martes, noviembre 22, 2022

Pablo Milanés: un culto pleno a la verdad

Pablo Milanés era poeta del hastío y del tiempo, de la juventud desvanecida, del amor gastado y el envejecimiento. Una “waste land” en condiciones revolucionarias. Se recordarán los versos de “Años”, “el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos”.

A veces su poesía enunciaba una contradicción básica con la disciplina, la regla y la norma social. “No me pidas, / que a todo diga que sí/ que te cansarás”.

“No me pidas”. “Yo no te pido”. Son títulos confluyentes que se encuentran en el mismo álbum (No me pidas, 1978).

En los años 70 la construcción socialista pedía pensar qué aceptar o que no, y en qué condiciones, de las múltiples exigencias. Otros versos indicativos al respecto: “Lo anhelado a veces te hace mirar hasta trascender, / lo logrado te ve sentado descender”.

La Nueva Trova era ya por entonces no sólo un emblema revolucionario sino también algo que pertenecía a un círculo de internacionalización y consumo. Es de lo que trata “Sábado corto”. “Silvio en concierto u otro que se parezca/ Está bien para comenzar”. Gran homenaje a Silvio Rodríguez, gran modestia de autor (el “otro que se parezca” es Pablo).

Pero también la Nueva Trova articulada al nuevo tiempo posible en donde el amor purifica al consumo: “Ni el mal gusto, las colas, las próximas horas/ Pudieron con nuestro amor”. El “culto pleno a la verdad” que Milanés invoca en “No me pidas” se advierte en esa mirada poco dada a la idealización.

Por supuesto, está la invocación de los símbolos y luchas revolucionarios. Su gran trabajo musical sobre versos de Martí o de Nicolás Guillén (“Tengo”, una obra maestra musical). Mandela, Haydee Santamaría, la condición colonial de Puerto Rico, y la revolución cubana y latinoamericana que evoca en estos conocidos versos: "Bolívar lanzó una estrella / que junto a Martí brilló / Fidel la dignificó".

domingo, agosto 07, 2022

Murciélago azul

 

La foto aérea, desde el puente, de la laguna congelada

Y el horizonte que resplandece.

 A través de la imagen

En la computadora, reconozco ese horizonte. 

El parque Schenley y South Oakland.

Estamos archivados en el parpadeo de la pantalla

Los patos del verano que se fueron

Horizontes ajenos, alquiler de las palabras

(cerca estaba la Biblioteca Carnegie donde prestábamos también películas en VHS

Y discos de Beck, Miles Davis, Prince)

Textos tuyos entrelazados con los míos en el cementerio

 De la web. Un murciélago azul en el pecho dice que el tiempo de los besos

No ha llegado. Cultiva cuando puedas tu Cernuda

Vigila tu Lezama. 

Las cerniduras que el tiempo lima.


sábado, junio 11, 2022

Memorias y fantasmas

En Visto y vivido en Chile, Luis Alberto Sánchez memoriza su vida como exiliado en Chile en los años 1930s y 1940s. Una época de oro de la edición. Él mismo trabajó para la editorial Ercilla en los años que se llegó a publicar incluso un libro al día. Era un corpus de publicaciones nacional, latinoamericano y universal, en el ámbito de un Santiago cosmopolita, lleno de exiliados de varios países (y en particular españoles llegados luego de la derrota de la República).

En el libro aparecen algunos de los más notables intelectuales, políticos y escritores de la época. De Pablo Neruda a Salvador Allende, de Pedro Aguirre Cerda a Vicente Huidobro, de Augusto D´Halmar a Joaquín Edwards Bello. Neruda, particularmente, cumple un rol fundamental en la memoria de Sánchez. Es quien convoca la memoria escritural. “Mira, Luis Alberto, tú tienes una deuda con Chile”, le dice el Neruda evocado por Sánchez en el preámbulo.

La “deuda” que menciona Neruda refiere sobre todo a la influencia política y cultural que ejercieron los peruanos en el Chile de aquel período. A Neruda le parece urgente recuperar, resguardar, esa memoria. “Escríbelo cuanto antes, Luis Alberto, prométeme hacerlo”. Por supuesto, Sánchez toma la palabra de Neruda. Se podría decir que Neruda autoriza esta memoria, le reabre las puertas del campo cultural.

También podría decirse que Sánchez desvía la memoria y la encomienda de Neruda. No hay que olvidar que se trata de una memoria que, quizá como toda memoria, está llena de fantasmas. Es 1975 cuando Sánchez se sienta a escribir, Neruda ha muerto y el Chile democrático evocado en el texto ha sido barrido por el autoritarismo. La puerta que Neruda ha abierto da un campo agostado. (Miembro del APRA, no ha sido Sánchez un entusiasta de la Unidad Popular, y su amistad con el comunista Neruda ocurre a pesar de sus diferencias ideológicas.)

Digo que Sánchez desvía la memoria en parte porque la evocación confluye muchas veces en su diferencia nacional o cultural. Tómese, por ejemplo, su encuentro con D´Halmar. Luego de una acertada descripción del, así llamado, Almirante D´Halmar, una descripción comprensiva de su obra y significado, Sánchez casi se lamenta: “Yo no disfruté de sus confidencias. Algo intransferible le aconsejaba desconfiar de mí. Era absurdo. Pero, cada cual sabe quién es su cada quién. Yo, un hombre inquieto, sin solemnidad, curioso de las ideas, antijerárquico y…peruano, no entraba en el cuadro dʹhalmariano, pese a que coincidíamos en la oficina de Ercilla cotidianamente”.

Refiere Sánchez a otro estado fantasmático, el del ser extranjero. Eso que nombra como “algo intransferible”, esa distancia insalvable que impide una plena corporeización. En otra memoria de migrante, muy distante de la Sánchez, la que Henry James publicó recordando su inserción en la cultura inglesa (El comienzo de la madurez), menciona el norteamericano con respecto al deseo de acogida: “me veía obligado, quién lo diría, a improvisar un medio local y a agenciarme una conciencia local”, buscando “una certeza ideal de la asimilación”. No es el caso de Sánchez, por supuesto. Mas es notable cómo su disposición anti-solemne y anti-jerárquica, ¿quizá estrategia de sobrevivencia?, choca con la desconfianza de D´Halmar.

Es curioso, además, que, en el perfil del autor de Juana Lucero, ha dejado inscrita Sánchez otra diferencia fundamental: “Era un hombre solemne, buenmozo, algo histriónico, ligeramente ventrudo (a causa de muchas comilonas y bebilonas); había en él, en su actitud, algo equívoco. No olía a virilidad aunque tuviera una bien timbrada voz de barítono.” Ese “algo equívoco” refiere obviamente a la homosexualidad de D´Halmar, una condición que en el relato de Sánchez conduce también a un estado fantasmático, descrito como “su soledad final, vagando por los muelles de Valparaíso, despeinada por el viento la crencha blanca, ondeando como una bandera la ya vieja capa española de sus días de triunfo”.

Siendo el mundo que pinta Sánchez un mundo idealizado sí, pero con feroces y polares fronteras divisivas, políticas, discursivas y culturales, no deja la evocación memorística de tener algo de lustral. Así, en el caso de la evocación de D´Halmar: el meteco dibujando al equívoco en un tiempo lleno de fantasmas.

sábado, enero 29, 2022

La vida breve

Los escritores, las escritoras, suelen tener breve la vida. A los sesenta años, si han acumulado algún reconocimiento (y si han hecho la tarea) entran a la infancia. Cuando llegan a los veinte (es decir, los ochenta en los términos humanos) suelen haber muerto, y, si tienen suerte, ser objetos de culto.

Recuerdo que en los años 1980s, por ejemplo, Rulfo y Borges y Onetti eran celebridades en su luminosa y en apariencia interminable adolescencia. Entrevistados aquí o allá, sobre todo Borges. Pero diez años después eran vertiginosos sujetos de culto, de la memoria y tal vez del canon. Es cierto que Borges era mayorcito que los otros. Pero convivía, es un decir, entre otros octogenarios más o menos legendarios: José Coronel Urtecho, Luis Cardoza y Aragón, Dulce María Loynaz.

Si tomamos como referencia el año infausto de 1986 (año que muere Rulfo, en enero; que muere Borges, en junio), los del boom (los Vargas Llosa y Cía.) serían por entonces lo que los norteamericanos llaman toddlers, término que alude, según la sabia Wikipedia, a un “caminar inestable” propio de los niños de uno o dos años. Por entonces, en infancia sabia, a José Donoso le dio tiempo de separarse del boom, regresar a Santiago de Chile y fundar un taller literario (actividad que todo escritor debe emprender como muestra de plenitud). Alguien un poco más travieso, como García Márquez, decidió fundar una Escuela de Cine…

Algunos, los enfermos, los suicidas, deciden adelantar sus edades. Suerte de lanzamiento de dados a la eternidad. Pizarnik es coetánea de Vargas Llosa y muestra hoy mucha más vitalidad literaria y corporal que el peruano.

Cuando uno aprende a mirar por décadas (y comprende con eso que está viejo) se da cuenta que el mundo literario es como una vitrina. Los que están ahí, los octogenarios de esta época, son ya un rastro luminoso. Se ve también en la vitrina la algarabía de los que llegan, el ruido y el alboroto de las nuevas infancias. El tiempo pasado y el tiempo presente tal vez están en el tiempo futuro, decía aquel otro gran poeta que murió septuagenario aún, es decir, adolescente, en el año de 1965 (cuando el hoy septuagenario Mick Jagger cantaba su insatisfacción…). El tiempo pasado, sí quizá está en el tiempo futuro, aunque todo lo demás sea olvido.

miércoles, enero 05, 2022

Adán y Eva

Las hemorroides internas. Esa molestia en la boca

del ano. Sequedad de la hora y de la vida (lo que era

la vida).

 

Seguí escribiendo todo diciembre sobre Coronel

están ahí los libros ya raídos de cuando tenía veinte años

y marcaba con lápiz las entonaciones (esto por influencia de

Pedro Henríquez Ureña en su Gramática—la gramática a la

que me enviaba siempre mi padre).

 

Leía Los Parques y las focas, menos los parques más las focas

Los sexos de las focas más que los declives de superficie de

los parques. La androginia de la mujer que tenía un vocerrón

y entraba a la tienda, y fascinaba a través de los años.

Como a Eliot, nos ahogaban las sirenas.

 

Entre por el lado del sexo, llevaba mi costal de citas.

Acabé conversando de nuevo a la medianoche—en ese tipo de insomnio

que consiste en despertar en un lugar indeterminado de la madrugada, y teniendo como

regla de oro nunca consultar la hora ni prender el celular—sobre

la edad. La edad de oro, la diadema, el goce, y el tiempo, esa

edad de horo, en donde se superponen la hora y el oro, acercándose al horror.

 

Adán y Eva llegaban al parquecito, el edén. En una de las bancas

del parque disponían su instrumental de cartulina: la copa roja de

las papitas o french fries, el género de papel que envolvía la hamburguesa

marcado con el signo de McDonalds. El calor derretía el amarillo

del queso que se combinaba con el húmedo casi maternal y cálido de la grasa. 

Y, me olvidaba, de la bebida negra con popote, pajilla o carrillo. 

Estarás conmigo ahí en el Paraíso, dijo el hombre a la mujer distraída.

 

Luego en el insomnio, otra vez—ese tipo de insomnio que consiste en

despertar en cualquier edad perdida, se me hacía maquinal el resabido

No me tienes que dar por que te quiera. Espaciaba dos o tres no, antes

de continuar con el escandido verso. Y Borges: reconozco en mí la voz

de mi padre cuando escandía un verso. Un falso Borges.

 

Adán y Eva y los planetas hoy duermen lejos de la basura que los perros

vagabundos van sacando lentamente del depósito frágil verde y redondeado en los bordes.


domingo, diciembre 19, 2021

Libros leídos 2021

 Algunos libros leídos, este año 2021, por fuera de las lecturas para clases y cursos, o para trabajos académicos. Digamos, lecturas de entretenimiento pero resguardando cierta dignidad a la palabra.

Por orden de importancia con respecto a la impresión que me causaron:

1. Las bostonianas de Henry James

2. Había mucha neblina o humo o no sé qué de Cristina Rivera Garza

3. Los fantasmas de mi vida de Mark Fisher,

4. El hombre más triste: retrato del poeta César Vallejo de Daniel Titinger

5. Visto y vivido en Chile de Luis Alberto Sánchez,

6. El comienzo de la madurez de Henry James

7. Realismo capitalista de Mark Fisher

8. Nazarín de Benito Pérez Galdós

La de James, una gran novela feminista. El libro de Rivera Garza, una magnífica reescritura de Rulfo, ficcional, biográfica y ensayística a la vez. Los fantasmas de Fisher ayudan a afianzarse teóricamente en el ámbito de la cultura, especialmente la música popular. Al contrario de cierto babeo retórico que se toma por teoría en estos días, hay un precioso afianzamiento materialista en Fisher. Siempre mis preferencias por la literatura autobiográfica y biográfica (Sánchez, diseña un excelente retrato del Chile de los años 1930s y 1940s; James se refiere elípticamente a su inserción en la cultura británica. Sobre el libro de Titinger escribí en la anterior entrada). Conocía el Nazarín de Buñuel, pero no había leído el de Galdós. La adaptación es fiel en espíritu. La de Galdós, gran novela sobre el pueblo bajo.

domingo, diciembre 12, 2021

Hombre triste

He tenido la suerte de hablar en los últimos años a una clase de literatura sobre la poesía de César Vallejo. César Vallejo de los Heraldos, cerca del modernismo. César Vallejo de Trilce, vanguardista. Un poco del César Vallejo de los Poemas póstumos. Enseñar algo de Vallejo, uno de los lujos de la vida. No importa si en el frío del invierno de Santiago, algo de calor se encuentra siempre en Vallejo.

Eso sí, como quizá muchos de mi generación, con dudas implícitas sobre lo biográfico. Residuos de la muerte del autor. Expansión permanente del texto. Actitud dubitativa sobre el culto a la personalidad. Siempre el poema por sobre la vida.

Leo El hombre más triste, retrato del poeta César Vallejo, un libro de crónicas de Daniel Titinger (Santiago, UDP, 2021). Menos que una semblanza de Vallejo (aunque también es), un confluir de versiones sobre el poeta peruano, algunas encontradas. Cómo era, de qué murió, por qué estuvo preso. También una mirada algo piadosa sobre Georgette Vallejo, la mujer que se peleó con todos en la insana tarea de fijar una verdad sobre Vallejo.

Sin la pasión del otro Vallejo (Fernando Vallejo), la opción de Titinger recuerda la que siguió el colombiano para su biografía sobre Barba Jacob, El mensajero. A Vallejo, Fernando, lo movía la atracción afectiva y la batalla contra el olvido, persiguiendo a los testigos de la vida de Barba Jacob por geografías intrincadas (Centroamérica, México, el Caribe) y por archivos dispersos.

Titinger no persigue a una sombra, sino a un sujeto literario reescrito, analizado y referido múltiples veces, y con los más extraños énfasis. (De hecho, un valor del libro es la referencia a las versiones biográficas e interpretativas sobre Vallejo.) Su geografía, la del cronista, es también intrincada: París, Santiago de Chuco, Trujillo, Lima…, ofreciendo un trabajo admirable de movilidad y reconexión con raíces o arqueologías: el poder de la crónica.

Como Vallejo (Fernando), Titinger busca entre los testigos aún vivos, o entre los testigos que escucharon algo. Algunas cuentas del rosario resultan obvias, sobre todo la muerte en París, los motivos de la cárcel, la vida parisina, el compromiso marxista, la vida familiar originaria en Santiago de Chuco.

Menos que el impulso afectivo o la identificación modélica (pienso de nuevo en el otro Vallejo), en Titinger parece operar cierto sano distanciamiento con la materia, la biográfica y la poética. Para un vallejiano que lee sobre todo la poesía de Vallejo, ese distanciamiento quizá esté demasiado pronunciado. Titinger coloca, de hecho, al lector en una postura dubitativa. Era Vallejo, en realidad, ese gran hombre, o ese hombre triste, o ese gran poeta. ¿Y todo este coro de voces, textos, habladurías, chismes sobre Vallejo, en qué sentido darán con una verdad?

Si se le pide al libro de Titinger un resultado que incida de manera determinante sobre cómo leemos la poesía de Vallejo, quizá la petición se frustre. El libro no opera en el sentido de reactualizar una lectura de la obra de un autor, como si logra, por ejemplo, Cristina Rivera Garza al releer (en parte biográficamente) a Rulfo (Había mucha neblina o humo o no sé). En cambio, el libro de Titinger está organizado como unas crónicas entrelazadas (situadas en los lugares clave de la vida de Vallejo) que plantean los misterios fundamentales de su vida.

Las mejores de entre esas crónicas (por ejemplo, la de Santiago de Chuco, con el fervor de los fans de Vallejo, o la de la visita al Cementerio de Montparnasse, con la descripción de los peregrinos en la tumba de Vallejo, o la del encuentro con el pintor Szyszlo) actualizan a Vallejo de maneras inesperadas, entrelazan su vida y su legado con lo sorprendente, lo surreal e, incluso, lo siniestro. Queda, al terminar el libro, la impresión de una semblanza del poeta peruano, pero también de una especie de “taller irónico” (creo que así lo llama García Canclini) instalado en ese complejo tinglado de las relaciones del autor y sus públicos.

domingo, diciembre 05, 2021

He dejado del lado varios sueños

He dejado de lado varios sueños para que se deslían.

Se agoten en sí mismos (sus rutas contrahechas) y sus personajes

Se topen con una imagen repetida, ya encallada

Traslúcida pero sometida

Al tiempo en las aguas del sueño

Oh proverbiales.

He dejado de viajar largamente por la costa central

De noche de día con puertos con lluvia

Sobre todo con neblina

Me cansé de los supuestos del sueño

De la filiación de la imagen

Del Pablo codificado que cae del caballo

Ay de tantos Caravaggios me he cansado

Y los he dejado mudos en mi cuaderno

Los perogrullos que agitan las colas como gusarapos.

sábado, noviembre 20, 2021

Viejos Mails

 

El mal poeta. Y escribe contra el poder. Rasguña.

El muerto. Vivo un instante en un viejo email que iba a considerar para la antología.

La muerta. El fin de semana repararía su prosa (qué fin de semana fue ese).

La enloquecida por dios encontrándose en el reggae de una noche granadina y argentina.

Cecilia en un mall distante de San Juan Puerto Rico diciendo adiós. El que odió y luego

adoró este árido campo cultural. Y decía, en otro email, este árido árido árido/ campo sin fin de las

 interminables filas de poetas. Y las voces de los jóvenes, los que por entonces

eran los jóvenes. El astuto que le respondía al necio. Hay que quemar al maestro, decía

Norberto en el desierto que era por entonces el centro

comercial Nejapa. El poeta que había

mencionado la palabra turca por vez primera en un poema.

 

Hay que hacerse unos epitafios, decía Prufrock.

 

Las noches estacionadas en el olor salado del sudor (el olor de Managua).

El futuro poeta suicida y en la otra página (la blanca página) el dedicado que se había

reconocido en el diario íntimo de Beltrán.

Y las clases de literatura en la UCA (si bien a los jesuitas nunca le interesó ni les interesa la literatura o 

que las clases

bajas lean nada de nada).

sábado, noviembre 13, 2021

En estos países aislados

“dime la mía” RD

En estos países aislados, en estos países sonámbulos

En estos países concentrados en sí

En estos países dormidos

En estos países narcisistas ¿cuánto importan los otros

países americanos?

No, no importan nada. Son los espejos

para peinarse.

Uno le tira a la buena conciencia progresista

un hueso colombiano, uno venezolano,

uno nicaragüense, y esa buena conciencia lo roe

pero desde su sonambulismo.

En estos países entredormidos

los huesos se duermen entre dos sombras de sí mismos

acunados por algún son patriótico que los desvela

y quizá algo de fútbol.

En el insomnio despiertan para seguir en lo mismo

en ese sí mismo inexorable, como un destino.

Dicen por ahí con jerga apabullante los deconstruccionistas

que la ontoteología, que la anteojera metafísica

que las tripas juntas y unidas de Nietzsche Heidegger y Derrida

se derretirán unidas para derrotar al sueño.

Pero el sueño de estas repúblicas es más profundo

Propofol y aguardiente, narcisismo y ensueño

y algo de fútbol.

Y un despliegue mediático que interpela y roe las rodillas de las clases medias,

esas que atraparán en el aire el hueso de otra república para apaciguarse.

Apretarán en el puño el hueso de la melancolía, lo pondrán entre el esternón y el pubis.

Y apaciguarán sus conciencias las repúblicas con ese hueso y esa melancolía.

sábado, octubre 23, 2021

Recuerdos de mi abuelo o qué año largo el de los nueve años

 El terremoto de Managua (23 de diciembre de 1972), el terremoto de Carazo (6 de marzo de 1974), aunque de este último casi no hay recuerdos escritos. Yo tenía entre siete y nueve años entre ambos sismos. Contaré después lo qué paso en esos años de temblores.

Por el momento ya ha pasado ese tiempo de sismos, y estoy (estamos, mis hermanos, mis primas) en un patio grande, con cerco de plantas de color y cuajayotes, pero abierto a la calle. Mi abuelo está afilando un machete porque va a recortar el cerco, en el que, por cierto, había una especie de tobogán con un aire de pasaje secreto que bajaba a la calle empinada de la Pila Grande. Mi abuelo afila el machete y estoy observándolo profundamente. El sombrero viejo (no un sombrero de vestir, sino, más bien, de obrero agrícola), la escasa barba de varios días, algo áspera, su concentración al levantar la cabeza. En eso un pájaro caga el machete del abuelo. Dijo: carajo o carajito, o algo así? Media mañana, había dalias en el patio. Un excusado con gradas. Sombra tenue en partes del patio. Yo seguía observando. Tal vez a mi abuelo le gustaba que lo observara aunque no le dijera nada.

Hace un año quizá—vivíamos en otra casa—mi abuelo me explicó los rudimentos para resolver crucigramas. Era que yo lo observaba, cuando estaba sobrio y bañado y afeitado, tomar un lápiz diminuto, cruzar las piernas y ponerse a resolver el crucigrama. Él me explicó: horizontales, verticales, conceptos. Yo comprendí. Debe ser 1972 porque ya sé leer. También me explicó en qué consistía el malespín. Un juego lingüístico que había estado de moda en el país hacía varios años. Se permutaban varias letras (a por e, i por o, b por t) y se codificaban las palabras. De ahí viene el tuani que se usa todavía en Nicaragua (por bueno). Mi abuelo está ahí para señalarme los pasajes secretos del idioma.

Pero ese año de 1974 mi abuelo se enfermó. La última vez que lo vi, en un rincón de la casita de madera de mi bisabuela (su suegra), estaba envuelto con una frazada y temblaba por la fiebre. No me acerqué porque no quería observar a mi abuelo así (era el abuelo afeitado de los crucigramas). Y recordaba su expresión bajo el sol, bajo el sombrero, cuando pasaba el pájaro. El machete afilado. Mi hermano César era más valiente y sí fue a ver y saludar a mi abuelo. Yo solo escuchaba lo que contaban mis tías y mi madre. Delirium tremens o fiebres. Para peor ese año yo había prometido de manera solemne no faltar ni un solo día a clases.

Con el sismo de 1974 la Escuela General de San Martín sufrió daños severos, se cayó el techo, colapsaron quizá algunas paredes. El edificio no se podía seguir usando. Yo tenía tres amigos. Dos católicos y uno evangélico. A veces se peleaban porque Santiago (el santo del pueblo) no era en realidad otra cosa que un ídolo y cosas así. Yo por mi parte no pertenecía todavía a la teología de la liberación, pero era como que ya perteneciera (esto por la influencia de mi padre). Mi amigo evangélico me había amparado en segundo grado cuando me sentaba en las bancas de atrás (“los niños del último banco” decía Lorca) y había un compañero que me atormentaba. Pero la maestra me cambió de lugar, e hizo que mi compañero fuera, y en primera fila, mi amigo evangélico. Nos llevábamos bien. Y en tercer grado éramos cuatro amigos. Pero cuando entramos a cuarto grado, en 1974, vino el sismo que arrasó con la Escuela. Y tuvimos que asistir en turno vespertino a la Escuela Anexa, que tenía un mejor edificio y tiraba el aire de clase media. Así que yo salía de la casa a la una y media (en cuanto terminaba el cuento de Pancho Madrigal en Radio Corporación) y caminaba por la carretera hasta la Escuela Anexa. Y me gustaba tanto estar en la Escuela (ya fuera la vieja escuela que se dañó con el sismo o esta otra de aire más acomodado y en la que éramos alumnos allegados) que ese año de 1974, en cuarto grado, prometí no faltar ni un solo día. Esto hasta la tarde en que mi abuelo (era octubre) sufría su agonía y me devolví de la entrada de la Escuela. Único día de ausencia.

martes, octubre 12, 2021

Homosocialidad y poder revolucionario

 

Ernesto Cardenal tomó venganza de Rosario Murillo en su último poema. En los que son, quizá, los peores versos de Cardenal, dice:

el país entero en manos de una loca

la del estéril bosque de árboles de hierro

y en manos de un presidente sin huevos

gobernado por ella

Aunque se trata de un largo poema místico (probablemente no mucho mejor que otros ya publicados por él, poeta en quien la mística es esencial), Cardenal quiere introducir en el poema la actualidad en su referencia a los sucesos de abril de 2018 y sus críticas al gobierno de Daniel Ortega. ¿Por qué los peores versos? No por la crítica o la oposición a Ortega, sino, me parece, por la fijación testicular. Nunca fue, en apariencia, en los largos poemas políticos de Cardenal, asociada la cuestión del poder con los testículos. O, al menos, fue siempre una elipsis significativa: la homosocialidad se entendía como caso de comunidad y fraternidad (todos somos hermanos, decía Sandino, etcétera).

Tanto en el terreno de las letras, como en el de la mística o el de la política, lo que Cardenal suele diseñar son espacios homosociales. Sus héroes culturales, sus maestros, sus ejemplos de afiliación (Coronel, Merton) son siempre masculinos, e incluso sus némesis literarias o políticas (Carlos Martínez Rivas, Somoza García) extienden esas redes de homosocialidad. Eso sí, la pugna política y literaria que instala con Somoza García en los años 1950s, y que se resuelve con una derrota (que es la derrota de la rebelión de abril de 1954), él la transforma en derrota personal y avatar místico. La aparente consolidación de la dictadura de Somoza García, provoca una convulsión en el alma del joven Cardenal. “Por extraño que parezca—cuenta en sus Memorias—, rápido como un flash mi mente percibió una superposición de Dios y el dictador como si fueran uno solo; uno solo que había triunfado sobre mí.” (Vida perdida 90). Es notable aquí que la victoria de un hombre (Somoza) sobre el otro (Cardenal) aparece santificada por la convulsión mística. Aunque en el fondo sea asunto de competencia masculina, la cuestión testicular no aparece tan en la superficie, como lo será en el dicterio contra Ortega. Pero no hay que olvidar que el choque con Somoza-Dios depara una vida de emasculación simbólica. 

Siguiendo dentro del caso de Somoza-Cardenal: para llegar a ese extremismo, en que vida personal y vida política nacional se entrelazan de una manera tan determinante y dramática (o, incluso, melodramática), se requiere cierto afecto de pertenencia bastante radical. Pero intuyo que tal afecto de pertenencia no está tan bien distribuido, incluso hoy día, a lo largo del espectro de clases en Nicaragua. O que las causas e identificaciones son dispares. Unos pertenecen mejor y de forma más determinante que otros. Por eso, entre otras cosas, es interesante estudiar a criaturas literarias como Cardenal: porque muestran cómo canta para ciertas clases el ave del nacionalismo (alguna debe haber). En ese sentido, si bien el nacionalismo de Cardenal se puede entender como notabilismo—identidad de notables (para pecar un poco de abrupto: Cardenal se despide de su paisaje como quien se despide de su finca), con el sandinismo logra algunos cruces de clase e ideológica con otras versiones del nacionalismo (todo lo que estaba en la onda en los años sesenta: anti-imperialismo, castrismo, tercermundismo, indigenismo-hippie). Este entrecruce se advierte en poemas como “Las mujeres del Cuá” en que unas campesinas víctimas del Estado somocista, sueñan con los guerrilleros: “los ven de noche en sueños/ en extrañas montañas”. La distancia entre sueño y vigilia, inconsciencia y razón, campo y ciudad, es salvada por la presencia masculina (y pública y política) del guerrillero. No quisiera insistir que si hay algo poco representado en la poesía de Cardenal son las mujeres. Aparte de las Claudias e Ileanas que rechazaron al poeta de joven, provocando la venganza de los epigramas, se cuentan con las manos de los dedos otras presencias femeninas en su poesía. Parece notable, en ese sentido, el exabrupto contra Murillo.

Durante la atrabiliaria lucha por el poder cultural entre Cardenal y Murillo, en los años 80s, había momentos en que el poeta podía gozar de cierta condescendencia del Comandante (él lo llama Daniel en sus memorias), que, al parecer, lo libraba un poco de la locura de Murillo. Wellinga, que descobija parte de las luchas mencionadas, cuenta una visita de Daniel Ortega a la casa de Cardenal en que el guerrillero le pide disculpas al poeta. De ser verdad lo narrado ahí, Cardenal ya había dicho de viva voz las ofensas del poema más de treinta años atrás en la mismísima cara de Daniel. “Mi ataque más fuerte fue ése: decirle a Daniel que era dominado por ella. Y Daniel entonces, hubo un momento, sólo un momento en que él se sulfuró, de que allí se le estaba tocando su hombría y no lo permitía.” (Wellinga 137). Es obvio que Cardenal guardo aquella hombría en su tarjetero, quizá clasificada bajo la H en que también cabía la palabra huevos. Hombría refiere entre otras cosas, creo yo, a la identificación de un rol masculino dominante en el poder revolucionario, siendo expresión correspondiente de tal idea de poder, la importancia de las alianzas entre jefes revolucionarios varones (la Dirección Nacional Conjunta, Daniel y Sergio, Daniel y Cardenal, etc.). Apunto, quizá menos como certeza que como proyecto de investigación, a que en el caso de Cardenal-Ortega (en contraste con el caso de Cardenal-Somoza) ocurre un rompimiento en la homosocialidad del poder revolucionario, el cual perdura hasta, literalmente, el último poema del poeta. 

El corolario, aunque procaz y precipitado es quizás necesario como cierre de este texto: fue siempre cuestión de huevos, si bien la mística lo encubría.

viernes, septiembre 24, 2021

Teología de la liberación

 Continuación de las Reflexiones

Mi padre creía que solo había dos alternativas. O una revolución que le diera poder a la burguesía y consagrara una suerte de nacionalismo burgués, como había pasado en México, u otra que siguiera la pauta radical de la revolución cubana y anulara a la burguesía por medio de una rápida apropiación de recursos por parte del Estado.

De lo que no había dudas era que la revolución vendría. Si esto va a ser como México, hay que apoyarlo de todas maneras. Pero el modelo ideal es Cuba.

Quizá los años 70s fueron una larga espera y estuve sentado en diversas poses, en entradas de diferentes casas (unas más pobres que otras), viviendo la infancia y esperando la revolución. Me distraía del tema principal (la llegada de la revolución) y esa distracción era vivir: Papillon, la Sociología del materialismo, la radio, la TV.

Sentado sin hablar, como correspondía. No eran temas que se hablaran de manera ordenada o sistemática. Nos gustaba el cine, nos comunicábamos por imágenes y gestos significativos. La revolución era asunto del sentido común o si se quiere algo íntimo, nunca algo exógeno o venido de otra parte, mucho menos un dicharacho. México o Cuba.

Por una parte, compartimentación, por otra parte, silencio natural.

Un hombre saludo a mi padre cerca de la gasolinera Shell. Usaba una boina, tenía los labios gruesos, los dientes grandes. Mi padre reticente le aclaró a mi madre, cuando el hombre ya se alejaba, que era un “oreja”. No había que hablar mucho. Las cosas suceden y se ofrecen a la interpretación por sí mismas.

Vivíamos en 1978 junto a una Iglesia pentecostal (es decir una casa común que había sido reconvertida en lugar de culto). Nos acostumbramos a las prácticas teológicas de aquella gente: el entusiasmo pop de las canciones (los “coritos”), las secuencias del hablar en lenguas, los procesos expulsión de demonios. Los fieles eran gente del barrio y caminaban en santidad todo lo que podían (cuando no pasaban semanas o años de vuelta “en el mundo”). La pastora era una mujer puertorriqueña que quería convencer a mi padre de asistir alguna vez al culto. Estaba una vez ella renovándole la invitación cuando él le aclaró determinante: “creo en la teología de la liberación. Desde ese día también yo creí en la teología de la liberación. Esas cosas determinantes se aprenden así.


sábado, septiembre 04, 2021

Biblos

 



Ordeno la biblioteca, siento la desfamiliarización, lo Unheimlich

los autores muertos que se escuchan con los ojos, 

la pesantez e inutilidad de lo material, la metáfora 

que alude a página y excremento, la bazofia publicada, 

la meditación sobre para qué tanto libro, 

un deseo casi casto por lo virtual

(el espacio que ahorraría con una biblioteca de puros PDFs), 

la culpa por el tiempo que se acumula en una biblioteca, 

y el autor menor

 (¡yo mismo!)

 que queda atrapado entre dos autores canónicos, 

el Pajarito entre las dos Bestias


feb/2021

 

domingo, agosto 29, 2021

Reflexiones imaginativas sobre mi padre

 

“como mi padre ya he muerto, y como mi madre vivo todavía y voy haciéndome viejo” (Ecce Homo 29)

 

En 1969 mi padre tenía treinta años. Era maestro de primaria en la escuela rural de Güisquiliapa y estudiante de periodismo en la Universidad Nacional (la UNAN). Un hombre, en este caso mi padre, modela el alma del hijo, con gracia, con humor, y quizá de eso trata este escrito. Pero el hijo es quien observa. No se observa si no desde la simbiosis con los otros. Por entonces yo soy uno solo con mi madre, con mis hermanos, mis tías y tíos (podría extender ese Universo a la casa, la familia, el barrio).

Vivíamos en una casa grande, alquilada, con corredor, con jardín. Creo que el efecto del boom económico del somocismo de los años cincuenta había modelado el destino de mis padres. Habían estudiado en la Escuela Normal y se habían hecho maestros. Podían pagar con sus salarios el alquiler de aquella casa (mucho más grande en mis recuerdos, seguramente, de lo que fue en la realidad).

Mi padre fue el primero de sus hermanos y hermanas que fue a la Universidad. Años atrás, caminando junto a su madre por veredas entre los pueblos de Masatepe y Nandasmo, le prometió que iba a ser bachiller (es decir, terminar la secundaria). No sé si mi abuela Ana tomó en serio aquella promesa pedagógica. En el tiempo que recuerdo mi abuela había muerto hacía ya diez años.

Ahora lo estoy viendo acomodar los libros, o quizá es que ha descubierto que los ratones anidaron entre sus libros, y está sacando la suciedad y reacomodando su biblioteca construida con cuatro ladrillos y dos tablas. Él no lo sabe, pero al ordenar esos libros también está acomodando mi destino: libros universitarios, Universidad Nacional. (No sabe que es un joven de treinta años visto desde los ojos de un hijo suyo mucho más viejo.)

Aparte de una Biblia Reina Valera, y de un Quijote ilustrado, los libros que colecciona responden a cursos que seguramente fue tomando en la Universidad y que están marcados a veces con el sello de la Librería Universitaria (un buhito sabio). Sobresalen los libros de periodismo, pero tiempo después voy comprendiendo que recibió cursos de psicología (hay libros de psicoanálisis, Adler o cosas así), de preceptiva literaria (el Breviario La poesía de Johannes Pfeiffer y la primera edición de Historia de un deicidio) y de marxismo (La Sociología del materialismo de Leoncio Basbaum). La primera novela de García Márquez que leí (leímos, con mis hermanos): La mala hora.

Pero en ese tiempo no me fascinan estos libros ni sé sus títulos ni entiendo sus órdenes secretos. Me impresionan más los aparatos que él lleva a la casa. Por sus prácticas de fotografía o de periodismo radial, carga con cámaras (una cámara antigua, cuadrada, con el visor en la parte superior que usó en una visita a las ruinas de León) y grabadoras. Pero lo más trascendental es una pequeña máquina de escribir de la que alcanzo a ver claramente los tipos Courier, la cinta bicolor, la mancha ocasional sobre la hoja. Esa ya era suya, y la compró quizá ese mismo año. Cuando por fin afiance un poco mi valentía—luego de un paseo escolar al Gran Lago, al que él me acompañó—voy a intentar una primera línea literaria en aquella máquina de escribir (esto ya debe ser 1972). Por supuesto, es algo sobre el Lago. Todavía veo el gozo y la ternura en los ojos de aquel joven por aquella decisión del hijo. Por eso decía que un padre modela el alma del hijo con gracia y con humor.

lunes, agosto 23, 2021

Una sola ave marina

 Fuimos en la tarde a ver de nuevo el mar. Se había retirado la marea y hacía un espectáculo de destrucción, almejas y calamares abandonados, mientras los patos y gaviotas cazaban.          

                     El agua que quedaba entre las piedras reflejaba el cielo, y se podía caminar sobre el agua viendo ese reflejo. 

                    Tarde nublada y algo fresca, pero con el caminar vamos entrando en calor. Mañana volver. 

No deja de estar melancólico el corazón y expectante el cuerpo.

La marea bien retirada, el mar terapéutico y los signos de la destrucción

Una sola ave marina atada a su destino picotea el corazón del calamar

Dice algo ideal y memorable de todos los O J O S puestos en el libro.


Algarrobo, feb 2018

domingo, agosto 01, 2021

Algo podrido

 Something is rotten in the state of Denmark.

En Letras libres, y otros sitios, Sergio Ramírez evidencia un estado de pestilencia. El que encabeza su antiguo camarada Daniel Ortega está, como estaba el estado de Dinamarca, podrido. "De aquella revolución, sólo queda el olor de un cadáver descompuesto", dice con convicción.

En ocasiones la aprehensión ante el tufo histórico conlleva el decreto historiográfico contundente y precipitado (porque quién es uno para hablar de los resultados últimos de la revolución francesa, por ejemplo?). "De la revolución no queda nada, solo un gran pretexto retórico para envolver los actos de represión y la consolidación de la dictadura familiar de los Ortega disfrazada de obra revolucionaria de izquierda", dice en entrevista complaciente.

Se ve que el mal olor precipita juicios, e incluso cachivaches como aquel de que no hay izquierda ni derecha (o, más sofisticadamente, que "ya no se distingue entre dictaduras de izquierda o de derecha"), y que da lo mismo el Doctor Francia que Fidel Castro o Daniel Ortega que Videla.

Entre tanto organismo descompuesto, el autor no vacila en llevar un mensaje democrático al XIV Foro Atlántico "Iberoamérica: Democracia y Libertad en tiempos recios” (ver video). A dicho foro asisten figuras como la de Mario Vargas Llosa (y su hijo, también Vargas Llosa por apellidos), y los presidentes de Colombia, Duque, y de Chile, Piñera, y de Uruguay, La Calle, y de Ecuador, Lasso. Además, el expresidente Macri de Argentina, y el opositor y prófugo Leopoldo López, por Venezuela. Es decir, la derecha que se toma por democrática en América Latina (imaginamos que Bolsonaro se habrá excusado.)

En este caso no testimonia Ramírez ninguna referencia al olor que despide este cónclave. Asistió quizá con la nariz tapada. Entre tantos olores, acusados o no, sobresale lo difícil de la tarea intelectual de la presente hora en América Latina. Al parecer, algo huele a podrido desde allá, desde acá y desde dentro del propio orden intelectual.

viernes, abril 30, 2021

Vertiente

 

Todo se desmorona. Entro a una lectura

Del sí mismo pero obviada por

La repetición. Aparece

Un nombre que embeleso con los ojos

Anudo con la lengua

Es masticar de quijotes y un cartel de carretera

En que se han exagerado los pasteles.

Es exceso de sombra

Catálogo en que busco apuradamente

Mi nombre y otros nombres y todos.

Todo se desmorona, la armazón

De los días, su recurrencia

Y su naturaleza de vertiente.

martes, abril 27, 2021

Herodías y Salomé

En el paseo con la perrita Lili va resonando en mi cabeza la “Canción de otoño en primavera”. Pienso en el video que realizó Centroamérica Cuenta en que varias celebridades (escritores, cantantes, periodistas de TV) leen el poema, una estrofa cada uno/ cada una, algunos muy mal (como Poniatowska, que no lee bien y cambia palabras), varios casi como burócratas desubicados, y, quizá los que entienden mejor los eneasílabos: los cantantes (Rubén Blades, Susana Baca).


   


 Voy rememorando el poema y descubro que me lo sé casi completo. Me digo que es uno de los poemas más falsos o, más bien, más falseados de Rubén Darío, en el que acomoda la “historia de su corazón” a la máscara y a la expectativa del público (lo que desde otra perspectiva resulta una hazaña). Excepto quizá por Rosario Murillo (“era su cabellera oscura”) no puede identificarse en esta cartografía sexual del poeta a Rafaela Contreras o a Francisca Sánchez. Las expectativas de la princesa “que estaba triste de esperar” pertenecen a un ensueño en que confluyen la moda, el pasado literario autorreferente (viene de aquella otra princesa que estaba triste en otro poema), y el poema-abrojo: el choque amargo de la vida en el ánimo y la realidad del poeta (“La vida es dura. Amarga y pesa”). Princesas y bacantes, incluso envueltas en peplos de gasa pura, pertenecen menos a la autobiografía que al reino de la máscara. 

 También podría decirse que esos ensueños de mujeres pertenecen al reino de la prosodia (esa que fluctúa y trastabilla tanto en la lectura de Centroamérica Cuenta). En efecto, esta declarada “canción” tiene el encanto y la ligereza de un aire musical, un vaivén en que el verso lucha por aprisionar mucho sentido. Un duelo entre la métrica y la significación observaría quizá Agamben (ver El final del poema). 

Un verso como: “historia de mi corazón” es perfecto en la transmisión de esta tensión. Aislado transmite la esencia simbólica del poema (la historia del corazón y el devenir sexual del poeta), colocado dependiendo del verso anterior (“Plural ha sido la celeste”) caracteriza con pocos trazos, incita a eso que Paz llamaba analogía (la pluralidad y la resonancia celestial). No estamos en un reino propiamente biográfico sino, más bien, simbólico. La misma capacidad vertiginosa de aprisionamiento simbólico y prosódico se advierte en el perfecto: “Herodías y Salomé” (con lo que Darío en su pluralidad pasa a ser una suerte de cruza entre Herodes y el Bautista). 

 La decadencia de la carne y la amargura, la pluralidad y la transitoriedad de la mujer y el amor, su proyección como espectro (“fantasmas de mi corazón”), no apaciguan el permanente interés sexual y amoroso del poeta. Lo testimonian unos versos que atraían a Borges, quizá por el interés del anciano en las mujeres jóvenes: “con el cabello gris me acerco/ a los rosales del jardín…”. Quizá el poeta se ha vuelto un mero contemplador, un voyeur. Parcialmente vencida la carne, evidente el desengaño del aspecto “celeste” de esta historia de su corazón, el poeta parece elevar el tono y proclama en el último verso (ese que Alfonso Reyes consideró falseado): “Mas es mía el Alba de oro”. ¿La trascendencia del poeta o de la poesía—su asomo a un mañana portentoso—podrá suturar esa “sed infinita” de amor (y placer sexual) que el poeta proclamó antes en el mismo poema? ¿Cómo equilibrar lo prosaico de la carne y el horizonte infinito de la modernidad? En fin, ¿cómo leer en voz alta este poema?

 En todas estas cosas voy pensando mientras paseo con Lili, la perrita literaria. Para peor, me digo, en esta época el oro ya no es metáfora de futuro sino de dólar.

sábado, abril 03, 2021

Hace algunas noches soñé con un lobo

 Hace algunas noches soñé con un lobo. No era muy grande, más bien del tamaño de un perro. Se reconocía lobo por su color: café-marrón, por lo hirsuto de su pelo, especialmente en el lomo y cuello, y por el temor que despertaba entre todos. Yo estaba tentado a ser quien protegiera la casa—era una casa de campo en Nicaragua, y había una celebración familiar—para alejar a la bestia. El lobo me daba por igual miedo y fascinación. Esperaba no decepcionarme, y me repetía eso en el sueño, ojalá que el lobo no resultara una versión apaciguada de fiera, como en el poema de Rubén Darío.

Soñé hace dos noches que Roberto Bolaño estaba en la puerta de mi casa. Yo iba saliendo y lo saludé, para ser cordial: “Hola, Roberto”. Recordaba en el sueño que me lo había presentado R., y el Roberto de mi sueño estaba asimilado a un aura entre sórdida y despreciable, de gente chismosa y arribista. Si fue capaz de hablar mal de la casa de la Diamela Eltit, qué cosas no diría de mi humilde vivienda este guasón.

Soñé que se me perdía la perrita. Había ido con ella a Diriomo. Al montarme en el bus de vuelta, una mujer protestaba por la presencia de la perra (viajaba conmigo, pero me seguía sin necesidad de cuerda o sujeción física). En algún momento la perrita había desaparecido y yo bajaba asustado a buscarla, por ejemplo, en el mercado, en donde recorría los tramos (haciendo un plano parecido al del Ladrón de bicicletas cuando la cámara recorre varias bicicletas con un travelling que es a la vez subjetiva) y miraba, entre otras cosas y además del barullo típico del mercado, algunos perros.