Heredarás el viento
No se trata de la calidad de estos escritores (el uno caso polimorfo de literatura, el otro el mejor escritor vivo del país). El dogma comienza cuando se les confunde con el poder cultural que tienen, con su escenografla, su estrellato y sus posibilidades de santolear.
Por tanto, antes que la estrategia de los discipulados dogmáticos, y aún sabiendo que hay quienes creen poder heredar el sacerdocio de esos maestros, hay que proponerse dos desconstrucciones:
La nación resulta precaria para un aprendiz de literatura. Acabará suponiendo que Darío es mejor lección estética que Góngora o Lezama, sólo porque es nicaraguense.
Creerá que el azul del que habla Alfonso Cortés alude a la bandera de Nicaragua, cuando seguramente al leonés le importaba poco que fuera, la bandera, azul o roja. En fin, será un sectario literario y un torpe nacionalista.
Coronel podría ser un escritor, menor pero fundamental, de la Nueva Inglaterra ("¡caso extrañísimo, escribía en español!"). Benedetti podría ser el mejor poeta exteriorista criollo, sin tanto intertexto (del que a veces abusa Cardenal) y con más cercanía humana. La "nación" de las novelas de Sergio Ramírez sería el boom latinoamericano tardío, sin obviar la posibilidad de que aluden pueblos e historias muy cercanas a nosotros.
La república de las letras, reconozcámoslo tiene muy diversas fronteras que las de la nación nicaragúense. Se sabe que Darío y CMR suspiraron por Francia, que Coronel y Cardenal se tutearon con Pound, que Ramírez tomó en cuenta las enseñanzas de Vargas Llosa y García Márquez.
Quedarnos sólo con la parte "nicaragüense" de estas "vidas paralelas", sería tonto; respetar extremadamente las influencias que las contrapartes nicaragüenses usaron, seria momificante (Pound o Muerte, por ejemplo, o Baudelaire o muerte, son torpes consignas).
Heredar cualquier sacerdocio puede dar poder cultural (en suplementos, publicaciones, puestos), pero eso tiene poco que ver con la literatura en un sentido más estricto. El juego de la literatura se dará de espaldas a esos sacerdocios cuando salgamos de lo nacional y entremos a las nuevas cartografías.
El diagrama tradicional de los discipulados es "oral" y concéntrico, el maestro en el centro (generalmente de boina) y los discípulos alrededor. Esta patriarcal estructura abunda en la complacencia y reniega de la frustración, por eso es tan cómoda, institucionaliza el "centro del universo" en el patio, "la mejor poesía del continente y tal vez del mundo" en el lar amado. ¿Son esas complacencias algo más que "grandes relatos"?
También Borges le dijo a Pinochet "salvador de la democracia", y eso que antes se había ocupado de inventar el postmodernismo. No sabemos qué tendremos pasado mañana. Lo que sí no tendremos, para nada, son herederos de los famosos secerdocios que vengo comentando en este relato.
Tendrá que ver más con la Academia (la exteriorista a lo EC o la preciosista a lo CMR) que con la Literatura. Porque la creación artística y literaria se parece más a un tiro por la culata que a una cacería de patos con fusiles unánimes.
Retornando al publicista gordo, experto en "quemar etapas", diré que su propuesta es el co-relato vergonzante de un tipo de intelectual que ejerce la deshonestidad con una gracia "chula" y un desenmascaramiento infinito. Es el intelectual güegüense.
Nota: a propósito del debate que ha iniciado Luis Topogenario en el blog Crítica Generacional Nicaragüense, recordé cómo estaban las cosas (desde mi torre) en 1998, año en que publiqué en un número de 400 elefantes, este texto.