Nota: esto había quedado entre los borradores del blog, y consta que lo escribí en julio de 2012. Sin embargo, cobra algún sentido retrospectivo luego de la situación revuelta de este año en Nicaragua.
En Nicaragua, quizá de forma más acentuada que en otros países, el llamado juego democrático depende del estado de las desavenencias de la élite política.
Sus desacuerdos son proyectados en la vida pública como lucha política nacional, voluntad de las mayorías, etcétera.
En realidad la élite ha sido tradicionalmente poco democrática a la hora de resolver sus diferencias, y padece desde las intervenciones de los Estados Unidos, a principios del siglo XX, del síndrome de las elecciones supervigiladas.
Esto ha sido más que evidente en el peso que ha adquirido en el escenario postelectoral del 2011, la opinión de la Unión Europea, la OEA, los Estados Unidos. La élite está mirando hacia afuera, aunque las votaciones se hayan dado adentro.
Para las elecciones del 2011 la élite política no se puso de acuerdo sobre las reglas del juego. No se necesitaba mucha profecía para predecir que iba a suceder un fuerte altercado post-electoral. Se podría decir, incluso, que para la élite política las elecciones eran sólo un camino de llegada al escenario que más le interesaba.
Es el altercado de la élite, la que ahora va a pasar a resolver sus conflictos por sus vias predilectas. No a partir de lo que dicen las urnas, sino a partir de lo que puedan negociar, violencia y muertos de por medio.
A la élite política le importa mucho la continuidad, y va a tratar de resguardarla como pueda una vez que sus miembros se sienten a negociar.
Desde los años 1980s la élite política no ha sido renovada, y mantiene sus fuertes lazos familiares y la huella de sus antiguos conflictos.
En las elecciones del 2011 compitieron un comandante sandinista (Daniel Ortega) frente a un ex-jefe de la contra (Fabio Gadea). El candidato a vicepresidente de Ortega fue jefe del Ejército Nacional (el antiguo Ejército Sandinista). El candidato a vicepresidente de Fabio Gadea es yerno de la expresidentea Violeta Chamorro, y antiguo embajador del gobierno de Ortega.
La parte "radical" de la Alianza que acompañaba a Gadea está dirigida por antiguos camaradas de Ortega. De hecho, en tal Alianza menudean sus ex-ministros, y ese tipo de comandantes a los que los medios siempre añaden (no entiendo por qué) el adjetivo de "legendarios".
En un sistema político en que la élite tiene un peso tan decisivo, las opiniones de los notables tienen un aura especial. Pero los notables nunca han tenido independencia política, siempre han estado vinculados al poder, y participan de manera beligerante de los conflictos de la élite. Casi todos los notables han sido embajadores por allá, vicepresidentes por aquí, Ministros de Algo (algo improsperable). La llamada "sociedad civil" por su parte se reduce a tres señores y dos señores de la clase alta. Ya no digamos los Obispos Católicos que merecen cada uno de ellos, aquello de Cardenal (no el Obando, sino el otro): Sus Eminencias Pendejísimas.
Algo parecido a lo que pasa con los notables, pasa con los medios. Los medios oficiales son en extremo rudimentarios, y no pasan de repetir las consignas que elabora la esposa del presidente, Rosario Murillo.
Los medios opositores mantienen ligas familiares e ideológicas con la oposición.
Ningún medio se preocupa tampoco por disfrazar su afiliación política.
Burócratas, notables, medios,
thinks tanks "democráticos", Familias de Apellido y organismos internacionales parecen ser los que realmente votan en Nicaragua.
Claro, convocan a las otras clases cuando es preciso dirimir sus diferencias. No han vacilado en el pasado en armar guerras. Tampoco vacilan cuando es tiempo de "dialogar", usando a Iglesias y OEAs como mediadores, y resguardando ante todo el equilibrio de sus continuidades de poder, familiares, negocios, posiciones.
Zorros del mismo piñal, que se dice.