Heredarás el viento
título de película famosa
Antaño, era frecuente que los aprendices de las letras buscaran a sus mayores. Por supuesto, no era usual que estos fueran criticados por aquellos. No eran oportunos, por ejemplo, los bostezos en una conversación con José Coronel Urtecho. Al contrario, los discípulos usaban el alinde con efectos asombrosos.
Valle-Castillo informó un día que el patriarca del río poseía dedos barrocos, lo que hace pensar en los dedos enjoyados de la Virgen de los Desamparados de Subtiava.
Sí no fuera porque la Revolución, y después la Restauración, nos han vuelto dulcemente (no dócilmente) escépticos, quizá dudariamos al afirmar que las lágrimas de Coronel eran de meras lágrimas, y no de perlas.
¿Para qué inventar un maestro? Para extender el sectarismo de sus postulados, para estar en el secreto (que aunque es secreto no decae en universalidad), y, en última instancia, para heredar autoridad y sacerdocio. Es lo que hicieron, o trataron de hacer sin suerte, los viejos modernistas con Darío. ¿O Darío conVerlaine?
Los cultos más frecuentes y dogmáticos en la república de letras criolla siguen siendo los de Cardenal y Martínez Rivas. Por supuesto, PAC y JCU perviven, pero son ya casos canonizados unánimemente, vaya nuestro voto. En cambio los casos de EC y CMR provocan aún ciertos escozores y luchas.
No se trata de la calidad de estos escritores (el uno caso polimorfo de literatura, el otro el mejor escritor vivo del país). El dogma comienza cuando se les confunde con el poder cultural que tienen, con su escenografla, su estrellato y sus posibilidades de santolear.
A esos niveles ya no valen los magisterios o es ahí donde los Discipulados se transforman leve y dramáticamente en servilismos. (De paso me pregunto si en la prosa no habrá también ese tipo de magisterios. Casi no. Aunque servilismos también. Por suerte la prosa nica nunca ha pecado de ser "la mejor del continente").
Por tanto, antes que la estrategia de los discipulados dogmáticos, y aún sabiendo que hay quienes creen poder heredar el sacerdocio de esos maestros, hay que proponerse dos desconstrucciones:
1. Remapear la estructura de las figuras literarias nicaraguenses con una concepción posnacional.
La nación resulta precaria para un aprendiz de literatura. Acabará suponiendo que Darío es mejor lección estética que Góngora o Lezama, sólo porque es nicaraguense.
Creerá que el azul del que habla Alfonso Cortés alude a la bandera de Nicaragua, cuando seguramente al leonés le importaba poco que fuera, la bandera, azul o roja. En fin, será un sectario literario y un torpe nacionalista.
Re-mapear las figuras literarias, sin establecer una nueva "historia", sino como método práctico, no institucional, convencional y de uso estrictamente personal, podría conducir a admitir que las lecciones estéticas de Liv Ullman o Uma Thurman, valen igual, y a veces más, que las de los mejores poemas de CMR.
Coronel podría ser un escritor, menor pero fundamental, de la Nueva Inglaterra ("¡caso extrañísimo, escribía en español!"). Benedetti podría ser el mejor poeta exteriorista criollo, sin tanto intertexto (del que a veces abusa Cardenal) y con más cercanía humana. La "nación" de las novelas de Sergio Ramírez sería el boom latinoamericano tardío, sin obviar la posibilidad de que aluden pueblos e historias muy cercanas a nosotros.
Estas hipotéticas cartograflas no son en verdad nada novedoso. Lo anquilosado es tomar a los "maestros" como casos cerrados, sólo para heredar torpes sacerdocios a los que después, de todas maneras, nadie atenderá.
La república de las letras, reconozcámoslo tiene muy diversas fronteras que las de la nación nicaragúense. Se sabe que Darío y CMR suspiraron por Francia, que Coronel y Cardenal se tutearon con Pound, que Ramírez tomó en cuenta las enseñanzas de Vargas Llosa y García Márquez.
Quedarnos sólo con la parte "nicaragüense" de estas "vidas paralelas", sería tonto; respetar extremadamente las influencias que las contrapartes nicaragüenses usaron, seria momificante (Pound o Muerte, por ejemplo, o Baudelaire o muerte, son torpes consignas).
Heredar cualquier sacerdocio puede dar poder cultural (en suplementos, publicaciones, puestos), pero eso tiene poco que ver con la literatura en un sentido más estricto. El juego de la literatura se dará de espaldas a esos sacerdocios cuando salgamos de lo nacional y entremos a las nuevas cartografías.
2. Autoconferirse una relación horizontal con las generaciones anteriores donde no quepa el binomio discípulo-maestro.
Un publicista gordo, experto en "quemar etapas", se ufanaba una vez de haber "quemado" ya la de las visitas a los bares junto a los poetas mayores. Lo había hecho a costa de charla insulsa y complacencia acrítica. ¿Es eso un discipulado y qué tiene que ver con la literatura?
El diagrama tradicional de los discipulados es "oral" y concéntrico, el maestro en el centro (generalmente de boina) y los discípulos alrededor. Esta patriarcal estructura abunda en la complacencia y reniega de la frustración, por eso es tan cómoda, institucionaliza el "centro del universo" en el patio, "la mejor poesía del continente y tal vez del mundo" en el lar amado. ¿Son esas complacencias algo más que "grandes relatos"?
El fin de siglo enseña ante todo que hay que desconfiar de maestros y gurús. Enseña que la estructura maestro-discipulo es altamente impráctica, incluso como muestra ética. Ayer tenemos a CMR llamando "intelectual" al Dr. Alemán, mañana tenemos a Bob Dylan cantándole al Papa A hard rain (¿pero qué sabe Wojtila de lluvias-años-sesenta?).
También Borges le dijo a Pinochet "salvador de la democracia", y eso que antes se había ocupado de inventar el postmodernismo. No sabemos qué tendremos pasado mañana. Lo que sí no tendremos, para nada, son herederos de los famosos secerdocios que vengo comentando en este relato.
Cualquier burócrata de la cultura dirá que pase lo que pase los sacerdocios se herederán y que él (ese burócrata) estará, politícamente con alguno de los herederos. Eso es muy cierto. Pero eso tendrá que ver más con el poder en un sentido político que con la creación artística y literaria.
Tendrá que ver más con la Academia (la exteriorista a lo EC o la preciosista a lo CMR) que con la Literatura. Porque la creación artística y literaria se parece más a un tiro por la culata que a una cacería de patos con fusiles unánimes.
Retornando al publicista gordo, experto en "quemar etapas", diré que su propuesta es el co-relato vergonzante de un tipo de intelectual que ejerce la deshonestidad con una gracia "chula" y un desenmascaramiento infinito. Es el intelectual güegüense.
¿Quemar etapas? Mejor quemar al maestro.
Nota: a propósito del debate que ha iniciado Luis Topogenario en el blog Crítica Generacional Nicaragüense, recordé cómo estaban las cosas (desde mi torre) en 1998, año en que publiqué en un número de 400 elefantes, este texto.