratan de abrir espacios mayores de libertad dentro del cuerpo de que forman parte” (59).
Marruz aborda brevemente la cuestión del final de Orígenes, debida a una secesión provocada por lo que parece un capricho de “Juan Ramón” en contra de los poetas de la vanguardia española. De nuevo reitera la escisión entre modernistas (“Juan Ramón” amigo de Darío) y vanguardistas (Aleixandre, Guillén). Y reafirma las características conciliadoras de Orígenes en las que predomina la comunión y demás figuras integrales del catolicismo que se colocan por encima de las guerrillas literarias típicas de la modernidad.
Un gesto clásico pareciera signar a Orígenes, sin dejar de notar que en el fondo la defensa de esta especie de clasisismo implica en realidad una postura de combate de los otros (los críticos y dionisíacos), llámense Sarduy, García Vega, Virgilio Piñera, etcétera. No digo que Marruz tengo menos o más razón en sus posturas, sino que su aparente catolicidad (en el sentido más abarcador del término) se basa también en la partición polémica de los grupos literarios modernos, y que en el caso particular de Cuba esa partición es también política.
Marruz reitera la necesidad de reescritura del legado modernista, llevándolo, incluso, a confluir con la teología de la liberación. Su idea de modernismo es pues, menos la que podría ofrecer la historia de la cultura (y menos una particularizada en identidades modernas menores, como los géneros y la sexualidad), que la que articularía una tradición americanista y emancipatoria de la modernidad: un modernismo calibánico y tribunal.
Leo el ensayo de Fina García Marruz sobre La familia de Orígenes (Habana: Ediciones Unión, 1997). (Si mal no recuerdo, compré este libro en agosto de 2014, una tarde cálida, en la salida de la Universidad de Heredia, y ha esperado desde entonces la lectura.)
García Marruz quiere mostrar una continuidad entre el modernismo hispanoamericano y el grupo literario que encabeza Lezama y se estructura en torno a la revista Orígenes. En vez de lo disruptivo de las vanguardias, lo integrativo del modernismo; en vez de crítica, reforma. Así como Octavio Paz en Los hijos del limo hablaba de una nueva vanguardia surgida en los 1940s, sin estridencia, sin manifiestos, secreta y silenciosa, así también García Marruz va a enfatizar un carácter conciliador en ese movimiento (el de Orígenes) que sin duda puede caracterizarse como una postvanguardia. (Es claro que la idea de modernismo que maneja Marruz es particular, y, como se verá, proyectada en un americanismo.)
Lo que más me asombra del ensayo de García Marruz es que ejemplifica de manera notable un entretejido ideológico: de una ideología literaria caracterizada por cierta presunción de continuidad. Sus nombres: Darío, Vallejo, Lorca, Lezama, Martí, en donde la intensidad total pertenece, por supuesto, al autor del Ismaelillo. Así Orígenes acomete una labor utópica. (No lo dice ella así; habla, más bien, de nacimiento, pero nacimiento aquí quiere decir promesa de resurrección en el modo cristiano, mesianismo del héroe histórico y literario: Martí; inscripción histórica de esa resurrección en la historia nacional cubana, y, en fin, utopía).
Estas ideas ya las había visto expuestas de manera también notable en la edición crítica de Paradiso (dirigida por Cintio Vitier, otro gran origenista, también excelente ensayista, y, se sabe, esposo de García Marruz). No se debe despreciar, por otra parte, el componente contextual de la intervención de la poeta cubana: se trata de su participación en la celebración del cincuentenario de Orígenes; se trata también de una hora histórica para Cuba: hora del llamado “período especial”, de muerte del comunismo a nivel global, y de imposición neoliberal en América Latina. Época asimismo del predominio de la ideología postmoderna, la que García Marruz justamente ataca.
La ideología literaria “origenista” toma como epicentro al dúo teleológico Martí-Lezama. A partir de ellos puede reescribirse lo que fue en realidad el modernismo; su humanismo martiano, su deriva comprometida en Vallejo (que no en la vanguardia como tal, la que Marruz considera con cierta aprensión), su confluencia en Orígenes (y en la revolución cubana).
Al vuelo hago notar algunos subrayados, preguntas y, quizá, ironías:
Para Marruz el modernismo confluye con un “pensamiento americano”. Más que modernismo como estilo literario, se trataría de un discurso moderno y americano, al que Orígenes daría continuidad.
Hay, como en todo discurso lezamiano que se precie de tal, un énfasis en el léxico y conceptualización del autor de Oppiano Licario. Esta maniobra merecería un estudio aparte. La adquisición de tal vocabulario es parte fundamental de la estrategia autorial, de la marca de grupo, de la distinción identitaria a través del secreto. (Además incurre en el tuteo secretísimo. Lezama es Lezama durante todo el libro pero los demás son nombres que el lector despistado tiene que asociar con un apellido: Eliseo, Octavio, Gastón, Cintio).
La supuesta “coralidad” del modernismo (porque para Marruz parece que el modernismo no fue de grandes personalidades separadas) es retomada por Orígenes, luego del episodio secularizador de las vanguardias. (La morfología del grupo o red interpretada subjetivamente desde el presente, es otra maniobra significativa.) La coralidad tiene su constitución política-alegórica en el discurso de Martí (9-10). Con todo lo sugerente de la idea, dos acotaciones: se puede (se debe) relativizar la coralidad del modernismo (ver todo lo que separa, por ejemplo, a Darío de Asunción Silva; a Martí de Chocano; a Barba-Jacob de todos los demás: sobre todo, no son un grupo imantado por lo nacional y reivindican la personalidad, “mi poesía es mía en mí”). También se puede relativizar la falta de “coralidad” en las vanguardias: hay grupos como los Contemporáneos en México que parecen muy integrados como grupo y, además, más continuistas que disruptores. (La cronología vanguardia-postvanguardia no es tersa ni sucesiva).
A pesar de invocar la coralidad, el discurso de Marruz tiende a optar por las dicotomías, al enfatizar, por ejemplo, “la esencial catolicidad de Orígenes”. De la catolicidad parte, además, la estética. Línea que pasa por el orfismo, el verbo hecho carne del Evangelio y lo que ella (o Lezama) llama “naciente” en el modernismo-americanismo. Uno pensaría en Darío oponiendo al “numen bárbaro el resplandor latino”. Es una modernidad que no va hacia el nihilismo identificado por Nietzsche sino una que tiene por guía a Dante “poeta de la catolicidad” (14). (Es claro que Nietzsche se sabe síntoma del nihilismo pero no se considera a sí mismo nihilista como tal, o, al menos, no completamente. Por qué no se encontrarán en algún tramo ulterior la modernidad hispanoamericana y la nietzscheana?)
Pero en el caso de Orígenes (en el de Lezama) la insistencia en lo unitivo implica tener como horizonte último la vida. De ahí la politización que Marruz opera tanto en la forma en que se reescribe Orígenes como en la forma en que se concibe lo hispanoamericano. La narrativa de esta ideología es heroica: las muertes de letrados que optan por la espada en momentos críticos: Garcilaso, Martí. Conjuntamente, los ensayos de Lezama dedicados a estos héroes estructuran parte fundamental de la exposición de Marruz.
“Secreto de Garcilaso”, ensayo de Lezama, indica, entre otras cosas, la fusión de poesía popular y culta, el mantenimiento de equilibrio entre contrarios (como ya dije, consigna de esta postvanguardia), y, sobre todo, el secreto de la muerte. La muerte del cortesano (Garcilaso lo era) implica un desapego del servilismo con la corte y la actuación por el favor, para avanzar hacia una “cortesanía” heroica, o, más bien, ética. La muerte de Garcilaso repercute, en esta interpretación, en la de Martí. (Y, se sobreentiende, es el modelo de intelectual que junta un elevado ideal estético y un compromiso político.)
Marruz aprovecha para dejar claras las distancias entre el barroco de Lezama y el neobarroco de Sarduy. (No dejar de mencionar que Sarduy se ha declarado “Un heredero” de Lezama, por lo que acá emerge un conflicto por el legado.) Sin embargo, ve en el planteamiento de Sarduy una cercanía con el postmodernismo, la amalgama desjerarquizada, el aplanamiento y el arte gay. De ahí, la procura ideológica: la historia latinoamericana es de emancipación, opina Marruz, hay que optar por “un nuevo nacimiento” (22).
Más aún, la “expresión americana”, cree Marruz, antes que de proliferación es de sobriedad, de un raro equilibrio entre desmesura y medida, entre lo dionisíaco y lo apolíneo. De hecho no parecen necesarios, en una interpretación o apropiación del legado de Lezama, los arrestos incendiarios (y dionisíacos) de la vanguardia o del neobarroco:
“Lo que siempre impedirá a Lezama ser un neobarroco es justamente ese “aplanamiento” o desjerarquización inadmisible, es su fidelidad a estas raíces, es el gran retrato militar del padre presidiendo la salita de Trocadero, es el “Yo no puedo olvidar nunca/ la mañanita de otoño”, son los espejuelos sabios y sobrios de Varela, la sentencia de Martí.” (25)
Lezama, pues, adherido a una genealogía nacional (en donde los procesos de emancipación, esencia postvanguardista, decantan el desorden de la proliferación dionisíaca-barroca). Sarduy, según Marruz, en redes de desapego. (Otra sensación se percibe en el texto del Sarduy de El Cristo de la rue Jacob: el apego sobrevive en esta Juana de Arco electrónica que sigue escuchando las voces.) Esa genealogía, cree Marruz, impone una “nueva sobriedad”, “la alianza de un esplendor y una carencia” (28). “Lo realmente nuevo--confirma--no es nunca ni una continuación sin nacimiento ni una brusca ruptura, sino un encuentro, algo que se realiza las potencialidades de lo anterior” (28).
Lo americano moderno estaría signado, pues, por la palabra-acto (31); por, se podría decir, la fuerza de los actos de habla que Martí impone a la cultura. “Poética del Verbo” lo llama Marruz y lo encuentra presente en la genealogía ya apuntada (Martí, Darìo, Vallejo).
Esta ética identificatoria y responsable (toda ideologìa literaria es corrección política), llevó a Orígenes (y lleva a Marruz) a rechazar los aspectos más radicales (o comodificados) del surrealismo. Algunos desdenes: “Cuando Orígenes, ya todos estábamos cansados de los bigotes puestos a la Gioconda y otras fáciles transgresiones. La vanguardia se identificó demasiado con lo “joven”.” (35). “Tenìamos padres, teníamos el Seminario de San Carlos, y nos aburría Freud” (39).
Reivindica, sin embargo, a Lorca, “muy querido por los origenistas” (36). (Pero es “Juan Ramón”--dios tuteado y tuteable--el español tutelar de este libro.) El descrédito del surrealismo corre por las vías del americanismo (y recuerda en parte la postura famosa de Carpentier: somos en verdad nosotros los naturalmente surrealistas.) (Dos estudios apartes implicarìan: rearmar las redes del surrealismo latinoamericano, en las que, por ejemplo, el caso mexicano, y Cardoza y Aragón, serían fundamentales; advertir cómo se desacredita la vanguardia en el escenario postvanguardista latinoamericano: de Paz a Carlos Martínez Rivas, de Orígenes a Parra).
La misma actitud reticente y separadora (un lado incorrecto y otro correcto del surrealismo y de toda tradición) opera en la lectura de Rimbaud, otra notable apropiación de Orígenes. “Nosotros siempre preferimos a lo de “poeta maldito” lo de “místico en estado salvaje”” (43). Es el Rimbaud que confronta el silencio, lo común y la muerte: el más asimilado a un ejemplo ético, crístico y “martiano”. Así Rimbaud parece abrir otra de las innumerables puertas al ejemplo de Martí (particularmente Martí dentro del sistema poético de Lezama).
El “desciframiento” de Martí es una operación (de) política identificatoria: Lezama lo descrifa “a la luz de nuestro destino”. La escritura de Lezama, por ejemplo su anticipación de Oppiano Licario, se confunde con esa tarea. Martí y el destino nacional ordenan la escritura del sistema poético de Lezama. Un sistema teleológico en torno a figuras de tradición que recomponen filiaciones y herencias (inspirado en una larga tradición de escrituras teológicas y seculares).
Enarbola Marruz el término reformador para identificar a Lezama, oponiéndose a una denigrada función crítica que no hace sino legitimar el poder. La politicidad de Orígenes sería de principios (en este caso de soberanía nacional), y, por eso, la identificación con la revolución cubana. Aparte de situaciones coyunturales y burocráticas producidas dentro de la misma revolución, la adhesión a principios daría continuidad en el presente a la herencia de Orígenes (y de Lezama). Su política es la de “los reformadores internos, que tratan de abrir espacios mayores de libertad dentro del cuerpo de que forman parte” (59).
Marruz aborda brevemente la cuestión del final de Orígenes, debida a una secesión provocada por lo que parece un capricho de “Juan Ramón” en contra de los poetas de la vanguardia española. De nuevo reitera la escisión entre modernistas (“Juan Ramón” amigo de Darío) y vanguardistas (Aleixandre, Guillén). Y reafirma las características conciliadoras de Orígenes en las que predomina la comunión y demás figuras integrales del catolicismo que se colocan por encima de las guerrillas literarias típicas de la modernidad.
Un gesto clásico pareciera signar a Orígenes, sin dejar de notar que en el fondo la defensa de esta especie de clasisismo implica en realidad una postura de combate de los otros (los críticos y dionisíacos), llámense Sarduy, García Vega, Virgilio Piñera, etcétera. No digo que Marruz tengo menos o más razón en sus posturas, sino que su aparente catolicidad (en el sentido más abarcador del término) se basa también en la partición polémica de los grupos literarios modernos, y que en el caso particular de Cuba esa partición es también política.
Marruz reitera la necesidad de reescritura del legado modernista, llevándolo, incluso, a confluir con la teología de la liberación. Su idea de modernismo es pues, menos la que podría ofrecer la historia de la cultura (y menos una particularizada en identidades modernas menores, como los géneros y la sexualidad), que la que articularía una tradición americanista y emancipatoria de la modernidad: un modernismo calibánico y tribunal.
miércoles, enero 20, 2016
Lugares de enunciación
Malas hierbas, Pedro Cabiya (novela, 2010).
Novela de zombies que acata y a la vez desacraliza retóricas del género (si es que se puede hablar de género en este caso: un desborde hacia las película B del estilo George Romero y una larga genealogía narrativa y cinematográfica anterior y posterior).
¿Qué es un zombie? ¿Dónde están los bordes, pliegues y repliegues del ser zombie? ¿Puede volver a la vida un zombie? ¿Cuál sería la arqueología--en términos cuasi foucaltianos--de un zombie? ¿Es histórica la vida de un zombie?
En torno a esta retórica entre pop y posmoderna, Cabiya introduce una sabiduría novelística notable. Me refiero a un actitud enciclopédica. No es, en el estilo sumergido y obsecuente de un Tarantino ante las retóricas pop (y de la era VHS) que Cabiya parece plantearse el asunto. Más bien me parece advertir la superposición y conversación de enciclopedias contrastantes: la ciencia, la historia caribeña (en especial haitiana); el catálogo herbolario del envenenamiento, las alergias y la inducción de estados zombies; y, por supuesto, la larga tradición de sujetos literarios animados pero en estado seudohumano: Pinocho.
(No será hora que Agamben y demás investigadores de la distancias entre animal y humano ingresen al reino del zombie y se hagan algunas preguntas?).
La novela de Cabiya, pues, aguarda y espera ahí donde desemboca el río de lo real maravilloso. No el fácil y excesivamente retórico realismo mágico, sino esa otra desemejanza entre enciclopedias (americanas, poscoloniales, europeas) que Carpentier llamó real maravilloso. Otra palabra me ha tentado leyendo esta novela: transculturación. ¿Son demasiado viejos estos conceptos: real maravilloso, transculturación? Pudiera ser, a despecho de los órdenes separados del mundo (y hablamos aquí también desde otro concepto muerto, o zombie: tercer mundo).
La novela en Cabiya no es el narcisismo de lo cotidiano, la investigación comedida del sujeto que se quema en el pábilo de su clase media. La novela de Cabiya es simulación de epistemología; análisis, como en Pamuk en cierto sentido, de la suerte particular de la ciencia en el tercer mundo o mundo postcolonial; y juego con las disonancia narrativas (narrativas dichas a dos o a varias voces) que toda historia adquiere cuando se toman en serio los lugares de enunciación.
Novela de zombies que acata y a la vez desacraliza retóricas del género (si es que se puede hablar de género en este caso: un desborde hacia las película B del estilo George Romero y una larga genealogía narrativa y cinematográfica anterior y posterior).
¿Qué es un zombie? ¿Dónde están los bordes, pliegues y repliegues del ser zombie? ¿Puede volver a la vida un zombie? ¿Cuál sería la arqueología--en términos cuasi foucaltianos--de un zombie? ¿Es histórica la vida de un zombie?
En torno a esta retórica entre pop y posmoderna, Cabiya introduce una sabiduría novelística notable. Me refiero a un actitud enciclopédica. No es, en el estilo sumergido y obsecuente de un Tarantino ante las retóricas pop (y de la era VHS) que Cabiya parece plantearse el asunto. Más bien me parece advertir la superposición y conversación de enciclopedias contrastantes: la ciencia, la historia caribeña (en especial haitiana); el catálogo herbolario del envenenamiento, las alergias y la inducción de estados zombies; y, por supuesto, la larga tradición de sujetos literarios animados pero en estado seudohumano: Pinocho.
(No será hora que Agamben y demás investigadores de la distancias entre animal y humano ingresen al reino del zombie y se hagan algunas preguntas?).
La novela de Cabiya, pues, aguarda y espera ahí donde desemboca el río de lo real maravilloso. No el fácil y excesivamente retórico realismo mágico, sino esa otra desemejanza entre enciclopedias (americanas, poscoloniales, europeas) que Carpentier llamó real maravilloso. Otra palabra me ha tentado leyendo esta novela: transculturación. ¿Son demasiado viejos estos conceptos: real maravilloso, transculturación? Pudiera ser, a despecho de los órdenes separados del mundo (y hablamos aquí también desde otro concepto muerto, o zombie: tercer mundo).
La novela en Cabiya no es el narcisismo de lo cotidiano, la investigación comedida del sujeto que se quema en el pábilo de su clase media. La novela de Cabiya es simulación de epistemología; análisis, como en Pamuk en cierto sentido, de la suerte particular de la ciencia en el tercer mundo o mundo postcolonial; y juego con las disonancia narrativas (narrativas dichas a dos o a varias voces) que toda historia adquiere cuando se toman en serio los lugares de enunciación.
martes, enero 05, 2016
Del nombre
Al parecer Luis Cardoza y Aragón se puso el y que separó para siempre sus apellidos, mientras viajaba por Europa. Antes de ese resabio "de abolengo" (Ver Rodríguez Cascante, nota 4) fue más comunmente Luis Felipe Cardoza.
El nombre de pluma señala en su caso, además, la llegada plena de la juventud, de la literatura, del cosmopolitismo y de la estética vanguardista. La y era quizá no solamente resabio de clase, sino también partícula lustral.
Como se sabe la genealogía de nombres cambiados, máscaras onomásticas, partículas sintácticas de ocultamientos, alteraciones más o menos drásticas de nombres originales (si es que existe tal cosa), tiene cierta frecuencia entre hispanoamericanos. Es el caso del famoso seudónimo de Félix García, uno entre otros: Rubén Darío. (Para no decir nada de Neruda, Mistral, de Rokha).
Todos nombres con aspiraciones tribunales. (Es el poeta Carlos Martínez Rivas quien convierte tribunal en un adjetivo cuando nota cómo la cultura erige un pasado momíficado, en culto. Por cierto, en su caso el segundo apellido, Rivas--como en otros casos famosos: el Lorca o el Márquez--invitan a la distinción.)
¿Por que Bolaño no devino Belano a tiempo? ¡Se habría librado del fantasma del otro Roberto G. Bolaños, cuyo nombre tribunal todos hemos repetido!
En El mensajero (pág. 79), Fernando Vallejo hace como que pregunta por un nombre:
En el "Arte de injuriar" Borges advertía cómo "las lesiones hechas al nombre caen sobre el poseedor" o por el contrario cómo un partícula introducida en el nombre puede alterar destinos enteros.
El nombre de pluma señala en su caso, además, la llegada plena de la juventud, de la literatura, del cosmopolitismo y de la estética vanguardista. La y era quizá no solamente resabio de clase, sino también partícula lustral.
Como se sabe la genealogía de nombres cambiados, máscaras onomásticas, partículas sintácticas de ocultamientos, alteraciones más o menos drásticas de nombres originales (si es que existe tal cosa), tiene cierta frecuencia entre hispanoamericanos. Es el caso del famoso seudónimo de Félix García, uno entre otros: Rubén Darío. (Para no decir nada de Neruda, Mistral, de Rokha).
Todos nombres con aspiraciones tribunales. (Es el poeta Carlos Martínez Rivas quien convierte tribunal en un adjetivo cuando nota cómo la cultura erige un pasado momíficado, en culto. Por cierto, en su caso el segundo apellido, Rivas--como en otros casos famosos: el Lorca o el Márquez--invitan a la distinción.)
¿Por que Bolaño no devino Belano a tiempo? ¡Se habría librado del fantasma del otro Roberto G. Bolaños, cuyo nombre tribunal todos hemos repetido!
En El mensajero (pág. 79), Fernando Vallejo hace como que pregunta por un nombre:
"Se llama Paz, dizque Octavio Paz... ¿En qué cabecita hueca cabe ponerse semejante seudónimo..."Para Vallejo, que no por nada escribe la biografía de Barba Jacob, conocido también como Ricardo Arenales y como Miguel Osorio, entre otros, ya el nombre (es decir, el seudónimo) implica una estética.
En el "Arte de injuriar" Borges advertía cómo "las lesiones hechas al nombre caen sobre el poseedor" o por el contrario cómo un partícula introducida en el nombre puede alterar destinos enteros.
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jueves, diciembre 31, 2015
Libros 2015
Algunos libros notables que leí durante el año:
Pablo Giordano. The Human Body (New York: Viking, 2014).
Severo Sarduy. El Cristo de la rue Jacob y otros textos (Santiago: Universidad Diego Portales, 2014).
Jean-Francois Lyotard. La Confesión de Agustín (Buenos Aires: Losada, 2002).
Émile Verhaeren y Darío de Regoyos. España negra. (Barcelona: Terra Incognita, 1999).
Badiou, Alain. La aventura de la filosofía francesa (Santiago: LOM, 2014).
Damián Tabarovsky. Escritos de un insomne. (Santiago: Alquimia, 2015).
Badiou, Alain. Pequeño panteón portatil. (Buenos Aires: FCE, 2002).
viernes, diciembre 25, 2015
La música inmaterial
Según Deezer los álbumes que más escuché este año fueron:
- Alfred Brendel. Beethoven Complete Piano Sonatas.
- Luis Alberto Spinetta. Sí o sí. Diario del rock argentino. Spinetta.
- Van Morrison. The Essential Van Morrison.
- Daniel Barenboim. Beethoven Complete Piano Sonatas.
- Frank Sinatra. The Capitol Collection Volume One.
- Brodsky Quartet. Shostakovich: String Quartets 1-15 (Complete).
- Chico Buarque. Carioca.
- Pablo Milanés. Canciones de amor y desamor (hoy y siempre).
- Madonna. The Immaculate Collection.
- Brodsky Quartet, Christian Blackshaw. Shostakovich: Chamber Music.
(Deezer no me ha dicho qué es lo que más escuché en el año. Pero como comencé a escuchar música en Deezer este año, me resulta fácil tomar la lista histórica como anual.)
La década pasada reuní una colección algo considerable de CDs. Investigación heterogénea en el jazz, el funk, el hip-hop, la samba o tropicalia en general (y muy poca música de la llamada clásica o académica). Aspiración a colecciones completas de algunos autores (siempre incompletos: Dylan, Aretha, Prince, particularmente los Stones).
Como he dicho otras veces esos discos quedaron en el exilio.
En esta década triunfó la música por streaming. Tendría que decir que resulta problemática su inmaterialidad. La ausencia de notas que informen sobre la música. La falta de datos: fechas, intérpretes, versiones. Comprendo la pasión que desata otra vez el disco de vinil (pasión o coleccionismo que todo es lo mismo). La incomodidad de las computadoras es notable: que se comprendan a sí mismas como depositarias del Todo (el texto, la música, la información, las interpretaciones) es su pecado originario. Siempre habrá que separar e investigar.
Recuerdo lo que cuenta Buñuel en su autobiografía. La expectativa de cuando una orquesta iba a llegar a dar un concierto a la ciudad. La preparación escuchando versiones en disco. La emoción de ver realizada la música en el concierto. Ese tránsito (expectativa, preparación, emoción) es anulado por el streaming. Todo está ya servido cuando no masticado.
(Si es que uno se atiene a la lógica del mercado. Reconozco que existe la posibilidad que el oyente desarrolle otra lógica y otro sentido.)
Deezer, pues, me ofrece una lista de los álbumes que escuché más. Su lógica es, por supuesto, cuantitativa. Y quizá deba agregar algunos datos que complejicen la escogencia:
- La forma “álbum” parece estar de baja en la lógica del streaming. La forma “álbum” recibió beneficios del auge del jazz y el rock entre los 40s y 70s., y se articulaba con una lógica vanguardista e histórica. Pero, vista la organización en streaming, no es una forma que importe mucho ahora. Aunque “volver a la forma “álbum”" debe forma parte del sentido que imponen las (algunas) audiencias.
- Como se ve los álbumes “que más escuché” en Deezer no son álbumes como tales sino colecciones. Exceptuando quizá a Chico Buarque, Carioca.
- Aún así, hay en la lista colecciones que tienen un sentido histórico muy definido; caso de las reuniones de Sinatra, Shostakovich o Beethoven. (Las sonatas tocadas por Brendel y por Barenboim dan para comparaciones muy didácticas. O eso creo.)
- Quizá la colección más decepcionante desde el punto de vista conceptual sea la de Milanés. ¿Desde cuando amor y desamor son conceptos orientadores de algo? ¿Una colección despolitizada? Hay ahí quizá algo oportunista y perturbador. (Oportunista, por supuesto, no por parte del artista, sino de quien compila la obra con esos criterios.)
- La colección de Spinetta, la de Morrison y la de Madonna tienen mucha mejor definición histórica. De Spinetta me gusta su alto concepto democrático (su imaginación musical es comunitaria; sus metáforas aluden a la composición horizontal de bosques y jardines: “todos las hojas son del viento”, “jardín de gentes”, etc.). Al menos la primera parte de la colección de Van Morrison es un continuo de grandes canciones de amor. Mejor compositor de canciones de amor que McCartney, por ejemplo, con más raíz, verdad y carisma. (Además, sé de mejor manera qué escogencia hicieron los compiladores sobres sus primeros álbumes en solitario: Astral Weeks, Moondance.)
- Por otra parte, de Shostakovich me atrae, en particular (y esto no es ninguna originalidad), la relación entre vanguardia y comunismo (o estalinismo). Escuchar en este caso es, sobre todo, un interrogatorio.
El streaming es, como se sabe, algo abiertamente fragmentario. De ahí que deba mencionar también algunos álbumes que me llegaron por el lado de iTunes. Ordenados por fecha serían:
- Lila Downs. Balas y chocolate.
- Berliner Philharmoniker, Hans Werner Henze & London Symphony Orchestra. Symphonies 1-6 (1996)
- Talking Heads. Popular Favorites 1976-1992: Sand in the Vaseline.
- Prince. Sing ´O the Times.
- Wussy. Wussy.
(Henze casi por las mismas razones de Shostakovich. Un músico académico comprometido con la izquierda, y cuya búsqueda músical no se separa de su política. Prince, porque nunca tuve el álbum de verdad, sino copias en los gloriosos y pasados días del CD. Aunque tenerlo en estado inmaterial es tenerlo? Talking Heads y Wussy como parte de la investigación. A Lila Downs la vimos en vivo, en Santiago, en agosto. En este caso existe de forma más definida la concepción de álbum; con la temática de la muerte en sentido cultural.)
Para complejizar la fragmentariedad habría que agregar canales de Youtube, que son otra forma de escuchar música (incluso álbumes completos), y que son también grandes instrumentos de aprendizaje.
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domingo, noviembre 22, 2015
Memoria de la transición
El medio electrónico Confidencial, en ocasión de la muerte de Antonio Lacayo, ha ponderado la transición nicaragüense de los años 90s, de la que Lacayo, ministro de la presidencia de Violeta Chamorro, fue agente decisivo.
Como se ve en los reportajes, los entrevistados--algunos de ellos también elementos clave de la transición, como el comandante Bayardo Arce o el ex-vicepresidente Sergio Ramírez--, no vacilan en exaltar la actuación de Lacayo en aquel trance histórico.
Lo que no aparece en los medios nicaragüenses es un análisis crítico de aquella transición. Como quienes hablan--todavía y exclusivamente--son ellos mismos jueces y parte del proceso, no caben dudas metódicas sobre ese pasado todavía reciente.
¿Es el caso humanitario de la muerte inesperada del agente político que obnubila momentaneamente las mentes de gente por otra parte pensante?
Lo dudo. También se trata de una operación en que se trata de asentar una memoria exclusiva (y excluyente). (Confidencial, por otra parte, puede ser considerado de hecho un medio "oficialista" de aquella transición.)
Yo no sé si en algún lugar los historiadores--en especial los historiadores jóvenes--estarán pensando de manera más crítica aquella transición. Como he repetido algunas veces desde este blog, la transformación del gobierno de Chamorro en un significante vacío y blanco, ha ocultado el carácter elitario de los acuerdos de transición: acuerdo arriba entre Chamorro y la elite sandinista, desestructuración abajo. (En el campo de la memoria, hay libros que responden canonicamente a esa estructura: las memoria de la propia ex-presidenta Chamorro; las memorias de Gioconda Belli.)
Hay una serie de preguntas que, por otra parte, deberían responderse para hacer de esa memoria un cúmulo menos contundente (y más democrático).
Un solo ejemplo. ¿Cuándo inicia la transición? Definitivamente, no el 26 de febrero de 1990. Uno podría remontarlo sin problemas a 1987 y a la firma de los tratados de Esquipulas. Con Esquipulas se comenzó a sellar el giro al (neo)liberalismo del sandinismo.
Dado que en cierto sentido el sandinismo dejó de pensar en 1974, no hubo ningún debate sobre las implicaciones de aquel tratado en que se potenciaba una victoria militar del estado sadinista, y, menos visiblemente por entonces, se acataba una derrota política.
¿Y no va a coronarse en cierto sentido el espíritu de Esquipulas en la idea desmadrada de un Canal Interoceánico como gran proyecto geopolítico del capitalismo dependiente propiciado por el sandinismo?
El problema no es pues si este u otro político muere en estado de santidad. El problema es de la historia, y de la (falta de) memoria.
Como se ve en los reportajes, los entrevistados--algunos de ellos también elementos clave de la transición, como el comandante Bayardo Arce o el ex-vicepresidente Sergio Ramírez--, no vacilan en exaltar la actuación de Lacayo en aquel trance histórico.
Lo que no aparece en los medios nicaragüenses es un análisis crítico de aquella transición. Como quienes hablan--todavía y exclusivamente--son ellos mismos jueces y parte del proceso, no caben dudas metódicas sobre ese pasado todavía reciente.
¿Es el caso humanitario de la muerte inesperada del agente político que obnubila momentaneamente las mentes de gente por otra parte pensante?
Lo dudo. También se trata de una operación en que se trata de asentar una memoria exclusiva (y excluyente). (Confidencial, por otra parte, puede ser considerado de hecho un medio "oficialista" de aquella transición.)
Yo no sé si en algún lugar los historiadores--en especial los historiadores jóvenes--estarán pensando de manera más crítica aquella transición. Como he repetido algunas veces desde este blog, la transformación del gobierno de Chamorro en un significante vacío y blanco, ha ocultado el carácter elitario de los acuerdos de transición: acuerdo arriba entre Chamorro y la elite sandinista, desestructuración abajo. (En el campo de la memoria, hay libros que responden canonicamente a esa estructura: las memoria de la propia ex-presidenta Chamorro; las memorias de Gioconda Belli.)
Hay una serie de preguntas que, por otra parte, deberían responderse para hacer de esa memoria un cúmulo menos contundente (y más democrático).
Un solo ejemplo. ¿Cuándo inicia la transición? Definitivamente, no el 26 de febrero de 1990. Uno podría remontarlo sin problemas a 1987 y a la firma de los tratados de Esquipulas. Con Esquipulas se comenzó a sellar el giro al (neo)liberalismo del sandinismo.
Dado que en cierto sentido el sandinismo dejó de pensar en 1974, no hubo ningún debate sobre las implicaciones de aquel tratado en que se potenciaba una victoria militar del estado sadinista, y, menos visiblemente por entonces, se acataba una derrota política.
¿Y no va a coronarse en cierto sentido el espíritu de Esquipulas en la idea desmadrada de un Canal Interoceánico como gran proyecto geopolítico del capitalismo dependiente propiciado por el sandinismo?
El problema no es pues si este u otro político muere en estado de santidad. El problema es de la historia, y de la (falta de) memoria.
martes, noviembre 10, 2015
sábado, noviembre 07, 2015
Olor y narración
El aroma del tiempo (Byung-Chul Han, 2015)
De este libro, entre reflexivo y consumible, me interesó la biblioteca, relativamente variada y copiosa para sus 169 páginas. El Heidegger tardío de Camino de campo. El Nietzsche de Humano, demasiado humano. Proust.
Pero también los contendientes: el Lyotard de Moralidades postmodernas, el Heidegger de El ser y el tiempo (o partes de él), la Hanna Arendt de La condición humana.
Su tesis es relativamente simple. No vivimos en el presente una aceleración del tiempo, sino su atomización. Byung-Chul Han convoca un tiempo demorado, reflexivo, contemplativo. A Heidegger le agregaría la mística. A Arendt le combate una idea muy estricta de actividad, notando cómo la actividad lleva a la mecanización. A Lyotard le dice que el fin de la narración no implica lo vegetativo. De hecho hace falta narración (u olor de narración). “La narración da aroma al tiempo” (pág. 38). De ahí que Proust sea uno de sus héroes (junto a los caminantes rurales de Heidegger y Nietzsche).
A Byung-Chul Han lo están traduciendo a toda prisa en Argentina Barcelona (Herder), donde ya aparecen varios otros títulos (entre ellos La sociedad de la transparencia).
Quizá su nombre y procedencia, y su injerto en la filosofía alemana, provoquen un atractivo orientalista entre lectores del llamado mundo occidental (y latinoamericano). No deja de ejercer, además, cierto coqueteo con el budismo “nueva era” que resultará atractivo para un público más amplio.
Por otra parte, Han es sin duda un lector perspicaz y un hábil ensamblador de líneas temáticas largas de la filosofía actual. La cuestión de la duración del tiempo, en este caso, si bien es extraño que no haya alusión alguna a Bergson. Tampoco habría simpatía, según entiendo, con las líneas esquizoides con que Deleuze mira el cine. (De hecho Han quiere rehuir, siguiendo a Proust, un tiempo “cinematográfico” que sería atomizador. No vio a Tarkovski, no vio a Kiarostami.)
Aún otro elemento puede contribuir a una percepción liviana de Han. En comparación con algunos autores franceses (Badiou, Rancière), parece des-politizado. El tiempo atomizado de la posmodernidad y su remedio (la contemplación) no son cuestiones que Han resolvería fuera de la biblioteca.
domingo, octubre 25, 2015
La escuela onírica
25 de octubre. Sueño con la Escuela. Es el día de la graduación. Vamos en una camioneta que tomamos en Guanuca. (La alusión literaria y automática que hace el sueño es a mi cuento “Road movie”, que comienza: “Salimos de Matagalpa…”). Llegamos a la Escuela y comprendo que no podré volver a casa esa noche. Pronto será el acto de graduación y en el bar se vende cerveza. Saludo emocionado a la mujer que atiende el bar. No sé definir quién es pero nos saludamos efusivos. Compro una cerveza pero me sirven un trago de un vino de cerezas. Considero a lo cambiado que está el espacio de la Escuela. Se ha agregado una especie de patio típico de las escuelas militares gringas (al menos las de películas, por ejemplo De aquí a la eternidad). Me llama especialmente la atención el lugar donde están ubicados los cajeros automáticos. Podría quizá necesitar dinero. Debo llamar en algún momento a mi madre para avisarle que no llego hoy por la noche. Pero quizá alguien salga en un vehículo y me gane un aventón nocturno. (En cierto sentido me siento en las afueras de Santiago, y presiento la llegada a la ciudad viniendo desde Valparaíso por una pista en que se ven las luces de la ciudad a lo lejos.) Me entregan en una bolsa de plástico, como una bolsa de basura o de compras recientes, un zapato y un nombre. Cuando comience la graduación deberé entregar el zapato correspondiente al graduando (esto está relacionado obviamente con mi actual trabajo como profesor de estudiantes de postgrado, yo poseo la mitad del trámite). Espero el momento, siempre con la esperanza de volver esa noche, o de amanecer lo más tranquilo que pueda en la Escuela. El tiempo histórico de los que me esperan parace ser los años 90s. Presiento la espera de mis padres en la casa de entonces.
(En una entrada anterior, me despedía de la Escuela en un sueño.)
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sábado, octubre 24, 2015
Aparte
Vieron los 13 libros favoritos de Christopher Domínguez?
Y si hago mi lista? El problema es que sería de libros transeúntes, no fijados en la biblioteca. Los he ido dejando en este o este otro anaquel (y con más frecuencia esta o esta otra caja de cartón), en este o este otro país. Libros, en efecto, que he olvidado.
Incluiría Tristes trópicos, visto como manual de humanista. Alguna novela de Stendhal, Flaubert, Dostoyevki, Kafka (América, sin duda), Thomas Mann. Digamos, La cartuja de parma, La educación sentimental, Crimen y castigo, La montaña mágica.
El Trópico de cáncer de Miller. La poesía de Pasolini (este sería más un libro del futuro que del pasado). Las memorias de Hemingway sobre París, A moveable feast o París era una fiesta.
Me gustan los compendios de filosofía. Quizá tomaría Qué significa pensar de Heidegger, que no es un compendio pero podría leerse como tal. Tal vez Spinoza filosofía práctica o Una vida de Deleuze, ese tipo de libro breve y precioso de filosofía que sabía escribir D..
Luego las verdaderas novelas latinoamericanas: Paradiso, El zorro de arriba y el zorro de abajo.
miércoles, septiembre 16, 2015
Vuelve al cielo, y lo robado
Me gustaba que el poeta mencionara un cunilingüis
Sobre un sillón beige. Las referencias a Janis Joplin,
Diana Ross, Procol Harum, anotadas en la libreta minúscula.
Algunos suburbios de Buenos Aires en los cuentos de Bestiario.
Un mamboretá crucificado sobre una hoja de cálculo.
La cerveza era el vino reciente.
El bolero volvía con la noche.
Los géneros literarios con patas de monstruos de TV se detenían en el bosque.
Roldan que lloraba.
Rosal reunión de tus piernas.
El radio me exigía.
Una mañana luego de un sueño encantado desperté
Convertido en un gigantesco mamboretá.
Las chicharras atronadoras en el bosque matorraloso y seco.
Una cascabel se desliza por debajo de las hojas secas.
Eliot abriendo y cerrando una puertecita del jardín (y una u otra estación).
Yo me pierdo por el sendero adusto que enmarca aquel jardín.
Silbo Lay Lady Lay sobre el sillón beige.
Sobre un sillón beige. Las referencias a Janis Joplin,
Diana Ross, Procol Harum, anotadas en la libreta minúscula.
Algunos suburbios de Buenos Aires en los cuentos de Bestiario.
Un mamboretá crucificado sobre una hoja de cálculo.
La cerveza era el vino reciente.
El bolero volvía con la noche.
Los géneros literarios con patas de monstruos de TV se detenían en el bosque.
Roldan que lloraba.
Rosal reunión de tus piernas.
El radio me exigía.
Una mañana luego de un sueño encantado desperté
Convertido en un gigantesco mamboretá.
Las chicharras atronadoras en el bosque matorraloso y seco.
Una cascabel se desliza por debajo de las hojas secas.
Eliot abriendo y cerrando una puertecita del jardín (y una u otra estación).
Yo me pierdo por el sendero adusto que enmarca aquel jardín.
Silbo Lay Lady Lay sobre el sillón beige.
viernes, agosto 21, 2015
Letra prendida
Poemas de Nicanor Parra de 1939
Mementos y dudas barrocas ante la muerte
Veo el año de escritura de manera particular
Año del nacimiento de mi padre que
Tiene ya doce de muerto
En el parque aquel viejo que pasea
Con uno de sus hijos como una calistenia
Semanal, y conversan lentamente.
El barro del parque en la sequedad del verano
Bajo la manguera, el pájaro que busca y bebe
El perro negro y sediento
El vago pasar del olor a eucaliptos
y la letra prendida en el cuerpo hosco de la palmera
lunes, junio 15, 2015
Geología y calistenia
Nada se arregló con el tiempo, no pasó el frío
Dio la vuelta tan al norte el sol, bañando la periferia
Del edificio. Y el edificio anclado en su sitio: nada se arregló
Con el cambio de sitio aviones kilómetros el desollamiento típico
De la migración, el exilio o la movilidad (la calistenia poética de otros
Atardeceres). Aprendidas en cada parpadeo las hojas alamedas
Luces urbanas. Rincones que de pronto hablaron en secreto.
"Vos que empujabas los planetas..."
Estoy más melancólico que Caetano Veloso en sus últimos discos (a partir de cê)
Que Beck en sus mares. Sé que de cualquier chispa ambulante
Saltará un signo. Pero hoy digo que con el tiempo nada se arregló
El acomodamiento de mi propia geología en un traje tan vasto.
Dio la vuelta tan al norte el sol, bañando la periferia
Del edificio. Y el edificio anclado en su sitio: nada se arregló
Con el cambio de sitio aviones kilómetros el desollamiento típico
De la migración, el exilio o la movilidad (la calistenia poética de otros
Atardeceres). Aprendidas en cada parpadeo las hojas alamedas
Luces urbanas. Rincones que de pronto hablaron en secreto.
"Vos que empujabas los planetas..."
Estoy más melancólico que Caetano Veloso en sus últimos discos (a partir de cê)
Que Beck en sus mares. Sé que de cualquier chispa ambulante
Saltará un signo. Pero hoy digo que con el tiempo nada se arregló
El acomodamiento de mi propia geología en un traje tan vasto.
miércoles, junio 10, 2015
De lo monacal
En España existe un Premio de Poesía "Reina Sofía". Es en serio.
La disonancia entre Reina y arte literario, entre Corte y república de letras, entre Nobleza y prometeos modernos (los poetas), es, por lo menos, significativa. (Pero en España todos los premios honran a la Corte? Hay premios príncipe y princesa de Asturias! Y en un país que podría preciarse de Góngoras, Quevedos y Lorcas.)
(Qué sería de un republicano modernista como Vargas Vila caso de que hubiese ganado un premio como este? Lo protestaría?)
Hace algunos años cuando Ernesto Cardenal recibió el Premio "Reina Sofía" (sic) la disonancia fue, si cabe, más acentuada. Un gran poeta comunista en el dominio de la dialéctica cortesana.(No se trata, por supuesto, del merecimiento de Cardenal, sino del nombre del Premio.)
En el reciente encuentro Centroamérica Cuenta realizado en Nicaragua (encuentro de narradores, libreros, editores y embajadores), ocurrió otra interesante disonancia. El encuentro saluda a Cardenal por sus 90 años (ya este blog hizo el homenaje respectivo). Pero a la vez homenajea a Charlie Hebdo (y en este blog no somos Chalie) y con ello la libertad de expresión. (Son recientes todavía las disidencias dentro del Pen Club, precisamente, por un "premio a la libertad de expresión" para Charlie Hebdo. Disidencias que no afloraron en el encuentro de Managua. Pero ¿no es el caso que todas las disidencias en Nicaragua son tardías y extemporáneas?)
Si algo se puede decir de Cardenal es que seguramente no cree en una entelequia abstracta de la libertad de expresión, al menos no como se ha absolutizado a partir del caso Charlie Hebdo. Busco un ejemplo en sus Memorias. Cardenal no se arrepiente de la censura sandinista al diario de derecha La Prensa durante los años 80. (Leer al respecto La revolución perdida).
De hecho, con todo y que en este caso Cardenal lleva la razón, se podría acotar que su visión del mundo es mucho más "medieval" o "primitiva" si se quiere que el blando y superficial republicanismo a la Charlie Hebdo. Véase si no, la entrevista que Berna González hace a Cardenal en El País, y en la que el poeta junta (o quiere juntar tercamente) ciencia, política y religión.
La misma Berna González había informado, en su reporte sobre Centroamérica cuenta, que Cardenal estaba "condenado al ostracismo como aquellos que fueron sandinistas y abandonaron sus filas". Esa media verdad desentiende el hecho que Cardenal asume lo monacal en medio del vendabal moderno, y que esa es en parte su distinción (ave Bourdieu) con respecto al resto. (Su poesía monacal, es suya en él. Tantos pajes y esclavos que se desperdiciaron en el exteriorismo!)
Asimismo, es notable la duda que Cardenal instala con respecto a cadenas de habla como la entrevista, y en la propia entrevista aludida:
La disonancia entre Reina y arte literario, entre Corte y república de letras, entre Nobleza y prometeos modernos (los poetas), es, por lo menos, significativa. (Pero en España todos los premios honran a la Corte? Hay premios príncipe y princesa de Asturias! Y en un país que podría preciarse de Góngoras, Quevedos y Lorcas.)
(Qué sería de un republicano modernista como Vargas Vila caso de que hubiese ganado un premio como este? Lo protestaría?)
Hace algunos años cuando Ernesto Cardenal recibió el Premio "Reina Sofía" (sic) la disonancia fue, si cabe, más acentuada. Un gran poeta comunista en el dominio de la dialéctica cortesana.(No se trata, por supuesto, del merecimiento de Cardenal, sino del nombre del Premio.)
En el reciente encuentro Centroamérica Cuenta realizado en Nicaragua (encuentro de narradores, libreros, editores y embajadores), ocurrió otra interesante disonancia. El encuentro saluda a Cardenal por sus 90 años (ya este blog hizo el homenaje respectivo). Pero a la vez homenajea a Charlie Hebdo (y en este blog no somos Chalie) y con ello la libertad de expresión. (Son recientes todavía las disidencias dentro del Pen Club, precisamente, por un "premio a la libertad de expresión" para Charlie Hebdo. Disidencias que no afloraron en el encuentro de Managua. Pero ¿no es el caso que todas las disidencias en Nicaragua son tardías y extemporáneas?)
Si algo se puede decir de Cardenal es que seguramente no cree en una entelequia abstracta de la libertad de expresión, al menos no como se ha absolutizado a partir del caso Charlie Hebdo. Busco un ejemplo en sus Memorias. Cardenal no se arrepiente de la censura sandinista al diario de derecha La Prensa durante los años 80. (Leer al respecto La revolución perdida).
De hecho, con todo y que en este caso Cardenal lleva la razón, se podría acotar que su visión del mundo es mucho más "medieval" o "primitiva" si se quiere que el blando y superficial republicanismo a la Charlie Hebdo. Véase si no, la entrevista que Berna González hace a Cardenal en El País, y en la que el poeta junta (o quiere juntar tercamente) ciencia, política y religión.
La misma Berna González había informado, en su reporte sobre Centroamérica cuenta, que Cardenal estaba "condenado al ostracismo como aquellos que fueron sandinistas y abandonaron sus filas". Esa media verdad desentiende el hecho que Cardenal asume lo monacal en medio del vendabal moderno, y que esa es en parte su distinción (ave Bourdieu) con respecto al resto. (Su poesía monacal, es suya en él. Tantos pajes y esclavos que se desperdiciaron en el exteriorismo!)
Asimismo, es notable la duda que Cardenal instala con respecto a cadenas de habla como la entrevista, y en la propia entrevista aludida:
Ya la entrevista se está haciendo muy larga y voy a empezar a decir tonterías.Le doy una interpretación alegórica a esta cita. No es sólo aquella entrevista la que se alarga y desvaría. Es toda la poética exteriorista de Cardenal la que trastabilla.
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lunes, mayo 11, 2015
Centroamérica Cuesta
La próxima semana se celebra en Managua un encuentro de narradores llamado Centroamérica Cuenta.
A mí me dio por parodiar el título: se debería llamar Centroamérica Cuesta. No por mala sangre, sino por buscar el lado irónico del asunto, si es que lo tiene.
Nadie que decida dedicarse a las letras en aquellas tierras (y cuando digo letras no me refiero únicamente al intento de profesionalizarse como escritor, sino también en otros bordes de la escritura: crítica, teoría, historia) dejará de sentir que, en efecto, Centroamérica Cuesta.
Nadie que decida proponer una perspectiva regional, es decir, centroamericana, dejará de enfrentarse con los chacales (son un símbolo palpable y fiero): los localismos, los desconocimientos, la falta de archivos y bibliotecas, el caudillismo cultural, las distancias.
Por lo general, Centroamérica es un anaquel en una perdida biblioteca (digamos, por poner un ejemplo, la de don Rafael Heliodoro Valle o la de Ernesto Mejía Sánchez) y con una casi imaginaria bibliografía elaborada a tientos, y, por la falta de interés, entregada al olvido. (Eso fue el siglo XX, y estamos en el XXI, podría responder alguien optimista. Lo que no le quita nada al deber de pensar qué tan significativos han sido los cambios en ambos siglos.)
(Alguien podría lamentar también la falta de glamour de esa Biblioteca Centroamericana que no revivirá por virtud del mercado editorial, como podría pensarse.)
¿Cuánta consciencia tenemos de la lógica de olvido que se cierne sobre lo centroamericano, en este caso tomado únicamente como archivo regional,y sin querer significar las diversas dificultades políticas, sociales y culturales de la región?
A mí me dio por parodiar el título: se debería llamar Centroamérica Cuesta. No por mala sangre, sino por buscar el lado irónico del asunto, si es que lo tiene.
Nadie que decida dedicarse a las letras en aquellas tierras (y cuando digo letras no me refiero únicamente al intento de profesionalizarse como escritor, sino también en otros bordes de la escritura: crítica, teoría, historia) dejará de sentir que, en efecto, Centroamérica Cuesta.
Nadie que decida proponer una perspectiva regional, es decir, centroamericana, dejará de enfrentarse con los chacales (son un símbolo palpable y fiero): los localismos, los desconocimientos, la falta de archivos y bibliotecas, el caudillismo cultural, las distancias.
Por lo general, Centroamérica es un anaquel en una perdida biblioteca (digamos, por poner un ejemplo, la de don Rafael Heliodoro Valle o la de Ernesto Mejía Sánchez) y con una casi imaginaria bibliografía elaborada a tientos, y, por la falta de interés, entregada al olvido. (Eso fue el siglo XX, y estamos en el XXI, podría responder alguien optimista. Lo que no le quita nada al deber de pensar qué tan significativos han sido los cambios en ambos siglos.)
(Alguien podría lamentar también la falta de glamour de esa Biblioteca Centroamericana que no revivirá por virtud del mercado editorial, como podría pensarse.)
¿Cuánta consciencia tenemos de la lógica de olvido que se cierne sobre lo centroamericano, en este caso tomado únicamente como archivo regional,y sin querer significar las diversas dificultades políticas, sociales y culturales de la región?
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martes, mayo 05, 2015
Contra insomnes
El insomne, ese hermano menor del suicida.
Se levanta a limarse las uñas, sacudirse un poco la melena, lamerse heridas antiguas. Recurre al diario íntimo, al mensaje anónimo intimidante ("su marido, señora, se masturba leyendo a Cioran"). Sonríe de alguna gracia, observa una nalga que parece la nave del olvido.
La noche en todas partes es la misma. Vista de espaldas es húmeda, de frente, vertiginosa. Piensa en animales: el filósofo con el cuero colgando del cuello, cayendo como rollo antiguo, la escritora con las largas raíces en el cabello (raíces nacionales, bienes raíces). El muchacho de buen corazón y mala prosa.
La noche insomne tiene mal oído musical. La radio fúnebre. El pasto envenenado. El cielo aplastante. No se sabe respirar en noches insomnes. Se suspenden las funciones intestinales pero cunde el mal aliento.
Insomne hermano idiota del suicida. Ahora asoma la nariz en la ventana. Toma un abrigo y camina sonámbulo por el parque. Ve brotar las sombras amenazantes, Hitchcock menor y adocenado. Se da cuenta que dejó la llave en el departamento. Ahora sí que se jodió la noche.
Saquemos entonces conclusiones, se dice.
Se levanta a limarse las uñas, sacudirse un poco la melena, lamerse heridas antiguas. Recurre al diario íntimo, al mensaje anónimo intimidante ("su marido, señora, se masturba leyendo a Cioran"). Sonríe de alguna gracia, observa una nalga que parece la nave del olvido.
La noche en todas partes es la misma. Vista de espaldas es húmeda, de frente, vertiginosa. Piensa en animales: el filósofo con el cuero colgando del cuello, cayendo como rollo antiguo, la escritora con las largas raíces en el cabello (raíces nacionales, bienes raíces). El muchacho de buen corazón y mala prosa.
La noche insomne tiene mal oído musical. La radio fúnebre. El pasto envenenado. El cielo aplastante. No se sabe respirar en noches insomnes. Se suspenden las funciones intestinales pero cunde el mal aliento.
Insomne hermano idiota del suicida. Ahora asoma la nariz en la ventana. Toma un abrigo y camina sonámbulo por el parque. Ve brotar las sombras amenazantes, Hitchcock menor y adocenado. Se da cuenta que dejó la llave en el departamento. Ahora sí que se jodió la noche.
Saquemos entonces conclusiones, se dice.
domingo, abril 26, 2015
Pulsiones
1
Escribes “pulsiones” por higiene.
2
Es como una onda de radio pero
lo que se sintoniza es la emulsión mitológica
con la historia menor del cuerpo.
Ya lo decía en juventud: se
vacía la posibilidad de captura.
Años heroicos en que Zeus
cogía a diestra y siniestra.
3
La higiene modernista
La secreción de la oca
“blanca Leda”
albúmina nunca disuelta
en el agua.
4
Emulsión mitológica:
Blow-Up!
5
El poema es el graznido
La mitad oscurecida de la cara del cisne
En la instantánea
lunes, abril 20, 2015
Los notables comen símbolos
En torno a la revolución sandinista se tejió toda una red de celebridades más o menos radicalizadas, comprometidas o curiosas (muchas turísticas) frente al hecho revolucionario tercermundista y tan a destiempo. (1979 era también el año de la revolución iraní que de alguna manera encantó por igual a Foucault y a Cardenal.)
Sólo en el diapasón del boom, es conocida la pasión sandinista de Cortázar, la simpatía de García Márquez, la aquiescencia, algo insólita, de Carlos Fuentes (prologuista de un libro de discursos de Daniel Ortega). Ya no digamos Eduardo Galeano, quien aunque no responde a lógica política del boom exactamente, sí sobresale por celebridad y radicalidad.
El entretejido es mucho más amplio y quizá merecería una investigacin aparte, y va desde celebridades de la literatura mundial (Rushdie, Grass) hasta actores de Hollywood (Martin Sheen, Susan Sarandon) o poetas de renombre (Ferlingethi, Evtushenko). Como digo, hubo en esa ola desde compromiso hasta turismo (y exotismo), con todos los grados y matices que pudieran caber.
En una anotación anterior aseguré que había cierta respuesta colonial de la elite literaria nacional ante, por ejemplo, Cortázar. Se trata de un fetichismo en que de manera inconsciente se asocia la celebridad internacional con el físico (la altura) en una lógica que, por otra parte, es acrítica y, notablemente, iletrada, en el sentido que no se discute sobre los libros de esos hombres famosos sino sobre los aditamentos de su fama.
Tal cual, la reciente muerte de Galeano (y en menor medida la de Grass) ha deparado un escenario de aquellos. Verbigracia el reportaje de la La Prensa: Grass, Galeano y Nicaragua. No se trata tanto de la muerte del escritor sino de la memorabilia de su fama, de la foto con él, de sus ojos azules y su porte y su prematura calvicie. De su amistad y su "amor" más que de su escritura.
Galeano (o Grass) les interesa, a los guardianes de los símbolos, privatizado en aquellos años de gloria, más que público en un ámbito cultural y político complejo. Y desafortunadamente no tenemos en Nicaragua un espacio de recepción y lectura que equilibre aquella mirada fetichista. (La pobreza cultural es también la de la ausencia de suplementos culturales, grupos culturales independientes, carreras humanísticas que potencien la lectura por sobre la infame ilectura de los notables.)
En su necrológica de Galeano Gioconda Belli comienza informando que "Galeano tomaba unas duchas larguísimas".
Es la información y el tono típicos de un acercamiento que privatiza al mismo tiempo que frivoliza.
Sólo en el diapasón del boom, es conocida la pasión sandinista de Cortázar, la simpatía de García Márquez, la aquiescencia, algo insólita, de Carlos Fuentes (prologuista de un libro de discursos de Daniel Ortega). Ya no digamos Eduardo Galeano, quien aunque no responde a lógica política del boom exactamente, sí sobresale por celebridad y radicalidad.
El entretejido es mucho más amplio y quizá merecería una investigacin aparte, y va desde celebridades de la literatura mundial (Rushdie, Grass) hasta actores de Hollywood (Martin Sheen, Susan Sarandon) o poetas de renombre (Ferlingethi, Evtushenko). Como digo, hubo en esa ola desde compromiso hasta turismo (y exotismo), con todos los grados y matices que pudieran caber.
En una anotación anterior aseguré que había cierta respuesta colonial de la elite literaria nacional ante, por ejemplo, Cortázar. Se trata de un fetichismo en que de manera inconsciente se asocia la celebridad internacional con el físico (la altura) en una lógica que, por otra parte, es acrítica y, notablemente, iletrada, en el sentido que no se discute sobre los libros de esos hombres famosos sino sobre los aditamentos de su fama.
Tal cual, la reciente muerte de Galeano (y en menor medida la de Grass) ha deparado un escenario de aquellos. Verbigracia el reportaje de la La Prensa: Grass, Galeano y Nicaragua. No se trata tanto de la muerte del escritor sino de la memorabilia de su fama, de la foto con él, de sus ojos azules y su porte y su prematura calvicie. De su amistad y su "amor" más que de su escritura.
Galeano (o Grass) les interesa, a los guardianes de los símbolos, privatizado en aquellos años de gloria, más que público en un ámbito cultural y político complejo. Y desafortunadamente no tenemos en Nicaragua un espacio de recepción y lectura que equilibre aquella mirada fetichista. (La pobreza cultural es también la de la ausencia de suplementos culturales, grupos culturales independientes, carreras humanísticas que potencien la lectura por sobre la infame ilectura de los notables.)
En su necrológica de Galeano Gioconda Belli comienza informando que "Galeano tomaba unas duchas larguísimas".
Es la información y el tono típicos de un acercamiento que privatiza al mismo tiempo que frivoliza.
Etiquetas:
Eduardo Galeano,
notables,
obituario,
sandinismo,
sandinismo-posmo
viernes, abril 10, 2015
Esmog Algebraico (edad glaciojazzística)
(repris)
A los catorce años del siglo hora parda nubes lerdas sobre la Cordillera sábanas de sonido
Me dio por pensar en otros inviernos cómo se acurrucaba la nada en el golpeteo silábico de los vecinos rusos en Alderson
El ritmo marcador de la danza tan Fred Astaire en el callejón nevado que llevaba al departamento de la anciana sola y al basurero que miraba hacia Shady Avenue
En el largo verano de 2002 cuando recién estrenaba la ausencia de mi padre y me armaba con los clásicos The Velvet Underground & Nico Astral Weeks Pet Sounds cómo iba a ser esto de ser yo mismo cuando iba de la mano con Ángel que tenía 3 años hacia el playground del paquecito en Friendship
Mis santuarios eran las tiendas de discos usados cuarteles de invierno catedrales de sonido mordiscos de la edad eran mi escritura íntima apertura de la camisa ante la nada heró(t)ica
A los catorce años del siglo hora parda nubes lerdas sobre la Cordillera sábanas de sonido
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